txbravy of Che Cheolocjícal ¿Seminar? PRINCETON • NEW JERSEY ,F3&3 Vida D E Nuestro Señor. Jesucristo BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS Declarada de interés nacional ESTA COLECCIÓN SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA i DIRECCIÓN DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA j LA COMISION DE DICHA PONTIFICIA UNIVERSIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELACION CON LA B.A.C., ESTA INTEGRADA EN EL AÑO 1954 POR LOS SEÑORES SIGUIENTES: PRESIDENTE .' Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Fr. Francisco Barbado Viejo, O. R, Obispo de Salamanca y Gran Canciller de la Pontificia Universidad. vicepresidente : limo. Sr. Dr. Lorenzo Turrado, Rector Magnífico. vocales: R. p. Dr. Fr. Agapito Sobradillo, O. F. M. C, Decano de la Facultad de Teología; R. P. Dr. Marcelino Cabreros, C. M. F., Decano de la Facultad de Derecho; M. I. Sr. Dr. Bernardo Rincón, Decano de la Facultad de Filosofía; R. P. Dr. José Jiménez, C. M. F., Decano de la Facultad de Humanidades Clásicas; R. P. Dr. Fr. Alberto Colunga, O. P., Catedrático de Sagrada Escritura; R. P. Dr. Bernardino Llorca, S. I., Catedrá- tico de Historia Eclesiástica. secretario: M. I. Sr. Dr. Luis Sala Balust, Profesor. LA EDITORIAL CATOLICA, S. A. Apartado 466 MADRID . MCMLIV Vi D £ Nuestro Señor Jesucristo ^ POR EL RVDO. P. ANDRES FERNANDEZ TRUYOLS, S. I PROFESOR DEL PONTIFICIO INSTITUTO BÍBLICO SEGUNDA EDICION ( Colcctánea Bíblica, vol. 111) BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID MCMLIV i NIHIL, OBSTAT: Lic. Antonio G. del Cueto, Censor. IMPRIMI POTEST: P. Julián Sayos, S. I, Prep. Prov. Tarrac. IMPRIMATUR ; f Juan, Ob. aux. y Vic. gral. Madrid, 15 de junio de 1954 4 A Cristo Jesús y a su Santísima Madre por mano del santo Angel Custodio ¡Oh buen Jesús! Otros ofrecerán ricos presentes de oro y plata. El mío es el óbolo de la pobre viuda. Dígnate reci- birlo por medio del Angel Custodio y de las dos santas almas que le acompañan, y que tú conoces . Viniendo por tales manos te será más aceptable. Digitized by the Internet Archive in 2014 https://archive.org/details/vidadenuestrosenOOfern INDICE GENERAL Indice de los grabados XXV Al lector XXIX Notas bibliográficas XXXI Abreviaturas XXXIII INTRODUCCION Bosquejo geográfico de Palestina Nombre i* Topografía l*-4* Extensión de Palestina 1*. Configuración física 2*. Divi- sión de la Palestina al tiempo de Jesucristo 4*-6*. Judea. Samaria. Galilea 4*. Perea. La Decápolis 5*. Fertilidad 6*-9* Población 9*-ll* De Palestina en tiempo de Jesucristo 9*; de Jeru- salén 11*. Bosquejo histórico De Hircano II a Herodes el Grande (63-37 a. C.) 11*-15* Hircano II, Gabinius, Antípater y sus dos hijos, Fasael y Herodes 11*, Antígono 14*. Herodes rey 15*. lucha contra Antígono y victoria 15*. Herodes 16*-20* Primer período de su reinado (37-25 > : consolidación del poder 16*; 2.° (25-13): florecimiento 17*; 3.° (13-4): disensiones domésticas 17*. Muerte 19*. Jui- cio sobre él 19*. Arbol genealógico de su familia 20*. Los hijos de Herodes 21*-23"* Arquelao, Filipo, Antipas 21*. Agripa I, Agripa II 22*. Familia de Herodes 23* Procuradores romanos 23*-24* Ambiente social-religioso 24*-41* Fariseos 24*. Saduceos 25*, Esenios 26* ; los descubri- mientos de Qumran (llamados tamb;én Ain Feshkl a . o del Mar Muerto) 27* ; Herodianos 32*; Escribas 33*; Helenismo 34* ; Lengua 37* ; Literatura : Mesianis- mo 39*. La Sabiduría 40*. VIH ÍNDICE GENERAL Lós Evangelios ..' . 47*-53' Carácter distintivo de cada uno: Mateo 41*, Marcos 42*, Lucas 44*. Juan 45*. Armonía evangélica 47*. Fide- lidad y libertad de los evangelistas: su amplitud 47*. La historicidad de los Evangelios y la índole de la catequesis primitiva: la «Formgeschichte» («Histo- ria de la forma») 53*. Cronología Nacimiento 53*-55 Vida pública 55-6f Principio del ministerio apostólico 55*. Duración del ministerio apostólico Exclusión de la hipótesis de un solo año 57*. Examen de las otras dos: tres años completos o tres incom- pletos (Jn. 5, 1 y 4, 35; Jn. 4, 45); conclusión 60*. Ordenación de los hechos 60*. INFANCIA El celeste mensaje 3-14 La doncella de Nazaret 3. Él saludo del ángel 5. «No conozco varón» 7. El jiat de la Virgen 12. El Verbo 14-21 El prólogo de San Juan 14. El Logos de San Juan: sus relaciones con el de los estoicos, el de Filón y con el Antiguo Testamento 18. María e Isabel 22-32 Hacia las montañas de Judá 22. La patria de San Juan 23'. El saludo: santificación del Precursor 24. El Magníficat 25. Nacimiento de San Juan: promesa y cumplimiento 28. Regreso de la Virgen 28. Vuelta a Nazaret Dudas y angustias 32- Perplejidad de San José 32. La revelación del ángel 33. José recibe a su esposa en casa 33. Circunstancias de la prueba 34. Belén 36- El censo de Quirinius 36. Camino de Belén 39. «No había sitio para ellos en el mesón» 42. La cueva y el pesebre 44. Nacimiento de Jesús 46. Gloria en los cielos; paz en la tierra 47- Los pastores 47. Aparición angélica 50. El cántico de los ángeles 50. ÍNDICE GENERAL IX Circuncisión: el dulce nombre de Jesús 54-55 El rito de la circuncisión 54; imposición del nombre 55. Purificación y presentación 56-60 Prescripciones de la Ley 56; su cumplimiento 56. Luces y sombras: Simeón; «Nunc dimittis» 57; profecías 59. Ana la profetisa 59. «Volviéronse a Nazaret» 60. Adoración de los Magos 60-66 El palacio de Herodes (Toire de David) 60. La patria de los Magos 60; quiénes eran 61; su número, sus nombres, índole de la estrella 62; llegada a Jeru- salén : turbación de la ciudad 64 ; la profecía de Miqueas 65; trama de Herodes 65; ante el Niño de Belén 66. Huida a Egipto y matanza de los Inocentes 66-70 Aviso del ángel y regreso de los Magos 66 ; indignación de Herodes: degüello de los niños; el vaticinio de Jeremías; número de los Inocentes 67. Aviso del ángel a San José 68; camino de Egipto 68; sitio del destierro: Leóntopolis 69. Vuelta de Egipto 70-73 Muerte de Herodes 70. Nuevo aviso del ángel; temor de San José por Arquelao 71; a Nazaret 72. Dura- ción del destierro 72. Jesús «el Nazareno» 73. Vida escondida de Nazaret 74-75 Treinta años en el taller de José 74. Dechado de vida escondida y virtudes familiares 74. Jesús en el templo 75-81 La prescripción de la Ley 75. Edad a que obligaba: «hijo de la Ley» 75. De Nazaret a Jerusalén 76. Celebrando la Pascua 77. Jesús se queda en Jerusa- lén 77; grave tribulación de José y María; hallan al Niño en el templo 78. ¿Por qué me buscabais? 80. Ciencia y gracia 81-83 Crecimiento corporal y espiritual de Jesús 81 ; senti- do de este último 82. Obediencia y trabajo 83-87 Sujeto a José y María 83; quehaceres domésticos y estudio 85; oficio de San José y de Jesús 86. Exterior de Jesús 87-89 El más hermoso entre los hijos de los hombres 87 ; be- lleza corporal 87; las imágenes de Jesús; descrip- ción del pseudo Publio Léntuio 88. Evangelio de la infancia 89-90 Sus particularidades en Mateo y Lucas 89; fuentes de San Lucas 90; autenticidad e historicidad del Evan- gelio de la infancia 90. ÍNDICE GENERAL VIDA PUBLICA De los últimos meses del año 27 a la Pascua del 28 El Precursor 93-116 Prenunciado por los profetas 93*. Vocación 94. Escena- rio: en la soledad del desierto de Judá 95; «la co- marca del Jordán» 95; relación de Juan con los esenios 98. Porte exterior: vestido 99; alimento 101. Oficio : ángel o mensajero 102 ; precursor, la voz que clama en el desierto 103; Elias, el mayor entre los hijos de mujer 104; ¿del Antiguo o del Nuevo Tes- tamento? 105; «regnum caelorum vim patitur» 105. Opinión del pueblo sobre el Bautista 107. Predica- ción del Bautista 108. Bautismo de penitencia: su naturaleza 111; el bautismo de Juan y la circunci- sión, las abluciones judaicas y el bautismo de los prosélitos 112; la confesión de los pecados 115. Pri- mer testimonio del Bautista 115. Bautismo de Jesús 117-125 Partida de Nazaret y despedida de la Virgen 117; ca- mino hacia el Jordán 117. Bautismo 118. El espíritu Santo y la voz del Padre 119. Sitio del bautismo 121; fecha 124; motivo 125. Ayunos y tentaciones 125-135 El impulso del Espíritu 125; el monte de la Cuarente- na 128; las tentaciones: razón de ellas, intento del tentador 128; índole de las tentaciones, orden: pri- mera 129, segunda 131, tercera 133. La voz en el desierto 135-137 La embajada del Sanedrín y respuesta del Bautista 135. El Cordero de Dios 137-141 El heraldo del gran Rey 137. Cordero víctima expia- toria 138. Los primeros discípulos 141-144 La primera entrevista de dos discípulos con Jesús 141 ; Simón llevado a Jesús por Andrés; «Tú te llamarás Kefas» 144. Vuelve Jesús a Galilea Nuevos discípulos Del Jordán a Galilea 144. Felipe 145; Natanael 145; su diálogo con Jesús 147. 144-150 ÍNDICE GENERAL XI Las bodas de Caná 150-161 Cómo celebraban las bodas los jud-'os 150: María y Jesús invitados a las de Caná !52; fecha de las bodas 152. Probable camino de Jesús v sus d;scfpulos 153. «No tienen vino»; la respuesta de Jesús 154. El apua convertida en vino 157. El Caná de las bodas 159. Cafarnaúm 162-170 Camino 162. Cafarnaúm. «Ja ciudad de Jesús»; razón de la elección 163. Fl Lapo de Jesús 163. Los heñía- nos de Jesús- significado de la palabra 167. ¿Quié- nes eran? 168. De la Pascua iM año 28 a Ta nrimerp multiplica- ción de los panes: Pascua del 29 Primera Prisma Jesús en la santa ciudad durante su vida vúhUca 170-179 A dar tes^"mon;o de la verdad 170. las tres grandes fiestas 171. Fl v;aie a Jerusalén 171. M^ca de hacerlo 174. Nú^oro d° ner^rinos 175. Celebración de ^a Pascua 175. Modo de celebrarla según un ritual judío 177. Los profanadores del templo 179-181 El temnlo convertHo en mercado 179. Ira santa de Je- sús 180. Las credenciales de Jesús 181. Coloquio nocturno {N;rnrlorno) 182-194 Jesús obra en la cfii^.»<í varios milanos: fe vacilante aue suscitan 182. V;t:i*a no^urnq c\o N1-codemo 184: el d'j^oco: rehacimiento espiritual 185: el viento v el EsofrHu 186: necesidad de la fe 189: el que subió al cielo 189: la semiente en el desierto y el Hijo del hombre 190; «así amó D'os al mundo» 191; el juicio 192. Hijo del hombre 193. Ministerio de Jesús en Judea Espléndido testimonio del Bautista 195-199 Jesús sale de Jerus^én. pero queda en Judea 195. Los discípulos de Jesús baut;zan 196: resentimiento de los del Bautista 197. Ultimo testimonio de éste a favor de Jesús 198. El campeón de la castidad 199-205 Herodes Antipas reprendido por el Baut'^ta 200: reac- ción de Herodes: le pone en presión 202: sentimien- tos de él y de Herodías para con el Bautista 203 Jesús deja la Judea 204. XII ÍNDICE GENERAL La samaritana Junto al pozo de Jacob; Sicar 205; coloquio con la sa- maritana: el agua viva 207; «veo que eres profe- ta» 209; el Mesías 210; a dar la buena nueva 211. Vuelven los discípulos: el manjar de Jesús 212; los campos blancos para la siega 213'. Con los sama- ritanos 213. El hijo del régulo Camino de Caná 214. Acogida de los galileos 215. El oficial de Herodes en busca de Jesús 215; curación milagrosa del hijo 216. De Galilea a Jerusalén En la piscina de Betesda Jesús en Jerusalén para la Pentecostés 218; resumen de su actividad en la ciudad 218. La piscina de los cinco pórticos 218. Curación del paralítico 221; dis- cusión con los escribas y fariseos 222; «como mi Padre obra, obro yo» 223; «las Escrituras dan testi- monio de mí» 224. Examen de la cuestión de la tras- posición de los ce. 5 y 6 de San Juan 224. Ministerio en Galilea El Evangelio del reino Jesús deia Jerusalén 228. En Cafarnaúm: inauguración del ministerio galilaico 228; temas de predicación: el Evangelio, el reino 229; la penitencia, la fe 230, La vocación de los cuatro grandes apóstoles (Pedro, Andrés. Juan y Santiago el Mavor) A orillas del Lago, desde la barca de Pedro 231: la pesca milagrosa 233'; la vocación y el seguimiento 233. ¿Vocación primera? ¿Una o dos vocaciones? 235. Predicación y milagros Actividad intensa 236. Fn la sinagoga de Cafarnaúm: curación de un poseso 236; en casa de Simón: curación de la suegra de Simón 237. Las turbas en busca de Jesús 237. Por tierras de Israel: sanación de un leproso 238; jira fructífera 238. El secreto mesiánico 239. El paralítico De nuevo en Cafarnaúm 241 ; concurso de las turbas a la casa 241 ; es introducido el paralítico 243 ; «per- donados te son tus pecados» 243; curación del pa- ralítico 244. 205-214 214-218 218-227 227-231 231-236 236-241 241-245 ÍNDICE GENERAL XIII Vocación de Leví. Banquete 245-248 Llamamiento de Lev» (Mateo) y seguimiento 245; ban- quete con publícanos y pecadores 245. Disputa con los escribas y fariseos: «no vine a llamar a los justos, smo a los pecadores» 246. Cuest'ón sobre el ayuno. Tres breves parábolas: remiendo en vestido gastado, vino nuevo en odres viejos, vino añejo y vino nuevo 247. Elección de los apóstoles 248-252 Noche de oración en el monte 248. «Llamó a los que El quiso» 249 Los doce en los diversos evangelistas 250; sus nombres 251. Razón de la elección de Judas 252. Sermón de la montaña 252-271 La Carta Maana del Cristianismo 253; normas para su intemrefación 253 El sermón desde el punto de vista literario. El sermón en San Mafeo y en San Lucas: ¿dos o uno? Su forma original 2^5: número y tenor de las Bienaventuranzas 256. Sitio donde se pro- nunció 257. B;enaventuranzas v malaventuranzas 257 Las Bienaventuranzas v el Antiguo Testamento 259. Los pobres de espíritu 259: los mansos 260; los que lloran 261; los misericordiosos 262; los que padecen persecuc;ón ñor la justicia 263. Los discíoulos. sal de la tierra 264. La Lev nueva v la an+ípua : no vine a derogar la Lev. sino a cumplirla» 264. Mandamien- tos perfeccionados: castidad, iuramento. lev del Ta- llón 267. precepto del amor 268. Enseñanzas varias: huir de la vanaelona v de la verbosidad en la ora- ción; el desDrecio de los bienes terrenos v la estima de los celestes 269. La confianza en la Providencia. La caridad en el juzgar. La eficacia de la oración. El camino de la vida v el de la perdición. Los falsos profetas 270. Advertencia final: «no basta oír. es menester practicar» 271. El siervo del centurión 271-27i* El centurión de Cafarnaúm 271, y su siervo 272. Em- bajada ante Jesús 273. Jesús se encamina a su casa 273; nueva embajada: «Señor, no soy digno...» 273; elogio de Jesús 274. Concordia de las narracio- nes de Lucas y Mateo 274. El hijo de la viuda 275-277 Excursión apostólica 275; camino hacia Naím. Encuen- tro con el cortejo fúnebre 276. Resurrección del muchacho 277. La embajada del Bautista 277-282 Motivo de ella 277. El mensaje 279. Respuesta de Jesús 280. Elogio del Bautista 280. Reproche d< aquella generación 281. XIV INDICE GENERAL La pecadora en casa del fariseo 282-287 Magdala 282. La pecadora 283. El banquete en casa de Simón. A los pies de Jesús 283, Sentimientos del fariseo 284; pregunta y respuesta: «le son per- donados muchos pecados porque ha amado mucho» 285: dificultad y solución. La cuestión de las tres Marías 286. Cogiendo espigas. La mano seca. El endemoniado ciego y mudo. Belcehú. Pecado contra el Espíritu Santo. 287-294 La lucha entre el fariseísmo y el Evangelio 287. De camino entre los campos: los apóstoles cogen es- pigas: acusación de los fariseos y defensa de Jesús 288. En la sinagoga: el enfermo de la mano tullida; su curación 288. Fariseos y herodianos se confabulan contra Jesús; entus;asmo de las turbas 289. Alar- ma de los parientes 289: Jesús se aleja de la ciudad: cura al endemoniado ciego y mudo ; blasfemia, de los fariseos 291 ; pecado contra el Espíritu Santo ; encomio de la Madre de Jesús 292; la señal de Jonás 293. La Madre y los hermanos de Jesús 294-295 Al encuen+ro de Jesús. ¿Quiénes son su Madre y her- manos? 294. De vuelta a Cafarnaúm: enseñando a las turbas desde la barca 295. Nuevo modo de instruir a las turbas, por parábolas 296. Parábola, alegoría v fábula : división de las parábolas por su contenido 297. Razón por que las empleaba Jesucristo: ;iusticia o misericordia? Examen del problema 298. Número de lecciones con- tenidas en cada parábola 308. Calmando la tempestad. El poseso de Gerasa 314-319 Por mar a la región de los gerasenos. ¿Dónde se ha de situar? 314. Jesús descansando en la barca 316; la tempestad ; petición de socorro ; Jesús increpa al viento y al mar, y éstos obedecen 317. Al día siguien- te : el poseso ; su liberación 318. La piara se precipita en el mar 318. A ORILLAS DEL LAGO Las varábolas 295-314 De vuelta a Cafarnaúm Jairo. La hemorroísa 319-321 Jesús vuelve a Cafarnaúm; recibimiento entusiasta; Jairo intercede por su hija 319; de camino a la casa: curación de la mujer con flujo de sangre 320; en casa de Jairo: resurrección de la niña 321. INDICE GENERAL XV En Nazarot Camino de Cafarnaúm a Nazaret 321. La sinagoga de Nazaret; sentimientos de los nazaretanos para con Jesús 322. Oficio del sábado en la sinagoga; Jesús lee y comenta a ísaías 323 ; «Ningún profeta es acep- to en su patria» 325. Conato de matar a Jesús: el Precipicio 326. Misión de los apóstoles Jesús envía a predicar a los apóstoles de dos en dos; tema de la predicación 327; instrucciones 327, y avisos 328. Muerte del Bautista Herodías al acecho; el cumpleaños de Herodes en Ma- queronte 329; Salomé, la danzarina del banquete 331; el relato evangélico; comentario del Crisólo- go 332. Historicidad del suceso 333. De la Pascua (marzo-abril) del 29 a la fiesta de los Tabernáculos (principios de octubre) Primera multiplicación de los panes Vuelta de los apóstoles; Jesús se retira con ellos a la soledad 333. La región de Betsaida 334. Las turbas siguen a Jesús 335; preocupación de los apóstoles; cinco panes y dos peces; la bendición de Jesús 336; cinco mil hombres, mujeres y niños comen todos a saciedad y sobra 336. Impresión del milagro 337; Jesús rehuye ser proclamado rey; hace embarcar a los apóstoles y él se retira al monte a orar. Los após- toles en lucha con la tempestad; Jesús va a ellos sobre las aguas 337; la multitud se vuelve a Cafar- naúm 3-38. ¿Una o dos Betsaidas? 338. El Pan de vida Ocasión y sitio del discurso 341. Las tres partes del diálogo: Jesús, pan de vida para los que creen en El 342; «el pan que yo daré, es mi carne; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eter- na» 343. La crisis: muchos discípulos se apartan; los apóstoles permanecen, pero uno de ellos es dia- blo 344. Hacia las tierras de Tiro y Sidón La mujer cananea Crisis en la vida aoostólica de Jesús 345; se retira ha- cia Tiro: petición de la cananea 348; premio de su fe 349. Vuelta al mar de Galilea, tocando en la De- cápolis; probable itinerario 350 321-327 327-329 329-333 333-5*41 341-345 345-351 XVI ÍNDICE GENERAL Segunda multiplicación de los panes La Decápolis; numerosas curaciones 351; el sordo- mudo. Jesús multiplica los panes por segunda vez 352. En los alrededores del Lago Dalmanuta. Disputa con los fariseos. El ciego de Betsaida. Dalmanuta ¿Magdala? 353; otras soluciones 354. En la ribera occidental : cordial recibimiento y curaciones numerosas 355; viva discusión con los fariseos: pu- rificaciones externas y pureza interior 356. Nueva petición de un prodigio celeste rechazado por Jesús 358. Por mar a Betsaida : la levadura de los fariseos y saduceos 359. Curación del ciego 360. En Cesárea de Filipo Confesión de San Pedro. Anuncio de la Pasión De Betsaida a Cesárea 360. En las inmediaciones de Cesárea: diálogo con los apóstoles, confesión de Pedro y promesa del Primado 361. Jesús anuncia por primera vez su Pasión 364; reacción de Pedro y demás apóstoles 365. Compendio de la ascética cris- tiana 3*66; «quien perdiere su vida por mí, la halla- rá» 368. Algunos de sus oyentes no morirán antes de ver el reino de Dios 369. La transfiguración El monte de la transfiguración 370. Itinerario, tiempo 372. Jesús se transfigura ante tres apóstoles 373; bajando del monte: encargo; la venida de Elias; nueva predicción de la Pasión. Historicidad del re- lato 375. Él joven epiléptico Inútiles conatos de los apóstoles por librar el poseso 376. El mal espíritu es arrojado por Jesús 377. Del Tabor a Cafarnaúm Una lección de humildad. Perdón de las injurias. La mo- neda en boca del pez De camino a Cafarnaúm 379; el mayor en el reino de los cielos; «Quien no está contra vosotros, por vos- otros está» 381; anatema contra el escándalo; el pastor y la oveja perdida 382 ; da a los apóstoles el poder de atar y desatar 383; el perdón de los her- manos: la parábola del rey generoso y del siervo despiadado. El impuesto del templo; Simón halla la moneda en la boca de un pez 385. 351-353 353-360 360-370 370-376 376-379 379-386 ÍNDICE GENERAL XVII Hacia Jerusalén Hostilidad de los samaritanos. Tres vocaciones. De Galilea a Jerusalén 386-391 La sección lucana 386. Los parientes urgen a Jesús a que suba a Jerusalén para la fiesta de los Taber- náculos ; Jesús rechaza por el momento la propuesta. Camino de Cafarnaúm a Jerusalén 389. Los samari- tanos deniegan a Jesús hospitalidad; lección de mansedumbre 390. Tres que quieren seguir a Jesús; respuestas de éste 3"90. De los Tabernáculos (principias de octubre) a ?a fiesta de las Encenias (fin de diciembre) Tima de los Tabernáculos. Vivas discusiones 392-395 Lo fiesta y modo de celebrarse 392. Ambiente de la ciudad respecto de Jesús 393. Jesús enseña en el templo; discusiones con los escribas y fariseos 394. Orden frustrada de prendimiento; observación de Nicodemo 395. La mujer adúltera 395 398 Autenticidad del relato. Jesús pasa la noche en el monte de los Olivos 395 y vuelve al templo 396. La adúltera, llevada a Jesús; Jesús da sentencia; per- dón de la pecadora 397. Jesús Fuente de aguas vivas; Luz del mundo 398-402 El agua de Siloé, llevada al templo; los cuatro cande- labros en el atrio de las mujeres 398; «Si alguien tiene sed venga a mí» ; discusión que provocan estas palabras 399; «Yo soy la Luz del mundo»; nueva dis- cusión y enseñanza altísima 400. Frustrado conato de lapidación. Tiempo y lugar de estos discursos 402. El ciego de nacimiento 403-407 Joya literaria. Jesús halla un ciego en las inmediaciones del templo y lo cura 403*. Disensiones entre los ve- cinos 404; controversia entre el ciego y los fari- seos 405; es arrojado de la sinagoga 406 e iluminado de lo alto 407. El buen Pastor 407-410 «Vine para que los que no ven, vean...» 407. Las tres partes de la parábola. El pastor en Palestina 408. La parábola 409. La misi&n de los setenta y dos discípulos 410-413 Entre los Tabernáculos y las Encenias 410. La mi- sión: instrucciones; invectiva contra las ciudades del Lago 411. Feliz resultado de la misión; gozo de los discípulos y gratitud de Jesús al Padre 412. Llamamiento conmovedor 412. XVIII ÍNDICE GENERAL Hacia Perea Probable itinerario. Perea, teatro del ulterior minis- terio de Cristo interrumpido por dos viajes a Je- rusalén 413. El buen samaritano 413-416 Jesús va a Jerusalén a celebrar las Encenias; tiempo en que se celebraban 413; camino que seguiría Jesús ; la parábola, en armonía con las circunstan- cias del viaje 414; ocasión de la parábola: la pre- gunta del fariseo; la parábola 415. Marta y María 416-420 Desvío hacia Betania 416. La «casa de Marta y María»; Betania. En casa amiga 417; Marta atareada en ser- vicio del Huésped, María a los pies de Jesús; quejas de Marta contra su hermana ; el Maestro en defensa de María 418. De las Encenias (diciembre del año 29) a la Pa- sión (marzo-abril del 30) Fiesta de las Encenias 420-422 Su institución 420. Jesús en el templo, discusiones con los fariseos: «el Padre y yo somos una misma cosa» 422; nuevo conato frustrado de prendimiento 422. Entre los discípulos del Bautista 422-424 Vuelta a Perea al sitio donde bautizara Juan; riqueza de episodios y escasez de datos topológicos y crono- lógicos; buena acogida 423. Oración del Padrenuestro 424-431 La ocasión histórica; el Padrenuestro; lugar de la escena 424. Las discrepancias entre Mateo y Lucas 426. Número de las peticiones; breve exposición de cada una 427. Relación del Padrenuestro con las ora- ciones de los judíos 430. Actividad apostólica de Jesús en Perea La sección lucana: dos partes, 11, 5-17, 10 y 17, 11-18. 14 431 ; instrucciones y parábolas agrupadas por su parecido 433. Eficacia de la oración perseverante y humilde 433-436 El vecino importuno 433; el juez inicuo y la pobre viuda 434; el fariseo y el publicano 435. Contra la hipocresía de los escribas y fariseos 436-437 Convidado por un fariseo 436. Vehementes reprensio- nes 437. ÍNDICE GENERAL XIX Importancia de la salvación y amoroso abandono en la Providencia A la ralada de la casa del f^r'cpo n^d-'ca Jesús a las turbas 437. TMo'e es^eHal del discurso: realdad probabV lqc- Hf^'n^inHqs d^l d^SCUrSO socala- das ñor t*nCftá 4?9 Fn guardia c^n+ra la lava- dura de falsea de lo* far*s*o¿: la parábola del Hóo 439: lecciones de desrvrendí^^n+o ¿39: «fnogo v'ne a traer a la tierra» 440: señales de los tiernos: ne- ces;dad de la nenitencia 441 : parábola de la higuera infructuosa 442. La muier encorvada Sábado en la sinagoga : cura Jesús a una muier encor- vada. Defensa de la licitud del milagro 442. Número de los ove se salvan La puerta estrecha : primeros v postreros 443 "Las imá- genes de la Puerta v del calino: su simbolismo v relación mutua 444; alcance de la significación 445. ¡Jerusalén. Jerusalén! Los fariseos pretenden intimidar a Jesús: Jesús ha de seguir su camino 446. Queja y triste vaticinio sobre Jerusalén 447. Curación del hidrópico. Parábola de los invitados De nuevo a la mesa de un fariseo 447. Jesús ante el hidrópico: lo sana 448; severas lecciones; la pará- bola de los invitados a la cena 449. Renuncia de sí mismo Condición para el perfecto seguimiento de Cristo: des- prendimiento y renuncia total: antes de decidirse a él, reflexionar sobre lo que exige; la sal 450. Parábolas de la misericordia La oveia perdida. La dracma hallada. El hijo pródigo 451. El mayordomo infiel. El rico epulón y Lázaro. El escándalo 454. Sentimientos de humildad: siervos inútiles somos 457. De la Perea a Betania Resurrección de Lázaro Delicado mensaie de las hermanas 458; después de dos días, hacia Betania 458. Camino 459. Marta, y luego María al encuentro del Señor. Llanto de Jenís 461. An^e el sepulcro: ¡Lázaro, ven afuera! 464. La omisión del 'milagro en los sinópticos 464. Retiro de Efrén Alarma de los fariseos 465; el consejo de Caifás 466. Resolución del Sanedrín de hacer morir a Jesús. Jesús se retira a Efrén. Camino, situación 467. 437-442 442- 44.". 443- 445 446- 447 447- 450 - 450 451-458 458-465 465-468 XX ÍNDICE GENERAL Nuevo ministerio en Perea l.os d*ez leprosos 468-469 Camino de Jesús de vuelta a Perea 468. Curación de diez leproso?: ingratitud 469. El advenimiento del reino de Dios 470-471 Pre¡?unfa de los fariseos sobre la venida del reino de Dios 470; «en medio de vosotros está» 471. Sobre la segunda venida del Hijo del hombre 471. Indisolubilidad del matrimonio 471-479 Caso de moral sobre el divorcio; las soluciones de las escuelas de Hillel y Shammai 471. La respuesta de Jesús; dificultad y probable solución 472. Jesús, amigo de los niños 479-480 La pobreza voluntaria 480-483 El joven rico; «¿por qué me llamas bueno?» 480; los dos caminos: el de los mandamientos v el de los conseios eva^g^Pcos Difícil es que los ricos entren en el remo de los cielos 481; recompensa de la po- breza voluntaria 482. Los obreros de la viña 483-485 La parábola 483; su enseñanza 485. Subiendo a Jerusalén para el gran sacrificio 485-486 Deja Jesús la Perea y marcha a Jerusalén 485; cir- cunstancias smgulares de este viaje 485. Nuevo anuncio de la Pasión 486-487 La madre de los hijos del Zebedeo 487-488 Su pedición 487; respuesta de Jesús. Lección de hu- mildad 488. Zaqueo 488-490 La Jericó de Herodes 488. El príncipe de los publícanos ; deseos de ver a Jesús 489; Jesús le pide hospedaje: la conversión 490. La parábola de las minas 490-493 Impac^er-cias mesiánicas. La parábola 491; su senti- do 492. Los ciegos de Jericó 493-494 Su curación. ¿Uno o dos ciegos? (A la entrada o a la salida de la ciudad? 493. Preludios de la Pasión Notas cronológico-mpográficas 494. Ambiente de tem- tempestad en Jerusalén 496. 9El banquete de Betania 496-499 Jesús invitado en casa de Simón el leproso; Lázaro y sus hermanas, comensales; María unge los pies del Señor 497; protesta de Judas; defensa de Jesús 498. ÍNDICA GENERAL XXI Entrada triunfal 499-505 Profecía de Zacarías. Jesús va a Jerusalén; camino 499. Dos discípulos env'ados en busca del pollino; Be+fage 50'. Triunfo imorovisado: entusiasmo de la muchedumbre 50?. Llora Jesús sobre Jerusalén; proteja de los fariseos v recuesta de Jesús 503. ¿Qué hizo luego Jesús? 504. Vuelta a Betania 505. La hinuera infructuosa 505-506 Lunes canrno hacia Jerus^én : maldice una hieuera 505 ; efecto de la maldición : fin que tenía Jesús 506. Los profanadores del templo 506-508 Repetición de la profaración 506. Arroja Jesús a los profanadores; doble expulsión 507. Morir para vivir 508-511 Unos helenos ouieren ver a Jesús 508 ; sentimientos del corazón de Cristo: «Si el ?rano de +r;co no mu^e. él solo se queda; pero si muere, mucho fruto lleva», «Qu;en ama su alma, la perderá: v quien aborrece su a^a en este mundo, para la vida eterna la guar- dará». cSi vo fuere levantado de la tierra, todas las cosas traeré a mí» 509. Incredulidad de los judíos 511-514 Razón de ella 511: fin por el que Dios la permitió; ánimo de los judíos modernos respecto a Jesús 513. Ultimas enseñanzas de Jesús 514-523 Maraes, día de intensa actividad. Eficacia de la fe 513. El bautismo de Juan 516. Las parábolas de la repro- bación: Los dos hüos 517. La viña v los viñadores 518. Las nuDCias del hijo del rev 520. Unidad de la parábola: ¿identidad o distinción con la parábola de los invitados a la cena? 523. Arteras asechanzas 524-529 El tributo al Cé'sar 524. Sobre la resurrección 526. El mayor mandamiento 527. El Mesías, hijo de David 529 Invectiva contra escribas y fariseos 530-534 Distinción entre conducta y doctrina 530. Vehementes anóstrofes 531. Lúgubre vaticmio sobre Jerusalén 53*2. Modernos defensores de los fariseos 533. El 6h0lo de la viuda ... 535-536 El gazofilacio 535. «De su pobreza echó cuanto tenía» 536. El gran discurso escatolóqico 536-550 . Jesús Dredice la destrucción del templo 537. Pregunta de Pedro sobre el tiempo y sedales del cumolimien- to. La respuesta de Jesús: discurso escatológico o apocalipsis sinóptico; doble obieto sobre que versa 538; opiniones divergentes 53"9; partes 540: obieto sobre que versa cada una 540; la «gran tribulación» 541 ; la forma literaria 543. Exposición según la for- XXII ÍNDICE GENERAL ma de San Lucas: aviso preliminar: no os deiéis se- ducir 544: el fin de Jerusalén 545; catástrofe final 546: «no pasará esta generac'ón sin que todo se hava verificado» 547: la parusía en San Mateo 549; «de die illo vel hora nemo scit» 550. Varias varíbolas 551-557 Los siervos fiel e infiel. Las diez vírgenes 551. Los ta- lentos 555. El juicio final 558-559 La traición de Judas 560-562 El Sanedrín acuerda dar muerte a Je^ús; desacuerdo cuando al momento 560. Judas se ofrece a entregar- lo 560. Juicio acerca de Judas 561. LA PASION Preparativos vara la última cena 563-574 Jesús envía a P°dro v Juan a nreparar la Pascua 563. Se desude Jesús de los de Betania 565. Sitio del Ce- náculo. El venerado hov como tal. garantizado por trad'^'ón antiquísima 565. ¿Fué el lugar del tránsUo de la Virgen y la casa de Juan Marcos? 567. Vicisi- tudes del santuario. Manera de celebrar la Pascua 568. ¿Qué día se celebró la cena pascual?; aparente contradicción entre los sinópticos y San Juan 569; solución positiva probable 571. La cena 574-576 Pat¿t;eo exordio 574. Altercado entre los apóstoles. Modo de ponerse a la mesa en tiempos de Jesucris- to 575. Jesús corta la discusión 576. El lavatorio de los pies 576 El traidor 578-580 Anuncio de la traición 578. Sale Judas del cenáculo 579. ¿Recibió Judas la comunión? Institución de la Eucaristía ... 581-583 Las ralabras de Cristo expresivas de la transubstan- ciac;ón del sacrificio 581 v de la institución del sacerdocio 581. Interpretación protestante; su fal- sedad 582. El gran discurso después de la cena 581-602 Avisos de Jesús: El mandamiento del amor 583; pre- sunción de Pedro 585; palabras de consuelo 586; el don de la paz 589. ¿Cuándo salió Jesús del ce- náculo? 590. ¿Pronunci-ó realmente Jesucristo el dis- curso de los ce. 15-16 de San Juan v en las circuns- tancias señaladas por él? 591. La vid mís+ica 593. El precepto de la caridad fraterna 594. El odio del mundo contra los discípulos de Jesús 595. La obra del Espíritu Santo 596. De la tristeza presento ni gozo futuro 597. Oración sacerdotal 598. INDICE GENERAL XXIH Las agonías de Cetsemaní 603-612 Del cenáculo a Getsemaní 603'. Triste predicción 604. El huerto de los Olivos 605. En el huerto: recomen- dación 606; «triste está mi alma hasta la muerte»; oración; sudor de sangre 607; confortado por un ángel 609; al encuentro de los enemigos 610; «ésta es vuestra hora» 611; fuga de los apóstoles 612 En los tres tribunales 612-624 Palacios de Anás y Caifas 612. El pretorio; su situación probable 614. La vía dolorosa 617. El Sanedrín: sus miembros; lugar en que se reunía; sus atribucio- nes 618; origen 620. Anás 621, Caifás, Poncio Pi- latos 622. Ante Anás y Caifás 624-636 Jesús es interrogado por el antiguo pontífice; respues- ta e indigna sanción 625. Es llevado a Caifás; difi- cultades del relato de San Juan 626; solución 627; razón positiva a su favor 628. Ante el Sanedrín en casa de Caifás: insuficiencia de testigos 629; adjuración del pontífice y solemne declaración del reo ; su condenación como blasfemo 630. Insultos y tormentos 631. La «legalidad» del proceso de Jesús 632; vicio intrínseco del mismo: la falta de buena fe 635. Las negaciones de Pedro 636-639 Las negaciones 636; penitencia 638. Orden y número de las negaciones 638. Desesperación de Judas 640-643 El valle de Ben-Hinnom; Hacéldama 640. El relato en San Mateo y en San Lucas 641; la cita de Jere- mías 642. Ante Pilatos 643-648 Nueva reunión del Sanedrín; confirmación de la sen- tencia 643; ¿una o dos reuniones? 644. Conducido a Pilatos; se entabla el juicio 645; Jesús Rey 647. Pilatos proclama la inocencia del reo 648; insisten- cia de los acusadores 648. En el tribunal de Herodes 648-650 Jesús es llevado a Herodes; silencio de Jesús y ven- ganza de Herodes 648. ¿Por qué fué remitido Jesús a Herodes? 649. ¿Por qué Herodes no dió senten- cia? 650. Autenticidad del relato 650. Otra vez ante Pilatos 651-662 Nueva prociamación de inocencia. ¿Jesús o Barrabás? 651. Aviso de la mujer de Pilatos 652. Jesús pospues- to a Barrabás 653. Nuevo arbitrio del presidente: la flagelación 654. Coronación de espinas 655. «Ved ahí al hombre» 657. Ultimas resistencias de Pilatos 658; triunfo de los judíos 659; sentencia de muerte. Responsabilidad de los judíos en Ja muerte de Cris- to 660. XXIV ÍNDICE GENERAL Crucifixión y muerte 662-678 Autenticidad del Calvario y del Santo Sepulcro 662. Solución de las dificultades 664. Forma de la cruz 670 Número de los clavos. Modo de llevar la cruz y de la crucifixión 672; hora 674. Camino del Cal- vario 675. Preparativos. Es crucificado Jesús 677. La inscripción 678. En la cátedra de la cruz 678-689 Primera palabra 678; segunda 680; tercera 682; cuar- ta 684; quinta, sexta, séptima 686. Jesús muere en la cruz. La lanzada y el divino Corazón 687. El sepelio 689-698 José de Arimatea; pide el cuerpo de Jesús 689; se dispone a enterrarlo con Nicodemo 689. Los sepulcros judíos 690. Entierro; particularidades deducidas de los relatos evangélicos 692. Temores de los judíos: la guardia en el sepulcro 697. VIDA GLORIOSA Las apariciones 694-73*8 El triunfo de Cristo sobre la muerte 699. Los sinedri- tas ante la resurrección 700; imitadores posterio- res 701. Las apariciones 707-738 Aparición de Jesús a su Santísima Madre 704. Las san- tas mujeres: van al sepulcro y lo hallan vacío 706; Magdalena se vuelve a dar la noticia a Pedro y Juan 707; los dos apóstoles van al sepulcro 708. La Magdalena: vuelve al sepulcro y se le aparece el Señor 709; mensaje a los apóstoles 711; aparición a las otras mujeres. Orden de estas apariciones 712. Los discípulos de Emaús 714; la aparición 719. Primera aparición en el Cenáculo 722. Segunda apa- rición en el Cenáculo, presente Tomás 723. Aparición de Jesús en el mar de Galilea; la aparición 724; sitio donde tuvo lugar: el Heptapegon; la «mensa Christi» 726; la pesca milagrosa; Juan y Pedro 729; el almuerzo en la playa 731; colación del Prima- do 732; la futura suerte de Pedro 735. Aparición en un monte de Galilea 737. Ultima aparición y Ascención a los cielos 738-740 La promesa del Espíritu Santo; todavía con ideales nacionalistas 738. La Ascensión 739. Algunos de los pasajes evangélicos que ofrecen especial di- ficultad 741 Indice alfabético 743 Mapas y diseños 761 i INDICE DE LOS GRABADOS Pigs. Nazaret (Pontificio Instituto Bíblico) 4 Ig^sia de la Anunciación (Matson) 6 Diseño de una antigua casa (Carsi) 12 Sendero de Nazaret a la llanura de Esdrelón (P. I. B.) 22 Camino de Nazaret a Ain Karim (P. I. B. : Sénés) 23 Ain Karim (P. I. B. : Padolski) 24 Santuario de la Visitación 27 Pozo de los Magos 40 Sepulcro de Raquel 41 Belén (Albina) 43 Gruta de la Natividad (P. I. B. : Sénés) 45 Interior de "la bas'lica constantiniana 46 Reg;ón de Belén (P. I. B.: Sira) 48 Diseño del Templo de Jerusalén 58 Antiguo palacio de Herodes (P. I. B. : Sira) 61 Hacia Belén 64 Camino de Belén a F?*;pto (Carsi) 68 F-rodión (P. T. B. : Sénés) 72 Rabino con su discípulo 79 PTano de Nazaret (P. I. B. : Sénés) 82 Molino a mano 84 Fuente de Nazaret (Preiss) 85 Desierto de Judá 95 Región inmediata al N. d^l Mar Muerto 97 Desierto de S. Juan (P. I. B. : Sira) 98 Monasterio de S Juan 102 Ceremonia de los griegos en el Jordán I1 2 Sitio del bautismo de Jesús (P. T. B.) 122 Restos de una antigua iglesia en Betabara 123 Camino de Nazaret al sitio del bautismo 124 Monasterio de San Juan en la Cuarentena 127 Angulo sudeste en la exornada del templo (P. I. B. : Sira) ... 131 Angulo sudeste del templo visto desde el sepulcro dicho de Santiaco e1 Menor 133 Caná de Galilea 151 Puerto de Cafarnaúm (Road) 162 Lago de Genesaret 164 Llanuras de Genesaret 166 Diseño de los tres caminos de Nazaret 173 Mezquita de Ornar 180 Ain Beda (P. I. B. : Fernández) 197 XXVI ÍNDICE DE LOS GRABADOS Pdgs. Pe*ra 200 Reír'ón de Siouén 206 Nanlusa CP. I. B. : Sira) 208 P^zo de Jacob 210 Mon+e Garizim 211 Sacerdotes samaritanos (Road) 214 Fpntaoeffon 217 Pecina de Betesda 221 In+erior de la niscina «"Padres Blancos) 222 Fesión al sudes+e de Cafarnaúm 23*2 Tirando de las redes 234 Oarn Hattin 249 Familia de beduinos , 261 Calino de Cafarnaúm a Naím 276 Mácala 284 A orinas del Lago 295 Hiñóos ... 315 irPi*PC'"itó<;é cohre el lago un viento huracanado» 317 S^Qffnpa río Na^aret 324 Olle de Na^aret 3*5 Maoueronte 330 CSnqTnCTp r1o r^f amafim (P. I. B.) 342 Fp^'ón de Tiro v Sidón 346 En los alrededores d^l la?o 3*54 Fvpn*e ^°1 Jordán CP. I. B.: Fernández) 361 M^nte Tahor fRoad) 371 rnrrtíno de Clarea de FíVtío al Tabor 372 FnqHVa r?«i Tpbor co i. b. : Sira) 378 N*Wlusa CP. T. R . sira) 3Q9 ]\/rr,nte rl» lo 641 El llamado Arco del Ecce Homo (Albina) 658 Santo Sepulcro (Albina) 681 Iglesias de los armenios católicos (P. I. B. : Sira) 676 Interior del Calvario (Albina) ... 679 Altar de la Crucifixión (Albina) 681 Interior del Santo Sepulcro 690 Antiguo sepulcro con piedra giratoria (P. I. B. : Sira) 707 Vestíbulo del Santo Sepulcro 710 Caminos de Jerusalén a Amwas y el-Qubeibeh 713 Antigua basílica de Amwas (Bosch) 714 El-Qubeibeh 715 Mar de Tiberiades (Raad)) 726 Et-Tabgha 727 Heptapegón (P. I. B.: Murphy) 728 Mensa Christi (P. I. B.: Sira) 730 Rebaño de ovejas junto al Pont. Inst. Bíblico (P. I. B. : Sira). 734 Basílica de San Pedro 736 AL LECTOR C sta segunda edición sale considerablemente aumenta- " da, sobre todo en lo que se refiere a las Bienaventu- ranzas, a las Parábolas y a la Pasión, sin contar numerosas adiciones de menor importancia. Siguiendo el parecer de personas autorizadas, nos hemos decidido a suprimir las citas tomadas de las excelentes obras del cardenal Gomá y del P. Vilariño. Como hicimos, a la manera de compendio, una edición popular, editada por la Editorial «Obra Cultural», de Barcelona, hemos creído poder, sin inconveniente, acentuar el carácter científico de la presente edición. Atendiendo a los deseos de varios reverendos señores sacerdotes y también de seglares instruidos, hemos insistido en la interpretación de los textos evangélicos que ofrecen alguna mayor dificultad. En la Introducción hallará el lector algunas modificacio- nes y numerosas ampliaciones. Hemos refundido el bosquejo geográfico a fin de quitarle su carácter esquemático y su consecuente aridez. En el histórico nos hemos extendido qui- zá más de lo que convenía a una justa proporción al descri- bir los recientemente hallados documentos de Qumran; por de pronto, por la gran importancia del nuevo hallazgo y, además, porque ellos proyectan en cierto modo una nueva luz sobre el ambiente cultural-religioso del judaismo en tiempo de Nuestro Señor. Sobre los Evangelios no hemos juzgado oportuno, como ya decíamos en el Prólogo de la primera edición, tratar de su autenticidad ; pero algunas observaciones nos hemos permitido sobre el carácter propio y peculiar de cada uno de los cuatro evangelistas. Finalmente hemos ampliado notablemente la cronología, justificando con alguna extensión las fechas y el orden de los acontecimientos que sólo habíamos indicado en la primera edición. Permítasenos reproducir aquí algunos párrafos del Prólo- go de la primera edición Como el conocimiento de la topografía es de grande ayu- XXX AL LEClÚK da para seguir con más vivo interés a Nuestro Señor en sus correrias apostólicas, por esto nos detenemos en señalar los caminos e íaentificar ios sitios, juzgando que tales descrip- ciones y discusiones no son mero paouio ae cunosiüaa, sino lo que tal vez pudiéramos llamar justas exigencias de una pieaad ilustrada: ninguno ae ios sitios visitados por Jesús pueae dejar de tener ínteres para tcoo corazón amante del baivaoor. i aun deseamos que la topugrana de Tierra Santa, en rexacion con la actividad apostólica ae Jesucristo, Sea en cierto moao como ia ñuta característica ae e¿>te noro. ue proposito aamos muena mayor ampntua a la exposi- ción que a ia con ir o ver &ia. mas que a rexiuar errores — tarea por io uemas muy lauaaoie y aun necesaria en su tiempo y lugar — , miramos a presentar positivamente ia veraaü de tai suerte que orme su oeneza a ios ojos aei lector. ü¿stü, sm em- bargo, no quiere decir que renunciemos ai aerecno ae vin- aicar, cuando 10 creamos oportuno, ia mstoricioad de ciertos hecnos o 10 Dien iunuado ue ciertas interpretaciones contra ios ataques oe ios incrédulos. Por no ernoara¿ar ia lectura corrida del libro con por- menores que pudiéramos, en aigun modo, cannear ae se- cundarios, nemus impreso en tipo menor algunas pocas dis- cusiones, que sin inconveniente poara saltar el lector para quien oirezcan menor ínteres. Uin vez ae reservarlos en ior- mas üe notas para el tin aei volumen, juzgamos que resul- taba más ventajoso, por varios motivos, incluirlas con títu- los diversos üentro ael texto mismo. En cuanto a la geograiia, al principio de cada capítulo, o siquiera muchos ae eiios, se inaica el mapa que, de entre los que van al fin del volumen, conviene consultar. Ade- más, para mayor claridad y, por decirlo así, tangibilidad de las noticias geográücas que en el decurso del libro se dan, hemos intercalado en el texto vanos diseños, por los cuales será fácil seguir a Nuestro Señor en sus viajes apos- tólicos. Debo expresar mi más viva gratitud al P. Henri Sénés, del Pontificio instituto Bíblico de Jerusalén, que con grande abnegación y singular acierto diseñó los cinco mapas que van al fin del volumen, y al H.J José Sira, que me hizo numerosas y excelentes fotografías; como también al P. José María Bover, que revisó el manuscrito y me hizo muy útile^ sugerencias, y al P. Luis Brates, quien con tanta caridad quiso tomar no poca parte en la corrección de las pruebas. NOTAS BIBLIOGRAFICAS No pretendemos dar una bibliografía propiamente dicha, enhilando una larga serie de autorss (éstos se irán viendo en el decurso de la obra). Haremos más bien, sobre unos pocos libros, breves observaciones, que pusdan tal vez ser- vir de alguna orientación. Schürer (Envl): Geschichte des jiidischen Volkes im Zeitalter Jesu Chrísti ídritte imd v'erte Auflage). Leipzig. 1901. Es la edición que nosotros citamos. — Consta de tres volúmenes. En el primero da el autor la historia del pueblo iud-'o desde el aro 175 antes de Cristo basta el año 135 desDués de Cristo. En el segundo habla de la organización del pueb1© judío: sus instituciones, sus ideas, su lengua. El tercero cont;e^e un tratado sobre la diasnora: y sobre todo la literatura de los judíos en la é^oca de oue se trata. Es. s'n disputa, el libro más comDleto en su género. Información abundantísima v bebida directamente en las fuentes. El autor es protestante, pero moderado y respetuoso. Fftttn f.Toseohl • NeutestamentVche G°^ch^chte. oder Judentum und Heidev+v-m mr ZeH Christi und der Avostel (z-veite und dritte Auflage>. Regensburg. 1925. — Pertenece, como el mismo título ya indica, al pénero del anterior; pero se diferencia bastante de él. pues, aunoue no consta sino de dos volúmenes, la materia que abra- za es de mavor extensión. Primer volumen. — Historia política de los jud'os desde el año 63 a. C. basta el año 135 p. C. — Organización social e instituciones Prosélitos Literatura. Senundo volumen. — Tdeas religiosas de los jud''os. — Organización del inrroerio romano en el primer s;glo de la era cristiana. La socie- dad y la religión en el mismo. El autor del libro es sacerdote. Holzmetster (Urbanus^. S. I.: Historia actatis Novi Testamenti (editio alteraV Pomae. 1938. — Se mueve en el mismo ambiente de los dos anteriores, ñero es bastante más br^ve: consta de un solo volumen, aue se divide en dos partes: D Historia poHtica de los judíos desde el año 37 a. C. hasta el año 70 o. C. (familia h^rodia- na: procuradores romanos: guerra del 70: Decápolis\ 2*> Vida re- ligiosa de los jud'os ("instituciones, sectas, sinagogas"» — Es muy recomendable esta obrita por su exactitud v su abundante erudición. • Huelffa advertir oue la fuente principal de estas tres obras es Josefo Flavio, Antigüedades de los judíos y Guerra de los judíos. Idem: Chronologia Vitae Christi. Romae, 193?. Hermann L. Strack und Paul Bt.lerbeck : Komrncntar zum JVeuen Tes'nment aus Talmud und Midrasch. Miinchen. 1922. — Los xxxn NOTAS BIBLIOGRÁFICAS tres primeros volúmenes abrazan los evangelios, las epístolas y el Apocalipsis. El cuarto volumen, dividido en dos partes, contiene njmerosos excursus sobre puntos de smgular importancia. — Es obra verdaderamente monumental. Claro está que en esa ingente multitud de citas de la liferatura rabfnica las hay de poca o ninguna utilidad; pero no hav duda que este libro sirve a maravilla para conocer, aun en sus menudos pormenores, el medio ambiente judío en su relación con el Nuevo Testamento. Naturalmente, no ha de olvidarse que los autores son judíos, los cuales es muy difícil que se hayan despojado de todo prejuicio. Danby (Herbert) : The Mishnah, translated from the hebrew with introduction and brief explanatory notes. Oxford, 1933. — Es una edición manual muy cómoda, con buenos índices. las notas son breves, pero claras y muv oportunas. Uno de sus capítulos es. el célebre tratado Aboth, o Pirke Aboth, donde están reunidas senten- cias o máximas de los ancianos rabinos. Dalman (Gustav>: Orte und Weae Jesu (3*. erweiterte und ver- besserte Auflage>. Gütersloh, 1924. — Como se ve por el mismo título, el autor tiene muy en cuenta la to^oeTafía. Es protestante, pero moderado: hace una buena defensa de la autent;cidad del Calvario y del Santo Sepulcro. La obra está traducida al francés y al inglés. Id^m: Jesus-Jeschua: Die drei Sprachen Jesu. Leipzig, 1922. — Es libro intererante. Con todo, no se olvide aue el autor es protestan- te, bien que conservador. Contiene un muv substancioso tratadito (po. l-25> sobre la lengua usada por Jesucr;sto (era la aramea; el gnego. emr>ero. era bastante conocido en Palestina"), y una colec- ción de proverbios usados por Jesús, y también por el pueblo judío (pp. 200-214). LiofanCxF (P. M.-J.>:Le messtamsme chez los jutfs (150 av. J.-G. á 200 ap. J.-C >. París, 1909. — Es uno de los libros oue mejor pueden server para conocer las 'deas mes:ánicas de los judíos en 3a época que abrara Para dar una id°a de la noue*a de su contenMo. lo meíor será copiar los t-'tulos de las var?as pactes en ove se d;v'de: 1> "Fl mes;anismo se?ún los escH+ores indios helaníst;c»s (Josefo, F'Món\ 2^ Las ideas apoca'íntíras i'i^fas 0:bY"> d*3 HQ^nc. TV Fc^as, libros sibilinos. efc.\ 3^ E.1 mes'anismo sQeún el fariraísmo rabfnico. 4> El mesiamsmo en agrión (ac+itud del i"da's*""o respeto de los gentiles: nror»a?anda iudía l^s prosélitos: actitud del rabínismo para con el cr'stfanf smo ; los indios en Arabia). Ta^b'én Prhfírer y Felten consagran muchas páginas al mesia- nismo de los ludios. No nos de+erdremos en reseñar las Vidas rfp N. S. Jesucristo, p"es ""as m*s r^c-'^tos s^n b'^n conocidas on E^nqvía ; Fillion, Prat, Lebre+on R-'cc'^ti. Na^s dT;*^n<: ^<-> plíriío Rajado. D° FMVon c'ta^os la t^a^-'cr'ón es~a*ola. "036: Prat la 5.* ed'e'ón francesa. 1f^33: d° Leb^e^n la traducción española, J933; de Ricciotti, la 4.a edición italiana, 194Q. ALGUNAS ABREVIATURAS AASOR — Annual of American Schools of Oriental Research. Ant. = Josefo Flavio, Antiquitates judaeorum. BASOR Bulletin of American Society of Oriental Research. Bell. Jud. Josefo Flavio, Bellum Judaicum. Bib. = Bíblica. BZ Biblische Zeitschrift. Est Bibl. = Estudios B'blicos. Est. Eccl. Estudios Eclesiásticos. JPOS = Journal of the Palestine Oriental Society. Knab. Knabenbauer. Lagr. Lagrange. Nouv. Rev. Théol. = Nouvelle Fevue Théologique. PJB = Pa'astinajahrbuch. PEF Palestme ExDloration Fund. PG = Patrología griega de M'gne. PL = Patrología latina de Migne. Quart. Stat. = Palestme Exploration Fund. Quaterly Sta- tement. RB = Revue Biblique. Rev. Se. Reí. = Revue des Sciences Religieuses. Rev. Se. Phil. et Theol. = Revue de Sciences Philosophiques et Théo- logiques. Str. Bill He^mann L. Strack und Paul Billerbeck. Ko^mentar zum Neuen Testament aus Talmud und M;drasch. ZATW Ze't^cbrift der alttestamentlichen Wissen- schaft. Z. f. Kath. Theol. Ze*tsc*rift für Katholische Theologie. Verb. Dom. Verbum Domini. Ain. Fuente. DJ. Djebel. Monte. Khan. Ho«5*al. posada. Kh. Khirbeh. Ruina. Sheikh. Ch^ico o jefe dp beduinos. Tell. Montículo artificial. W. Wadi. Torrente, valle INTRODUCCION BOSQUEJO GEOGRAFICO DE PALESTINA Nombre. ¡Quién nunca imaginara que la tierra ocupada por el pueblo de Israel vendría a ssr generalmente conocida por el nombre de los que fueron sus más encarnizados enemi- gos! Porque Palestina — Filistia es «región de los filisteos»; ds los incircuncisos que se establecieron en el sudoeste de Canaán. Pero en la Sagrada Escritura la denominación co- mún y ordinaria es Erets Israel, o Admat Israel = Tierra de Israel (1 Sam. 13, 19; Ezequiel 7, 2); denominación que, un tanto abreviada, ha revivido con el establecimiento del nuevo Estado judío: Israel. Llamóse también Tierra de los hebreos (Gén. 40, 15), y Tierra de Promisión, o Tierra Pro- metida (Hebr. 11, 9) por razón de la promesa que de aquella tierra había hecho Dios a los Patriarcas (Gén. 13, 14 ss.). Topografía, Se ha dicho, y con razón, que Palestina es el país de los contrastes. Por de pronto resalta ya este carácter en la in- mensa desproporción entre lo reducido de su extensión te- rritorial y la amplitud de su moral grandeza. Desde las raíces del monte Hermón, al norte, hasta el Negeb, al sur; o, según la fórmula clásica, de «Dan hasta Bersabee» (1 Sam. 3, 20), no hay, en línea recta, más de 240 kilómetros. La superficie de la Palestina cisjordánica es de unos 15.643 km2, y de la transjordánica, de 9 481 km3; de suerte que todo el conjunto comprende 25.124 km2 ; menos que Bélgica (29.459), no mucho más que la sola provincia de Badajoz (21.647) y casi exactamente como Sicilia (25.700). Mas por su grandeza moral está muy por encima de todas las naciones del mundo. En este insignificante pedazo de tierra puso Dios los ojos para hacerlo morada de su pueblo esco- gido ; en él quiso nacer, vivir y morir el Verbo de Dios hecho 2* BOSQUEJO GEOGRÁFICO hombre; en él se cumplieron los sacrosantos misterios de nuestra redención; de él se irradió la divina luz que rasgó las tinieblas en que yacía envuelta la humanidad: es el País de Jesús; es por antonomasia la Tierra Santa, Ese acentuado contraste aparece en la misma configu- ración física del país. En dirección de este a oeste cuatro zo- nas se distinguen, entre sí diversísimas: la Araba, la re- gión montañosa, la Shefela, la orilla del mar (Deut. 1, 7; Jos. 9, 1). La Araba es la profunda hendidura que separa la región cisjordánica de la transjordánica, y se extiende desde la Aqaba hasta el mar Muerto (Deut. 2, 8), y desde éste hasta el lago de Genesaret (Deut. 4, 49). El Monte es la sección media, el espinazo que corre de norte a sur, y toma varios nombres, como monte de Judá (Jos. 2, 21), de Efraín, de Neftalí (Jos. 20, 7). La Shefela es la región occi- dental, cubierta de no muy altas colinas, que va bajando como en ondulaciones desde los altos montes hasta la orilla del mar. Esta división mira sobre todo a la mitad meridio- nal de Palestina. Abarcando de un golpe todo el conjunto del país podemos ver que tres zonas, de todo punto distintas, ora ensanchán- dose, ora encogiéndose, corren paralelamente, sin nunca con- fundirse, desde el majestuoso monte Hermón hasta las modestas colinas que van a perderse en el Negeb. La zona oriental, en cuyo extremo norte brotan las fuen- tes del Jordán, empieza por dilatarse en una llanura ovalada de gracioso aspecto, en cuyo lado este descansan lab tran- quilas aguas del diminuto lago el-Hule, conocido también, erróneamente, por el nombre de «Aguas de Merom». A los 15 kilómetros queda el valle interrumpido por el lago de Genesaret, cuya superficie se halla a 208 metros bajo eJ nivel del mar, y en cuyo lado occidental se extiende la llanura homónima, llamada hoy día el-Ghuwer, de 5 km. de largo por una anchura máxima de 4 km. Al sur del lago empieza lo que se llama el Ghor. Es el valle del Jordán, que tiene en este punto no más de 5 km. de anchura, y que luego, ligeramente estrechándose o alargándose, alcanza en Jericó hasta 20 km. En una distancia de 105 km en línea recta, desde el lago de Genesaret al mar Muerto, desciende el Jor- dán 186 metros. Mas la longitud del río, con sus continuas vueltas y revueltas, alcanza a poco más de 300 km. El mar Muerto, llamado también Mar de la sal (Jos. 18, 19) tiene una longitud de hasta 80 km., con una anchura máxima de topografía 3* 16 km. y una profundidad, en la parte superior, de casi 400 metros, y da 6 a 10 metros en la inferior, separadas las dos secciones, muy desiguales en extensión, por la Lisán. lengua de tierra que se adelanta a los pies de Kerak. La superficie se halla a 392 metros bajo el nivel del mar. En el extremo sur se levanta Djebel üsdum, donde la fantasía popular ciee ver aún a la mujer de Lot convertida en estatua de sal, mientras que al este, hacia el norte, se yerguen las rumas de Maqueronte, donde por mandato de Herodes Antipas fué degollado el Bautista (Mt. 14, 3 ss. ; Josefo, Ant. XVIII, 5, 2). No pocos autores creen que las ciudades nefandas cié Sodo- ma y Gomorra (Gén. 19) yacen sepultadas bajo las aguas de ese mar, en cuyas agrestes y solitarias cercanías parece pesar una maldición divina. La zona media es la serie de montes que en continua sucesión van corriendo de norte a sur, cortados a trechos, y a veces sólo parcialmente, por wadis o llanuras. De estas la principal es la gran planicie de Esdrelón. con sus 250 ki- lómetros cuadrados, que, dándose la mano con la de Acco al noroeste y la de Jezrael al este, constituye el corte que separa los montes de Galilea de los de Samaria. Más redu- cida, pero muy tertil y de graciosa forma, es la Sahei Askar, que se extiende al este de Siquen, y es la que contemplaba Jesús cuando decía a los apóstoles: «Mirad los campos que están ya amarillas para la siega» (Jn. 4, 35). Los mentes principales por su altura o por su carácter histórico son Dj. Djermaq (1.200 m.), el más elevado de toda Palestina, en el conLn de la Galilea superior y la inferior; el Tabor (562 m.); ei-Muchraqa, o monte del Sacrificio (o52 m.), en la cordillera del Carmelo; Djebel Fuqua, o montes de Gelboe (518 m.) ; Djeoei Esiamiye, o monte Eoal {9¿8 m.), y Djebel et-Tor, o monte Ganzim (8t8 m.), a uno y otro lado de Siquén ; el-Asur, o Baal Hasor (1.011 m.), poco al norte de et-Taiyi- be = Efrén ; Nebi Samwil (195 m.), al noroeste de Jerusa- lén; Monte de los Olivos (812 m.) ; Sirat el-Bella (1.027 m.). al norte de Hebrón. La zona occidental, que viene a ser la costa mediterránea, se prolonga desde Kas en-Naqura, o Scala Tynorum, hasta Egipto; y se divide en cuatro secciones: La gran pianicie ae /ícco, que hasta la punta del Carmelo mide unes óo km., y en algunos puntos se aoentra hacia el este no menos de lá kxn. ; con ia gran bahía oe 15 km. de longitud, guardada en sus dos extremidades por las dos ciudades de Acco, o San 4' BOSQUEJO GEOGRÁFICO Juan de Acre, y Haifa. La llanura de Sarón, como apretada en su principio entre la cordillera del Carmelo y el mar, se va poco a poco dilatando hasta que a la altura de Cesárea alcanza unos 15 km. de anchura, y mayores proporciones va tomando a medida que avanza hacia el sur. Son imponentes hoy todavía las ruinas del castillo de Atlit, Castellum Pere- grinorum, último baluarte de los Cruzados; y en Qaisariye (Cesárea) quedan aún vestigios de la magnificencia de la ciu- dad que Herodes levantó en honor del César; que fué más tarde residencia del procurador romano y prisión del apóstol San Pablo (Act. 23, 33). A continuación se extendía la She- fela, entre los montes de Judá y la orilla del mar, con sus ciudades de Lidda, Emaús, Beit Djibrin = Eleuterópolis y, en parte por lo menos, el país de los filisteos. Finalmente el Negeb, región árida, con la célebre ciudad de Gerara, en cuyas cercanías habitó Abrahán (Gén. 20, 1 ss.), y que se prolonga hasta el Torrente de Egipto = Wadi el-Arish. Más pormenores geográficos se darán en el decurso de la obra. División de la Palestina al tiempo de Jesucristo. Herodes el Grande dejó, al morir, dividido el reino entre tres de sus hijos: a Arquelao, la Idumea, la Judea y la Sa- maría, con el título de rey (que no le fué confirmado en Roma, siéndole sólo concedido el de etnarca); a Herodes Filipo, la Batanea con la Gaulanitis, la Traconitis y la Au- ranitis, con el titulo de tetrarca; a Herodes Antipas, tam- bién con el título de tetrarca, la Galilea y la Perea (Ant. XVII, 8, 1). Judea, Samaría, Galilea El límite entre Judea y Samaría fué variable : al tiempo de Josefo pasaba por Corea = Kerawa, en el valle del Jor- dán, cerca del vado ed-Damiye (Bell. Jud. 1, 6, 5); subía por Anuat-Borkeos = 'Ain Berqit, unos 16 kilómetros al sur de Naplusa (III, 3, 5), y bajaba probablemente no lejos de Antípatris. El límite entre Samaría y Galilea debía de cru- zar la llanura de Esdrelón, puesto que Josefo en Bell. Jud. III, 3, 1, atribuye a Galilea Kesalot = Iksal, que está al norte de dicha llanura, y en III, 3, 4, incluye en la Samaría Ginea = Djenin, en el extremo sur de la misma. En este DIVISIÓN DE PALESTINA último pasaje dice explícitamente que la Samaría «empieza en Ginea (Djenin) y termina en la toparquía de la Akra- batane». La Galilea se dividía en suverior e inferior (Bell. Jud. m. 3, 1) ; la l'nea divisoria corría muy probablemente — de este a oeste — desde W. el-Amnd. poco al sur de Safed. por Keír lAnan, el gran valle esh-Shaghur, hasta .Acco. Es una división indicada por la conformación misma del terreno. Perea La Perea, como indica su mismo nombre, acuñado por Josefo, Bell. Jud. III, 3. 3, era la región puesta del otro lado del Jordán; cuyos límites, según el mismo Josefo (ibíd.), eran: al sur, Maqueronte: al norte, Pella: al este, Filadelfia (Ammán) ; al oeste, el Jordán. Su capital era Ga- dara (Bell. Jud. TV, 7, 3), que ha de identificarse aquí no con Umm Keis, junto al Yarmuk, sino con es-Salt (ciudad, por consiguiente, que no es la Ramoth Galaad, sino más bien Gador). La Decápolis Mencionada en el Nuevo Testamento (Mt. 4, 25; Me. 5, 20; 7, 31), era un grupo de ciudades helenísticas, a distan- cia unas de otras, que dependían directamente de la autori- dad romana. Varias habían sido sometidas por Alejandro Janneo al dominio judío (Ant. XIII. 13, 3), pero fueron libertadas el año 64 a. C. por Pompeyo (Ant. XIV. 4, 4). No cabe decir con certeza si existía entre ellas un vínculo político, y por consiguiente si se trataba de una verdadera confederación. Al principio eran diez, de donde el nombre de Decárjolis: pero luego se añadieron otras, llegando hasta el número de catorce (hay quienes lo aumentan todavía más). Todas se hallaban en la Transjordania. excepto Scitó- poli.s. Sus nombres eran los siguientes: Damasco; Hippos, las ruinas de Qal 'at el-Hosn, frente a Tiberades. del otro lado del lago; Gadara el actual pueblo de Umm Keis. en la eltura que domina el Yarmuk : Pella (=Kh. Fahil), más hacia el sur, en el límite septentrional de la Perea (Bell. Jud. TU. 3, 3); Gerasa. las actuales imponentes ruinas de Die 6' BOSQUEJO GEOGRÁFICO rash; FiladeWa. la antigua Rabbath Ammon. hoy 'Ammán, capital de la Transj^rdania ; Rafana (= er-Rafe), cerca de Karnaim; Canata (Kanawat), no lejos de er-Rafe; Caví- folias, el actual Beit er-Ras, no mucho al norte de Irfrd ; Ahila (= Tell Abil), unos ocho kilómetros al norte de* Beit er-Ras y unos dieciocho kilómetros al este de Gadara ; Adra, la actual Dera, una de las caoitales del reino de Og ; Dion, de cuya situación nada se sabe con certeza; se la localiza en Eidum, dentro de los límites del Adilun, en el-Hosn, en Tell el-Ash-ari ; Samulis, de la cual nada se conoce sino el nombre; Scitópolis, la única en la Cisjordania, y que es la actual Beisán, frente a Pella. Fertilidad. En cierta ocasión, balando con varios peregrinos por el desierto de Judá hacia el mar Muerto, de pronto una joven, volv;éndose a quien esto escribe, le diriee esta pregunta: «Padre, ¿es ésta la tierra de la cual se dice que mana leche y miel?» Y en su tono dejábase sentir un cierto aire de in- genuo escepticismo. El mismo sienten, sin duda, aunaue no lo expresen, cuan- tos cruzan no sólo el desierto de Judá, que con su mismo nombre ya dice ser terreno inculto e improductivo, sino tam- bién los montes de la Judea, áridos y pedregosos, sin árboles, sin vegetación, calcinados ñor los ravos del sol. ;.Cómo pudo el Señor decir a Moisés : «Baié para librar al pueblo de mano de los egipcios y arrancarlo de esta tierra, y llevarlo a otra tierra buena y espaciosa, a un país que mana leche y miel»? (Ex. 3, 8). Piensan algunos que a los hebreos les pareció fértil esta tierra en comparación del desierto, por donde con tantas pena- lidades habían estado peregrinando durante cuarenta años. Sin duda oue así sera ; pero es lo cierto que antes ya de esa nenosa peregrinación decía Dios a Moisés aue era Canaán tierra buena y fértil. Y esta misma tierra d^cía Moisés a su pueblo que era preferible a la de Egipto: «Porque la tierra que vas a poseer no es como la tierra de Egipto, de dnnde salisteis, en la cual, después de haber sembrado, se conducen aguas de regadío, como en las huertas; sino que es tierra de montes y de vegas, que recibe las lluvias del cielo» (Deut 11. 10). Y en Deut. 8. 8: «El Señor, tu Dios, va a FERTILIDAD introducirte en esa tierra buena, tierra llena de arroyos, y de estanques, y de fuentes; en cuyos campos y montes brotan manantiales perennes de aguas ; tierra de trigo, y cebada, y de viñas ; en la que se crían higueras, y granados, y olivos ; tierra de aceita y de miel ; donde sin escasez comerás el pan y gozarás en abundancia de todos los bienes.» Bien puede ser que algo haya de hiperbólico en estas descripciones ; pero de todas maneras han de responder en algún modo a la realidad. ¿Cómo conciliarias, pues, con el estado actual de Palestina? Es que tal estado no es un fiel reflejo de las condiciones en que antiguamente se hallaba el país. No es posible reco- rrer todas las regiones; tendremos que limitarnos a unas pocas. Cuando por primera vez, muchos años ha, cruzábamos la llanura de Genesaret, junto al mar de Tiberíades, la vimos poblada de unos pocos beduinos, cubierta de zarzales, y que daba la impresión de terreno pobre y poco productivo. Y, sin embargo, era ésta la misma llanura que nos describe Josefo (Bell. Jud. III, 10, 8) como un verdadero paraíso, donde florecen toda clasa de árboles, donde se da gran variedad de frutos. Y aunque se admita exageración en las frases del historiador judío, no hay duda que hay mucho en ellas de verdad. Y, bajando al valle del Jordán, vsmos que toda la región desde Kerawa hasta las cercanías de Jericó es actualmente un verdadero desierto. Pero sabemos qua, al tiempo de Je- sucristo, en las entonces florecientes ciudades de Fasaelis y Archelais, en Khirb:t Fusail y Khirbet el- A.udja et-tachta, respectivamente, había bosques de palmeras, de cuyos dátiles escribía Plinio con grande encomio. Y en el lado oriental dsl Jordán, hacia el sur, en vez del triste y árido desierto que actualmente se ve, podían entonces contemplarse las ciudades de Livias, Abila y otras, donde florecían también bosques de palmeras, que daban asimismo fruto exquisito. (Véase Josefo, Bell. Jud. IV, 7, 6 ; Ant. IV, 8, 1.) Nada diga- mos de Jericó, en la desembocadura da Wadi el-Quelt, de la cual había hecho Herodes un verdadero jardín de delicias. En el siglo xrv p. C. se cultivaba en el valle oriental del Jordán la caña de azúcar, lo que sabemos por el testimonio de los viajeros y por varias muelas que se hallaron entre Tell Kefrein y Tell er-Rame. Y lo mismo se hacía más al norte, en la desembocadura del Yaboc (Wadi ez-Zerqa). La hermosa 8* feOSQUÉJO GEOGRÁFICO ovalada llanura de el-Hule, al pie del monte Hermón, estuvo siglos atrás cubierta de extensas plantaciones de arroz. Pero ¿qué decir de la región montañosa? Es cierto que muchos, por lo menos, de los montes que vemos ahora pela- dos y completamente desnudos, estuvieron un día poblados de bosques, de olivares y viñedos. La colina de Tell el-Ful (la antigua Gabaa, patria de Saúl y primera capital del reino de Israel), cinco kilómetros al norte de Jerusalén, se conserva la tradición que estuvo cu- bierta de bosque ; tradición confirmada por los restos de ár- boles que han desenterrado recientes excavaciones. Poco más al norte, las alturas del pucblecito de Mikmas, actualmente casi de todo punto desnudas, estuvieron cubiertas de olivos e higueras; y un tanto hacia el este, entre dicho pueblo y Khirbet ed-Dwer, puede aún verse, excavada en el suelo, una prensa antigua, que debía de servir para la fabricación del aceite. A poco más de medio camino de Belén al Herodion, en un terreno que ofrece todo el aspecto de desierto, habi- tado por miserables beduinos, pudimos ver dentro de una cueva una gran muela, destinada, sin duda, a moler las acei- tunas que en aquella región, ahora desnuda de todo árbol, se producían. Unos 16 kilómetros al oeste de Jerusalén, muy cerca de Abughosh (la antigua Qiryatiarim, o Quiryat el- 'enab, nom- bres significativos, que demuestran haber sido ciudad de bosques y ciudad de uvas), veíamos, no muchos años ha, unos montes pelados, pedregosos, que daban la impresión de ser aquel terreno improductivo. Actualmente puede el viajero contemplar una grande extensión de árboles frutales de varias clases y de bosques, que constituyen un excelente sitio de veraneo. Digamos, finalmente, dos palabras sobre el Negeb. Llá- mase así la región meridional de Palestina, cuyo límite sep- tentrional pasaba probablemente por el pueblecito ed-Daha- rive, que se halla a eso de medio camino entre Hebrón y Bersabee, y se extendía hasta el desierto de la península sinaítica. Es tierra cultivable, y que da buenas cosechas cuando hay suficiente lluvia; pero como ésta falta no pocas vi ees. de ahí que muchos años sea muy poco lo que se reco- ge. Actualmente son pocos los habitantes (bien que de algu- nos años a esta parte se establecieron allí varias colonias judias), y todos beduinos. Pero antiguamente la población era mucho más densa. Dícese de David que, cuando se refugió POBLACIÓN 9' en Gat baio la protección del rey Akish, hacía incursiones en el Negeb de Judá y en el Ne^eb de los jerameelitas, y en el de los quenitas (1 Sam. 27, 10) ; y allí vivían también los amalecitas. los calebitas y otras tribus (1 Sam. 15, 2 ss. ; 30, 14). Siglos adelante, ya en la época bizantina, alcanzó aquella región un grado de prosperidad y florecimiento que ahora nos sorprende. Pueden verse aún hoy día los restos de no pocas antiguas basílicas, y sin duda que otras desapare- cieron completamente. En sólo Sbeita, unos 40 kilómetros al sur de Bersabee, se conservan los ábsides y parte del cuer- po de tres iglesias que, a juzgar por lo que de las mismas queda, debieron ser magníficas; y en el-"Audie. no mucho al oeste de Sbeita y unos 50 kilómetros al sudoeste de Ber- sabee. se descubrieron asimismo dos templos de considerable grandeza. Todo esto, naturalmente, supone una población Vastante numerosa, y que gozaba de un cierto bienestar. Su riqueza les venía, en oarte, del comercio; y cuanto a la agricultura, se aseguraban el agua construyendo grandes rccioientes y abriendo numerosos pozos, muchos de los cuales por incuria y negligencia están ahora cegados. Por lo dicho — y mucho más se podría decir — se ve que el estado deplorable de Palestina debe atribuirse nrinci palmen- te, si no del todo, al abandono en oue se ha dejado la tierra, debido al carácter doco activo de los habitantes y a la mala administración del Gobierno turco. Los progresos que se hicieron y siguen haciéndose por el esfuerzo de nuevos co- lonos son claro indicio de cuánto se podría intensificar, por el perseverante trabajo del hombre, la fuerza productiva del suelo palestinense. Población. La densidad de población en el país al tiempo de Jesu- cristo es muy dif'cil de calcular. Josefo nos dice (Vita 45) que en la sola Galilea había 204 poblaciones, la menor de las cuales contaba más de 15 0C0 hablantes (B*ll Jud III, 3, 2). Aun dado que no pasaran de 15.000. resultaría una población total de más de tres millones y medio; cifra que ha de elevarse a más de cinco millones, si se tiene en cuenta que eran numerosas las grandes ciudades (urbes frequentes). Otro dato, al menos indirecto, nos ofrece el mismo historia- dor (Bell. Jud. VI, 9. 3). A ruegos de Cestius Gallus el año 10* BOSQUEJO GEOGRÁFICO 66 p. C, los sacerdotes contaron los sacrificios que se ofre- cieron en la celebración de la Pascua, que fueron 256.500; y como los participantes en la comida de cada cordero pas- cual, añade Josefo, no han de bajar de diez, y muchas veces llegan hasta veinte, el número total ascendió a 2.700.000 ; en número redondo a tres millones. Salta a la vista la exage- ración de todas estas cifras; pero nos faltan datos para dar con la verdadera. En tal incertidumbre, nos limitamos a copiar las palabras del P. Szczepanski (Geographia, pá- gina 214 s.) : No es posible fijar el número de habitantes de toda la provincia de Judea al tiempo de Jesucristo. Varios cálculos y ciertos indicios, tal vez nos lleven a este cómpu- to: Número total, 1.500 000. De éstos, c. 600 000 en Judea e Idumea; c. 400 000 en Samaria; c. 300.000 en Galilea; c. 200.000 en Perea. El mismo autor calcula que de toda esta población, unos 300 000 serían no judíos. En 1942 se contaban en Palestina 1.605 816 habitantes ; el 31 de diciembre de 1952 había en Israel 1.450 000 judíos y 170 000 no judíos ; por tanto, una población total de 1.620.000. Por lo que hace a Jerusalén en particular, en 2 Mach. 5, 14 leemos que 80.000 habitantes de la ciudad fueron víctimas de la furia de Antíoco, de los cuales 40.000 asesinados y otros tantos vendidos por esclavos Y es cierto que aún que- daron allí sobrevivientes. Hecataeus de Abdera, por los años 312 a. C. (citado por Josefo, contra Avionem I, 22) escribe que en su tiempo la ciudad de Jerusalén contaba 120.000 habi- tantes. De la época misma de Jesucristo no poseemos nin- gún dato literario, si no es el de Josefo, que ya mencionamos. Entre los autores modernos hay gran diversidad de opinio- nes. C. Schick hizo de este oroblema un estudio muy deta- llado en ZDPV 4 (1881), 211-228, donde, fundándose en la extensión de la ciudad, en el espacio que ordinariamente se necesita para cada habitante (y a este propósito aduce varios ejemplos de ciudades orientales y europeas, p. 216), y la acumulación de las familias dentro de un espacio muy reducido en la Jerusalén de nuestros tiempos (cf. p. 217), concluye que la población de la antigua Jerusalén debía de oscilar entre 200.000 y 250.000 habitantes permanentes (pá- gina 216). A muy diversa conclusión llega el Prof. Joaquín Jere- mías en la misma revista ZDPV 66 (1943), 24-31. Apoyándose también en la amplitud territorial de la ciudad, y calculando el espacio necesario para cada habitante, concluye que la DE HIRCANO II A HERODES población de Jerusalén sería al tiempo de Nuestro Señor de 25.000 a 30.000 habitantes. Si tuviéramos que expresar nuestro juicio, diríamos que esta cifra nos parece un tanto baja, y la de Schick excesiva- mente alta; pero no nos atrevemos a fijar una en concreto. Cuál sea la vrrdadera, probablemente seguirá siendo para nosotros un secreto El mismo J. Jeremías en su obrita Je- rusalem zur Zeit Jesu, Leipzig 1923 (no disponemos sino de esta primera edición), p. 96, da la cifra de 55 000 (esto en el supuesto de que el muro de Agripa coincida con el ac- tual : caso de aue siguiera el más largo circuito, parece señalarse una cifra notablemente superior, o sea, 95.000). Sin duda que desde el año 1923 el autor ha modificado su opinión. BOSQUEJO HISTORICO De Hircano II a Herodes el Grande (63-37 a. C.) En el verano del año 48 antes de Cristo, cuando César, vencido P^mpeyo el 9 de agosto del 48 en Farsalia, vino a pasar por Palestina, se mostró muv propicio y generoso para con el sumo sacerdote, Hircano II. y para su ministro, el idum^n Ant'pater, padre de Herodes. A Hircano le restituyó, con el título de etnarca. el poder político de que Gabinius le había privado; y tanto él como sus hijos fueron oficialmente declarados amigos y aliados de los romanos. Por lo que tocaba personalmente a Antí- pater, lo declaró a él y a sus hijos ciudadanos romanos y le confirmó oficialmente en el oficio de procurador ( ht^woc ) de la Judea, one hasta entonces había de hecho ejercido (Josefo, Ant. XIV, 8, 1 ; 5, 1 ; 6, 4). Aprovechando su fuerte posición, creada por tales favo- res, a su vuelta de Siria, adonde acompañó a César, nombró Ant'pater a sus dos hijos, Fasael y Herodes. gobernador el primero, de Jerusalén y su distrito, y al segundo, bien que no contara sino veinticinco años, , gobernador de Galilea, en cuyos puestos dieron ambos, y sobre todo el más joven, señaladas pruebas de actividad e inteligencia, en tal suerte que el procónsul de Siria Sextus César confió a Herodes el gobierno de la Celesiria. Cuanto a Fasael, atestigua Josefo que con tanta prudencia y tanta moderación gobernó la ciu- 12 BOSQUEJO HISTÓRICO dad, que se granjeó las simpatías de los habitantes; y a Antípater, por los beneficios que por él recibían, «toda la nación le respetaba como si se tratara de un rey y le honraba como si fuera señor absoluto del país» (Ant. XIV, 9, 2). Con todo ello es cierto que en el fondo se odiaba a Antípa- ter y a sus hijos, sobre todo porque eran idumeos, enemigos tradicionales de los judíos, y porque representaban un poder extranjero, Roma. Ese odio día vendrá en que estalle, y con violencia. El 15 de marzo del año 44, César cayó apuñalado bajo la estatua misma de Pompeyo. Uno de los conjurados, Cassius Longinus, huyendo de Marco Antonio, que quería vengar la muerte de César, pasó a Siria, donde había sido procónsul en 53-51. Las guarniciones romanas pusiéronse de su lado; y como para la campaña que tenía en vista necesitaba dinero, impuso a la Judea la fuerte contribución de 700 talentos. Antípater, para congraciarse con el nuevo procónsul, se dió prisa a complacerle, encargando a sus dos hijos de recoger los tributos. Entre los que en este negocio trabajaron hubo un cierto Malichos, quien aspiraba a suplantar a Antípater, y, viendo que no le vencería por la fuerza, sobornó al copero de Hircano para que un día en que éste les había sentado a los dos a su mesa propinase veneno a su omnipotente mi- nistro. La muerte del padre fué pronto vengada por su hijo Herodes, que hizo matar al asesino junto a Tiro (Ant. XIV, 11, 3-6). El año 42, Cassius abandonó la Siria. Como reinaba en- tonces gran confusión, Antígono, el siempre vencido y nunca domado hijo de Aristóbulo, sostenido por algunos príncipes del partido de Cassius, como Tolomeo de Cálcide, Fabio de Damasco y Marión de Tiro, creyó venido el momento opor- tuno de tentar de nuevo la recuperación del poder, y se adelantó con un ejército hacia la Judea. Pero Herodes le salió al paso, y tuvo que retirarse. Con esto quedó conjurado el grave peligro, e Hircano quedó naturalmente agradecido a quien le había librado. Para más afianzar las buenas relaciones entre uno y otro, Herodes, que estaba ya casado con Doris, madre de su pri- mogénito Antípater. contrajo esponsales con Mariamne, hija de Alejandro, hermano de Antígono, y de Alejandra, hija única de Hircano, y por tanto nieta de éste (Ant. XIV, 12, 1). Completo cambio de política se produjo en otoño del 42 con la batalla de Filippo, donde triunfaron Marco Antonio DE HIRCANO II A HERODES 13* y Octaviano contra Brutus y Cassius, perdiendo este último la vida. Con esto Marco Antonio quedaba dueño de todo el Asia. Crítica en extremo resultaba la posición así de Hircano como de Fasael y Herodes, que hasta entonces se habían mostrado favorables a Cassius. Dándose bien cuenta, sin duda, de esta situación desventajosa, una delegación de judíos malcontentos se presentaron al vencedor, estando aún en Bitinia, y acusaron a los dos hermanos de la usurpación del poder, y a Hircano de ineptitud para el gobierno. Mas el oportunista Herodes, por su parte, no se descuidó: cam- biando prontamente de política, abrazó la causa de Antonio, y corriendo personalmente a encontrarle, con largas dádi- vas, y con el recuerdo de las antiguas relaciones de Antonio con su padre Antípater neutralizó el efecto de la delegación judía. Más aún: ésta ni siquiera fué oída. Otra embajada jud.a enviada más tarde a Antioquía no obtuvo mejor re- sultado. Peor le fué todavía a una tercera diputación de un millar de judíos, los cuales fueron bárbaramente tratados, y no pocos de ellos muertos. El triunfo de los dos idumeos fué completo : Antonio nombró a Fasael y Herodes tetrarcas (es decir, príncipes) de la Judea. Mas este triunfo poco iba a durar. La invasión de los partos se hacía de d^a en día más amenazadora, y Marco Antonio, que era el llamado a resistirla, no pensaba por este tiempo sino en banqueteos y placeres : se estaba pasando el invierno del 41 al 40 en locos devaneos con Cleopatra, teniendo abandonadas sus legiones de Siria y, por otra par- te, cargando los pueblos, y entre ellos la Judea, con onerosos tributos para satisfacer sus bajas pasiones y en parte tam- bién para los preparativos de la guerra. A principios del 40 descargó la tempestad: irrumpieron los partos. Unos, guia- dos por un romano, Quinto Labimo, se dirigieron al Asia Menor ; otros, al mando de su rey Pacoro y del sátrapa Bar- zafrane, a Siria y Palestina. En Judea se les recibió como libertadores: se esperaba ahora sacudir el yugo de los abo- rrecidos idumeos y librarse de las incomportables cargas de los romanos. P~ro quien más se alegró fué Antígono, el poco feliz y obstinado pretendiente: en los invasores vió un excelente apoyo para subir al ambicionado trono de Judea y desemba- razarse de sus rivales. Hízoles la promesa — que nunca cum- plió (Bell Jud. I, 13, 11)— de darles 1.000 talentos y 500 14- BOSQUEJO HISTÓRICO mujeres (precio nuevo y vergonzoso) si ponían en sus ma- nos el reino y daban la muerte a Herodes (Ant. XIV, 13, 2). Aceptaron los partos. Antígono se adelantó hacia Jerusalén con una tropa de judíos que se le unieron y se hizo dueño del templo. Fasael y Herodes hiciéronse fuertes en el palacio real, y hostigaban a Antígono. Los habitantes se dividieron, y, naturalmente, se encendió la guerra civil. Entonces An- tígono llamó a un jefe parto, que vino con carácter pacifico como para dirimir buenamente la contienda. Invitado por dicho jefe, Fasael, junto con Hircano, se presentaron a Bar- zafrane, que tenía su cuartel general en Galilea, para expo- nerle sus razones. Una vez allí, se les puso en prisión, y más tarde fueron entregados a Antígono, quien con sus propios dientes, como afirma Josefo, cortó parte de las ore- jas a Hircano, incapacitándole perpetuamente para el sumo sacerdocio (Bell. Jud. I, 13, 9). Fasael, por no ser afrentado, se rompió el cráneo contra la pared. Cuanto a Herodes, ha- biendo sospechado el lazo que se le tendía, se les escapó de noche con todos los suyos a la fortaleza de Masada, y de allí se dirigió él hacia Petra. Gozaba al fin Antígono, por gracia y mérito de los partos, su tan codiciada doble dignidad de rey y sumo sacerdote; y pudo darse la satisfacción de acuñar moneda con la ins- cripción en griego : «Del rey Antígono» ; y en hebreo : «Mat- tatías (era éste su propio nombre judío) sumo sacerdote.» Pero la lucha no hab.a tocado a su fin : habíase desplazado de la Palestina a Roma ; y el que logró triunfar en el campo de batalla iba a ser vencido ahora en el de la diplomacia. Heredes, en su camino de huida a Petra, vino a saber que Malchus, rey de los nabateos, por temor de complicaciones con los partos, no estaba dispuesto a recibirle. Con esto venía a faltarle el único que podía prestarle auxilio. ¿Qué hacer? Toma entonces una determinación extrema: se en- camina a Alejandría y se embarca para Roma. Era el otoño del año 40. Su intención debía de ser desposeer a Antígono de la corona y pasarla a su futuro cuñado el joven Aristó- bulo, hermano de Mariamne, a cuyo lado sería él, Herodes, ministro omnipotente. El éxito superó sus esperanzas: favorablemente acogido por Marco Antonio, y también por Octaviano, se obtuvo sin dificultad el apetecido decreto del Senado; y éste no ya en favor de Aristóbulo, sino del mismo Herodes: por él se le DE HIRCANO II A HERODES 15 creaba rey de la Judea. Más de lo que imaginaba: su gozo fué al par de su sorpresa. Roma pensó, sin duda, que en el hijo de Antípater tendría un aliado más útil y más seguro que en el asmoneo Aristóbulo. Herodes era rey de derecho por voluntad de la omnipo- tente Roma, y ciertamente contra el deseo de los judíos, o por lo menos da su inmensa mayor.a ; pero el reino tenía que conquistárselo con la punta de la espada. Para esto vino a Palestina el 39. Desembarcó en Tole- maida y tomó la ciudad. Con los combatientes que pudo recoger y ayudado de los romanes, bajó hacia Jopa, de la que se apoderó, y de allí corrió a Masada a librar a los suyos que estaban sitiados. El año siguiente, 38, nueva invasión de los partos, en la que Herodes estuvo combatiendo en Ga- lilea, mientras que Antígono, al sur del país, derrotó y mató a José, hermano de Herodes. Como Herodes vió que era de todo punto imposible prevalecer contra su rival con sólo gente del país, obtuvo de Marco Antonio dos legiones, con ias cuales, dispués de varios combates, en la primavera del 37 puso sitio a Jerusalén. Mientras éste iba continuan- do, fué a Samaría para celebrar allí el matrimonio con Ma- riamne, su desposada (Ant. XIV, 15, 14). Después de esto llegó Sossius, procónsul de Siria, man- dado por Antonio, con un fuerte ejército. Josefo afirma (Ant. XIV, 16, 1) que los sitiadores contaban con 11 le- giones, 6.000 caballos, a más de otras tropas auxiliares de la Siria. A los cuarenta días se tomó el primer muro ; quince días después, el segundo; y entonces los defensores se reti- raron al interior del templo, de suerte que la ciudad se man- tuvo durante poco menos de tres meses. Todo esto en el verano del 37. La matanza fué horrible: no se perdonó a edad ni sexo. Antígono se bajó de la ciudadela y se echó a los pies de Sossius, quien se le burló llamándole mujer. Se lo llevó preso a Antioquía, y allí más tarde Marco An- tonio, como forzado de las continuas súplicas y quizá más aún del oro de Herodes, ordenó darle la muerte (Ant. XIV, 16, 2-4; XV, 1, 2). Ya realizó Herodes su dorado sueño: ya está sentado él, idumeo, en el trono de la gloriosa familia de los asmoneos; era el año 37 a. C. No sospechaba, sin duda, que ese trono será para él asiento de punzantes espinas. Y lo fué de veras. 18* BOSQUEJO HISTÓRICO Herodes. Tres períodos suelen justamente distinguir los autores en la vida de Heredes (cf. Schürer, 1, p. 377): 1) Consolida- ción de su autoridad (37-25). 2) Epoca de florecimiento (25-13). 3) Disensiones y miserias domésticas (13-4), bien que tampoco faltaron éstas en el primer período. Primer período (37-25). — Tuvo que luchar con muchos enemigos: el pueblo, la aristocracia, los asmoneos; y hubo de defenderse también contra Cleopatra. El puiblo no quería a Herodes. Le consideraba como un intruso, un usurpador, que se sentaba en un trono que debía ocupar de derecho la dinastía nacional de los asmoneos. Era, además, judío sólo a medias, pues era de raza idumea ; y sa- bido es cuán profunda fué ya de antiguo la enemistad entre los dos pueblos. Estos sentimientos no podían del todo disi- mularlos; y Herodes los tenía bien conocidos. El astuto y osado monarca dominó a unos con el rigor, y a otros los amansó y atrajo a fuerza de larguezas. Bien que Antígono había sido vencido, y estaba muy le- jos de Jerusalén, prisionero en Antioquía, contaba aún con no pocos partidarios entre los nobles de Jerusalén. El poco escrupuloso monarca se deshizo de ellos, haciendo matar a no menos de cuarenta y cinco de los principales (Ant. XV, 1, 2), apoderándose de todos sus bienes. Los asmoneos difícilmente podían mirar con simpatía a Herodes; y en particular Alejandra, madre de Mariamne, trataba con cierto aire de superioridad a su yerno. De ahí disgustos y complicaciones, agudizadas por las calumnias de la celosa e intrigante Salomé, que fué siempre el espíritu malo de su hermano. Uno tras otro fueron desapareciendo todos los asmoneos que podían infundir alguna sospecha al suspicaz tirano: en Jericó muere ahogado, por orden de su cuñado, el joven sumo sacerdote, Aristóbulo, hermane de Mariamne (Ant. XV, 3, 3-4); y son asesinados sucesiva- mente José, tío del monarca ; el anciano Hircano ( Ant. XV, 6, 2), y aun su misma esposa Mariamne, el año 29 a. C. (Ant. XV, 7, 3-6); y, finalmente, fué victima también de su yerno la madre de Mariamne, Alejandra, un año después dr su hija (Ant. XV, 7, 8). Con ella desaparecía el último de los asmoneos, que podían hacer sombra al ambicioso y cruel monarca. HERODES IT Cuanto a Cleopatra, todos los esfuerzos de Herodes no pudieron impedir que Marco Antonio le cediese varias par- tes de su territorio, entre las cuales la floreciente y riquísima región de Jericó (Ant. XV, 4, 1-2). Seaundo período (25-13). — En esa etaüa de la vida de Herodes escribe Josefo, no sin un cierto dejo de amargura: «Como nadie quedaba ya de la familia de Hircano y tenía bien consolidada su autoridad, de suerte que nadie podía oponérsele aunque obrara contra la ley, se fué alejando de las costumbres patrias, y con nuevas y peregrinas institu- ciones vino a echar abajo el antiguo estado de cosas, que debiera siempre haber permanecido inviolado» (Ant. XV. 7, 10 ; 8, 1). Es éste el período de las grandes construcciones, de sus prodigalidades en edificar o embellecer ciudades, en levan- tar monumentos. A reseñar, y muy brevemente, esa activi- dad, que fué lo oue le valió el sobrenombre de Grande, nos limitaremos nosotros. Por de pronto edificó en Jerusalén un teatro, cuyo sitio se cree haber sido junto al actual muro meridional, como a mitad de camino de la Puerta de David al Cedrón, pero sobre lo cual no hay certeza alguna ; y un anfiteatro, que algunos identifican, al parecer no sin algún fundamento, con una especie de semicírculo que se abre en el lado norte de la colina llamada er-Ras, poco al sur de la ciudad. Res- tauró y embelleció la Baris de los Macabeos, dándole el nombre de Antonia, en honor de su protector Marco Anto- nio, y donde vivió hasta oue levantó el grandioso palacio al noroeste de la ciudad, del cual se conserva todavía una de las tres torres. Reconstruvó la ciudad de Samaría, que llamó Sebaste en honor de Augusto, donde üuede contem- plarse sún hoy día la magnífica columnata. Reedificó Ante- don, poco al norte de Gaza, dándole el nombre de Agrip- peion. En la llanura occidental, no mucho al norte de Jafa, edificó. Antípatris, y en el valle del Jordán, Fasaelis. En la costa del Mediterráneo transformó la Torre de Straton en la espedida ciudad de Cesárea. Construyó el palacio-forta- leza Herodeion, poco al sur de Belén, y restauró las forta- lezas de Hircania, Maqueronte y Masada. Levantó en honor de Augusto no menos de tres templos: en Cesárea, en Se- baste (donde se conserva aún en parte) y en Paneion. o sea 18* BOSQUEJO HISTÓRICO la actual Baniyas. Pero todas estas construcciones fueron superadas r»or el espléndido templo que edificó o engran- deció y embelleció en Jerusalén para congraciarse con el pueblo jud'o. Omitimos las obras oue llevó a cabo fuera de Palestina, mr fueron muchas v disnendi°sas. Véase Josefo, Ant. XV-XVI; Bell Jvd. I 21, 1-13. Y en particular so- bre el templo : Ant. XV, 11, 1-7. Es claro oue para tantos gastos necesitaba Herodes in- mensas cantidades de oro y plata, y éstas tenía que extraer- las de su pueblo. No es maravilla que anduviera éste des- contento ; pero, con todo, era tal el t^mcr oue inspiraba, que nadie osaba levantarse contra el déspota. Pero, si dominó al pueblo, no logró dominar los miembros de su propia familia. Tercer veriodo (13-4). — Estos diez últimos años lo fueron para Herodes de disensiones domésticas, de sosoechas, de disgustos, de amarguras sin cuento. Reconciliado en Roma con sus dos hüos, Alejandro y Aristóbulo, oue había tenido de la asmonea Mariamne, ra recia oue la paz iba a reinar en el nalacio real. Pero allí ^staba la intrigante Salomé, el mal genio de su hermano. Todo el encono aue habra alimentado su vü corazón contra Mariamne iba a dirigirlo ahora contra sus hiios. Estos sin duda, no podían olvidar el iniusto ase- sinato de su madre : y no es maravilla oue a las veces se mostraran imprudentes en su manera de hablar. Por otra parte, como eran ambos de aspecto gracioso y pertenecían a la grande familia de los asmoneos, espontáneamente bro- taban del pueblo ineouívocas muestras de simpatía, lo cual ponía celos en el ánimo suspicaz de Herodes. Ni ayudaban a mantener la paz las muieres de Alejandro y de Aristóbulo. Glabra y Berenice, respectivamente : la primera alardeando de su prosapia real, como que era hija del rey de Capadocia, Arauelao; y la segunda corriendo a contar a su madre Salomé cuanto oía decir a su esposo. Mas quizá todo esto no habría llegado al punto de romper la armonía entre padre e hijos si la lengua de víbora de Sa- lomé no hubiese venido, con sus exageraciones y calumnias, a envenenar el corazón del monarca. Este, para humillar y tener a raya los dos jóvenes hermanos, hizo venir a pala- cio a su hijo Antíoater, que había tenido de su mujer Doris ; y también a Pheroras, hermano del rey. Todos éstos auná- ronse contra los hijos de Mariamne, dando a entender a He- HERODES 19' rod:s que. ambos estaban maquinando para vengar la muerte de su madre y desposeerle a él del trono En fin, tanto di- jeron y tanto hicieron, que el infeliz e iracundo monarca se decidió a condenar a sus dos hijos, después de un juicio que se tuvo en Beirut. Hízolos conducir prisioneros a Sobaste, y allí por orden suya, murieron ahorcados. Mas no vino con esto la paz. Su hijo Antípater siguió maquinando contra su padre. Este le hizo venir de Roma y puso en prisión. El monarca cayó gravemente enfermo con agudísimos dolores. Se hizo transportar a los baños de Callirohe, que nada le aprovecharon. Fué llevado a Jarico, y aquí, cinco días antes de su muerte, obtenido el nermiso de Augusto, ordenó la muerte de Ant'pater. Su último acto de crueldad fué hacr venir a Jericó a los principales del reino, dando orden a Salomé y a su marido que, apenas hubiese exhalado el último suspiro, los hiciera matar a todos. Salomé fué en este csso menos cruel que su hermano y los dejó a todos en libertad. H-rodes murió poco antes de la Pascua, el año 4 ó tal vez 5 a. C. a la edad de unos setenta años. Véase Ant XVT-XVII : Bell. Jud. I. Su cadáver, ya en vida roído de gusanos, fué transpor- tado con grande ponina al Herodion. El palacio-fortaleza, que él levantó en memoria de una insigne victoria, guardó sus restos mortales. Cf. Ant. XVII, 8, 3-4. Hombre ciertamente de grandes cualidades: inteligente, animoso, emprendedor ; pero ensombrecidas por una desen- frenada ambición, a la que sacrificó justicia, moral, cuanto se oponía a sus designios. El título de Grande lo mereció por sus grandiosas construcciones, pero no ciertamente pol- las miserias de su vida privada y los mezquinos manejos de su política. Su gobierno se abrió con sangre de su pueblo y se cerró con sangre de sus hijos. Estigma de su nombre será siempre la sangre de los Inocentes. El juicio de Josefo (Ant. XVII, 8, 1) se compendia en dos palabras: Grande y glorioso en lo de fuera; infeliz y miserable en lo de dentro, en sus relaciones domésticas. Véase también Ant. XVI. 5, 4. donde da Josefo un juicio más extenso y razonado. £ fl? ■tí O a • 0* (D O O ^ (D O ^ 03 03 - n & ^ o 03 3- OÍ 1 tu to 2. O <° o w - ° 03 O 9 o O M Xfl v> o 03 sd q,. W 00 o p 03 O 3 oT 33 o »||- O 03 O 05 en c« 2! a> O fí M ít ? 3 5 f0 03 03 * o o 3- 5 n o o £ 3 o O* O •d — 03 03 22 en "P 3 LOS HUOS DE HERODES 21- Los hijos de Herodes. Herodes, por su tercer testamento (dos veces lo había cambiado), dejó a Arquelao, con el título de rey, la Judea, la Samaría y la Idumea ; a Herodes Antipas, con el de te- trarca, la Galilea y la Parea; y a Filipo, con el título asi- mismo de tetrarca, cinco regiones al nordeste y al este del mar de Tiberíades, de las cuales dos son mencionadas por San Lucas (3, 1): la Iturea y la Traconitis. A su hermana Salomé dejó las ciudades de Jamnia, Azoto y Fasaelis. Augusto confirmó el testamento, excepto el título de rey, concediendo a Arquelao sólo el de etnarca. El año noveno de su gobierno, una comisión de judíos y samaritanos fué a Roma a quejarse de las crueldades de Arquelao, en consecuencia de lo cual éste fué depuesto al año siguiente por Augusto y desterrado a Viena de Francia. Era el año 6 de la era cristiana. Su territorio fué puesto bajo la autoridad de un procurador romano, dependiente de la gran provincia de Siria. Filipo parece haber sido de buen carácter y costumbres morigeradas. Tomó en matrimonio a Salomé, la hija de He- rodías, y vivió tranquilamente en sus dominios. Restauró Panion, junto a las fuentes del Jordán, que llamó Cesárea; y junto a la antigua Betsaida fundó la llamada Betsaida Julias, que probablemente se identifica con et-Tell. Murió el año 34. Su territorio se unió a la provincia romana de Siria. El año 37 murió Tiberio y le sucedió Calígula. Este, des- de su juventud, había trabado amistad con Agripa, el hijo de Aristóbulo y hermano de Herodías. A su advenimiento al trono quiso darle una muestra de su benevolencia y le concedió todo el antiguo territorio de Filipo, añadiendo el título de rey. Antipas se estableció en Séforis : Diocesarea ; embelleció Livias, en el valle del Jordán ; y más tarde, hacia el año 20, edificó junto al lago de Genesaret una ciudad, que llamó Tiberíades en honor de César, donde fijó su residencia. Conocidos son su adulterio con Herodías, tomada a su hermano Filipo, el de Roma, que era su legítimo esposo ; el asesinato del Bautista y su intervención en el proceso de Jesús. Antipas vivía satisfecho con su título de tetrarca. Pero a Herodías, cuando vió que su hermano Agripa venía con 22* BOSQUEJO HISTÓRICO el título de rey, encendiósele en tanto grado la envidia, que, a pesar de la resistencia de Antipas, no se dió punto de reposo hasta que le hubo persuadido ir a Roma con el fin de alcanzar él también del emperador el título de rey. Pero mal le salieron las cuentas. Noticioso Agripa del viaje, envió un su liberto, Fortunato, con un escrito, en que acusaba a Antipas da falta de hdelidad para con los roma- nos. Calígula tuvo por culpable al tetrarca, y le privó de la tetrarquia, que dió a Agripa, como también los bienes pri- vados de Herodías, que, con su amante, se fué al destierro en Lyon de Francia. Esto sucedía el año 40. Cf. Ant XVIII, 7, 1-2. Agripa I había tomado posesión de su reino el año 38. A principios del año 41, cuando Calígula el 24 de enero fué asesinado, se hallaba en Roma, y ayudó a Claudio en su subida al trono imperial. En muestra de su reconocimiento, el nuevo emperador dió a Agripa la Judea, la Samaría y la Idumea, de suerte que vino a reunir bajo su cetro todo el territorio de su abuelo Herodes el Grande. El monarca fijó, naturalmente, su sede en Jerusalén. Quiso agrandar la ciudad y empezó a ceñir con un muro la colina septentrional llamada Bezeta. No lo terminó, por ha- bérselo impsdido el emperador Claudio. Para congraciarse con los judíos persiguió a los cristia- nos ; hizo matar a Santiago el Mayor y puso en la cárcel a San Pedro con la intención de darle también a él la muer- te después de la Pascua. Como es sabido, el ángel le libró (Act. 12, 1 ss.). Poco tiempo duró su reinado, pues el año 44, habiendo ido a Cesárea con ocasión de unos juegos en honor del em- perador, allí miserablemente murió (Act. 12, 19-23; Ant. XIX, 8, 2). Contaba cincuenta y cuatro años y había gober- nado siete años. Como había procurado acomcdarse a las costumbres y a la religión de los judíos y se había mostrado generoso y liberal, era verdaderamente amado del pusblo, que dió se- ñales de sincero dolor en su fallecimiento. Su hijo Agripa II estaba en Roma al tiempo que murió el padre. Como el joven no contaba sino diecisiete años, no se juzgó prudente darle el reino, y así pasó éste a la administración romana bajo la autoridad de un procurador. Pero el año 48 ó 49, habiendo muerto su tío Herodes, rey de Calcis, Claudio le concedió este reino. El año 53, FAMILIA DE HERODES. PROC UP \DORFS ROMANOS 23' renunciando a Calcas, obtuvo la antigua tetrarauía drt Fili- pn; v al año siguiente, 54, se le dieron las ciudades de Tb^ríades y do Tariouea, en Galilea, y la ciudad Julias (Pamada tarrb;én Livias). en la Perea, junto con varios pue- b^ecifos de alr^d^dor. A la capital de su tetrarauía le dió el nombre de Nemvias. en honor de Nerón ; nombre, em- pero, aue pronto desapareció. El César le concedió la inspección del templo, oficio oue le puso en frecuente contacto con Jerusalén, donde resid'a en el palacio de los asmoneos. desde el cual observaba a los sacerdotes que estaban en el templo. Llevó a cabo en éste varios trabaios. y en la ciudad hizo cubrir las calles de blancas lastras de mármol. Habiendo venido a Cesárea con su hermana Berenice, se encontró con San P^blo. y se le mostró en cierto modo sim- pático (Act. 25, 13-26, 32). No parece que haya sido hostil a los cristianos. En sus relaciones con los romanos se mantuvo siempre fiel aliado, así durante la guerra dQi 70 como antes v des- pués. Murió, a lo oue parece, el año 93 ó 94. Algunos (V. gr., Schfirpr. 1 5P9) sostienen oue no falleció sino el año 100. Sobre A groa I y Agripa II. véase Josefo. Ant. XVIII- XX ; Bell. Jud. II. Familia de Herodes. (Véase el cuadro de la pág. 20*.) Mariamne I. de la grande familia de los Asmoneos, fué asesinada por Herodes (Ant XV, 7, 4-5> ; fuéronlo más tar- de también sus dos hijos Aleiandro y Aristóbulo (Ant. XVI. 11, 7); y, finalmente, Antípater, hijo de Doris, cinco días antes de la muerte del tirano (A^t. XVII. 7). — Herodías, hija de Aristóbulo, casó con su t'o Herodes Filipo, de quien tuvo a Salomé. Seducida en Roma, d°nde su mando vivía como simóle particular, por su otro tío Herodes Antipas, obtuvo d« éste, por su hija Salomé, la bailarina, el degüello del Bautista. Procuradores romanos. El año 10 de su gobierno (6 p. C). Arquelao fué depues- to por Augusto, quien puso sus dominios bajo la autoridad 24: BOSQUEJO HISTÓRICO de procuradores, que tenían su residencia en Cesárea. Estos fueron : Coponius, año 6-9 p. C. ; Marcus Ambivius, 9-12 ; Annius Rufus, 12-15; Valerius Gratus, 15-26; Pontius Pi- latus. 26-36; Marcellus, 36-37; Marullus, 37-41. Desde el año 41 al 44 reinó sobre todo el territorio de Herodes el Grande su nieto Agripa I, a cuya muerte vol- vieron los procuradores romanos, que fueron; Cuspius Fa- dus, 44 ? ; Tiberius Alexander, 48 ? ; Ventidius Cumanus, 48-52; Antonius Félix, 52-60; Porcius Festus, 60-62; Luc- ceius Albinus, 62-64; Gessius Florus, 64-66. Ambiente social-religioso. Las corrientes religioso-sociales que al tiempo de Jesu- cristo dominaban entre los judíos aparecen de relieve en las varias sectas que por aquel entonces florecían en Palestina. De tres de estas sectas, sin duda las principales: fariseos, saduceos, esenios, nos ha transmitido Josefo Flavio nume- rosos e interesantes pormenores ; por de pronto en Bell. Jud. II, 8, 2-14 ; y más tarde en Ant. XVIII, 1, 2-5. Nada podemos hacer mejor que. si no transcribir, por lo menos extractar lo que dice el historiador judío. Fariseos. — Los fariseos viven parcamente; no se dan a una vida de placeres y delicias, y en su manera de obrar siguen lo que dicta la recta razón. Muestran gran respeto a los ancianos, y no se permiten ir contra lo que de ellos recibieron. Afirman que todas las cosas van dirigidas por la Providencia, y reconocen al mismo tiempo que el hombre es libre en sus acciones. Creen en la inmortalidad del alma y que en el otro mundo hay premio para los buenos y cas- tigo para los malos. Andan muy unidos entre sí, y procuran siempre la paz y concordia para la común utilidad. Gozan de grande autoridad con el pueblo, de suerte que cuanto ata- ñe a la religión, en particular oraciones y sacrificios, se hace conforme a su parecer. Según esto, los caracteres distintivos de los fariseos son la austeridad y el amor a la paz y concordia. Y por lo que hace a la doctrina, creen en la Providencia, la libertad del hombre, la inmortalidad del alma y la retribución en la vida futura Y además admiten no solamente la Palabra escrita. o sea los Libros Sagrados, sino también la Tradición. AMBIENTE SOCIAL-RfcLIGIOSO 25' La descripción hecha por Josefo es más bien halagüeña. Podemos creer que tales eran verdaderamente los principios profesados por los fariseos. Pero su misma austeridad y su respeto a la tradición de los mayores les llevó a excesos de- plorables. Por ahí se explica la diferencia entre el cuadro que nos ofrece Josefo y la impresión que produce la lectura de los Evangelios. Con la preocupación escrupulosa y aun casi diríamos morbosa da la perfecta observancia de la Ley bajaban a minuciosidades y se perdían en interminables discusiones sobre puntos secundarios y de ninguna importancia, que tocaban sobre todo a la pureza legal; y esto mismo hacía que vinieran a poner menos atención en la limpieza interior, en lo que constituya la esencia de la Ley : de tanto pararse en la corteza descuidaban el meollo. Y como Jesucristo insistía en la pureza del corazón, en la práctica de la virtud, y daba menos importancia a las menudencias externas, de ahí que esos idólatras de lo puramente externo se declararan disi- mulada o abiertamente contra El. Y como veían que la génte se iba tras el nuevo Maestro, que «hablaba con autoridad», y que el pueblo se les escapaba de las manos, se repudrían de envidia y trataban de desautorizar por todos los medios al joven Profeta de Nazaret. A la luz de estas breves consideraciones aparecen en su verdadera perspectiva las relaciones generalmente hostiles entre Jesús y los fariseos ; y se ve cómo se armonizan per- fectamente el cuadro trazado por el historiador jud.o y el relato evangélico. Por lo demás podemos pensar — y hay fun- damento sólido para ello — que no todos los fariseos habían dado en los excesos tan despiadadamente flagelados por el Salvador, y que no faltaban quienes prestaban más atención a la práctica de la virtud que a las menudencias legales. En efecto, vemos a Nicodemo, que tan de buena fe y con tanta humildad acude a Jesús en busca de luz (Jn. 3, 1 ss.) ; a Gamaliel, que sale en defensa de los apóstoles (Act. 5, 34 ss.) ; y en Act. 15, 5, se habla en general de fariseos que abrazaron la fe cristiana. Saduceos. — Los saduceos niegan la inmortalidad del al- ma, y en consecuencia toda retribución, sea para buenos, sea para malos, más allá de la tumba. Rechazan toda clase de tradición y no admiten sino la Ley escrita. No tienen respeto a los maestros, antes consideran como virtud el im- 26 * BOSQUEJO HISTÓRICO pugnarlos. No son muchos los que pertenecen a esta secta, pero son los mayores en dignidad. Poco intervienen en los negocios públicos; y si lo hacen, como forzados y contra su voluntad, obran entonces en conformidad con la doctrina de los; fariseos ; que de otro modo no los soportaría el pueblo. Como se ve, los saduceos pertenecían, en general, a la aristocracia. Rechazan la tradición y niegan la inmortalidad del alma. Esto último viene confirmado por la respuesta de Jesucristo en Mt. 22, 29-33, a propósito de la resurrección. La actitud de los saduceos tal como se refleja en el relato evangélico corresponde bien al retrato que de los mismos nos ha dejado Josefo. A esta secta pertenecían la mayor parte de los sacerdotes. Esenios. — Los esenios viven no en una sola ciudad, sino en varias \ formando comunidad, en la que no se conserva propiedad particular, sino que los bienes son comunes a to- dos. Observan el celibato, creen en la inmortalidad del alma y se dan con gran celo a la práctica de las virtudes. No van al templo a ofrecer sacrificios, pero envían allí sus do- nes. Se dedican a la agricultura; todos trabajan, y a nin- guno es permitido tener criado particular. Su vida es común en todo. A los que desean abrazar ese género de vida se les prueba por un año entero ; y aun después de éste empieza una segunda prueba, que dura no menos de dos años ; y sólo entonces, si dió buena muestra de sí y se le juzga digno, es, finalmente, admitido de lleno en la comunidad. Y en- tonces tiene que prestar varios juramentos: que observará siempre el culto de Dios ; que con los hombres practicará la justicia ; que nunca hará daño a nadie ; que tendrá siempre horror a los malos y vendrá en ayuda de los buenos; que guardará siempre fidelidad a todos, y muy en particular a los que gobiernan; y que, si un día fuese él llamado a go- bernar, se portará con modestia, no queriendo distinguirse en nada de los súbditos, ni siquiera en el vestido; que será siempre amante de la verdad; que se mantendrá lejos de todo robo y aun ganancia ; que no tendrá secreto para los de la misma comunidad, pero sí, y muy riguroso, para los extranjeros; y, finalmente, que nunca cambiará en nada la 1 Muchos habitaban fuera de ellas. Eran muy numerosos al oes- te del mar Muerto; y la fuente de Engaddi parece haber sido su cen- tro principal. AMBIENTE SOClAL-KELIGIOSO 27 doctrina que él mismo hubiese recibido. Su número lo hace subir Josefo (Ant. XVIII, 2, 5) a más de cuatro mil. Es interesante lo que llamaríamos orden del día. Per- fecto silencio antes de salir el sol, al cual dirigen algunas oraciones. Empiezan el trabajo, que dura hasta la hora quin- ta (esto es, hasta las once de la mañana), dedicándose prin- cipalmente a la agricultura, pero también a la cria de ga- nado, a la apicultura y a toda suerte de oficios domésticos. A las once acuden a la piscina, donde toman un baño, que es tenido como rito religioso. Se reúnen luego en el refec- torio, al cual ningún extranjero es jamás admitido. Se rezan unas oraciones, y luego se sientan por el orden prescrito ; se le pone a cada uno el pan y el plato, y se come en silencio ; y lo hacen vestidos con túnicas blancas. Terminada la co- mida, por cierto muy parca, toman el vestido ordinario y reanudan el trabajo hasta la caída de la tarde. En la cena se sigue el mismo orden que en la comida. En el Evangelio, ninguna mención se hace de los ese- nios ; pero algunos creen descubrir un indicio de los mismos en el Bautista, quien habría tomado de aquéllos su bautismo de penitencia ; y aun quizá él mismo habría pertenecido por algún tiempo a su comunidad. Nosotros no pensamos que haya existido tal relación. Véase más adelante, pp. 111-115, donde hablamos del bautismo de San Juan. Los hay que, pasando más adelante, pretenden que Je- sucristo mismo estuvo en relación directa con los esenios, y que de éstos se derivan ciertos puntos de doctrina del Evangelio, por ejemplo, la caridad fraterna, el celibato, el desprecio del mundo y otros. Es cierto que existe semejanza entre la práctica de los esenios y la doctrina evangélica ; pero tal semejanza en nin- gún modo prueba que haya dependencia de la una respecto de la otra. De todas maneras es muy interesante el conocimiento de los esenios, porque nos revela una corriente de ideas y de prácticas sociales y religiosas que nunca habríamos sospe- chado en el ambiente judío. Sebre el problema de los esenios han proyectado nueva luz los ahora ya bien conocidos manuscritos de Qumran 2. Uno de éstos, al que los editores dan por título Manual de * De estos manuscritos y de la situación topográfica de Qumran se habla más adelante, pág. 28* s. BOSQUEJO HISTÓRICO disciplina, y que bien pudiera llamarse Disciplina de la Nue- va Alianza, despierta singular interés: ofrece puntos de semejanza con el documento sadoquita de Damasco 3, y nos revela la existencia da una organización social-religiosa que trae a la memoria la Comunidad de ios esenios. Como éstos vivian precisamente en la misma región donae se encontra- ron los manuscritos, y por otra parte su contenido parece reflejar la doctrina de aquéllos, era obvio concluir que los que hab.an poseído y redactado los singulares y para nos- otros tan preciosos documentos eran precisamente los ese- nios. Sólo qua, como entre las prácticas de éstos y la Dis- ciplina de la Nueva Alianza se notan ciertas diferencias4, se pueda sospechar que estos documentos representan no directamente a los esenios, sino más bien una similar Comu- nidad anterior, cuyo espíritu de todas maneras seguía vi- viendo en aquéllos. Lo que ya sugería con visos de bien fundada probabili- dad la documentación escrita, ha venido a confirmarlo la arqueológica \ Las excavaciones practicadas en Khirbet Qumran a fines de 1951 y principios de 1952 sacaron a luz un edificio bastante considerable, rectangular, de 30 por 37 m., con varias salas, en una de las cuales se ve un banco de piedra corrido. No se trata, como de pronto se creyó, de una estación romana. Todo hace suponer que era más bien punto de reunión, donde acudirían los que vivían dispersos en aquella región desierta. Junto al Khirbet hay un cemen- terio con un millar de sepulturas 6 ; no existe proporción entre lo exiguo del Khirbet y el número de los cadáveres, de donde fuerza es concluir que los habitantes dispersos, del 3 Este documento fué hallado en El Cairo y publicado el año 1910. Para hacerse alguna idea del mismo véase J. B. Frey, Dict. Bibl, Suppl. 1, col. 39o-403; P. Lagrange, Rev. Bibl. 1912, p. 213-240. 32:-3"60. Mucho se ha escrito recientemente sobre la relación entre este documento y los documentos de Qumran. Se hallarán indicacio- nes en la bibliografía que damos al fin de este parágrafo. 4 Pueden éstas verse en Est Bibl. (1952; 394 s. En The Biblical Archaeologist 13 U950) o0-72 se hace un cotejo muy detallado entre los manuscritos del mai Muerto y el documento sadoquita de Da- masco, los esenios, los terapeutas y con Juan Bautista y sus discí- pulos. ¿ Cf. RB (1953) p. 105. 6 En un principio se creyó que no había sino varones; pero más tarde se nan reconocido aiguaos esqueletos de mujeres y tam- bién ue nmos (.cf. i^a uyo3J p. t>3 ss. P. ancua V;. Podríale tal vez pensar que aquellas mujeres y nmos eran respectivamente es- posas e nijos ae ios esenios que, según Josefo (BeíL Jud. II. 8, 13), contraían matrimonio. AMBIENTE SOCIAL-RELIGIOSO 29* sitio donde morían eran transportados a Qumran para ser enterrados en aquel cementerio común. Los primeros documentos que se conocieron son los si- guientes : Isaías (completo). Comentario de Abacuc. Disciplina de la Nueva Alianza, o Manual de disciplina. Apocalipsis de Lamech. Isaías (incompleto). Guerra de los hijos de la luz. Himnos o salmos de acción de gracias. Una muy pequeña parte del libro de los Jubileos. Fueron descubiertos casualmente en la primavera de 1947 por un bedumo de la tribu de los Taamire. que andaba en busca de una oveia Derdida. dentro de una cueva llagada ma-"aret Qumran. Esta se halla en el desierto de Juda. un kilómetro al oeste del mar Muerto, unos 800 m. al norte ^° su bomón'^o Khirbet Qumran, cuatro km al norte de 'Am el-Fe^kba v 12 km. al sur de Jericó. Eran vanos rollos de cuero, conservadas dentro de jarras, con escrí+os hebreos. b''bl;oos. litúrgicos, religiosos. Sólo en abril d° 1048 se divulgó en Fs4ados Unidos la noticia de los manuscritos El 28 enero 1940 se logró dar con la cueva, y a med;ados de febrero hasta e1 5 de marzo del mismo año. Mr. Harding y el P. de Vaux la exoloraron recogiendo hasta 600 p^aueños fragmentos de cuero v unos 40 de paDiro. Parece que en noviembre de 1948 los beduinos hab>'an hecho en la gruta una nueva rebusca removiendo todo el suelo. Más tarde en otra cu^va no leios de la anterior se hallaron dos rollos de metal (estaño), que todavía no ha sido posible des- envolver. En diciembre de 1051 y enero de 1952 se trabaió en Khirbet Guaran y se descubrieron el edificio y el cementerio ya mencio- nados. A continuación se practicaron excavaciones en Wadi el-Mnrab- ba'a. 18 km. al sur de Kh. Qumran. 14 km. al norte ^ Ain Düdi. como un kilómo+r0 al norto de W. ed-Deraddie. y unos 25 km al sud- este de .Tpr'i^a1<5n. So ex^^i^aron cuatro cueva* abierta °n ^1 l^do septentrional del wadi. dis*an+es unos 10 km. del mar Muerto. Las excavaciones se nrolongaron por no menos de seis semanas. Dos de las cuevas ningún resultado dieron. Pero en las otras dos se en- contró cerámica abundante, monedas del tiempo de los procura- dores óe> Palestina, de Aen'na T. Adriano, de la segunda guerra judía (183-135); y además óstracas en hebreo, muchos fragmentos de. cuero v de Daüiro en griego, hebreo v arameo. entre los cuales algunos bélicos: del Génosis. Exodo. D^uteronomio. Parecen ser más recientes que los de Qumran. Se halló as'mismo un contrato matrimonial en griego, del año séptimo de Adriano (124 o C). Pero lo más sorprendente fueron dos cartas firmadas por un tal Simón Bar Koseba y dirigidas a un cierto J°sús (Yesbua*) Bon Gál- gola. Una de ellas trata simolemente de cuestiones de administra- ción, mas en la otra se habla de la actividad política do las gen- 30* BOSQUEJO HISTÓRICO tes (goyim, los romanos) contra quienes se hacía la guerra. Esta circuns+anc'a parece indicar que el firmante de la carta es real- mente el bien conocido Bar Kokeba (hijo de la estrella; tal nombre le daban sus secuacss\ que en real:dad. empero, se llamaba Bar Koseba (de su pueblo natal ; sus enemigos pronunciaban Bar Ko- zi'ba. hijo de mentira: embustero), caudillo de la segunda insu- rrecc;ón contra la dominación romana 7. A frnes de 19**%. en una cueva nuesta por encima de ma'aret Qum- ran y de más difícil acceso que ésta encontraron los beduinos otros fragmentos de i^anuscri+os, en hebreo, a^ameo y griego. Parece que su fecha se remonta hacia el año 40 p. C. De estos varios documentos, el que a nosotros más in- teresa es el ya mencionado Manual de disciplina, del cual vamos a citar unos pocos pasajes, que darán alguna idea del espíritu que animaba aquella Comunidad. «Todos los que entran en la regla de la Comunidad se adherirán a la Alianza en la presencia de Dios, comprome- tiéndose a obrar conforme a todo lo que El ordenó...» (col. I, 16) «Esta es la regla para los que se ofrecieron a formar parte de la Comunidad: que se aparten de todo mal y per- severen en todo bien, y se aparten de la congregación de hombres perversos..., obrando según la disnosición de los hijos de Sadoq, sacerdotes, custodios de la Alianza...» (col. V, 1-2). Existía, pues, una asociación, que profesaba cierta regla común, de la cual eran custodios oficiales los sacerdotes, hijos de Sadoq. «De esta manera obrarán en sus moradas. Dondequiera que haya dos juntos, el menor obedezca al mayor... Coman todos en común y en la misma forma; den la bendición y tomen sus deliberaciones. Dondequiera que sean diez no falte entre ellos un sacerdote ; y en su presencia siéntese cada uno en su propio sitio y por el debido orden le pidan consejo... En la comida, el sacerdote bendiga el pan y el vino... Dondequiera que haya diez no falte de entre ellos uno que se aplioue día y noche a estudiar la Ley para la común utilidad. TVdos pasarán una tercera parte de la noche en la lectura del Libro, en el estudio de la justicia y en la bendición común» (col. VI, 2-14). «Cada uno en el trato con sus hermanos practique la ver- dad, la justicia, la rectitud, la caridad benévola, la modes- tia en el hablar» (col. VIII, 2). 7 Véase RB (1953) pp. 276-294 («Une lettre de Simón Bar Kokheba») AMBIENTE SOCIAL-RELIGIOSO a* i£] hombre prudente cumpla en todo la voluntad de Dios ; y cuanto hiciere será de su agrado como oblación espontá- nea ; y en ninguna cosa se complazca fuera de la voluntad de Dios» (IX, 23 s.). Estas breves citas nos revelan el espíritu que animaba la Comunidad de la Nueva Alianza, y arrojan nueva luz sobre el ambiente religioso al tiempo de Nuestro Señor. Las principales virtudes que en ella se recomendaban, el desprecio de las riquezas, el aislamiento del mundo, el amor del prójimo, la continencia, la humildad, son las que practicaban los esenios, lo cual viene a confirmar hasta cierto punto la hipótesis de la identidad de las dos sectas o aso- ciaciones. Sobre la fecha de estos manuscritos, y más en particular los de Qumran, se cruzaron vivas discusiones, que se pro- longan todavía, si bien quizá con menor intensidad, siendo diversísimas las opiniones. Mientras unos los hacen remontar hasta la primera mitad del siglo segundo a. C. (el tiempo de los Macabeos), los rebajan otros hasta la Edad Media. Esto último es una verdadera exageración. Ha de tenerse por sólidamente probable que dichos manuscritos pertenecen a la época precristiana ; y de todas maneras es cierto que son anteriores al año 70 p. C. 8. Nombre y origen. — La voz hebrea perushim: fariseos (del verbo parash: separar) significa separados. Nombre que se les dió, en tono probablemente un tanto despectivo, por su excesiva y nimia preocupación de apartarse de cosas y per- sonas de cuyo contacto pudiera haber algún peligro de con- traer impureza legal. Su origen es incierto. Piensan algunos que se remonta a los tiempos de Esdras y Nehemías, por cuyo mandato mu- chos judíos prometieron con juramento apartarse de los pueblos extranjeros, y en particular despedir las mujeres de aquellos pueblos, con las cuales habían contraído matrimo- nio (Esd. c. 10 ; Neh. c. 10, 28 ss.). Pero aquí se trata de un 1 Innumerables artículos se han escrito sobre estos documentos; citaremos algunos: A. Bea. Bíblica 29 (1948). 446-448; 30 (1949), 128 s.. 293-295. 474 s.. 446 448 ; 31 (1950). 242-245: Civilta Cattolica (1950) I. pp.- 480-494. 612-624; (1952) IV. pp. 128-142. P. Tournay. Rev. Bibl. (1949). pp. 204-238. P. de Vaux. ibid.. pp. 234-237. 586-609; (1950), pp. 417-429. P. Barthélemy, ibid.. pp. 530-549; (1952). pp. 187-218; P. de Vaux, ibid.. (1953), pp. 83-106: 245-275. Pérez Castro. Sefarad 11 (1915). 115-153 (con rica bibliografía en pp. 151-53'); 12 (1952). 167- 197. L. Arnaldich. Est. Bíbl. 11 (1952). 359-398. En estos artículos se encontrará abundante bibliografía. 32* BOSQUEJO HISTÓRICO episodio particular, y además de todo el pueblo en masa; y en lo sucesivo ningún indicio tenemos de que se formara entonces un grupo de hombres a quienes convengan los caracteres propios de los fariseos. La primera mención que de éstos hace Josefo (Ant XIII, 5, 9) es del tiempo de Jonatás (161-143 a. C), por tanto hacia la mitad del siglo II a. C. Por el contrario, cabe decir, si no con absoluta certeza, pero sí con suma probabilidad, que los fariseos son los suce- sores, o más bien continuadores de los asideos (hebreo cha- sidim: piadosos), que hallamos mencionados en los libros de los Macabeos (1 Mac. 2, 42 ; 7, 12 ; 2 Mac. 14, 6), los cuales se unieron al movimiento de los Macabeos, y que sin duda existían ya desde algún tiempo. El nombre de los saduceos lo hicieron derivar algunos del vocablo hebreo tsaddiq: justo; calificativo que mal se aven- dría con su carácter, que nada parece haber tenido de justo y piadoso. Más bien procede del nombre del sacerdote Sadoq (tsadoq), que fué elevado al sumo sacerdocio por Salomón (3 Re. 2, 35). Serían, pues, los sacerdotes sadoquitas, o hijos de Sadoq. Formaban como la aristocracia judía, y a ellos pertenecían, como ya indicamos, la mayor parte de los sacer- dotes, en tal manera que a las veces eran llamados boetianos. nombre tomado del jefe de una de las principales familias sacerdotales. (Cf. Schürer, 2, p. 478; Mishna, Menahoth 10, 3, donde se halla el nombre boetianos.) Los saduceos juegan un papel importante durante todo el gobierno de los asmo- neos, en contraposición de los fariseos, ora ganando, ora perdiendo de su influencia. De los saduceos hace mención Josefo en tiempo de Jonatás (Ant. XIII, 5, 9). Obscuros en extremo son así el nombre como el origen de los esenios. Según la voz de que se hace derivar el nombre esenios (en Josefo, essenoi; en Filón, esaioi) significaría santos, silenciosos, médicos, profetas, etc. Del tiempo en que se formó esta sociedad nada absolutamente se sabe. Como se ha dicho de fariseos y saduceos, la primera mención que de los esenios hacía Josefo es al tiempo de Jonatás (ibíd.). Herodianos. — En dos ocasiones aparecen éstos en el Evan- gelio: cuando, después de haber sanado Jesús la mano de un hombre, se confabulaban con los fariseos para perderle (Me. 3, 6), y cuando con los discípulos de los fariseos se presentan al Salvador preguntándole capciosamente si era o no lícito pagar el tributo al Cesar (Mt. 22, 16; Me. 12, 13). A. M BIEN 1 F SOl I AL-RELIGIOSO Piensan algunos (v. gr., Lagrange. Holzmeister) que esos herodianos eran soldados del tetrarca Antipas, o bien gent<- de su corte, palaciegos (aulici). Nosotros creemos más bien que se trata de un verdadero partido. Cuando habla Josefc de la guerra de Herodes el Grande, antes de subir al trono, con Antígono, menciona a los hero- dianos en dos pasajes: Bell. Jud. I, 16, 6 (Herodianos!> : Ant. XV, 15. 10 (los que estaban de la parte de Herodes). Es claro que los considera Jcsefo como partidarios de Hero- des, y los opone a los antigoneos (Bell. Jud. I, 16, 6), que son. evidentemente, los partidarios de Antígono. Este par- tido se mantuvo terminada la guerra con Antígono y aun después de la muerte de Herodes. Eran judíos afectos a la dinastía herodiana. y esperaban, sin duda, que desaparecie- sen los procuradores romanos y se restableciese en todo el territorio dicha dinastía. Era partido puramente político; pero sus adeptos debían de sentir poca simpatía por el Profeta de Nazaret. Tenían, ciertamente, bien conocidas las relaciones de Jesús cqn el Bautista, y no ignoraban la actitud de éste para con Anti- pas; y por ventura llegó a sus oídos aquella frase con que un día, allá en Perea, estigmatizó Jesús al tetrarca: ;Ese zorro'. (Le. 13. 32). Y por esto, aunque nada tenían de reli- giosos, se prestaban a esas alianzas pasajeras con los fari- seos en contra de Jesús, bien que de los fariseos andaban muy lejos en su manera de ser, más bien mundana y des- I preocupada. Escribas. — Con frecuencia aparecen en la historia evan- gélica los escribas (Tpay^Mw) sobre todo en los sinópticos (en San Juan una sola vez, en el episodio de la mujer adúl- tera, Jn. 8, 3). Eran hombres peritos en la Ley; lo que diríamos nosotros iegistas. letrados. No eran precisamente sacerdotes, aunque podían serlo ; ni pertenecían necesaria- mente a una secta particular, como la de los saduceos y fa- riseos, aunque había escribas que eran fariseos (Me. 2. 16), i v con éstos tenían ciertamente más íntima relación. Vemos. efecto, que no pocas veces se nombran juntos escribas v fariseos (Me. 7. 1 ; Le. 5, 30) ; y las invectivas que a és- j :os dirige el Salvador, van también contra aquéllos. Y es ¡ iue, a fuerza de sutilizar en la Ley, venían a vaciarla del I spíritu para quedarse con la sola materialidad de la mis- I na ; y en esto andaban de acuerdo con los fariseos. Y ésta 34: BOSQUEJO HISTÓRICO es la causa por qué su actitud para con Jesús era general- mente hostil; bien que no faltaran quienes se mostrasen más bien, diríamos, simpatizantes, como aquel a quien dijo el Señor: «No estás lejos del reino de Dios» (Me. 12, 34). Gozaban de grande autoridad, y se les honraba con el título de rabbi: maestro. En el libro del Eclesiástico (escrito hacia los años 180 a. C.) se habla con encomio, en los capítulos 38-39, de los escribas. Pero éstos existían ya de mucho antes. Probable- mente se remonta el origen de esos peritos en la Ley a los tiempos del destierro babilónico. En efecto, este título se da a Esdras en el libro que lleva su nombre (7, 6). El nom- bre hebreo era sofer, y en plural soferim. En la interpretación de la Ley se distinguían dos par- tes, o dos elementos: la haggadah (narración; del verbo nagad: manifestar, narrar) y la halakah (vía, camino; del verbo halak: marchar). El primer elemento era narrativo; el segundo, doctrinal, moral. Es, claro que, para venir a ser escribas, legisperitos, de- bían darse al estudio de la Ley bajo la dirección de algún maestro. San Pablo afirma de sí que se instruyó a los pies de Gamaliel en todo el rigor de la Ley (Act. 22, 3). El que así estudiaba se llamaba talmid tórah: discípulo de la Ley. En la época talmúdica, esto es, varios siglos después de Cristo, la plena potestad de enseñar no se obtenía antes de haber cumplido los cuarenta años; y dicha facultad se confería por una cierta imposición de manos. Aunque cayeran en graves abusos en la manera de in- terpretar, y no dieran ejemplo de humildad, sino, muy al contrario, de refinado orgullo, hase de convenir en que nc dejaron de prestar un buen servicio contribuyendo a lí estricta observancia de la Ley. Helenismo. — Otro elemento que influyó en la manera de ser y pensar del pueblo judío fué el helenismo. Alejandro Magno quiso no solamente conquistar, sinc también helenizar. Quiso no sólo por las armas someter las naciones, sino también, y aun más, por el espíritu. Se prc puso, por decirlo así, informarlas de la cultura griega; ei la religión, en el arte, en las costumbres; en todas las ma- nifestaciones de la vida nacional, y a este fin, al ejércil conquistador seguía de cerca otro ejército de colonizadores, que en los vencidos por la violencia de la espada infiltrarai AMBIENTE SOC1AL-RELIGIOSO :,.v suavemente el espíritu de Grecia. Y la empresa del héroe macedónico se vió coronada de feliz éxito, porque los que se repartieron los despojos de su imperio siguieron sus huellas, y se orientaron hacia el triunfo de la cultura helénica. Esta cultura, como no podía menos de suceder, penetró en Palestina, sobre todo en las ciudades del litoral. A Gaza la califica Josefo (Bell. Jud. II, 6, 3) de griega; un tanto más hacia el norte, Antedon es fundación griega. Estaban fuertemente helenizadas, si no fundadas por los griegos mis- mos, alguna de ellas, Ascalón, Jajá, Apollonia, Dora (Tantu- ra), Ptolemaida (la antigua Akko, que ha vuelto a tomar su primitivo nombre). Ni faltaban en el interior del país: Sci- tópolis (Beisán), Paneion (la Cesárea de Filipo del Evangelio, que ha recobrado su antiguo nombre de Baniyas), Filoteria, que no pocos sitúan en Khirbet Kerat, al extremo sudoeste del lago de Genesaret. Y en la Transjordania, Josefo califica de griegas Hippos (Qala'at el Hosn, al sudeste del mar de Tiberíades) y Gadara (Umm Keis, un tanto más hacia el sur) ; y estaban también helenizadas Pella y Dium, Gerasa y Füadelfia (la antigua capital de los ammonitas y aho- ra capital de la Transjordania con el antiguo nombre de Ammán). Es claro que los judíos, rodeados de estas ciudades, con las que debían forzosamente de mantener más o menos es- trechas relaciones, no podían substraerse del todo a su in- flujo. Vemos, en efecto, que a principios del siglo n a. C, sin que se vieran forzados por violencia externa, hubo ju- díos, y al parecer no pocos, que, abandonando las tradicio- nes patrias, se orientaron hacia la manera de ser griega. Con pena lo hace constar el autor del primer libro de los Maca- beos (1, 12 ss.): «Por aquellos días se dejaron ver unos inicuos israelitas, que persuadieron a muchos diciéndoles: «Vamos y hagamos alianza con las naciones circunvecinas, porque después que nos separamos de ellas cayeron sobre nosotros calamidades sin cuento. Y a muchos parecióles bien este consejo. Y algunos del pueblo se ofrecieron a ir al rey ; y éste les dió facultad de vivir según las costumbres de los gentiles.)) Y. según eran de celosos por la manera de vida de las naciones extranjeras, diéronse prisa a construir en Jerusa- lén un gimnasio al estilo de los paganos, como lo había en las ciudades helenísticas ; y se introdujeron los juegos y pugilatos tal como en dichas ciudades se hacían ; y como se 36* BOSQUEJO HISTÓRICO avergonzaban de aparecer con la señal de la circuncisión^ se hacían restablecer artificialmente el prepucio. En suma, se desató una fuerte corriente helenística, que naturalmente no se limitaba al gimnasio y a los juegos, sino que trans- cendía al espíritu, a la manera de pensar. Más explícito es aún el libro segundo de los Macabeos (4, 7 ss.). Jasón, cuyo verdadero nombre era Jesús, que él quiso helenizar (Josefo, Ant. XII, 5, 1), disolvió institucio- nes legales, esto es, propiamente judías, e introdujo costum- bres extranjeras ; erigió un gimnasio bajo la misma acrópo- lis, donde dispuso una efebeia, en la cual se ejercitaban en los juegos los jóvenes de las familias más distinguidas. Y a tal punto llegó ese entusiasmo por el helenismo, que los sacerdotes mismos, en vez de consagrarse al servicio del al- tar, corrían a tomar parte en los ejercicios de la palestra. (Cf. Ant. XII, 5, 1.) Como se ve, logró el helenismo penetrar también en el pueblo judío. Pero iba a encontrar aquí una resistencia que no había hallado en otras partes. Y es que entre los judíos estaba profundamente arraigado el monoteísmo, el culto de un solo y único Dios, y era religiosamente venerada la Ley mosaica, que informaba la vida toda de la nación. Así es que esta helenización no alcanzó sino a la clase alta de la socie- dad, y aun no toda; no pasó a la masa del pueblo; y, ade- más, muy pronto se levantaron contra la nueva corriente los asideos, es decir, los justos, los que mantenían el celo por la observancia de la Ley (1 Mac. 2, 42; 7, 12; 2 Mac. 14, 6); y luego los fariseos, sus sucesores o continuadores, con quie- nes estaba la masa del pueblo. Añadióse a esto la insana persecución de Antíoco IV Epifanes. Imaginóse el malavisado monarca que con la violencia podría vencer la resistencia de la gran masa del pueblo judío. Pero su crueldad produjo el efecto contrario. En vez de acabar con la religión judía, no hizo sino excitar más y más el entusiasmo religioso y truncar, o por lo menos aflojar, la corriente de helenismo, que había invadido ya parte de las altas clases sociales. El grito de Matatías en Modín : «Quien sienta celo por la Ley y mantenga la Alian- za, sígame» (1 Mac. 2, 27), electrizó los ánimos, y dió prin- cipio a aquella lucha titánica en que los cinco hijos del magnánimo héroe, después de inmensos sacrificios y glorio- sas hazañas, obtuvieron al fin glorioso triunfo. No quiere esto evidentemente decir que con esto quedara AMBIENTE SOCIAL- RELIGIOSO muerto el helenismo, el cual existía, sin duda alguna, al tiempo de Cristo, como dijimos; pero sí se le cortó las alas y se amenguó por mucho su influencia. Lengua. — ¿Llegó a implantarse en Palestina, por la in- filtración del helenismo, la lengua griega? ¿Qué lengua hablaban los judíos al tiempo de Jesucristo? La lengua por aquel entonces comúnmente hablada era ciertamente la aramea, que había sustituido a la hebrea. Basta recordar las palabras de Nuestro Señor en la cruz: «Eli, Eli, lamma sábachtani?» (Me. 15, 34) ; los muchos nombres compuestos con bar, como Bartolomé, Bartimec, Barnabas, Barabbas, etc.; las palabras abba (Me. 14, 36), hacéldama (Act. 1, 19), gábbata (Jn. 19, 13), gólgota (Mt. 27, 33), etc. ; el nombre de Pedro : Kefas. Una prueba inequí- voca de que el pueblo ni siquiera entendía ya el hebreo es que, como en las sinagogas se leía la Sagrada Escritura en lengua hebrea, había necesidad de interpretarla a los oyentes traduciéndola al arameo. Son interesantes las disposiciones que a este propósito leemos en la Mishna: «El que lee en la Ley (de Moisés) no ha de leer al intérprete más de un ver- sículo (a fin de que dicho intérprete pueda fácilmente acor- darse y traducirlo) ; pero, si lee en los Profetas, puede llegar hasta tres versículos.» «Uno que está ciego puede leer el Shema con sus bendiciones, e interpretar.)) «La historia de Rubén (Gén. 35, 22) se lee, pero no se interpreta; la historia de Tamar (Gén. 38, 13 ss.) se lee y se interpreta» (Mcgil- la IV, 4, 6. 10). En Sotah VII, 2, se dice: «Estas perícopas han de decirse únicamente en la lengua sagrada», esto es, la hebrea, y a continuación se citan una por una. Es claro, pues, que si la masa del pueblo no entendía el hebreo, mu- cho menos podía hablarlo ; y es no menos evidente que la lengua usada por Nuestro Señor era el arameo. Por lo que hace a la lengua griega, es cierto que el pue- blo, en general, ni la hablaba ni la entendía. Josefo refiere (Bell. Jud. VI, 6, 2) que durante la guerra, queriendo Tito persuadir a los sitiados que abandonaran ya toda resistencia, sirvióse de un intérprete, y que otras veces era el mismo Jo- sefo el encargado de hablar a sus compatriotas en su propia lengua (Bell. Jud. V, 9, 2-4; VI. 2, 4-5). Indicio de que no entendían el griego. Y aun más tarde, en los siglos in y rv, se hablaba la lengua aramea, y eran muchos los que no co- nocían el griego. Schürer (Geschichte 2, p. 85) cita a este 38* BOSQUEJO HISTÓRICO propósito dos casos significativos: el rabino Jochanan, que en el siglo in enseñaba en Séforis y en Tiberíades, permitió que las jóvenes aprendiesen griego; permiso que no dejó de causar cierta extrañeza. Por ahí se ve que el uso de la lengua griega distaba mucho de ser general. Al tiempo de Diocle- ciano había en la comunidad cristiana de Scitópolis un en- cargado de traducir al arameo lo que en las funciones reli- giosas se leía en griego. Y es interesante e instructivo lo que a fines del siglo rv escribía para sus monjas de Galicia nuestra peregrina Ete- ria: «En aquella provincia (Palestina), parte del pueblo conoce el griego y el arameo (Eteria escribe siriste): otra parte solamente griego, y alguna parte únicamente arameo ; y así, como el obispo, aunque conoce el arameo, habla siem- pre en griego y nunca en arameo. hay allí siempre un sacer- dote que, lo que el obispo dice en griego, lo traduce él al arameo, a fin de que todos lo entiendan. Las lecciones se leen en griego, pero siempre hay uno que las traduce al arameo, para que todo el pueblo las entienda.» Y añade un detalle respecto de la lengua latina: «Hay también aquí la- tinos, esto es, que no conocen ni el arameo ni el griego; y para que no queden contristados (ne contristentur), tam- bién a ellos se les expone; porque hay otros hermanos y hermanas (fratres et sórores) grecolatinos que se lo exponen en latín.» (Geyer, Itinera Hierosolymitana saeculi ÍV-V7IÍ [Vindobonae, 1898], p. 99.) De todas maneras, aunque la lengua griega no penetró en la masa del pueblo, es cierto que era conocida y hablada en las ciudades de la costa y en las ciudades helenizadas del interior ; y no hay duda que en Jerusalén la conocían las per- sonas cultas y no pocos de la aristocracia y de la casta sacer- dotal; ni es improbable que también la entendían, y aun quizá la hablaban con más o menos perfección, un cierl número de personas del pueblo. Véase Dalman, citado en 1 Bibliografía. En resolución cabe decir que, a pesar de las infiltracio- nes, ciertas e indubitables, del helenismo en Palestina, Je- sucristo se movió dentro de un ambiente específicament judío; y ésta es la impresión que se recibe de la lectura de los Evangelios. Las enseñanzas de Jesús al pueblo, sus dis- cusiones con los fariseos, sus diálogos con las autoridades de Jerusalén, corresponden al mundo de ideas y preocupado- AMflltNTE SOClAL-RLLiGIOSO 59* nes propiamente judío, sin que en todo ello se descubra in- fluencia helénica. Literatura. — Numerosos escritos de las últimas dos cen- turias antes de Cristo llegaron hasta nosotros. No vamos a recorrerlos todos: nos limitaremos a unos pocos; bastantes, sin embargo, para formarnos un concepto suficientemente claro de las principales ideas que dominaban en los últimos tiempos del judaismo y a los principios de la era cristiana. Estas ideas eran el mesianismo y la sabiduría, la sabidu- ría práctica. En torno a ellas cabe decir que se movían las demás. La primera claramente aparece en los llamados Sal- mos de Salomón, escritos hacia mitad del siglo i a. C, quizá poco después de la toma de Jerusalén por Pompeyo el año 63 a. C. La segunda, en el libro deuterocanónico el Ecle- siástico, cuya fecha se remonta a principios del siglo n a. C, ; y en un capítulo de la Mishna, Pirke Aboth, una colección de los dichos de los sabios de Israel que vivieron del primer siglo a. C. hasta fines del siglo p. C. Mesianismo. — Pretendieron algunos que, al desaparecer con el destierro los profetas, desapareció también, o por lo menos mucho se amortiguó, la idea mesiánica, y que al tiem- po en que vino Jesucristo al mundo estaba poco menos que olvidada. Nada más opuesto a la verdad. Lo que leemos en los Evangelios bastaría ello sólo para probar lo contrario. El mensaje de los judíos al Bautista y el diálogo de éste con aquéllos (Jn. 1, 19 ss.) es claro indicio de que estaba en el ambiente la idea mesiánica, y lo mismo indican las palabras de la samaritana : «Sé que va a venir el Mesías» ( Jn. 4, 25) ; como también la confesión de San Pedro: «Tú eres el Me- sías (Mt. 16, 16). Era, además, bien conocido el libro del profeta Daniel, citado por Nuestro Señor delante de Caifás (Mt. 26, 64), libro todo saturado de mesianismo: «He aquí que en las nubes del cielo venía como un hombre, y se ade- lantó hasta el anciano y fué presentado ante él. Y se le concedió señorío, gloria e imperio; y todos los pueblos, na- ciones y lenguas le sirvieron. Su señorío es un señorío eterno, que no pasa; y su imperio nunca será destruido» (Dan. 7. 13 s.). Más claro no es posible hablar del reino mesiánico ; y así lo entendían los judíos. En los Salmos de Salomón, que son dieciocho, obra de un fariseo, o, de todas maneras, penetrado del espíritu de los 40* BOSQUEJO HISTÓRICO fariseos, se habla de un futuro reino glorioso, en que reinará un rey justo y bueno; serán aniquilados los enemigos, e Israel gozará triunfante de paz y felicidad. Se trata, sin duda alguna, del reino con tan vivos colores descrito por los an- tiguos profetas de Israel. La sabiduría— -En grande honor estuvo entre los judíos la sabiduría; pero la sabiduría práctica, norma de vida y regla del bien obrar. Tal aparece en el Eclesiástico, por otro nombre La Sabiduría de Jesús hijo de Sirac, escrito en he- breo, aunque hasta el año 1896 no se conocía sino la traduc- ción griega hecha por un nieto del autor. Se parece muy mucho al libro de los Proverbios de Salomón, pues en su mayor parte se compone de sentencias o máximas morales, como, v. gr., éstas, tomadas del capítulo 5 : No confíes en tu fuerza, para andar tras los deseos de tu alma. No confíes en riquezas engañosas, porque nada te aprovecharán en el día de la saña. Gloria y deshonor están a merced del charlatán, y la lengua del hombre es su ruina. Y el mismo autor dice que la sabiduría está en el temor de Dios: «El principio de la sabiduría es temer a Dios»; «La corona de la sabiduría es el temor del Señor» ; «La raíz de la sabiduría es temer al Señor» ; «Sabiduría e instrucción es el temor del Señor» (c. 1). También el llamado Libro de la Sabiduría de Salomón fué escrito por un judío, y, sin embargo, está matizado de filosofía griega ; pero el autor era judío alejandrino, y escri- bió su libro en griego. Movíase dentro de un ambiente que no era el del mundo judío de Palestina. Del Pirke Aboth bastará citar algunas sentencias o má- ximas. «Los hombres de la Grande Sinagoga decían tres cosas: Sé prudente en juzgar; hazte muchos discípulos, y levanta un vallado en torno a la Ley.» — «Simeón el Justo era uno de los que habían quedado de la Grande Sinagoga. El solía decir : Por tres cosas es el mundo sostenido: por la Ley, por el servicio del Templo y por las obras de caridad.» — «Nittai el Arbelita decía: Mantente lejos de un mal vecino: no te familiarices con los malos, y no pierdas la fe en la retri- bución.» LOS EVANGELIOS 41* Estas máximas están tomadas del capítulo 1 ; y del mis- mo género son las demás. Claro está que, además del mesianismo y la sabiduría, tema una gran parte en la preocupación judía de las dos últimas centurias la doctrina escatológica, y en este punto son de singular importancia el libro de Henoch y los libros sibillinos; pero ello es cierto que las lucubraciones escatoló- gicas van, por lo común, unidas con las ideas mesiánicas. Aunque muy interesante, no juzgamos oportuno exten- dernos más en la exposición de la literatura judía. Puede verse Schürer, Geschichte. vol. III, donde se hallará mate- ria muy abundante. Los evangelios. No hemos juzgado oportuno detenernos en probar aquí la autenticidad e historicidad de los evangelios; materia que se halla tratada muy de propósito y con la debida amplitud en numerosas publicaciones. Pero sí queremos trazar algo así como una semblanza de los cuatro documentos que consti- tuyen la base de la vida de Jesucristo: destacar su índole propia y peculiar; poner de relieve sus caracteres distin- tivos. La simple lectura del primer evangelio da la impresión i de dos notas de singular resalte: Fin marcadamente apo- logético; sistematización de la materia. El evangelista, escribiendo para sus compatriotas, los i judíos, versados en las Sagradas Escrituras, quiere probar- les que el Mesías anunciado por los profetas es Jesús de Nazaret (1, 22 s. ; 2, 5 s. 15. 17 s. 23, etc.). Claro está que en modo alguno se excluye la divinidad, que aparece en nume- rosos pasajes (el bautismo, 3, 17; la transfiguración, 17, 5; \ alocución de Jesús al Padre, 11, 25-27, etc.) ; pero ello es cierto que lo que más resalta y lo que parece estar más visiblemen- * te presente al evangelista es el carácter mesiánico. Otro de los rasgos del primer evangelio es la extensión que se da a las enseñanzas del Maestro. No, por cierto, que \ ^e pasen en silencio los milagros (cf. c. 8-9), y que no se ~elaten numerosos episodios; pero no hay duda de que, co- ejado dicho evangelio con los otros dos sinópticos, se ad- I luiere la convicción de que San Mateo quiso muy de propó- Y ito conceder una cierta preponderancia a la parte doctrinal 42* BOSQUEJO HISTÓRICO con respecto a la que pudiéramos llamar más bien narrativa. El primer evangelista, al revés de Marcos y Lucas, que no habían convivido con Jesús, disponía de una doble fuente do- cumental : su propia experiencia, como testigo ocular de casi todo lo que escribía, y la catequesis que muy pronto se fué formando ; pero en el ordenar su narración no parece que se haya atenido estrictamente ni a la una ni a la otra. Su escrito era algo así como una tesis, una obra didáctica, y en armo- nía con este carácter modeló la materia, jerarquizó los varios elementos así doctrinales como narrativos. Agrupó numero- sas enseñanzas en torno a las Bienaventuranzas (c. 5-7), y a propósito de la misión de los apóstoles (c. 10); juntó en los ce. 8-9 gran cantidad de milagros, recogió en el c. 13 una parte considerable de las parábolas. Fácilmente se compren- de que con tal espíritu de sistematización poco influjo ejer- cieran en su ánimo las preocupaciones cronológicas. Para él poca importancia tenía el que un hecho hubiese ocurrido en un sitio o en otro, en una época o en otra ; lo que interesaba era el hecho mismo, su fuerza apologética, su alcance dog- mático. No es que el autor se aparte siempre del orden cro- nológico: los ce. 14-18 encierran una serie de episodios (pri- mera multiplicación, excursión a Tiro y Sidón, segunda mul- tiplicación, confesión de San Pedro, transfiguración, varios incidentes en Cafarnaúm), que se fueron ciertamente suce- diendo tal como van expuestos; pero este orden, muy real y objetivo, se mantiene, diríamos, algo así como al margen de la intención del evangelista. Cuando se trata, pues, de ordenar cronológicamente la Vida de Nuestro Señor, no iremos a buscar el hilo conductor en el primer evangelio ; bien que, donde éste coincida con los demás, podrá tomarse como oportuna y no despreciable confirmación. Otro ambiente se respira en el segundo evangelio. Es éste, diríamos, un chorro de agua límpida que brota de la fuente, corre libre y veloz, sin detenerse en formar remansos, como ansiosa de llegar a su término. Es un delicioso deslizarse , ora rápida y bulliciosa, ora sosegada y apacible; pero siempre adelantando, siempre anhelando hacia el fin. ¿Qué plan se propuso Marcos al escribir su evangelio, tan espontáneo, tan distinto de los demás? Plan propio y perso- nal, a nuestro juicio, ninguno. El segundo evangelista quiso fijar por escrito la Buena Nueva; y ésta la encontró como es- LOS EVANGELIOS 43 tereotipada en una de las catequesis, la de Pedro. Explícito es el testimonio de Papías9: «Marcos, intérprete ( éppjveoxr;;) de Pedro...», es decir, que escribió lo que había oído a Pedro, y que conservaba en su memoria. Si, por consiguiente, pre- sidió al evangelio un plan, éste no fué de Marcos sino de Pedro. ¿Lo tuvo realmente el apóstol? El mismo Papías nos da la respuesta: Pedro «daba sus enseñanzas conforme a la utilidad [de los oyentes], no como quien hace una historia propiamente dicha ( oúvra^tv ) de las palabras ( Xo^wv: dichos y hechos) del Señor». Estas palabras excluyen toda intención de atenerse a un orden estricto, sea lógico o cronológico, y de dar una historia completa de Jesús. La norma única era la utilidad del audi- torio. Marcos se limitó a fijar por escrito estas instrucciones de Pedro. Al revés de los otros sinópticos, no trabajó, diría- mos, su materia modelándola conforme a un esquema perso- nal. Y éste es precisamente el encanto de su narración : sol- tura, viveza, espontaneidad. Con esto se nos abre el camino para apreciar en su justo valor las palabras de Papías, que Marcos no escribió con orden (oú jaévtoi zá£z>). No poco se ha discutido y sigue discu- tiéndose sobre si se trata de orden lógico o cronológico. Nos- otros sospechamos que se da a la frase de Papías una pre- cisión que estaba ausente de su mente. Teniendo presente a Mateo con su orden lógico, y a Lucas con el orden cro- nológico, y ambos con plenitud histórica, como que abrazaban toda la vida de Jesús, echaba de menos en Marcos el orden que resplandecía en los otros sinópticos, queriendo expresar por este vocablo no sólo el orden lógico o el cronológico, sino ambos a una, y aun incluyendo la plenitud de la materia, como que para una historia perfectamente ordenada se re- quiere que no aparezca incompleta y en cierto modo mutila- da. Papías apreciaba sin duda los tres elementos: orden ló- gico y cronológico 10, plenitud de la materia ; no es maravilla que, faltando los tres en Marcos, a todos ellos se refiriese. No creemos, pues, que se preocupara Marcos del orden cronológico. Cierto que éste no anda ausente, en general, del segundo evangelio ; pero no es porque el autor lo buscara y conforme al mismo ordenara los hechos, sino sencillamente • Eusebius, Hist. ecl. III, 39: Migne, 20, 300. 10 Juzgamos exagerada 7a afirmación del P. Prat : «L'ordre chro- nologique pour Papías, comme pour plusieurs de ses contempo- rains. était du désordre» (1. p. 17). 44* BOSQUEJO HISTÓRICO porque estos hechos se le ofrecían ordenados en esta forma. Lo que parece interesar vivamente a Marcos son los to- ques realistas, que destacan una actitud, concretan un hecho, nos revelan íntimos sentimientos ; esas hipotiposis, que en breves rasgos retratan y nos hacen vivir una escena. Lo que los otros evangelistas expresan vagamente y de manera im- personal él lo precisa y le da mayor relieve con la oración directa. Más bien que acumular citas quisiéramos poner ante la vista algunos ejemplos : Me. 1, 33, «la ciudad entera estaba agolpada a la puerta» ; 2, 2, «ya no cabían ni a la puerta» ; 2, 3, «cargado a hombros entre cuatro» ; 4, 38, «El estaba en la popa con lá cabeza puesta sobre un cabezal» (Mt, «ipse vero dormiebat» ; Le, «Obdormivit») ; 3, 5, «Y echando, in- dignado, una mirada en torno sobre ellos, contristado por el encanecimiento de su corazón» (Le. «circunspectis ómnibus»); 3, 20, «de suerte que ni tiempo tenían para comer»; 1, 37, «dícenle : Todos te andan buscando» (Le, «turbae requirebant eum, et venerunt usque ad ipsum»). Fácilmente pudieran multiplicarse los pasajes en que aflo- ra esa preocupación de lo concreto, esa fina observación psi- cológica, esa predilección del lenguaje directo, que imprimen un sello particular y añaden encanto e interés al segundo evangelio. ¿Revestía ya este carácter la catequesis de Pedro, o se debe más bien a la manera de ser del evangelista? Di- fícil és decirlo ; f áltannos medios para comprobarlo. Lucas, al revés de los otros dos sinópticos, nos descubre ya desde el principio, clara y explícitamente, qué fin se pro- puso en escribir el evangelio y cuál fué el plan que siguió (Le. 1, 1-4). Conocía los evangelios de Marcos y de Mateo 11 (y tam- bién otros escritos), y aunque los estimaba y respetaba, mas no le satisfacían : el uno por ser harto conciso y deficiente, pues poco contenía de las enseñanzas de Jesús y nada de la infancia ; el otro por echarse de menos en él un cierto orden en el desenvolvimiento de los hechos. , Con el fin de obviar este doble inconveniente, Lucas, des- pués de haberse informado escrupulosamente de todas las 11 Discuten los autores si entre los varios escritos a que alude el evangelista han de contarse los dos sinópticos. Nosotros creemos que a éstos principalmente tenía presentes. Ellos, en efecto, adolecen de los dos defectos que él quiere soslayar, escribiendo con una cierta plenitud (aludiendo a Marcos), y en forma correspondiente a la sucesión objetiva de los hechos (refiriéndose a Mateo). LOS KVANGELIOS 45» cosas ya desde su mismo origen l'\ se decide a escribirlas ordenadamente, de suerte que hechos y enseñanzas se vayan desarrollando en la narración tal como en realidad ocurrie- ron v\ y todo esto para confirmar más y más en la fe a su excelente Teófilo. De Lucas, por consiguiente — y sólo de Lucas — , sabemos que se propuso transmitirnos la historia evangélica en la mis- ma forma en que realmente se desarrolló. Que no siempre la disposición de los hechos en su evangelio corresponda al orden cronológico ; o que en alguna ocasión lo haya quizá de propó- sito invertido, en nada desvirtúa esto su intención general. Por más cuidado que pusiese en informarse exactamente del encadenamiento de los episodios evangélicos, nada extraño que no siempre lo lograran; ni el propósito de seguir la suce- sión cronológica le impedía que de la misma se apartase cuando una razón pedagógica o un mayor grado de claridad lo aconsejaba. De la sección llamada lucana (Le. 9, 51-19, 14) se trata en su propio lugar (p. 62*, 431 ss.). El cuarto evangelio, con ser llamado, y muy justamente, evangelio espiritual, es el que mejor sitúa los hechos en su propio marco cronológico, y el que nos ofrece cuadros de un más vivo y pintoresco realismo. Alternan los discursos de doctrina abstracta, profunda, con las descripciones concretas, de rasgos firmes y destacados. San Juan es el único evange- lista que menciona las tres Pascuas; notas cronológicas en el ministerio del Bautista y principio de la vida pública de Jesús : «Al día siguiente» (1, 29. 35. 43) ; la hora precisa en que se verificó la visita de los dos discípulos : «Era como la 12 Así ha de interpretarse kv«d8sv , que se refiere a la voz si- guiente rafoiv. Lucas quiere ser completo, y por esto se informó no sólo de la vida pública de Jesús, sino también de sus mismos prin- cipios. Y no hay en esto nada que pueda calificarse de tautología. Es nuestra interpretación — común entre los autores — mucho más probable que la otra adesde mucho tiempo», preferida por algunos. 13 En este sentido, cronológico, ha de entenderse y^-l^z. San Lucas lo usa en Le. 8, 1; Act. 3, 24; 11, 4; 18, 23; y en todos estos pasajes dicha voz aparece teñida de un matiz temporal, y aun de sucesión ; es regla de buena exégesis que la misma fuerza le reco- nozcamos en Le. 1, 3. Y esto tanto más cuanto que este sentido se armoniza con el contexto mucho mejor que el otro de orden lógico. Si Lucas no quería significar sino que entendía escribir no confusa- mente, sino con orden, de suerte que hubiese una cierta coherencia entre las varias partes de la narración, su advertencia resultaba in- útil y fuera de propósito, pues, como justamente observa Knaben- bauer (In Le, p. 33), ¿a qué buen escritor se le ocurre advertir a sus lectores que se propone escribir sin confusión, o que no dejará de seguir un cierto orden en su relato? 46* BOSQUEJO HISTÓRICO hora décima» (1, 39); la fecha de las bodas de Caná: «A los tres días se hicieron unas bodas...» (2, 1); la del diálogo con la Samaritana: ((Era la hora como de sexta» (4, 5), etc. No es maravilla, pues, que precisamente al evangelio más espi- ritual, al evangelio que nos ofrece una doctrina más elevada y abstracta, se acuda en demanda de datos concretos y pre- cisos para fijar la cronología evangélica. Escenas y diálogos deliciosos : Andrés y su compañero si- guiendo a Jesús y quedándose con él (1, 37-39); el diálogo con Natanael (1, 47 ss.), con la Samaritana (4, 7 ss.), y sobre todo aquella preciosa joya literaria que es el relato del ciego de nacimiento (c. 9). En suma, el cuarto evangelio es un con- junto de idealismo y de realismo en el mejor sentido de la palabra ; es el águila que ora se eleva pujante a las alturas, ora se baja humilde hasta rozar el suelo ; es, en fin, algo así como el beso del cielo y la tierra, santificada la tierra por el cielo, y nada perdiendo el cielo por su contacto con la tierra. Si quisiéramos caracterizar de un rasgo los cuatro evan- gelistas, diríamos que Mateo es el Apologista, Marcos el Ca- tequista, Lucas el Historiógrafo, Juan el Doctor teólogo. Es en Mateo la idea capital: Jesús es el Mesías prometi- ólo; en Marcos: Jesucristo, hijo de Dios, vino a anunciar el Evangelio del Reino; en Lucas : Jesús vino a traer al mundo la paz y la salvación (recuérdese el canto de los ángeles y el Benedictus) ; en Juan : Jesús de Nazaret es el mismo que de toda la eternidad vivía en el seno del Padre. En Mateo la disposición de los hechos obedece a un plan lógico ; en Lucas, a un plan cronológico ; Marcos no se pro- puso propiamente ningún plan, ni lógico ni cronológico; Juan no quiso darnos, como Lucas, un relato cronológica- mente ordenado de la vida de Jesús, siendo, como era su objeto, desenvolver y poner de manifiesto la idea fundamen- tal del Prólogo ; pero con su espíritu de acribía, con su amor a lo concreto, dejó esparcidas en su evangelio numerosas notas cronológicas y topográficas, que nos sirven a maravilla para encuadrar en su marco cronológico la vida de Jesús. Por lo dicho es ya fácil conjeturar que la diversidad de fin práctico y de carácter personal de los autores habrá de reflejarse forzosamente en sus producciones literarias : el orden de los hechos será diverso, ni será siempre el mismo el modo de presentarlos. A tal conjetura, digamos en cierto modo apriorística, responde puntualmente la realidad. Huel- ga acumular citas: ellas están presentes a todo el que haya LOS EVANGELIOS 47* recorrido siquiera someramente los cuatro evangelios. Son instrumentos que dan sonidos distintos, pero que se funden en una maravillosa armonía. Son rayos de luz de color di- verso que, aunándose, nos proyectan una bellísima imagen policromada. Es la armonía evangélica; la concordia evan- geliorum. Pero para percibir esta armonía y apreciar esta concor- dia se requiere un criterio a la vez amplio y mesurado. Amplio, para que sepa descubrir la misma realidad bajo formas diversas; mesurado, para que no tome por mera forma lo que es verdaderamente realidad. Ambos extremos son peligrosos, y en ambos se ha incurrido: testigo la his- toria de la exégesis en nuestros últimos tiempos. Hemos de reconocer que no siempre es cosa fácil dar con el justo medio. Casos hay obvios, que no ofrecen dificultad. Tales son aquellos en que a unos mismos episodios se les da una trabazón cronológica diversa con aquellas fórmulas vagas: entonces, después, por aquel tiempo, etc. Por su misma im- precisión revelan con suficiente claridad que no se pretendió vincular el hecho a un momento determinado. Con mayor reserva hay que proceder cuando el evangelista usa una expresión concreta y bien definida: al día siguiente (Jn. 1, 29. 35. 43) ; al tercer día ( Jn. 2, 1) ; seis días después (Mt. 17, 1; cf. Le. 9. 28, como ocho días después), etc. En este caso es difícil sustraerse a la impresión de que el hagiógrafo conocía la fecha y quiso realmente señalarla. Cuanto a la manera de expresarse, no cabe duda que bien pudieron los evange- listas servirse de diferentes expresiones para transmitirnos la misma idea. No era preciso, ni por otra parte posible, sin un auxilio muy especial, que de tal manera se acorda- ran entre sí que repitiesen exactamente las mismas pala- bras que había pronunciado el Maestro. Otro punto hay del que se ha de hablar con prudente cautela: ¿Se tomó alguna vez el evangelista la libertad de poner en boca de Jesús una proposición no pronunciada por El, pero que respondía a su mente y estaba en armonía con su doctrina?, por ejemplo, cuando en Marcos 10, 12 dice Nuestro Señor: «Y si la mujer repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio.» No faltaron autores (P- ej., Prat, 2, p. 86) que se deciden por la afirmativa. Nos- otros, sin pretender rechazar de plano tal opinión, nos mos- traríamos más reservados ; y en este caso particular opta- ríamos más bien por la negativa. En el mundo romano era 43 BOSQUEJO HISTÓRICO cosa admitida que la mujer pidiese el divorcio, y es muy posible que esta costumbre se hubiese ido infiltrando entre las clases altas de la sociedad judía. La frase, por consi- guiente, en boca de Jesús no cabe decir que esté desambien- tada. Un problema especial, por cierto muy discutido, ofrecen ciertas parábolas, v. gr., las de los talentos y las minas. La doctrina fundamental viene a ser la misma; pero las cir- cunstancias de tiempo y lugar, los modos de expresión, las cifras, todo el ambiente literario es distinto. ¿Son realmen- te dos parábolas? ¿Es una sola? El planteamiento del pro- blema data de muy antiguo; y probablemente nunca se llegará a un perfecto acuerdo. Es posible concebir que el evangelista, fijándose en el fondo doctrinal de la parábola, entienda limitar a esto su afirmación propiamente dicha, no extendiéndola a los pormenores, que él por ventura no conoce sino vagamente, y cuya forma concreta, por otra parte, no ejerce ningún influjo en la doctrina que se pro- pone transmitir. Si tal fué o no su pensamiento ha de ser objeto de atento y minucioso estudio en cada caso particular. Más complejo y delicado, si cabe, es el problema que plan- tea San Juan. Los discursos de Jesús, que constituyen parte muy considerable del cuarto evangelio, ¿fueron realmente pronunciados por el divino Maestro? ¿Cómo pudo el evan- gelista retenerlos íntegramente en su memoria y fielmente reproducirlos por escrito? Una respuesta breve, tajante, en uno u otro sentido, sería fácil y cómoda, pero difícilmente satisfaría al lector; ni por otra parte respondería, creemos, a la realidad objetiva. Que en las secciones narrativas el justamente llamado evangelio espiritual es fiel reflejo de la realidad salta a la vista. Es el discípulo, y el discípulo amado, que anduvo siempre junto al Maestro; cuyo amor ponía luz en sus ojos y atención en su alma; a quien no escapaban los más me- nudos detalles, que en el decurso de sus largos años fué rememorando, unidos al recuerdo amoroso del Maestro. Esa tenacidad en conservar frescos en la memoria hechos con- cretos, intensamente vividos, fácilmente lo comprendemos. Pero ¿podemos afirmar otro tanto de los discursos largos, no pocas veces abstractos, y siempre de altísima doctrina? Por de pronto hay que dejar bien asentado el principio fundamental, que nunca puso el apóstol en boca de Jesús un discurso que no hubiese en alguna manera pronunciado. LOS EVANGE lí)S 49 Bien sabemos que fué costumbre generalmente admitida que el historiador atribuyese a sus personajes alocuciones correspondientes a su estado de ánimo y en armonía con las circunstancias de tiempo y lugar. Sea como fuere, de la legi- timidad de tal proceder, persuadidos estamos que nunca lo usó San Juan. No se lo consentía su respeto, su veneración al Maestro. Pero tampoco vamos a pretender que esos discursos fue- sen reproducidos al pie de la letra. Esto no lo exigía la ins- piración, ni la veracidad histórica ; ni ésta fué sin duda la intención del evangelista. Los conceptos importaban, no las palabras ; aunque fuera para nosotros singular consuelo po- seer no solamente las ideas, sino aun las voces mismas en que iban involucradas. Afortunadamente en no pocos casos tenemos la certeza moral de poseerlas. El apóstol había cuidadosamente recogido las enseñanzas de Jesús; las había vivido; las revolvía amorosamente en su ánimo, y las había convertido, por decirlo así, en sus- tancia propia. Y esas enseñanzas del divino Maestro nos han sido transmitidas a través del alma cálida y cristalina del discípulo amado. Bien puede ser, y aun es natural, que nos hayan llegado matizadas por el espíritu de Juan; pero este matiz no es un falseamiento; es un matiz que sintoniza fielmente con el espíritu del mismo Jesús. ¿Se permitió el evangelista completar con consideracio- nes propias y personales las ideas del Maestro? Si se trata de intercalar algunas palabras o frases destinadas a dar resalte y hacer más asequible el pensamiento de Jesús, hay que responder afirmativamente, en conformidad con la doc- trina de San Agustín: «...sive ad illuminandam declaran- damque sententiam, nihil quidem rerum, verborum tamen aliquid addat» (De cons. Ev.; PL 34. 1091). Si empero se habla de un comentario más o menos largo, que el discí- pulo presenta como continuación del discurso del Maestro, la respuesta ha de ser negativa. No concebimos que a San Juan le viniera siquiera al pensamiento colocar su propio comentario en el mismo plano de las alocuciones de Jesús, de suerte que aquél viniera a constituir un todo único con éstas, en tal manera que se diera la impresión que todo había brotado de la boca del Maestro. Lo que sí pudo acontecer — y en algún caso por ventura aconteció, v. gr., en Jn. 3 ; diálogo con Nicodemo (cf. p. 191) — es que, como por aquel ¡ entonces no se estilaban comillas ni paréntesis, nosotros no 50* BOSQUEJO HISTÓRICO alcancemos a trazar una línea precisa y bien definida entre las palabras del Maestro y las del discípulo: tan perfecta- mente supo asimilarse Juan la doctrina de Jesús que, aun cuando habla él por su propia cuenta, vibran sus palabras «con resonancias divinas. Pero ¿habremos de decir que los discursos reproducidos por el cuarto evangelista no solamente son en realidad de Jesús, sino que fueron pronunciados en las circunstancias de tiempo y lugar indicadas por el apóstol? ¿No pudo éste desplazar un discurso, o bien juntar en uno solo alocucio- nes tenidas en distintos tiempos y lugares? Observan no pocos autores que no es justo negar a San Juan una libertad que se concede a San Mateo, y también a los otros sinópticos («Quod Matthaeo licitum erat, Ioanni denegandum non est a priori» ; Hopfl-Gut, Introd., n. 262) ; y tienen perfecta razón. El proceder literario que en Mateo no pugna con la inspiración y mantiene salva la verdad histórica, tampoco puede pugnar en Juan. Ningún veto, pues, cabe oponer en el terreno de la posibilidad. Pudo el apóstol agrupar en uno solo discursos pronunciados en distintos tiempos y lugares. Pero ¿lo hizo? Si penetramos en el ánimo de los evangelistas y trata- mos de sorprender su actitud, su intención general respecto a dicho punto, creemos que una muy notable diferencia dis- tingue el cuarto evangelio de los sinópticos ; y esta diferen- cia debe tenerse muy presente cuando se baje a casos parti- culares. En Mateo y en Lucas los discursos de Jesús aparecen de ordinario sobre un fondo cronológico vago e impreciso; en no pocas de sus enseñanzas, v. gr., en Le. 17, 1-10, ninguna conexión se descubre con el contexto inmediato ni mediato ; en todo el decurso de la llamada sección lucana (Le. 9, 51-18, 14) muchas de las alocuciones de Jesús es difícil precisar dónde y cuándo las pronunció 14. Todo lo opuesto acontece en San Juan. El coloquio del c. 3 lo tiene Jesús en Jerusa- lén, durante la Pascua, de noche, con Nicodemo ; el del c. 4, volviendo de Judea, junto al pozo de Jacob, a mediodía, con una mujer samaritana ; el diálogo del c. 5, en Jerusalén, con los fariseos, poco después de haber sanado al paralítico en la piscina probática ; el discurso sobre el Pan de vida, en la 14 «Después de esto... y les decía» (10, 1). «Y sucedió que es- tando él en cierto lugar» (11, 1). «Y en esto, como se hubiese re- unido gran tropel de gente» (12, 1). «Y sucedió, como hubiese en- trado en casa de uno de los príncipes de los fariseos» (14, 1), etc. LOS EVANGELIOS 51 sinagoga de Cafarnaúm, a raíz de la primera multiplicación de los panes ; las consideraciones sobre el buen pastor (c. 10). en Jerusalén, con ocasión del milagro obrado en el ciego de nacimiento ; etc. Todas estas alocuciones van encuadradas en un destacado marco cronológico, topográfico, personal. Aquí no aparecen flotando en el ambiente aquellas frases vagas e imprecisas: entonces, por aquel tiempo, en cierto lugar, que nos dejan envueltos en una neblina de fecha y de sitio, sin que sepamos a punto fijo ni cuándo ni dónde aquello se dijo o se hizo. Al contrario, datos concretos ; ras- gos firmes, contornos bien definidos. Claro que también los sinópticos van de vez en cuando marcados con notas de tiempo y lugar ; pero no con el resalte, con la precisión y la frecuencia del cuarto evangelio ; y esta disimilitud, que salta a la vista, es lo que imprime un carácter propio y específico a la obra de San Juan y netamente la distingue de los otros evangelios. La conclusión se impone: el autor recordaba en qué cir- cunstancias precisas había Jesús pronunciado sus discursos, y en aquellas mismas circunstancias de tiempo y lugar quiso él enmarcarlas 15. Un sólo camino queda de escape: artificio literario. Para imprimir a las alocuciones de Jesús un sen- tido de realidad habríales creado el evangelista un encuadre- concreto, tangible, que fuese como un contrapeso a lo abs- tracto y sutil del pensamiento. Mas tal artificio es para nos- otros una imposibilidad psicológica. Esta imposibilidad no vamos a probarla. La mejor prueba está en la lectura atenta, repetida, del evangelio. Quien no lo perciba, casi nos atre- viéramos a decir que poco capacitado está para formar jui- cio sobre el cuarto evangelio. Nuestra conclusión, de índole general, no nos dispensa, naturalmente, de someter a un diligente examen los casos particulares. Nosotros discutiremos algunos a su debido tiempo. Bien que, según advertimos ya. no pretendemos probar aquí la autenticidad e historicidad de los evangelios, sin embargo, habiendo hablado repetidas veces de la tradición — o si se quiere, catequesis — como base y fuente, siquiera 15 Esto no obsta, empero, a que el apóstol, al reproducir un dis- curso de Jesús, intercalase algunas sentencias que recordaba haber sido pronunciadas por el Maestro en otras circunstancias de tiempo y lugar. Nosotros no podríamos señalar un caso concreto cierto: pero tal proceder no queda excluido por lo que llevamos dicho. 52* BOSQUEJO HISTÓRICO parcial, del relato evangélico, por ventura se pregunte algu- no: ¿Es esta base suficientemente sólida, y esta fuente bas- tante pura, para que podamos nosotros reivindicar en favor de los evangelios un carácter verdaderamente histórico? En estos últimos decenios surgió una nueva escuela, lla- mada de «Formgeschichte» («Historia de la forma»), que estudia cómo se desarrolló la actividad literario-religiosa de la comunidad o comunidades cristianas, y qué parte les cupo en la elaboración de los evangelios tal como se presentan en su forma actual. Digno de toda alabanza es el intento de sorprender aun en sus más ligeros pormenores el modo y manera cómo se plasmó en la primera generación cristiana ese conjunto de hechos y dichos que constituyen nuestros evangelios. Pero la «Formgeschichte» está viciada por dos graves faltas de método. Da un tal realce a la comunidad y le concede una participación tan preponderante en la elaboración de los evangelios, que viene casi a desaparecer la personalidad del evangelista; y por otra parte, cuando se trata de analizar ese movimiento que podemos llamar comunitario, en vez de apoyarse en datos históricos objetivos, nos describen con grande aplomo y con visos de aparato científico la trayec- toria que dicho movimiento debió seguir. Salta a la vista cuánto hay de subjetivismo en tal manera de proceder. Otra falta no menos grave está en el criterio que preside a la dis- tinción entre el núcleo primitivo histórico y los elementos parásitos que provienen de la comunidad. Se asienta come principio, que todo logión debe reducirse a su máxima sim- plicidad: si contiene dos frases, de las cuales una de carác- ter particular, y la otra de índole universal, ésta última se considera como adventicia; algo así como un comentario de la comunidad a la expresión que constituía el núcleo primi- tivo. Lo propio se diga de todo cuanto va más allá del orden puramente natural. Algunos ejemplos pondrán de manifiesto ese método de la nueva escuela. En Marcos 11, 15-18 se narra la expulsión de los vendedores del templo: el relato del hecho puede pertenecer al núcleo original, pero la frase del v. 17 «mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes» es una superfetación ajena a la concepción primitiva, que pue- de pasarse sin ella, y, por lo tanto, ha de ser eliminada. En la unción de Betania (Me. 14, 3-9) el único logión primitivo es «Buena es la obra que ha hecho conmigo; pues a los NACIMIENTO 53 pobres los tenéis siempre con vosotros» ; todo lo demás es comentario de la comunidad, inspirado por la idea de la Pasión de Jesús. No pretendemos nosotros que la catequesis encuadrase todos los hechos en su marco topográfico y cronológico, ni que reprodujera los dichos de Nuestro Señor y de los demás personajes con sus propios y precisos términos; lo contrario, lo evidencia la variedad que aflora en todas las secciones de los sinópticos. Pero sí decimos que fuera injusto suponer que se atreviera un catequista evangélico a presen- tar como elemento histórico de la vida del Señor un hecho que él personalmente hubiese imaginado, ni a poner direc- tamente en boca de Jesús una sentencia que el catequista mismo supiese no haber proferido. El respeto que tenían al Señor, al Kyrios, no les permitía tales libertades. Diráse tal vez que, sea el catequista, sea la comunidad, pudieron aña- dir a las palabras auténticas del Maestro algo a manera de ampliación o comentario, y que este elemento pasó luego a formar parte integrante de los evangelios. De buen grade reconocemos que no cabe excluir tal posibilidad; pero de- cimos que fuera proceder ligero y anticientífico admitir sin sólidos argumentos la existencia de esas adiciones o am- pliaciones I4. CRONOLOGIA Nacimiento. El más firme punto de partida para fijar, siquiera apro- badamente, el nacimiento de Cristo es la muerte de He- rodes. Esta acaeció el año 750 de la fundación de Roma, cuatro años antes de la era cristiana (sabido es que ésta se hizo equivocadamente coincidir por el monje escita Dionisio, el Exiguo, con el año 754 de Roma), a los treinta y siete años de haberle otorgado los romanos el título de rey, y a los trein- ta y cuatro de su reinado efectivo (Ant. XVII, 8, 1 ; Bell. Jud. I. 33, 8), poco antes de la Pascua, a fines de marzo o prin- cipios (Ant. XVII, 9, 3; Bell. Jud. II, 1, 3), a la edad de casi setenta años (Ant. XVII, 6, 1; Bell. Jud. I. 33, 1). 18 Son innumerables las publicaciones sobre la Formgeschichte Como hablamos de ella sólo de paso, nos abstenemos de señalar bi- bliografía. Puede verse una exposición sintética en el erudito y jui- cioso artículo de E. Florit. La «storia delle forme» nei Vangeli tu rapporto alie dottrina cattolica. (Bíblica 14 !" 19331. pp. 212-248). 54* CRONOLOGÍA La referida fecha de la muerte de Herodes se apoya en sólido fundamento y ha de tenerse por de todo punto cierta. La batalla de Accio (donde salió triunfante Octavio con- tra Antonio), que fué librada en septiembre del 723 de Roma (= 31 a. C), coincidió, según Josefo (Ant. XV, 5, 2 ; BelL Jud. I, 19, 3, con el año séptimo del reinado de Herodes. Co- mo éste duró treinta y cuatro años , si a los 723 se suman 27, resultará para el fin de su reinado, y, por tanto, para su muerte, el año 750 de Roma. El mismo Josefo (Ant. XIV, 16, 4) dice que entre la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a. C. = 690-1 U. C.) y la de la misma ciudad por Herodes (contra Antígono) mediaron veintisiete años (tal vez sólo veintiséis ; la diferencia nace de incluir o no el año ya empezado l) ; de donde se sigue que la segunda conquista tuvo lugar el año 716-17 de Roma; y como el reinado de Herodes duró treinta y cuatro años, su fin coincidió con el año 750 de Roma, cuatro años antes de la era cristiana. Cf. Felten, Sto- ria, (1913), 1, p. 178. Otros argumentos en pro de la misma fecha pueden to- marse de un eclipse de luna en la noche del 12 al 13 de marzo del año 4 a. C. ( Ant. XVII 6, 4) ; y de la cronología así de Arquelao 2 como de Antipas ; pero no hay por qué alargarnos en aducirlos: todos convergen hacia el mismo año 750. Véase Schürer, 1 p. 416, donde se proponen breve- mente y con claridad. La muerte de Herodes, pues, coincide con el año 750 de Roma, cuatro años antes de la era cristiana. Jesús, por tanto* nació ciertamente antes del 750. Pero ¿ cuánto tiempo antes? Alguna luz puede quizá proyectar sobre este punto la visita de los Magos. Fundando sus cálculos sobre el tiempo en que éstos habían visto la estrella, ordenó Herodes la ma- tanza de los niños de dos años para abajo, dando por su- puesto que la aparición de la estrella había coincidido con el nacimiento del nuevo rey. El receloso monarca quiso evi- dentemente asegurar el golpe ; de donde podemos razona- blemente inferir que Jesús habría nacido año y medio, o cuando menos, un año antes. 1 Cf. Schürer 1 p. 415. 2 Nótese que en Bell. Jud. II 7, 3 como fecha de su destierro se da el año noveno de su reinado, mientras que en Ant. XVII 13, 2 se lee el año décimo. Esta segunda fecha ha de tenerse por la verdadera. Cf. Schürer, ibid. VIDA PÚBLICA 58 Mas no con esto cabe ya dar por resuelto el problema. uQué lapso de tiempo separa la sobredicha visita de la muerte del tirano? Nos consta que el monarca, buscando remedio a su enfermedad, se hizo trasladar a las aguas ter- males de Callirrhoe; y todo da a entender que fué poco antes de su muerte, acaecida en Jericó (Ant. XVII, 6, 5 ; 8, 1 ; Bell. Jud. I, 35, 5, 8); mas ignoramos cuánto tiempo medió entre dicho traslado y la venida de los Magos; no dispone- mos de elementos positivos para precisarlo. Créese común- mente que fué más bien de corta duarción. Otro dato cronológico, y al parecer muy preciso, nos ofrece San Lucas (2, 1-2) : «Salió por aquellos días un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el orbe. Este primer censo se hizo siendo Quirinius gobernador de la Siria». Como dicho censo fué cabalmente la ocasión de tras- ladarse María a Belén, hallamos en este sincronismo un firme punto de apoyo para fijar la fecha deseada. Pero pre- ferimos prescindir del mismo por estar erizado de dificul- tades. El lector podrá darse cuenta de ellas en la p. 37, donde discutimos la manera de armonizarlo con el relato evangélico. De lo dicho se desprende que no es posible fijar con toda exactitud la fecha del nacimiento de Jesús, pero sí de una manera aproximada. Prácticamente cabe dar por bien asen- tado que Nuestro Señor nació alrededor de dos años antes de la muerte de Herodes, y por tanto unos seis años antes de la era cristiana. Vida pública. Por lo que hace al principio del ministerio apostólico, tenemos a la mano varios elementos que nos permiten fi- jarlo de una manera que podemos con razón calificar de satisfactoria. En un diálogo que sostuvo Jesús con los judíos durante la primera Pascua que celebró en Jerusalén le replicaron aquéllos : «En cuarenta y seis años se ha edificado este tem- plo, y ¿tú en tres días lo levantarás?» (Jn. 2, 20). Por Josefo (Ant. XV, 11, 1) nos consta que Herodes dió principio a su espléndida construcción el año 18.° de su reinado, el cual corresponde al año 734-35 de Roma, puesto que había co- menzado a reinar en 717. Cuando murió el año 750 lleva- 5í> CRONOLOGÍA ba quince años en la construcción. Esta duró cuarenta y seis años, y, por tanto, ; se prolongó todavía por treinta y un años después del año 750 U. C. Como la era vulgar tuvo su principio no el año 750 sino el año 754, resulta que el año 31 después de la muerte de Herodes corresponde al año 27-28 de la era cristiana. Podremos, por tanto, decir que el año 28 celebró Jesús en Jerusalén la primera Pascua. Resultado no desemejante nos da el texto de Lucas 3, 1-2 : «El año décimoquinto del reinado de Tiberio César... hízose oír la palabra de Dios a Juan... en el desierto.» Augusto mu- rió el 19 agosto del 767 de Roma (14 de la era cristiana) ; el año 15.°, pues, de Tiberio coincidió con el 782 de Roma, el 29 p. C. Háse de observar, empero, que en 765, dos años antes de su muerte, Augusto se había asociado a Tiberio como collega imperii. Si Lucas tomó esta fecha como, punto de partida, en vez del 29, tendremos el año 27 como principio del ministerio de Cristo. Hay que tener presente una circunstancia, de donde pue- de nacer una ligera oscilación en el cómputo de los años; y es que, según todas las apariencias, el espacio de tiempo entre la muerte del soberano y el principio del año siguiente, aunque fuera de sólo pocos meses y aún menos, se conside- raba como el primer año de su sucesor. No consta si el evan- gelista se atuvo a esta manera de computar. Lucas en el pasaje referido habla directamente del ministerio del Bau- tista; pero sabida cosa es que el de Jesús siguió muy de cerca al de su Precursor. Otro rayo de luz, que no hay que desperdiciar, nos pro- porciona el mismo Lucas en 3, 23: «Era Jesús al comenzar [su ministerio] como (¿así) de treinta años.» Si se tratara de una designación categórica y precisa, sería éste, de todos los datos cronológicos, el más claro y decisivo. Pero la par- tícula de aproximación con que el evangelista matiza su frase deja un margen para varios años, sea en más, sea en menos 3. La proposición resulta verdadera en la doble hipó- tesis de que a la sazón contara Jesús treinta y dos o treinta y tres años, o al contrario no más de veintiocho o veintinue- ve. Este texto, pues, no precisa los resultados anteriores, pero sí en cierto modo los corrobora y confirma. 3 Así justamente piensa Holzmeister, Chronologia, pp. 96-98. Del mismo parecer es el P. Funck, Verb. Dom. 7 (1927) 369. Una ma- nera algo diversa de interpretar el texto puede verse en Razón y Fe 43 (1915) 181 s. 57 • Duración del ministerio apostólica. Por de pronto ha de excluirse la hipótesis cb solfa un año, y esto aun prescindiendo de si es o no posible encajar dentro de tan angostos límites toda la historia evangélica. San Juan, en efecto, menciona con toda certeza tres Pas- cuas: 2, 12, «estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén» (cf. v. 23). 6, 4, da Pascua, la fiesta de los judíos estaba próxima». 13, 1, «el día antes de la fiesta de la Pascua». Esta mención de tres Pascuas implica un período de cuando menos dos años y algunos meses. A tal conclusión no es posible sustraerse si no es elimi- nando una de las Pascuas, que es precisamente lo que algu- nos hacen: declaran no auténtica la voz Pascua en Jn. 6, 4 '. Semejante proceder ha de calificarse de puramente arbitra- rio: dicha voz se lee en todos los manuscritos y en todas las versiones. Por lo demás, aun admitido el corte violento e injustificado del referido vocablo, el texto mismo protesta que la «fiesta de los judíos» de que aquí se habla no es ni puede ser otra, sino la Pascua. Refiriéndose al mismo episodio de San Juan, la multiplicación de los panes, dice San Mar- cos 6, 39 que Jesús ordenó a la gente que se sentara sobre la «verde hierba», indicio éste de que era entonces primave- ra (marzo-abril) ; y queda, por tanto, excluida la fiesta de los Tabernáculos, que se celebraba en el mes de Tishri (septiembre-octubre), como que en tal época del año no se 4 J. Belser en Bibl. Zeit. 1 (1903'), 55-63. 160-174 refuta las razo- nes que se aducen contra la hipótesis de un solo año. Su conclusión es que el único argumento eficaz contra dicha hipótesis está en la mención de la Pascua en Jn. 6, 4; que esta mención con suma pro- babilidad no es auténtica, pues distinguidos Padres de los primeros siglos lo ignoran; y una tal Pascua altera todo el plan del cuarto evangelio. Una vez suprimida esta Pascua, toda la actividad públi- ca de Jesús en San Juan va de la Pascua del año 782 (de Roma) a la del 783; y con esto se hallan perfectamente de acuerdo los si- nópticos (p. 174). Algunas interesantes observaciones sobre los artículos de Belser hace E. Nagl en Bibl. Zeit 2 (1904) 373-376. Algo escéptico se mues- tra sobre la omisión de la voz Pascua de Jn. 6. 4. Con rica erudición y penetrante ingenio se esfuerza en probar la no autenticidad de la Pascua de Jn. 6, 4 el P. H. J. Cladder (Unsere Evangelien de Freiburg in Breisgau [1919]. p. 205-221. cuya i propia conclusión da en estos términos: «Sin pretender impugnar las otras maneras de ver. mi opinión es que la hipótesi? de sólo un año halla sólido apoyo en el evangelio de San Juan» (p. 22 1). 58* CRONOLOGÍA concibe que estuviera cubierto de verde hierba el sitio de- sierto o medio desierto (Le. 9, 10) en que tuvo lugar la re- ferida multiplicación. Descartada la hipótesis de un sólo año, dos son las teorías dignas de consideración, sostenidas ambas por numerosos partidarios. La duración del ministerio público fué: a) de tres años completos; b) de tres años incompletos. En el primer caso celebráronse durante el referido ministerio cuatro Pas- cuas ; en el segundo, solamente tres. Empecemos por reconocer que este problema no es sus- ceptible de solución de todo punto satisfactoria; nos move- mos dentro del ámbito de las probabilidades. Los elementos de la discusión nos los proporciona casi exclusivamente San Juan. Precisamente el evangelio espiritual es el que encierra más numerosos y más concretos datos cronológicos. Cabe decir — si bien con alguna exageración — que el quicio en que gira toda la controversia está en la manera de interpretar dos pasajes de dicho evangelio: Jn. 5, 1 y 4, 35. En Jn. 5, 1 se lee : «Post haec erat dies festus Judaeorum.» ¿De qué fiesta se trata? ¿Era la Pascua? Por de pronto entra aquí en juego la crítica textual. El texto griego ofrece una doble lección : lopxTj sin artículo (una fiesta), y i¡ lop-oj con artículo (la fiesta). Ninguna de las dos lecciones cabe darla por cierta; pero la primera parece ser críticamente la más probable. En este caso podemos concluir que San Juan no habla aquí de la Pascua ; de lo contrario habría puesto cier- tamente el artículo. Pero aun y todo con la presencia del artículo no podríamos asegurar que haya de entenderse la Pascua. ¿Por qué no la nombró San Juan con su propio nom- bre como hace en 2, 10 ; 6, 4 ; 13, 1? 5. Por otra parte, el ar- tículo estaba muy en su punto si se trataba de alguna de las tres fiestas que los israelitas debían subir a celebrar en Jeru- salén (Deut. 16, 16), una de las cuales era Pentecostés, que es precisamente, a nuestro juicio, la fiesta a que en el refe- rido pasaje se alude 6. En Jn. 4, 35 Nuestro Señor dice a los apóstoles: «¿No de- cís vosotros: Aún cuatro meses, y llega la siega? Pues yo 3 Verdad es que la fiesta de Jn. 4, 45, es la Pascua; pero nótese que es la de Jn. 2, 23, que poco antes se había celebrado. 6 El P. Braun (La Sainte Bible), que invierte el orden de los capp. 5 y 6 de San Juan, piensa que la «fiesta de los judíos» de 5, 1 es la Pascua de 6, 4. Aun prescindiendo de las dificultades de la inversión (cf. pp. 224-227), nada probable nos parece tal identidad. DURACIÓN DLL MINISTERIO APOSTÓLICO ña- os digo: Alzad los ojos y contemplad los campos, que ya están blancos para la siega.» Dos frases difíciles que parecen estar en pugna consigo mismas, en contradicción mutua. La primera diríase que apunta al invierno, la segunda al verano. Dos interpretacio- nes son posibles, y las dos se han dado ; ninguna puede glo- riarse de ser definitiva. Si la primera frase la entendemos en sentido real, es de- cir, que verdaderamente faltaban entonces cuatro meses para la siega, sería a la sazón el mes de enero, como que en la región de Siquén suele recogerse la mies en la primera quincena de junio. En este caso la segunda frase encierra un valor simbólico: los campos que ya blanquean son los sa- maritanos que están maduros ya para la conversión. En la otra interpretación se invierten los términos. La primera frase es un proverbio que corría en boca del pueblo, sin relación alguna real con el estado presente de las mie- ses ; con la segunda, por él contrario, Jesús quiere signifi- car que los trigales que ondean en aquella llanura están a punto ya de ser recogidos ; y estos trigales ya maduros son símbolo de la buena disposición de los samaritanos, prontos para la conversión. El proverbio lo recuerda Jesús por el contraste que ofrece con la condición actual de aquellos campos, que no exigen cuatro meses de espera, sino que han llegado ya a completa madurez. Esta segunda interpretación tenemos por más probable. Que la primera frase encierre un proverbio, no disponemos de datos positivos para probarlo; pero la manera misma de introducirla (¿No decís vosotros?) parece insinuarlo7. Además, la entusiasta acogida que los galileos hicieron a Jesús (Jn. 4, 45) parece haber seguido de cerca (uno o dos meses) la fiesta de Pascua, durante la cual habían visto las maravillas obradas por su compatriota (Jn. 2, 23), y que eran la causa de aquella su tan benévola disposición : no es de creer que hubiesen transcurrido desde entonces ocho o nueve meses. Ni tampoco se comprende fácilmente que de este largo espacio de tiempo, en que Jesús habría estado ejercitando su ministerio en Judea, guarden completo silen- 7 Así lo entienden Lagr., Prat. Murillo («Jesucristo en las ex- presiones del v. 35 alude indudablemente a un proverbio vulgar formulado así : «de aquí a la siega hay todavía cuatro meses, y del que se servían los hebreos para indicar faltaba aún largo plazo para algún acontecimiento.» El Cuarto Evangelio, p. 281), v otros muchos. 60 : CRONOLOGÍA ció los sinópticos, y sólo algún que otro breve episodio re- cuerde San Juan. Concluímos, pues, que sólo tres Pascuas se mencionan en el cuarto evangelio 8, y que, por consiguiente, la duración del ministerio público de Jesús no fué de tres años completos, sino de dos años y algunos meses, unos dos años y medio; o sea, tres años incompletos. En conformidad con lo que llevamos dicho, así ordena- mos la cronología de Nuestro Señor Jesucristo: La Natividad ha de colocarse unos dos años antes de la muerte de Herodes, hacia el 748 de Roma, y, por tanto, como seis años antes de la era vulgar; su bautismo, el año 27 (pro- bablemente en los últimos meses) ; los dos años 28 y 29 en pleno ministerio; su muerte, el año 30. En este año el 14 de Nisán cayó en viernes 7 de abril (cf. Bíblica [1928] p. 55); y en este día la salida del sol fué a las cinco cuarenta y cua- tro, y el ocaso a las seis veintitrés. Si no es cosa fácil fijar la duración de la vida pública de Jesús, más difícil todavía resulta coordinar cronológicamen- te los hechos que dentro de la misma se desenvolvieron, Los evangelios, sobre todos los sinópticos, son un reflejo de la catequesis oral. En ésta no se proponía la vida del Maestro ni en su integridad ni en su estricta sucesión cronológica; esco- gíanse más bien los hechos que parecían más interesantes, quizá más apologéticos, o que se habían quedado más fija- mente grabados en la memoria, jugando en esto, como es natural, papel muy importante el criterio y gusto particu- lar del catequista. Formáronse así varias series de relatos que, repitiéndose día tras día, se fueron poco a poco con- cretando y como estereotipando. De ahí, por una parte, el fondo común de nuestros evangelios, los sinópticos; y por otra, sus notas diferenciales; sin excluir, por supuesto, que cada evangelista, en razón de su carácter y del fin particu- lar que se proponía, o por su relación personal con los após- toles, haya impreso un matiz peculiar más o menos acen- tuado a su propio evangelio. El ministerio público de Jesús abraza, según ya indica- 8 Podría tal vez objetarse que San Juan no menciona tedas las Pascuas. — Dado el particular interés que muestra el evangelista por las fiestas celebradas en Jerusalén, aun las de menor importancia como las Encenias, la suposición de que dejara de mencionar algu- na de las Pascuas ha de tenerse por de todo punto improbaba. DURACIÓN DEL MINISTERIO APOSTÓLICO 6V mos, tres Pascuas : la primera ( Jn. 2, 13. 23), del año 28, que subió a celebrar el Maestro en Jerusalén. La segunda (Jn. 6, 4), del 29, en la que se quedó en Galilea. La tercera (Jn. 13, 1). del 30, que fué la de la Pasión. Llenó, pues, la vida pública del Salvador dos años completos, el 28 y el 29 ; parte (unos tres meses) del 27, y otro tanto del 30. Para ordenar cronológicamente, en cuanto posible, los varios episodios, lo más indicado parece ser, tomando como centro y punto de referencia cada una de las Pascuas, agru- par en torno suyo aquellos hechos que caen dentro de sus respectivas órbitas. Con esto quedan ya fijas las líneas gene- rales; y resulta luego más fácil y más seguro completar el cuadro trazando los rasgos secundarios y delineando los más ligeros perfiles. Cierto que en no pocos puntos la coor- dinación— sea cual fuere — de los múltiples episodios no pa- sará de ser más o menos probable ; pero de todos modos, a pesar de todas las incertidumbres y de las numerosas y va- riadas combinaciones que pueden hacerse, será siempre de gran ventaja haber señalado un cierto número de hechos, que se agrupan en torno a fiestas de los judíos, cuyas fechas nos son perfectamente conocidas. ' 1) Antes y poco después de la primera Pascua ( Jn. 2, 23) : Bautismo, tentaciones, primeros discípulos, vuelta a Ga- lilea, bodas de Caná, breve visita a Cafarnaúm; subida a Jerusalén para la Pascua, coloquio con Nicodemo; ministe- rio en Judea, encarcelamiento del Bautista ; partida para Galilea, coloquio con la samaritana ; llegada a Galilea, y se- gundo milagro en Caná. De la sucesión cronológica de estos varios episodios hasta aquí mencionados no cabe duda razonable. Pero en este pun- to tropezamos con un problema de cuya solución depende el orden de los acontecimientos que a continuación siguie- ron. Es el que pudiéramos llamar candente problema sobre la inversión de los capp. 5.° y 6.° de San Juan. Admitida ésta, el episodio de la piscina de Betesda (Jn. 5) ha de re- trasarse hasta después del sermón sobre el Pan de vida (Jn. 6. 32 ss ), que siguió de cerca a la primera multiplicación, y, por consiguiente, dentro ya del año 29. Nosotros, que con- servamos el orden actual de los capítulos (véase más ade- lante, pp. 224-227), y vemos en San Juan 5. 1 la fiesta de Pentecostés, situamos el referido episodio de Betesda cin- cuenta días después de la primera Pascua. Por tanto, poco después do] segundo milagro de Caná «2;; CRONOLOGÍA subió de nuevo Jesús a Jerusalén para la fiesta de Pente- costés, durante la cual sanó al paralítico de Betesda. 2) Segunda Pascua ( Jn. 6, 4) : Primera multiplicación («Erat autem proximum Pascha», Jn. 6, 4), sermón sobre el Pan de vida, viaje a la región de Tiro y Sidón, segunda multiplicación, vuelta a Cafarnaúm, el ciego de Betsaida, Cesárea de Filipo, transfiguración, vuelta a Cafarnaúm. 3) Para los seis últimos meses nos ofrece algunos pun- tos de referencia preciosos el cuarto evangelio: a) En el mes de Tishri (Sept.-Oct.) sube Jesús de Ca- farnaúm a Jerusalén para la fiesta de los Tabernáculos (Jn. 7, 2 ss.). b) En Kisleu (Nov.-Dic.) desde Perea va Jesús a Jeru- salén para la fiesta de las Encenias o Dedicación (Jn. 10, 22), y desde Jerusalén vuelve a Perea (Jn. 10, 40). c) En fecha incierta, pero no mucho antes de la Pasión, va Jesús a Betania, donde resucita a Lázaro (Jn. 11, 1 ss.). De capital importancia en el ordenamiento de los hechos en los últimos seis meses es la llamada sección lucana (Le. 9, 51-18, 14) 9, que abraza desde la fiesta de los Tabernáculos del tercer año (Sept.-Oct. 29) hasta la subida de Jericó a Jerusalén para la última Pascua y la Pasión (marzo-abril 30). Son estos diez capítulos ricos en doctrina y encierran bellí- simas enseñanzas: «Ofrecen a la piedad cristiana tesoros incomparables. En ellos leemos esas historias y esas pará- bolas conmovedoras que los otros evangelistas no nos han conservado: el buen samaritano, Marta y María, la excla- mación de esa mujer que aclama bienaventurada a la Ma- dre de Jesús y la respuesta del Señor, el hijo pródigo, el rico avariento, el fariseo y el publicano... Jamás fué la luz evangélica a la vez más suave y más penetrante ; jamás nos hizo penetrar tan profundamente en la misericordia divina y humana de Nuestro Salvador» 10. Pero en contraste con esta riqueza doctrinal presentan pocos puntos de re- ferencia para la cronología. 9 Son innumerables las hipótesis que se han propuesto sobre la índole de esta sección y el orden cronológico de los hechos que en- cierra: prolijo y aun superfluo fuera enumerarlas; ninguna puede vindicar sino una mayor o menor probabilidad. Pueden verse las justas observaciones que en pocas páginas hace sobre esta sección el P. Lagrange (St. Luc, p. 38-41). Con mucha mayor amplitud, pero con menos acierto, trata este problema Louis Girard, cuya cita completa se da en la Nota bibliográfica. 10 Lebreton. Etudes 193 (1929) 136. DURACIÓN DEL MINISTERIO APOSTÓLICO No menos de tres veces (9, 51 ; 13, 22 ; 17, 11) habla Lucas de un viaje hacia Jerusalén. Si estos viajes pudieran iden- tificarse con los del cuarto evangelio, algo se habría adelan- tado. No faltó quien lo ensayara. Así, v. gr., Wiseler esta- blece la siguiente relación: 9, 51, viaje a Jerusalén para los Tabernáculos (Jn. 7, 2 ss.) ; 13, 22, de Perea a Betania, donde resucita a Lázaro (Jn. 11) ; 17, 11, de Efrén a Jerusalén para la última Pascua (Lebreton, Etudes, L c, p. 137). Mas nosotros creemos que los varios pasajes de Lucas se refieren a un mismo y sólo gran viaje, que comprendía va- rios viajes particulares, puesta siempre la mira en el último término anunciado en 9, 51, la suprema inmolación en Je- rusalén. ¿Cómo encajar dentro del marco de la vida de Jesús la narración de Lucas? Tropezamos con una doble dificultad: Ignoramos si el relato se desarrolla en orden estrictamente cronológico; y además no podemos excluir la posibilidad de que dentro de los capp. 8, 51 — 18, 14 se haya incluido algún hecho o enseñanza perteneciente a otro tiempo y lugar. La serie de las tres vocaciones, una a continuación de la otra, en Le. 9, 57-62, suscita la sospecha, ciertamente no infun- dada, de una disposición artificial. ¿Habrá sido éste el único caso? Hay que proceder, pues, con suma reserva. Mas, como por otra parte no parecen militar razones positivas contra el orden cronológico, no cabe calificar de anticientífico, dar éste por supuesto siquiera como probable, en sus líneas genera- les, y en tanto que no se demuestre lo contrario. Y en esta hipótesis intentamos ahora empalmar la sec- ción lucana con los datos de San Juan. Entre los Tabernáculos (Jn. 7, 2 — c. 8) y las Encenias (Jn. 10, 22) ha de colocarse Le. 9, 51 — 10, 42 (las tres vocacio- nes, y la misión de los setenta y dos discípulos, estando to- davía en Galilea ; y luego, ya en Perea, «confíteor tibi, Pater», el buen samaritano, Marta y María). Entre las Encenias (Jn. 10, 40) y la resurrección de Lá- zaro, y más en concreto el retiro a la ciudad de Efrén (Jn. 11, 54) se intercala Le. 11-17, 10. Esta sección se abre con la oración del Padre Nuestro, contiene la doctrina sobre la Providencia, las parábolas lla- madas de la misericordia..., y se cierra con varias lecciones sobre el escándalo, el perdón de las injurias, la fe y la humildad. Entre la resurrección de Lázaro y el último viaje pró- CRONOLOGÍA ximo a la última Pascua habrá de colocarse Le. 17, 11-18, 14 (curación de los diez leprosos, la súbita aparición del réino de Dios, las parábolas del juez inicuo, y del fariseo y pu- blicano). Desde 18, 15 tiene Lucas sus paralelos en los otros dos sinópticos. En conformidad con estas indicaciones, ordenamos los acontecimientos de los seis últimos meses en esta forma : 1) Jesús desde Cafarnaúm sube a Jerusalén para la fies- ta de los Tabernáculos (Tishri = Sept.-Oct. del año 29) < Jn. 7, 2 ; Le. 9, 51). 2) Poco después hace una visita fugaz a Galilea, en que lanza los terribles ¡vae! contra Cafarnaúm, Corozaín y Betsaida (Le. 10, 13-15). 3) Parte definitivamente de Galilea para Perea: Mt. 19, 1, «se partió de Galilea, y vino a las regiones de Judea, del otro lado del Jordán»; Me. 10, 1, -«partió para las regiones de Judea, del otro lado del Jordán». Se trata de la región baja que se extiende al este del Jordán, y que pertenecía propiamente a Perea, y era territorio de Herodes Antipas; pero, como lindaba con Judea, y con ésta parecía estar topo- gráficamente más unida que con la región montañosa que constituía la parte principal de Perea, de ahí que ambos evangelistas le den el nombre de Judea del otro lado del Jordán; o simplemente, Judea transjordánica. Cf. Buzy, Ste. Bible, in loe. 4) Jesús, viniendo de Perea, sube por el desierto de Judá, donde propone la parábola del Buen Samaritano, se hospeda en casa de Marta y María (Le. 10, 30-42), y entra en Jerusa- lén para la fiesta de las Encenias ( Jn. 10, 22) (Kisleu == Nov.- Dic. del 29). Terminada la fiesta vuelve a Perea, al sitio donde Juan había bautizado (Jn. 10, 40). 5) No mucho antes de la Pascua es llamado Jesús a Be- tania, donde resucita a Lázaro (Jn. 11, 1 ss.) ; de donde, a causa de la hostilidad de los judíos, se retira a Efrén (Jn. 11, 54). 6) Desde Efrén, pasando por Djenin (Le. 17, 11), hace su tercer viaje a Perea. 7) Jesús va en último viaje, por Jericó, a Jerusalén para la entrada de Ramos (Mt. 20, 17. 29 : Me. 10, 32. 46 ; Le. 18, 31. 35 ; Jn. 12). Resulta, pues, que Jesús fué ciertamente dos veces a Pe- rea, y desde esta región subió una vez a Jerusalén y otra DURACIÓN DEL MINISTERIO APOSTÓLICO a Betania. ¿Hubo un tercer viaje a Perea? Depende del camino que tomó al salir de Efrén (cf. Jn. 11, 54). Creen algunos que siguió el que iba derechamente a Jericó. Nos- otros tenemos por más probable que se adelantó hacia el Norte y fué a pasar por el límite de Samaría y Galilea (cf. Le. 17, 11) y volvió a Perea. Queda por llenar el período de unos nueve o diez meses, que corre de la primera Pentecostés (Mayo del 28) hasta la primera multiplicación, poco antes de la segunda Pascua (marzo-abril del 29). Es el ministerio galilaico; época de gran movimiento: vocación de los apóstoles, milagros, parábolas, el sermón de la montaña, el entusiasmo de las muchedumbres, misión de los apósteles ; y los particulares episodios del pa- ralítico, la viuda de Naím, la hija de Jairo, la pecadora pe- nitente, la degollación del Bautista, etc. No es posible fijar adecuadamente el enlace cronológico, ni por ventura la ubi- cación de todos los hechos ; mas ellos son de tal realce y se presentan en tal forma ambientados, que en realidad nos dan una idea viva y concreta de la actividad apostólica de Jesús en este considerable lapso. La sucesión cronológica que tenemos por más probable se verá en el decurso de la na- rración. Y si ahora damos una mirada de conjunto a todo el mi- nisterio público de Jesús, veremos que de manera perma- mente se ejerció exclusivamente en Galilea y en Perea: en aquélla desde la primera Pentecostés hasta la fiesta de los Tabernáculos del año siguiente ; unos quince meses — largo espacio de tiempo que la deserción de Cafarnaúm y el con- siguiente viaje a la región de Fenicia divide en dos períodos muy distintos entre sí — ; en la segunda, o sea. en Perea, des- de poco después de los Tabernáculos hasta la tercera y últi- ma Pascua. En Jerusalén ejerció su ministerio sólo, pudié- ramos decir, en plan de visita, con ocasión de las grandes fiestas : primera Pascua y Pentecostés del año 28 ; Taber- náculos y Encenias del 29. Fuera de estas festividades nin- guna otra vez, que sepamos, subió Jesús a Jerusalén. Y en Judea no se detuvo de manera algo estable, sino poco des- pués del coloquio con Nicodemo durante aquel período más o menos lar?;o — a nuestro juicio más bien corto — durante el cual bautizaban los apóstoles al mismo tiempo que el Bau- tista (Jn. 3, 22 ss.). VIDA DE NUESTRO SEÚOR JESUCRISTO INFANCIA El celeste mensaje 1 (Le. 1. 26-38^ Humildemente recostada casi en el fondo de un valle, cerrado todo por no muy altos montes, parecía Nazaret es- conderse a la vista de los hombres. Era, en efecto, Nazaret pobre aldea, puesta al margen de las grandes vías comerciales, sin más salida que por una estrecha garganta a la planicie de Esdrelón ; tan olvidada y desconocida que ni una sola vez aparece su nombre en todo el Antiguo Testamento. Pero en este despreciado vi- llorrio que, sin embargo, era flor de Galilea '-, crecía otra flor que por su singular belleza atraía las miradas de la Trinidad Beatísima. Era la hija de Joaquín y Ana, por nombre María — Ex- celsa o Señora — 3, desposada con un joven artesano lla- mado José. 1 Sobre el mensaje celeste, o sea, sobre el misterio de la Anun- ciación, pueden verse las dos interesantes monografías: Otto Bar- denhewer, Maria Verkündigung, en Biblische Studien 5 (1905); Al. Médebielle, Annonciation, en Dict. de la Bible, Suppl., 1 col. 262-297. 3 «Ibimus ad Nazareth et iuxta interpretationem nominis eius ílorem videbimus Galileae». San Jerónimo, PL 22, 491. La justifica- ción, siquiera probable, de este calificativo véase más adelante, p. 73. a Numerosas significaciones se han propuesto del nombre de María: Señora, Amada de Dios, Estrella del mar, Iluminadora, Bella. Esta última es la preferida por Bardenhewer, que ha escrito una muy completa monografía: Der Ñame Maria (Biblüche Studien I, 1, 1895). El P. Zorell le señala origen egipcio. Sería compuesto de Meri o Mari (amado o amada) y Yam (Yahvé) : Meri-Yam = Ama- da de Yahvé (Verb. Dom. 6, 1926, p. 257). Esta explanación tiene muchos visos de probabilidad y no deja de ser tentadora ; con todo, nosotros preferimos la sostenida por el P. Vogt : Excelsa o Señora (Verb. Dorru 26, 1948, 163-168). En los textos de Ras Shamra se lee la voz mrym (maryam[u] o miraymlu]), que significa alto, ex- celso (p. 165). 4 INFANCIA Vivía la doncella en una modesta casita que, al igual de otras de Nazaret, se componía de dos partes: una cueva natural quizá un tanto retocada ; y por delante unos muros que la cerraban formando como una segunda habitación. Esta cueva, aureolada por una tradición de dieciséis si- glos, incrustada cual preciosa joya en una basílica proba- Nazaret: 1, Iglesia de la Anunciación. — 2, Convento de los franciscanos. blemente levantada en el siglo iv por el judío converso conde José de Tiberíades, sustituida luego por el magnífico templo de los Cruzados, que aun en medio de las ruinas ostenta sus tres grandiosos ábsides, ha sido providencialmente conser- vada hasta el presente a la amorosa veneración de los fieles. Los vecinos no sospechaban, ni podían sospechar las in- estimables riquezas de gracia que atesoraba el alma de la joven nazaretana; pero sí contemplaban y admiraban su modestia angelical cuando la veían pasar yendo por agua a la única fuente del pueblo ; su exquisita amabilidad en el trato ; su digno, humilde, recogido porte exterior. EL CELESTE MENSAJE ,5 Llegado había la plenitud de los tiempos anunciada por los profetas de Israel. El Padre Eterno, que iba a enviar al mundo a su Hijo Unigénito, contempló la redondez de la tierra, y su mirada fué a posarse, complacida, en la humilde virgen de Nazaret. Estando María en su casita, por ventura pensando en la próxima venida del Mesías prometido, apareciósele de pron- to un espíritu angélico, el arcángel San Gabriel, de quien oyó este singular saludo: ¡Dios te salve, llena de gracia! El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres. Y lo era de veras singular. En tres frases triple gran- deza: Plenitud de gracia, y en tal manera que es llamada llena de gracia; que en este caso particular, faltando el nombre propio, equivale a «Za llena de gracia»; presencia amorosa de Dios, que tiene en ella sus complacencias ; si- tuación privilegiada, eminencia sobre todas las mujeres 1 E iban precedidas estas magníficas frases por el saludo que, si bien en el texto actual reviste forma griega (y voz), dirigiéndose a una joven hebrea y en lengua aramea, que era la comúnmente hablada, roñaría: la paz sea contigo; que fué la usada por Jesús después de su resurrección íLc. 24, 36; Jn. 20, 19. 26; Pax vobix: cf. Le. 10, 5) y la que actualmente conservan los judíos (shalóm; paz> y los árabes (salam' alek: la paz sea contigo) 5. La segunda frase. Dominus tecum, considerada en sí misma, pu- diera tomarse también como saludo, a la manera con que se diri- gía Booz a sus segadores: «el Señor sea con vosotros» (Rut 2, 4'. respondiendo ellos hermosamente: Bendígate el Señor. Pero en el mensaje a María se trata de un bien ya presente, como en Jueces 6, 12. donde el ángel dice a Gedeón : «El Señor está contigo», certifi- cándole de su presencia y de su protección. 4 Esta última frase «bendita tú entre todas las mujeres» falta en buen número de códices, y es eliminada por no pocos autores, v. gr., Lagr., Marchal. De todas maneras, la hallamos idéntica en boca de Sta. Isabel (Le. 1, 42). 5 El P. Lyonnet, en Bíblica 20 (1939) 131-141, considera la ex- presión no como saludo, sino como invitación a alegrarse y gozarse, y al yerbo griego correspondería el hebreo ronni o gilí, como en Sofonías 3, 14; Joel 2, 21; Zacarías 9, 9; pasajes en que se expresa la idea de alegría y regocijo. Tal interpretación se encuadra sin dificultad dentro del contexto. Con todo nos inclinamos a creer que en boca del arcángel la expre- sión era más bien un saludo. INFANCIA No es de maravillar que, en oyendo la palabra del ángel, se turbase María; no precisamente porque le hablase un espíritu celeste, sino porque el alcance y motivo de aquellos elogios no acertaba a comprenderlos su profunda humildad. Entonces el ángel le comunicó el divino mensaje: — No temas, María; porque hallaste gracia delante de Iglesia de la Anunciación. En el fondo de la abertura inferior — debajo del altar — se halla la santa gruta de la Virgen. Dios. He aquí que concebirás en tu seno y parirás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y darále el Señor Dios el trono de David, su padre c; y reinará para siempre en la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin. 8 El Mesías debía, conforme a las profecías, nacer de David; y en EL CELESTE MENSAJE 7 ¡Qué cúmulo de grandezas en estas breves frases! María será madre de un rey que se sentará en el trono de David ; de un rey cuyo reino no será, como tantos otros, perecedero, sino que perdurará toda la eternidad. Más aún : será madre del Hijo del Altísimo, de Dios hecho hombre, del Mesías prometido. ¿Qué sintió la humilde doncella ante tan espléndida pers- pectiva? ¿Gozo, complacencia, satisfacción? — ¿Cómo será esto, puesto que yo no conozco varón? Esta fué la respuesta, que nos revela lo más íntimo, la preocupación más profunda de su alma. Toda la tradición cristiana a través de estas palabras leyó en el corazón de María el propósito de virginidad. Y con harta razón: de otra suerte un tal reparo carece absolutamente de sentido. Ella estaba ya desposada ; normalmente iba a consumarse pronto el matrimonio ; y entonces se cumpliría el anuncio del ángel. Si la virgen objeta que no conoce varón, indicio es evidente de que no piensa consumar el matrimonio ; que tiene el propósito de conservar la virginidad. Ni obsta el modo presente del verbo «no conozco)) : sa- realidad dice el ángel que tiene a David por padre. En esto andan de acuerdo las dos genealogías: la de San Mateo (1, 1-17) y la de San Lucas (3, 23-38); en ambas David se cuenta entre los ascenaientes del Salvador. Pero, por lo demás, difieren entre sí notablemente: en toda la serie desde David a José no hay sino dos nombres idén- ticos, Salatiel y Zorobabel. ¿Cómo se explica tal divergencia > Dos hipótesis se han propuesto. Según la primera, cuya paternidad se remonta a Julio Africano (cf. PG 10, 52 ss. ; 20, 89 ss.), ambos evan- gelistas dan la genealogía de San José; San Mateo la natural, San Lucas la legal. Es decir, que Helí murió sin hijos, y por la ley del levirato (Deut. 25, 5-10) su hermano Jacob tomó en matrimonio a su esposa, de la cual tuvo a San José, el cual, por consiguiente, era hijo carnal de Jacob e hijo legal de Helí (algunos autores invierten los términos: hijo legal de Jacob, carnal de Helí). Conforme a la segunda hipótesis, San Mateo da la genealogía de José, que descien- de de David por Salomón, al paso que San Lucas da la de María, la cual viene también de David, pero por su otro hijo, Natán. Las dos hipótesis son aceptables, ninguna cierta; noso'.ros nos inclinamos más bien en favor de la primera, bien que reconociendo todo el valor de los argumentos en pro de la segunda. En Piat (pp. 507-512), que prefiere la primera, y Simón-Prado (pp. 128-133). que tiene por más probable la segunda, se halla una bieve y clara exposición del problema. Con mucha mayor amplitud lo tratan P. Vogt, Der Stammbaum Christi bei den heiligen Evanqciisrcn Mattháus und Lukas (Biblische Studien XII, 3\ Herder, 1907), y J M. Heer, Die Stammbaume Jesu nach Matthaus und Lukas (Bibl. Stud. XV, 2-3, 1910). Ambos sostienen la genealogía natural de José en Mt. y la genealogía natural de María en Le. En ellos se hallan extensamente discutidos todos los problemas que ofrecen los dos pasajes evangélicos. Cf. Simón-Dorado (1947) pp. 265-274. 8 INFANCIA bida cosa es que en el lenguaje familiar usamos no pocas veces el presente refiriéndonos al futuro. Decimos: Esto yo rio lo hago. Y equivale a: ni lo hago ni lo haré; no estoy dispuesto a hacerlo. Tampoco cabe decir que, pudiendo de suyo el participio aramaico referirse al pasado lo mismo que al futuro, María lo haya equivocadamente entendido en el primer sentido, como si la concepción se hubiese ya reali- zado de suerte que las palabras de la virgen valían tanto como decir: No es posible que yo haya concebido, puesto que hasta el presente nunca conocí varón. Por de pronto fuera muy extraño que, en momento tan solemne y respecto de un mensaje divino transmitido por un ángel, y expresado en forma que miraba claramente al futuro, la destinada a ser Madre de Dios hubiera sido víctima de tamaño error. Sin contar que el tenor de la aseguración por parte del men- sajero indica bien a las claras que María no se equivocó, antes entendió perfectamente lo que se le anunciaba. Ni es posible imaginar que la Virgen haya pensado que se trataba de una concepción inmediata, y en consecuencia objetara que por el momento no veía la manera de reali- zarse, como que al presente era solamente desposada, y no se habían cumplido aún las ceremonias del matrimonio e. Es de advertir que la proposición del ángel es de índole general, y ni el más mínimo indicio se descubre en sus pa- labras de que la concepción hubiese de verificarse inmedia- 7 Esta explicación propuso S. Landersdorfer en Bibl. Zeit. 7 H 909) 30-48. Su principal, por no decir único argumento, es que María era «hija de su tiempo» (ein Kind ihrer Zeit war) y partici- paba, por tanto, de las ideas de sus contemporáneos, a menos que Dios por una revelación le hubiera enseñado otra cosa; revelación de la que nada absolutamente se sabe; y si la hubo, el evangelista debía habérnoslo dicho (p. 37). Cierto que María era hija de su tiempo en su manera de vestir, de alimentarse, en sus ocupaciones ordinarias, en su trato social ; pero en su interior, en el santuario de su alma, constituía un mundo aparte, único. Ni era menester una revelación especial, como más adelante (p. 14) indicamos; ni estamos nosotros en condiciones de enjuiciar al evangelista sobre lo que debía decir o debía callar. Cf. Médebielle. i. c. col. 287 s. ; Bardenhewer, 1. c. p. 121 s. % Así interpreta el pasaje Donatus Haugg, Das erste biblische Marienwort (Stuttgart 1938). Pocos le han seguido; muchos le han refutado. Entre estos últimos pueden verse Holzmeister. Quomodo fiet istud quoniam virum non cognosco, en Verbum Domini 19 <1939) 70-77; y J. Collins, Our Lady's Vow of Virginity, en Catholic Biblical Quarterly 5 (1943) 371-380. donde se examinan uno por uno ios argumentos adelantados por Haugg, con la respectiva refutación, y donde se hallará abundante bibliografía. Véase asimismo una breve pero eficaz refutación por K. Prümm en Z. f. Kath. Theol. 63 H939) 128 s. EL CELESTE MENSAJE 9 tamente. Leer esto en el texto es falsearlo ; y pretender que María entendió el mensaje en tal sentido es suponer en la Virgen extraña cortedad de juicio. El ángel pudiera decirle : ¿Para qué poner una dificultad imaginaria? Espera unos meses, y todo se cumplirá. Cerrado el camino de la exégesis, acudieron algunos, pro- testantes y racionalistas, al deus ex machina, declarando es- púreo el pasaje. Aserción de todo punto arbitraria, como que está en pugna con el testimonio unánime de los códices, las versiones y la tradición. Pero si María abrigaba el propósito de permanecer vir- gen, ¿por qué contrajo matrimonio? No ha de olvidarse que nos hallamos en una esfera más divina que humana ; que en el desarrollo de estos acontecimientos, ignorados del mundo pero grandes a los ojos de Dios, juega un papel principalísi- mo, excepcional, la divina Providencia, y que los pensamien- tos de Dios pasan de vuelo los pensamientos de los hombres. Por lo demás, convenía, y aun se hacía moralmente indis- pensable, que a su lado tuviera un esposo la que había de ser Madre de Dios. ¿Cómo de otra suerte se habría salvado su honor? Necesario era el matrimonio para que a su som- bra se obrara como convenía el gran misterio de la Encar- nación. Y aun aparte de este motivo, dado el ambiente social de aquella época, en que no se apreciaba, antes se miraba en cierto modo con malos ojos el celibato, es muy de creer que la joven nazaretana tuviera que resignarse, aun mal de su grado, a contraer matrimonio, si bien asegurándose de que el esposo estuviese dispuesto a respetar su virginidad. Basta recordar la doctrina entonces corriente entre los ju- díos. Para el varón era el matrimonio de obligación estricta : cuanto a la mujer, no andaban de acuerdo los rabinos : unos lo negaban : otros, empero, lo afirmaban. «El R. Yochanan b. Beroqa (hacia el año 110) decía : Para ambos [hombre y mujer] dice ]a Escritura: Dios los bendijo y les dijo: Cre- ced y multiplicaos (Gen. 1, 28) ; por tanto, el matrimonio es obligatorio también para la mujer» 9. De todas maneras, aun- que no se diera verdadera obligación, la joven hebrea se veía moralmente forzada a contraer matrimonio. Y tanto rnás cuanto que a la edad normal, entre doce y trece años, n Hermann L. Srack und Paul Billerbeck. Kommentar gum Ncuen Testamcnt aus Talmud und Midrasch íMünchen 1922-28». vol. 2. p. 372 s. 10 INFANCIA dependía en esto completamente de la voluntad de su pa- dre ; y aun más tarde continuaría sin duda esta dependencia, si no en teoría, pero sí en la práctica 10. Mas de aquí, precisamente, surge lo que algunos no. vaci- lan en calificar de grave problema: Si todo el ambiente en que vivía María era tan poco favorable, más aún, tan hostil al celibato, ¿cómo explicar que con él decidiera abrazarse la Virgen? Hemos de reconocer que resultaría embarazosa esta pre- gunta y difícilmente susceptible de respuesta satisfactoria, si se tratase de una joven hebrea común y ordinaria. Cier- tamente de tal doncella, a menos de fehaciente razón en contra, no cabría suponer que se sustrajera al ambiente que la circundaba y se elevara muy por encima del nivel de las mujeres de su época. Pero ¿quién se atreverá no ya sólo a afirmar, pero ni aun a sospechar que el horizonte espiritual de María estaba limitado por la misma línea que el de sus compañeras de Nazaret? ¿Que sus pensamientos y sus aspi- raciones recorrían la misma órbita que los pensamientos y aspiraciones de las pobres labriegas de Galilea? Es irreve- rente, y no sólo irreverente sino anticientífico, poner a la Virgen al nivel de una mujer común y ordinaria. Ni para el voto o propósito de virginidad hacía falta una revelación propiamente dicha: era muy suficiente la luz sobrenatural, con que el Espíritu Santo iluminaba su inteligencia; sus rayos eran harto poderosos para disipar la niebla de prejui- cios entonces reinantes y destacar el valor recóndito de la virginidad. Ni por otra parte se ha de olvidar que no estaba este valor tan escondido que fuese de todo punto ignorado. Flo- recía precisamente en aquella misma época la secta llamada ■de los esenios, hombres que, renunciando a los placeres de" siglo, vivían en perfecta continencia ; consideraban el celi- bato como un sacrificio agradable a los ojos de Dios ll. Ni tampoco era éste del todo desconocido en el Antiguo Testa mentó, pues consta que lo practicó, y precisamente por man dato de Dios, él profeta Jeremías (Jer. 16, 1). Con otro problema de harto más difícil solución nos en 10 Ibíd. p. 375. 11 Ha sido esto inesperadamente y plenamente confirmado po los manuscritos hebreos de Qumran (llamados también del M Muerto y de 6 Ain Feshkha) recientemente (1947) descubiertos. Cf Introducción, p. 30-33. Í.I. CELESTE MENSAJE ir frenta el reparo de la Virgen. Si María tenía conocimiento de que el Mesías debía de nacer de una virgen, no había por qué turbarse al anuncio de la concepción, como que ésta iba por disposición divina vinculada a la virginidad ; sus pala- bras «no conozco varón» carecen de sentido. Nos hallamos frente a un dilema : O no entendió María que se trataba del Mesías, o ignoraba ¡a concepción virginal del mismo. Lo primero ha de tenerse por de todo punto improbable. Las espléndidas frases del ángel no dejan lugar a duda ; los rasgos del niño que va a ser concebido a nadie convienen sino al Mesías anunciado por les profetas de Israel. Justa- mente observa el P. Médebielle : «La descripción del ángel presentaba al Mesías, objeto de la expectación universal, con rasgos tomados de ios oráculos más expresivos y fami- liares, en tal modo que cualquier judío, por poco al corriente que estuviese de las Escrituras y de las esperanzas nacio- nales, habría comprendido al momento que se trataba del Mesías» 12 . Por otra parte nos sentimos espontáneamente inclinados a pensar que María no debía ignorar la profecía de Isaías 7, 14 sobre la Virgen-Madre, citada por S. Mateo 1. 23, y que, por tanto, conocía la concepción virginal de aquel cuyo na- cimiento se le anunciaba. Con todo, si tenemos en cuenta que la interpretación judia de este pasaje en tal sentido es muy poblemática 13, quizá nos sorprenda menos que María no co- nociese aún en aquel momento el gran misterio de la con- cepción virginal. Cabría soslayar estas dificultades suponiendo que la pre- gunta de la Virgen no nacía de tener por incompatible la maternidad con la virginidad, sino que más bien se refería a alguna otra circunstancia que María deseaba conocer. Tal interpretación fuera tal vez posible de haberse limitado la pregunta a: «GCómo se hará esto?»; pero de todo punto parece excluirla la segunda parte : «porque no conozco va- rón» ; frase que claramente expresa la razón de la primera, y nos revela el íntimo pensamiento de la Virgen ; y lo pro- L. c. col. 290. 13* No se cita la autoridad de ningún doctor judío en su favor.- Es verdad que los LXX tradujeron la almah de Isaías por Kap8¿vo; que ciertamente significa virgen; pero advierte Lagrange que «l'ora- cie d'Isaíe est resté isolé dans le judaisme» (Mt. 1. 23): y Prat (1¿ p. 48) dice: «Rien ne prouve qu'ils [los LXX] entendissent ela vierge enfantera» in sensu composito, es decir, que será madre permaneciendo virgen 12 INFANCIA pió nos demuestra la respuesta misma del ángel, quien satis- fizo al reparo con estas palabras: — El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; y por esto lo que nacerá, santo, será llamado Hijo de Dios 14. Y añade luego, como en confirmación del estupendo pro- digio que iba a obrarse: Y he aquí que Isabel, tu parienta. Este diseño puede fácilmente dar una idea de las dos partes de que constaban varias casas en Nazaret: una cueva natural, quizá un tanto retocada, y un muro o varios muros que la cerraban y formaban como una segunda habitación. Junto a la basílica se conservan las ruinas de una casa de ese género. ha concebido también un hijo en su vejez, y éste es precisa- mente el sexto mes de la que tenían por estéril; porque nada hay imposible para Dios. A salvo quedaba la virginidad. Entonces María humilde- mente, generosamente pronunció el jiat, que el Padre Eter- no parece estaba esperando para cumplir el gran misterio: — He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. 14 oto xat xó fcWo')|i.svov cqiov xXYjlhjsstat Yío<; 8sou. De las varias maneras (no menos de cuatro o cinco) de construir gramaticalmente esta frase, la que damos en la versión parécenos con mucho la más probable. Por de pronto, la part cula Tió es causal (cf Mt. 27, 8), no simplemente ilativa, y está reforzada por la partícula xat, que no ha de traducirse por etiam; ¿qiov es aposición de y.ai io 7svvd)|iev>v y no debe verterse por «será santo», sino sencillamente «santo» : la fuerza de la causal otó recae principalmente y de un modo di- recto no sobre la voz «santo», sino sobre la expresión «Hijo de EL CELí .-?TE .MEN SAJE 13 Y desde aquel momento María fué Madre de Dios y Corredentora también del género humano El seno de una humilde virgen encierra al Omnipotente. La Santísima Trinidad se complace; los ángeles adoran; el mundo recibió su Salvador. En la gruta de Nazaret, bajo la mesa del altar, lee el devoto peregrino, impresa en un medallón de mármol blanco, esta inscripción: Hic Verbum caro jactum est (Aquí el Verbo se hizo carne). El alma se siente de pronto como sobrecogida de un re- ligioso pavor; tal es la augusta majestad de este sitio. En él se cumplió el misterio de los misterios, la unión inefable de la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Per- sona del Verbo : aquí al fiat de la humilde esclava del Señcr se creó como un cielo nuevo y una tierra nueva, y comenzó para el mundo una nueva era, la era de aquel reino que el Dios». Este título no implica aquí la unión hipostática : se le da al niño por nacer de Dios, en el sentido de que será concebido no por obra de hombre, sino por intervención directa de Dios. Entendida de esta manera, la frase está en perfecta armonía con la precedente. En és:a. en efecto, aparecen el Espíritu Santo y la virtud del Altí- simo, y esta virtud va a ejercerse en la concepción del niño anun- ciado. La idea dominante es no precisamente que este niño será santo, sino más bien que no será hijo de un hombre; que deberá la formación de su ser directa y exclusivamente a la virtud de Dios. En la segunda frase, el niño se nos ofrece a la vez santo e Hijo de Dios: vero expresado este segundo título en forma más directa, más destacada que el primero. Todo ello, como es fácil verlo, se mueve dentro de', ambiente de todo el pasaje, que es el de las preocupaciones de la Virgen. Esta es la interpretación de Maldonado : «Ñeque enim de Christi natura, sed de modo generationis ángelus agebaí.» Sin embargo, tomado en conjunto todo el mensaje, donde leemos también el título Hijo del Altísimo, podemos con verdad afirmar que en él se encierra, si no la aserción exolícita v categórica, pero sí una muy pronunciada alusión a la misma unión hipostática. Las otras interpretaciones 'entre ellas la que lee: lo que nacerá será llamado santo. Hijo de Dios, y entiende este segundo título •en el sentido de la unión hipostática"» oueden verse en los comen- tarios, v particularmente en Bover. Bíblica 1 ( 1920» 92-94; Estud Ecles. 8 í 1929) 381-392; Médebielle. Dict. BibL. Supl.. 1 col. 276 ss 15 La frase de la Virgen «fiat mihi secundum verbum tuum» puede y debe decirse soteriológica. Con estas palabras cabe con toda verdad afirmar que inició, inauguró, ^or decirlo así. María el oficio de Corredentora. Véase el magnífico tratado del P. Bover Deiparae Virginis consensus corredemptionis ac mediationis funda- mentum «Matriti 1942). dorde el autor prueba d cha tesis por un riguroso razonamiento teológico, y sobre todo con abundancia de testimonios de los Santos Padres y escritores eclesiásticos. 14 INFANCIA arcángel anunció como Reino del Hijo del Altísimo y que no tendrá fin. El Verbo 1 (Jn. 1, 1-18) A este Verbo, que en el tiempo se hizo carne entre los hombres, el Aguila de Patmos nos lo revela viviendo en el seno de Dios y obrando desde toda la eternidad. 1 En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba cabe Dios, y el Verbo era Dios. 2 El estaba en el principio cabe Dios. 3 Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho 2. 4 En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; 5 y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la acogieron. 6 Vino un hombre enviado de Dios; su nombre era Juan. 7 Este vino en calidad de testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. 8 No era él la luz, sino el que había de dar testimonio de la luz. 1 Sin contar los comentarios, son numerosísimos los trabajos sobre el Prólogo de S. Juan. Véase el excelente estudio de Simón Dorado, p. 243-265, donde se hallará abundante bibliografía. Puede verse asimismo el interesante artículo del P. J. Leal: La unidad del Prólogo de San Juan (1, 1-18), según Toledo y Maldonado, en Ar- chivo Teológico Granadino 4 (1941) 65-118. 2 V. 3-4. Dos maneras de construir las frases: 1) «Factum est nihil quod factum est. In ipso vita erat.» 2) «Factum est nihil. Quod factum est, in ipsi vita erat.» Nosotros preferimos la primera, y es ]a que damos en la versión. EL VERBO 15 9 Existía la luz verdadera que ilumina a todo hombre viniendo 3 a este mundo. 10 En el mundo estaba, y el mundo por El fué hecho: y el mundo no le conoció. 11 A lo que era suyo vino. y los suyos no le recibieron. 12 Mas a cuantos le recibieron dióles potestad de ser hijos de Dios: a los que creen en su nombre: 13 los que no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios nacieron l. 14 Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: y contemplamos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. 3 También aquí dos maneras de construcción gramatical: 1) «Erat lux vera, quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum.» 2) «Erat lux vera, quae illuminat omnem hominem veniens in hunc mundum.» En esta segunda construcción es la luz que viene al mundo. Es la que tenemos nosotros por mucho más probable. 4 En varios códices y en algunos Padres en vez del plural se lee el singular nació. Los pocos autores, entre los cuales Loisy, Zahn. que prefieren esta lección la refieren a Jesús, y ven reflejada en este texto su concepción virginal. Uno de los motivos de tal prefe- rencia es que S. Juan en este pasaje: «Fait trop de part [a la ge- neración espiritual de los hijos de Dios] dans ce prologue oú tout converge vers l'Incarnation ou Verbe». Pero justamente observa el P. Lagrange (St. Jean) que «ce n'est pas notre jugement qui doit prevaloir; c'est le sien [de S. Juan]». Esta idea de la generación espiritual de los hijos de Dios aparece repetidas veces en la carta I del apóstol. 2, 29; 3. 9; 4. 7 ; 5, 4. 18. En realidad, dentro del am- biente del prólogo parece suena más armoniosamente la generación espiritual de los hijos de Dios. Por lo demás, el fundamento di- plomático de la referida lección es muy flojo. 16 INFANCIA 15 Juan da testimonio de EL y clama diciendo: Este era de quien dije: El que viene detrás de mi, delante de mí puesto está, porque primero era que yo. 16 Que de su plenitud nosotros todos hemos recibido, y gracia sobre gracia \ 17 Que la Ley por medio de Moisés fué dada: la gracia y la verdad por Jesucristo vino. 18 A Dios nadie jamás le vió; el Hijo Unigénito 6, el que está en el seno del Padre. El le dio a conocer. Tal es el llamado Prólogo de San Juan : digno vestíbulo del espléndido palacio que los Padres llaman evangelio es- piritual 7. En él cabe decir que redujo el apóstol a compen- dio y cifra todo su evangelio. Cuan alto y grandioso es el pensamiento, tan oscura e 5 V. 16 «gratiam pro gratia» xai yvv.v ávxi "¿ápixoc. Muy controvertida ha sido y sigue siendo esta breve frase, de la que se han dado numerosas y diversas interpretaciones. No de todo punto satisfactoria, pero sí la más probable parécenos ser la que nosotros hemos preferido. No parece que el evangelista tu- viera presente una gracia concreta y determinada, la substitución de la Ley por el Evangelio, ni tampoco un estado de gracia; sino más bien una abundancia de gracias en general. Esa plenitud del Verbo hecho carne es tal, que de ella, como de fuente inagotable, están manando gracias, que nosotros vamos recibiendo una tras otra, y como en cierto modo substituyéndose unas a otras, sin que nunca se corte esta divina corriente, con tal que nosotros, como bien se deja entender, no pongamos obstáculo. Cf. Bover, Bíblica 6 (1925) 454-460; Médebielle, Verb. Dom 2 (1922) 141; y, sobre todo, el denso y erudito artículo del P. D. Frangipane, Et gratiam pro gratia, en Verb. Dom. 26 (1948) 3-17. G Aunque muchos autores recientes (Lagr., Braun. etc.) se de- ciden por la lección 'xovo7svy¡c; Osó; (un Dios, Hijo único), nosotros preferimos la otra lección ó jiovo^sv^c ítóc. (el Hijo Unigénito). Cf. Cal- mes, Rev. Bibl. 1899, p. 243, quien le da también la preferencia y hace valer razones a nuestro juicio muy atendibles en su favor. 7 O como dice, sin metáfora, el P. Spicq (Le Sir acide et la structure littéraire du Prologue de Saint Jean, en Memorial La- grange [Paris 1940] p. 183): «El prólogo de San Juan... constituye un prefacio solemne, perfectamente adaptado al cuerpo de la obra.» EL VERBO 17 insegura es la órbita que describe ; de donde gran variedad de opiniones al querer delinear la disposición de los diver- sos miembros, fijar la marcha de las ideas. A juicio de no pocos autores, en las tres perícopas que generalmente se distinguen (vv. 1-5; 6-13; 14-18) late el mis- mo pensamiento; sólo que va tomando distintas formas: la idea fundamental se desenvuelve en círculos concéntricos ; en cada uno aparece constantemente la misma, pero atavia- da con diverso ropaje, o mejor, circundada de mayor cla- ridad 8. Ya en los w. 4-5 se trata de la actividad del Verbo hecho carne } ; y en las dos perícopas siguientes reaparece la misma actividad acompañada de elementos secundarios diversos. Nosotros lo concebimos de una manera un tanto distinta. Creemos que no ya la forma, sino la idea misma va progre- sando. Se desenvuelve en tres estadios, no concéntricos, sino que se adelantan en línea recta ; distinto el uno del otro. En los vv. 4-5 el Verbo ejerce su acción — sobrenatural — para con los hombres en el Antiguo Testamento, y aun desde el principio, esto es, de la humanidad. En los vv. 6-13 aparece la actividad del Verbo ya encar- nado 10 ; pero en el período inmediato a la predicación, en que el Precursor lo anunciaba como próximo a venir, y cuan- do todavía no era conocido, como que no había hecho su pública aparición. Finalmente, los vv. 14-18 nos ponen ante los ojos la acti- vidad del Verbo, que se muestra ya en público ante los hom- bres, hecho carne. Por consiguiente, el «Verbum caro factum est» del v. 14 se refiere no, como a primera vista pudiera ' Cf. U. Hoizmeister (Verb. Dom. 11 [1931] p. 65-70): «Activitas salutífera Verbi divini ter depingitur ita, ut sermo de generalissi- mis principiis descendat ad describenda ca, quae adhuc generaliora sunt, et tune ad specialia» (p. 66). 9 El P. Murillo (San Juan, Barcelona [1908] p. 143) dice que los w. 4-5 se refieren al Verbo aún no encarnado, pero que la doc- trina es exclusivamente «la vida y luz comunicadas por el Verbo ya encarnado, es decir, la revelación evangélica». Zahn (cf. Calmes, Rev. Bibl. [1900] p. 21) afirma que ya desde el principio se habla del Mesías, o sea, del Verbo hecho carne, de suerte que no se hace mención alguna de su existencia antes de la encarnación. Exégesis. a nuestro juicio, de todo punto inaceptable 10 La existencia del Verbo hecho ya carne se halla expresada en el verbo «veniens in hunc mundum» (v. 9). Cf. Calmes. Rev. Bibl. 1900. p. 382 : «II ne peut pas étre question d'autre chose que de la manifestation du Verbe dans la chair». Cf. ibid. 1899, p 235 18 INFANCIA parecer, al momento mismo de la encarnación, sino más bien a la aparición pública del Verbo encarnado. . . Según esta concepción, los dos pasajes en que entra en escena el Bautista (vv. 6-8.15) tan lejos están, como algu- nos piensan u, de ser interpolación, de embarazar el con- texto, o constituir una especie de paréntesis que, muy al contrario, se presentan como partes integrantes de todo el organismo. Nada hemos dicho de los vv. 1-3. Es que, a nuestro juicio, andan aparte de los vv. 4-5. En los vv. 1-2 el Verbo se nos revela viviendo en el seno de la Divinidad. El v. 3 nos lo muestra creando el mundo y todo cuanto existe. Su activi- dad de iluminar, de vivificar, actividad que se va continuan- do en períodos sucesivos, no empieza sino con los vv. 4-5. Estos, pues, constituyen la primera de las tres que podemos llamar estrofas: es el primero de los tres estadios. Tratando del Prólogo de San Juan algo se echaría de menos si no habláramos, siquiera brevemente, del Logos 12 La voz logos es propia del cuarto evangelista, con la par- ticularidad que la usa exclusivamente en el Prólogo (cuatro veces, v. 1. 14), y fuera de éste sólo dos veces, I Ep. 1, 1 y Apoc. 19, 13. Esta circunstancia de no leerse en todo el resto del evan- gelio plantea un problema: la relación de éste con el Pró- logo. Alguien pensó que era extraño el uno al otro. Al evange- lio, ya terminado, puso S. Juan una portada que nada tenía que ver con él. Tal hipótesis es una verdadera aberración. En realidad, es íntimo el nexo que enlaza el prólogo con el resto del evangelio. En éste se propuso el apóstol presentar a Jesús, el Mesías, como foco de luz y fuente de vida 13 ; ahora bien, el prólogo rebosa luz y vida. En todo el curso del evangelio está diciendo San Juan al lector : Este Jesús, que 11 Viteau (Recherches des Sciences Religieuses 2 [1922] p. 459- 467) rechaza como no auténtico el v. 15, y declara desplazados los vv. 6-8, que intercala entre los vv. 18 y 19. Las numerosas razones con que se esfuerza en apoyar sus asertos distan mucho de ser con- vincentes. Ni siquiera se los puede calificar a dichos w. de parén- tesis. Son miembros orgánicos que el evangelista insertó como tales en su magnífica composición. 12 Véase sobre el Logos el extenso y profundo tratado del Padre Lebreton, en Histoire du dogme de la Trinité (Paris 1927), vol. 1, p. 56-251. Brevemente, el P. Grandmaison, Jésus Christ (Paris 1928), vol. I, p. 163'-171; el P. Vosté, Studia Ioannea (Romae 1930), p. 79-100. 13 Inútil citar los pasajes, bien conocidos V.L VERBO 1!) tú ves irradiando luz y vida, es precisamente ese Logos que has contemplado en el seno de Dios, y comunicando luz y vida a los hombres. Si al escribir el evangelio lo encabezó con el prólogo, o más bien lo añadió después — nosotros tene- mos por más probable lo primero — poco importa ; lo cierto es que al concebir el evangelio con su carácter y fin particu- lar, concibió también el prólogo11. Cabe, empero, una doble pregunta: ¿Por qué usó el evan- gelista la voz logos en el prólogo ; y por qué prescindió do la misma en lo restante del evangelio? Estas dos preguntas no son susceptibles de una respuesta categórica y segura, pero sí de alguna explicación plausible. En el prólogo, donde escribía con plena independencia, sin sentirse vinculado a la actuación de Jesús, quiso acomodarse en la manera de expresar su pensamiento, como veremos más adelante, a un medio ambiente intelectual, que podemos llamar helénico, dentro del cual era conocida y aun divul- gada la concepción del Logos ; pero al entrar ya en la na- rración de los hechos y las enseñanzas de Jesús, dejó a un lado el referido vocablo, por no haberlo oído nunca de la- bios del Maestro. El significado fundamental de logos, conforme a su mis- ma etimología (Xéfsw ) es palabra (verbum) ; y como ésta es como un eco o reflejo del verbum mentís o pensamiento, significa también concepto, y por extensión la fuente de donde nace el concepto, que es la facultad intelectiva, la razón. La teoría del logos se cree comúnmente que aparece por primera vez en los fragmentos, pocos y diversamente inter- pretados, de Heráclito (c. 600 a. C). La doctrina de este filó- sofo fué desenvuelta y ampliada por los estoicos (Zenón c. 280). Estos consideraban al mundo animado por un espí- ritu que llamaban logos, el cual, informando cada uno de los seres individuales, les daba el ser propio que tienen Cada individuo, por tanto, tiene su logos ; pero éste no es independiente y subsistente por sí mismo, sino parte del logos universal, que se denomina jrccpjtaxixó^ , precisamen- te porque penetra en todos los seres, como el esperma en el animal. El logos humano es considerado en su aspecto inter- 14 Muy justas observaciones tiene a este propósito el P. Vosté, Studia Ioannea, p. 77 («Prologus ergo est clavis totius Evangelii... Prologus est tamquam divinus sol, ac veré coelestis illuminans ex- alto— ex Deo et aeternitate — totum Evangelium».) 20 INFANCIA no (razón, entendimiento), y se le llama ivoicfeoc;; o pn su aspecto externo (palabra), y su nombre es Xófo; icpo<; o5. como en hebreo, ad ki, mientras excluye la acción cuanto al pasado, no la afirma por lo que toca al futuro; basta recordar algunos ejemplos: en Gén. 8, 7. dícese que el cuervo no volvió doñee siccarentur aquae; y en 2 Sam. 6. 23. que Micol no tuvo hijos usque in diem mortis suae? y ni el cuervo volvió después de secadas las aguas ni Micol tuvo hijos después de su muerte. La frase puede muy bien traducirse como hace Joüon y también Buzy: Sin que él la hubiera conocido, dió a luz un hijo. Esta interpretación es de todo punto satisfactoria. Recientemen- te propuso otra muy distinta el P. Máximo Peinador en Est. Bibl (1949) p. 390 Entiende el verbo cognoscere en el sentido de «co- nocimiento intelectual», y traduce: «Y José recibió a María corn- mujer. aunque no ]o comprendió (lo que el ángel le había reve- lado) hasta que dió a luz a su hijo.» No creemos sean muchos lo que acepten tal explicación. La expresión suum primogenitum, que hemos puesto entre pa- réntesis, debe eliminarse del texto ; pero se halla en Le. 2, 7. D~ dicha expresión concluyen ciertos autores (cf. Frey, Bíblica [19301 383 s.) que la Virgen tuvo otros hijos, sin reflexionar que primogé- nito «est non tantum post quem ahí sed etiam ante quem nullust> (San Jerónimo, Contra Helvidium, 10; PL 23. 202). Con toda ampli- tud trata este punto el P. Frey (1. c.) p. 373 ss., donde (pp. 385-390 estudia un epitafio judío precisamente del tiempo de Augusto, ei el cual una mujer, Arsinoe, dice: «En los dolores del parto d mi hijo primogénito ( irpoxoxóxoo xéxvou), la suerte me llevó al térmi no de mi vida.» Es claro que no tuvo otros hijos después del pri mero, pues de su parto murió, y, sin embargo, le llama primogénito La prueba no puede ser más convincente. Véase asimismo Va Kasteren, Rev. Bibl. (1894) 56 s. DUDAS Y ANGUSTIAS 35 Entre los hebreos se distinguía perfectamente entre los esponsales (erusin = sponsatio, o quiddushin = segregatio) y el matrimonio propiamente dicho (nissu'in = ablatio), que se cumplía cuando la esposa era tomada e introducida en casa del marido; ambos actos aparecen ya claramente en Deut. 20, 7 («Si un hombre desposó a una mujer, pero no la tomó aún»..., se entiende en su casa). Pero dichos espon- sales no se reducían a la mera promesa de futuro matrimo- nio— y esto ha de tenerse muy presente — , sino que en cier- to modo constituían el matrimonio, como dice Filón: «Los esponsales tiene fuerza de matrimonio» (De legibus specia- libus III, 12). Y, en efecto, si el esposo moría, la esposa era considerada como viuda; y con ella no podía casarse el sumo sacerdote precisamente porque se la reputaba por tal, según consta en la Mishna, Yebamoth VI, 4: «Un su- mo sacerdote no puede contraer matrimonio con una viu- da, sea que haya quedado tal después de los esponsales o después del matrimonio» ; el comercio carnal con otro hom- bre se tenía por adulterio y era castigado con la lapidación ; la disolución de los esponsales tenía que hacerse con el li- bellum repudii; los esponsales daban derecho, absolutamen- te hablando, al acto conyugal, bien que de ordinario no solía cumplirse éste sino después de introducida la esposa en casa del marido. Véase Str.-Bill., 2, p. 393, quien dice: «Por los esponsales la unión de un hombre y una mujer en matri- monio era entre los judíos perfecta bajo todos respetos» (rechtlich in jeder Hinsicht perfekt). En las páginas 394 ss. puede verse la justificación de lo que llevamos dicho. Que al tiempo de las dudas de San José, María no había sido aún introducida en casa de su esposo, se desprende cla- ramente de los dos verbos que usa el evangelista (Mt. 1, 18) : «Antequam convenir ent» (icpiv r¡ auveMhtv). Este verbo ha de entenderse de la cohabitación local, no del acto conyugal ; de suyo puede significar dicho acto, pero en el Nuevo Tes- tamento nunca se halla usado en tal sentido ; el pasaje que se propone (1 Cor. 7, 5: xac izál'y ha -o aoxo auvipy^afts: «et iterum revertimini in idipsum» : y de nuevo sed en uno) no es del.(todo paralelo, pues no se usa el verbo solo, sino acom- pañado de un complemento. En 1, 20, dice el ángel a José: «Noli timere accipere (w- paXafiEfv) Mariam» ; y en el v. 24 se lee: «et accepit ( xapé\a$=) 5-6 INFANCIA coniugem suam.» Si estaba ya en casa de José, ¿cómo puede decirse que la recibiera? El verbo debiera entenderse en eí sentido de retener, conservar, mantener; pero tal sentido no lo tiene rajsaXaiifJa'vtu. Mas ¿cómo salvar el honor de María si ésta no se hallaba todavía en casa de José? Ya dijimos que los esponsales se equiparaban en. cierto modo al matrimonio y que el acto con- yugal entre los simples esposos era tenido por legítimo. Es cierto que,,,1 según la literatura rabínica, había en él un cierto desorden ; pero nosotros no tenemos certidumbre de cómo se pensaba al tiempo de Nuestro Señor sobre este punto par- ticular. De una cosa estamos seguros: que no sufrió ni el más mínimo detrimento el honor de la Virgen. Puede verse tratado este problema con mayor extensión por el P. Holzmeister, De sancto Ioseph quaestiones biblicae (Romae 1945) pp. 68-79: Verb. Dom.. 24 (1944) 202-212; 25 (1947) 145-149. Belén (Le. 2. 1-7.— Cf. mapa I) Desde la feliz declaración del ángel a José, unos seis meses habían pasado en suave y dulce convivencia. Disi- pádose había el nublado, y el espléndido sol que María lle- vaba en su seno difundía en aquella humilde casita rayos de paz, de gozo y bienandanza. Tranquilos y apacibles se deslizaban los días en aquel ambiente santificado por la pre sencia de Jesús, embalsamados por el aroma de las virtude de los angélicos esposos. María tenía concentrados sus pen- samientos y sus afectos en el hijo de sus entrañas; Jos' manteníase en actitud reverente ante aquel tabernáculo vi viente que era su purísima esposa, donde adoraba a su Dics Mientras corría así pacífica y silenciosa la vida en la ocul ta e ignorada Nazaret, algo se iba preparando en la capital del mundo, en la Roma imperial, que vendría a turbar la dulce quietud de la Sagrada Familia. Dice, en efecto, Sai Lucas (2, 1-3) : Y fué así que en aquellos días emanó de Cé sar Augusto un decreto para que fuese empadronado tod el orbe: Este empadronamiento primero se hizo goberñaná BELÉN 37 la Siria Quirinius. E iban todos a empadronarse cada uno a su propia ciudad. Un tal decreto de suyo nada tiene de extraño, como tam- poco el que para cumplirlo se tuviera que ir al lugar de la respectiva procedencia. Sabida cosa es que Augusto ordenó varios empadronamientos l, y que en particular dispuso que en Egipto se repitiese cada catorce años, y que para ello se fuese a la propia ciudad \ Pero lo que sí da lugar a un cierto reparo es la mención de Quirinius. Sábese, en efecto, por la lista oficial de los legados de Siria, que el año 8 antes de la era cristiana lo era C. Sentius Saturninus, y que a éste sucedió P. Quintilius Verus, el cual perseveraba en dicho oficio a la muerte de Herodes el Grande. Esta acaeció el año 4 antes de la era cristiana, unos tres años después del nacimiento de Jesucristo, el cual ha de colocarse, por con- siguiente, hacia el año 6 ó 7 antes de dicha era. Mas preci- samente a la sazón no era legado de Siria Quirinius, sino C. Sentius Saturninus. De ahí el problema que ya de muy antiguo ejercitó el ingenio de críticos y exégetas. Múltiples soluciones se le han dado, de las cuales sólo algunas mencionaremos: 1) Es cierto que Quirinius fué legado de Siria a la muerte de Arquelao, el año 6 p. C.. y que entonces hizo un empa- dronamiento en Siria y en Judea 3. Tiénese también por averiguado que ya había sido en años anteriores4; y debió de ser en el in- tervalo entre el año 12 y el año 8 antes de la era cristiana, como que en la primera fecha era cónsul en Roma, y en la segunda ocupaba el puesto de legado en Siria C. Sentius Saturninus. Durante esta su primera legación tuvo lugar el empadronamiento mencionado 1 Algunos se enumeran en la inscripción o monumento de An- cira. Cf. Schürer. Geschichte 1 p. 110; Dict. Apolog. 1 col. 1426. - Cf. Grenfell and Hunt. The Oxyrhyyichus Papyri part. 2. pá- gina 207 ss. Véase Verb. Dom. 1 (1921) 208. sobre los varios géneros de empadronamiento en Egipto. 3 Josefo. Ant. XVII. 13, 5; XVIII, 1. 1; 2. 1. A este empadrona- miento alude Gamaliel en Act. 5. 37, «in diebus professionif^ : xffi áxxripayffr El mismo está plenamente confirmado por una inscrip- ción hallada en Venecia, cuyo texto íntegro puede verse en Dict Apolog. 1 col. 1426. 4 La realidad de esta primera legación se colige de la inscripción dicha de Tibur. por haber sido hallada en las cercanías de Tívoli el año 1764. y que se encuentra en el Museo Lateranense. Puede verse el texto reconstituido por Momsen en Dicf. Bibl. 2 col. 1187 >.. y en Schürer, Geschichte 1 p. 325. Lo más interesante es la última línea, que dice así: «divi avgvsti iterum syriam et Phoenicen op- tinuit». Como se ve, se trata ciertamente de una segunda legación en Siria ; pero, por desgracia, desapareció de la inscripción la pane donde se hallaba el nombre del personaje a que se refiere. Momsen INFANCIA por San Lucas 5. 2) Quirinius, hacia el año 9, dió principio al empa- dronamiento, que llevó a cabo, quizá el año 7, su sucesor Saturninus, quien, como dijimos, fué legado desde el año 8 al 6 6. 3) Sabemos que algunas veces hubo simultáneamente dos legados imperiales en la misma región; así, por ejemplo, el año 75 p. C, en Africa un legado estaba al frente de las tropas, mientras que a otro legado se le había encargado hacer el empadronamiento. Podemos, por consiguiente suponer que la primera legación de Quirinius simultaneó los años 8-6 a. C. con la de Saturninus 7. 4) Finalmente, una cuarta solución se apoya en la filología. La frase de Le. se vierte así: «Este empadronamiento era anterior al que se hizo siendo legado de Siria Quirinius.» Con tal versión desaparece, como se ve, toda difi- cultad. Filológicamente es posible; se dan ejemnlos en que TrptLx equivale a npóxBpoc, v. gr., 2 Sam. 19, 44; LXX, v. 43: x'n ojx lko^hdr¡ ó Xó^oc, -ao'j xpcS-cot; utoi too 'IoúBa. que Lagrange y Prat (1, p. 514) traducen: «Ma cause l'emporte sur celle de «Tuda» ; y don- de, como se ve; se sobreentiende el término de la comparación*, véase también Jn. 1, 15. 30. Schürer 1 p 535, reconoce que dicha traducción es gramaticalmente correcta, aunque él, por otras razo- nes, no la admite en nuestro pasaje. El evangelista habría hecho alusión al empadronamiento hecho durante la legación de Quirinius por ser muy conocido de todos; al mismo, en efecto, hace alusión Gamaliel en Act. 5, 37 8. La primera solución parece poco probable, por tener que adelan- tarse demasiado la fecha del nacimiento de Jesucristo. Cualquiera de las otras tres debe tenerse por plausible. La cuarta es la que más de raíz corta la dificultad. De todas maneras, queda bien demostrado que y la gran mayoría de autores admiten que, en realidad, es Quirinius; algunos lo niegan (cf. Schürer 1 p. 324). Una inscripción de Antio- quía de Pisidia, transcrita por Ramsay en 1912, vino a corroborar la opinión de los primeros. Menciónase en ella a Sulpicius Quirinius como duunviro de la colonia antioquena. por donde se ve que estaba en Oriente por los años 10-7 antes de J. C, puesto que tal es la fecha de la inscripción. Cf. Verb. Dom. 1 (1921) 207, y Rev. Bibl. (1913) 617, donde se da el texto de la misma. Véase también Deissmann, Ligth from the Anexen East (London 1927) o. 5 s. Finalmente, sepún Tácito (Annales III, 48), Quirinius, poco después de su consulado . Por de pronto, es muv problemático aue en dicho pasaje se trate de posada, pues la significación de la voz gerút es incierta. Además, los que se en- 44 INFANCIA estaría dentro de la población o junto a la misma, y ésta era entonces muy pequeña. Actualmente ocupa Belén un área mucho mayor. La de entonces se limitaba, con toda probabilidad, al sector de ca- sas que se halla frente a la basílica lü. Si en la explanada donde se halla ésta hubo en tiempos antiguos un bamah (algo así como altar), que sería tal vez donde sacrificó Samuel (1 Sam. 16, 1-5), lo ignoramos. Lo que sí sabemos es que, en el año 347, San Cirilo de Jerusalén decía que «pocos años antes había allí un bosquecillo» (PG 33, 752) ; y que, según el testimonio de San Jerónimo (véase más abajo, p. 46), exis- tía desde los tiempos de Adriano dicho bosquecillo, y que en la santa gruta se daba culto a Tammuz-Adonis. En el albergue, sea porque realmente estaba ocupado, sea porque el posadero reservaba los puestos para gente de mayor viso, no encontró sitio San José. Tal es ciertamen- te el alcance de la frase de Lucas: No había para ellos sitio en el mesón; en cuyas palabras se trasluce lo que se da por supuesto, que la Sagrada Familia había acudido a la posa- da en busca de albergue. Lo que sí pudo muy bien acontecer es que, dado el estado en que se hallaba María, no juz- gando José decoroso acomodarse en locales abiertos a idas y venidas del público, desease un puesto reservado, y por una u otra razón no le fuese concedido. Vióse, pues, obligado a buscar abrigo en alguna de las cuevas que aún hoy día se ven junto a la población. Inaugurábase en la carrera del Verbo hecho carne el cumplimiento de aquella triste frase de San Juan : «In propria venit, et sui eum non receperunt» (1, 11). Antes ya de nacer Jesús manifestábanse los designios del Eterno Padre para con su Hijo. San Lucas habla de pesebre, donde fué colocado el Niño Jesús, lo cual indica de manera indirecta que se trata, en realidad, de gruta donde solían guarecerse los animales, aun- que el evangelista no la nombre explícitamente. Que dicha gruta formase parte de la posada y fuese algo así como el sótano de la misma, no pasa de mera conjetura sin funda- mento alguno positivo. Y que el relato evangélico haya de caminaban hacia Egipto — y de tales se trata en Jer— seguían, sin duda, el camino de Hebrón, y no había para qué se desviaran la- deándose hacia Belén. Por otra parte, no es improbable que en vez de gerüt haya de leerse, con buenos comentaristas, gidrót = apris- cos de pastores. 1C Cf. Dalman, Ote p. 32 s DELÉN 45 entenderse verdaderamente de una cueva nos lo atestigua la tradición, que se remonta a mitad del siglo n, transmitida por el Protoevangelio de San Jaime (cap. 18) y por San Justino en su Diálogo con Trifón (cap. 78, PG 6, 657)17; y es cierto que en tiempo de Orígenes, siglo ni, era generalmente Gruta de la Natividad. Al fondo, la estrella bajo el altar indica el sitio donde la tradición ha fijado el nacimiento de Jesús. Re- cientemente se puso al descubierto parte de la pintura y la ins- cripción del tiempo de los Cruzados. Es el altar de los griegos ortodoxos. El que se ve a la derecha es el de los franciscanos, ..onde celebran los sacerdotes de rito latino. Frente al mismo, detrás de la columna de la derecha, está el santo pesebre. conocida (Contra Celsum 1, 51: PG 11, 756) ls. Que esta cueva testificada por la tradición es la misma que hoy se venera bajo la basílica constantiniana de Belén, ninguna ra- zón positiva existe para ponerlo en duda ; antes bien, hay argumentos para probar que es verdaderamente auténtica. En efecto, según testimonio de San Jerónimo (Ep. 58, ad Paiüinum: PL 22, 581), desde el tiempo del emperador Adria- 17 «No teniendo José adonde ir en la aldea, se recogió en una cueva próxima a la aldea.» 18 «Allí se muestra la cueva donde nació, y en la cueva, el pesebre.» 4G INFANCIA no, el año 136, «en la gruta donde Cristo niño dio sus pri- meros vagidos se lloraba al amante de Venus» 1S, o sea Tam- muz = Adonis. Este culto se introdujo con el intento de borrar la memoria de Jesús; pero, todo al contrario, sirvió para asegurar más y más la autenticidad del sitio. Este se hallaba perfectamente marcado cuando Santa Elena quiso construir la gran basílica. Allí, pues, la Virgen María «parió a su hijo primogéni- Belén: La grande basílica ae cinco naves, edificada por Santa Elena y modificada por el emperador Justiniano. Recientes exca- vaciones descubrieron parte del mosaico primitivo de Sta. Elena to, y lo envolvió en pañales, y le reclinó en un pesebre». Aquel hijo de quien profetizaba Isaías (9, 6): «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado («Parvulus enim natus est nobis, filius datus est nobis»): el principado lleva sobre sus hombros; su nombre es consejero, admirable, Dios fuerte, Padre por la eternidad, Príncipe de la paz.» Christus natus est nobis. Venite adoremus! A solis ortus cardine ad usque terrae limitem Christum canamus Principem, natum Maria Virgine. «Cum enim quietum silentium contineret omnia, et nox in suo cursa médium iter haberet» (Sap. 18, 14). 19 «Bethleem nunc nostram, et augustissimum orbis locum, de quo Psalmista canit: Veritas de térra orta est. lucus inumbrabat GLORIA EN LOS CIELOS; PAZ EN LA TIERRA 47 «Era la medianoche, muy más clara que el mediodía, cuando todas las cosas se reparan del trabajo y gozan del silencio y quietud; y acabada la oración de la Virgen San- tísima, comenzaron los cielos a destilar miel y dulzura, y ella, sin dolor, sin pesadumbre, sin corrupción y mengua de su pureza virginal, vió delante de sí, salido de sus entrañas, más limpio y más resplandeciente que el mismo sol, al bien y remedio del mundo, tiritando de frío, y que ya con sus lágrimas comenzaba a hacer oficio de Redentor. No se pue- de con palabras explicar ni con entendimiento humano com- prender el gozo que la purísima Virgen tuvo en aquel pun- to y la admiración y estupor que le causó ver al que sabía que era verdadero Dios tan abatido y humillado, y postrán- dose delante de él con profundísima reverencia, dicen que dijo: Bene veneris, Deus meus, Domine meus et Filius meus: Bien seáis venido, mi Dios, y mi Señor, y mi Hijo. Y así le adoró, y besó los pies como a Dios, la mano como a su Señor y el rostro como a su Hijo» (Fr. Luis de Gra- nada). Gloria en los cielos; paz en la tierra (Le. 2. 8-20) Desde la altura de Belén, el terreno va descendiendo hacia el oriente en suave declive, hasta que poco más allá de Beit-Sahur — llamado el pueblo de los pastores — S2 dilata en espaciosa y un tanto ondulada llanura. A ésta hízola ilustre ya en el Antiguo Testamento la idílica escena de Booz y Rut (Rut c. 2), escena que recuerda el nombre Campo de Booz, con que se designa hoy día una porción de terreno en medio del extenso valle, y junto al cual se conservan las ruinas de una iglesia bizantina. Pero mayor lustre que los progenitores de Jesús dieron a esta región los ángeles que. a la misma bajaron anunciando su nacimiento y los felices pastores que recibieron tan fausto anuncio. Estaban éstos de noche en el campo «velando sus velas» sobre el ganado; expresión que encierra el doble sentido Thamuz. id est. Adonidis; et in specu. ubi quondam Christus par- vulus vagiit, Veneris amasius plangebatur.» GLORIA EN LOS CIELOS; PAZ EX LA TIERRA de guardar el ganado y de hacerlo por turno, remudándose a sus tiempos. Como la tradición ha fijado el nacimiento de Jesús en los meses de invierno, causa a primera vista cierta sorpresa en- contrar en ese tiempo a los pastores pasando la noche en plena campaña. Es de advertir que los judíos distinguían des clases de ganado, que llamaban, respectivamente, de casa y del desierto, o. como quizá pudiéramos decir nosotros, de establo y suelto. El primero salía al pasto por la mañana y volvía a pasar la noche en el establo ; el segundo perma- j necia fuera, en los pastos, desde Pascua a noviembre, según unos rabinos, o todo el año, como querían otros \ El ganado de los pastores betlemitas sería de esta última clase. Ni se crea que la estación fuera entonces muy dura : en el campo de los pastores nunca llega a caer la nieve, aunque de ella se cubra a las veces Belén ; y aun en la altura misma, años hay en que la temperatura no sólo de día, sino también de noche es muy templada y casi pudiera decirse primaveral, como lo experimentó más de una vez quien esto escribe. Cuanto al lugar preciso donde se hallaban los pastores, la tra- dición, desde el siglo rv, vino señalando como tal un pequeño alto- zano, dos kilómetros al oriente de Belén, un tanto hacia el norte, sitio excavado en 1859 por Guarmani, hoy propiedad de los francis- canos, y que lleva el significativo nombre de Siyar el-Ghanein íaprisco de ovejas). Allí se encuentra una torre; una espaciosa cueva de 19 metros por 15; al norte de la torre, los fundamentos de una iglesia de tres naves, bien orientada, de 26 metros por 24 ; finalmente, tres sepulcros excavados en la roca dentro de una gruta funeraria. Estas circunstancias responden puntualmente a la descripción de Arculfo en 670: «Visité en la iglesia los tres se- pulcros de aquellos tres pastores enterrados junto a la torre de Gader, los cuales distan de Belén unos mil pasos hacia el oriente. A los cuales, en aquel mismo lugar, esto es, cerca de la torre del rebaño, al nacer el Señor, circundó el esplendor de una luz angé- lica, en el cual lugar fué construida la misma iglesia que contiene los sepulcros de los propios pastores» 2. Por otra parte, la existen- cia de la cueva donde cobijarse y la relativa elevación del terreno hacían aquel sitio muy a propósito para que allí se mantuvieran en vela los pastores. Como un cuarto de hora al sudoeste de este sitio hay otro, pro- piedad de los griegos, llamado Deir er-Ra'wat (monasterio de los pastores) o Keniset er-Ra'ivat (iglesia de los pastores\ donde se conservan las ruinas y la cripta de una iglesia antigua. Dalman. Orte p. 50 s.. da a este sitio la preferencia sobre el de los francis- ■ 1 Cf. Strack-Billerbeck. Kommentar zum Neuen Testament auj¡ Talmud und Midrasch (München 1922-1928) vol. 2. p. 114 s. 3 Geyer, Itinera. p. 258. 50 INFANCIA canos. Nosotros creemos que este último reúne mejores condiciones y que es ciertamente el visitado por Arculfo. Meistermann (cf. Dal- man, 1. c. p 51, nota 2) insinuaba que el sitio griego, en medio de la llanura, se llamaba en un principio Deir er-Raut (monaste- rio de Rut), dedicado a Rut la moabita, y que más tarde se trocó dicho nombre en Deir ev-Rawat (monasterio de los pastores); aser- ción que rechaza Dalman. El 15 de febrero de 1951 se dió principio a unas excavaciones en Siyar el-Ghanem bajo la dirección del franciscano P. Virgilio Corbo. (La Terra Santa [1951] p. 95). Véase la p. 326 de la misma revista y del mismo año. Estos pastores, rudos y sencillos, quiso el Padre Eterno que fuesen los primeros adoradores de su Hijo. No llamó a los orgullosos príncipes de los judíos, a los altivos sadu- ceos, a los hipócritas fariseos; que con Dios no cuentan ni la alta alcurnia ni la gloria mundana; sobre los sencillos de espíritu y humildes de corazón se posa su mirada amo- rosa, y en ellos tiene sus complacencias. De pronto se ilumina el cielo, aparece un ángel, y ellos se estremecen de temor. — No temáis, les dice el ángel: que os traigo una buena nueva, que será de grande gozo para todo el pueblo: que os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es el Mesías, Señor. Y para que le reconozcan les da una señal: Hallaréis al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Y luego, juntándose con el ángel multitud de espíritus celestes, hicieron resonar en los aires: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Presurosos corrieron los sencillos pastores en busca del Niño anunciado, y «hallaron a María y a José, y al Niño reclinado en el pesebre». ¡Con qué ingenua fe, con qué encendido amor le adorarían, iluminados internamente por el Espíritu Santo! Y le ofre- cerían sus sencillos dones, como correspondía a su índole y pobreza: queso, uvas pasas, un jarrito de leche, higos secos, y quizá un corderito. Y luego se volvieron a sus re- baños «glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían visto y oído». En tanto María, viendo a su dulce Jesús reconocido ya por Mesías y adorado, «guardaba todas estas cosas, confi- riéndolas en su corazón». GLORIA EN LOS CIELOS J PAZ EN LA TIERRA 51 Paz u los hombres de buena voluntad. — Este canto angé- lico— «praeconium vocis angelicae», como lo llama San Agus- tín (PL 38, 998) — , al parecer tan sencillo, ofrece, sin em- bargo, no pocas dificultades. Reconocíalo ya Maldonado: «Brevis licet sit angelorum hymnus, multas tamen habet difficultates.» Estas dieron margen a varias y muy distintas interpretaciones. Como reviste especial importancia y la Iglesia lo incorporó a la sagrada liturgia, no será fuera de propósito detenernos un tanto en su exégesis. Por de pronto, la voz eudokía (efóoxúz), que se traduce por buena voluntad, puede entenderse de suyo, y en reali- dad se entiende por los autores, en dos sentidos; así, v. gr.. Knabenbauer, Plummer, Fillion, Dausch, Lebreton, Simón- Prado, Gomá, interpretan «buena voluntad de Dios», mien- tras que otros, p. ej., Lagrange, Valensin, Marchal, Joüon. prefieren «buena voluntad del hombre)). Veamos brevemente cuál de las dos acepciones es preferible 3 : Ey&ex-'a en el Nuevo Testamento: .a) Beneplácito divino. Mt. 11, 26 = Luc. 10, 21; Ef. 1. 5, 9; Filip. 2, 13. b) Buena voluntad del hombre. Según v. Kasteren, 1. c. p. 61: Voluntad humana simpliciter, Rom. 10, 1 ; 2 Tes. 1, 11. Voluntad humana bona que talis, Filip. 1, 15. En Rom. es deseo, y también en Tes. ; en Filip. es be- nevolencia. En ninguno es voluntad buena en el sentido de recta, justa, es decir, en sentido moral. Cremer4 dice que ni una sola vez se toma en tal sentido. Cf. dicho autor sobre el sentido exacto de los referidos pasajes. Antiguo Testamento: El sentido de eudokía corresponde comúnmente al de ratson. Esta voz se lee 56 veces: 40 se refiere a Dios, sólo 16 al hombre. En los LXX es traducida por numerosos vocablos. Fuera del Eccli. y de los Salmos de Salomón, ettóoxta se halla sólo 10 veces en el Antiguo Testamento, de las cuales ocho corresponden a ratson, y en todas se refiere a Dios. Por ahí se ve que en el uso del Ant. Test, la relación del vocablo a Dios prevalece con mucho sobre la del mismo al hombre. Además, ha de notarse que cuando reviste este 3 Véase Van Kasteren. que lo trata de propósito en Rev. Bibl. (1894) pp. 58-61. * Biblisch-theologische Wórterbuch der Neutestamentlichen Grá- citat • (Gotha 102). INFANCIA segundo sentido no significa propiamente voluntad justa, recta, sino más bien complacencia, inclinación benévola. En esta acepción la tomaron los Padres griegos desde el siglo rv. Es, por consiguiente, muy preferible la primera acepción. Pero ¿quiénes son esos «hombres de la buena voluntad de Dios», es decir, que son objeto de la complacencia divina? Unos ven designados en ellos a los judíos, que eran el pue- blo escogido, y a quienes Dios había dado tantas muestras de predilección ; otros creen que se trata más bien del pueblo de Dios en general, o sea de aquellos hombres en quienes Dios se complace. De todas maneras, convienen todos ellos en que la frase entraña un cierto particularismo, pues la paz no se anuncia para todos los hombres, sino que se limita a un grupo particular, esto es, a aquellos en quienes se cum- ple una determinada condición. Queda excluido, pues, lo que podemos llamar el universalismo. Este universalismo, por el contrario, lo encierra el cán- tico angélico, si se admite la lección que ofrece el tex- tus receptus, donde se lee no¿uW.tac, en genitivo, sino eOScx'ft, en nominativo, de modo que se traduce en los hombres complacencia divina; es decir, que Dios en el nacimiento del Salvador mostró a los hombres, a todos los hombres sin excepción, benevolencia, buena voluntad. Este sentido uni- versalista parécenos estar más en conformidad con el con- texto. En efecto, que se anuncie paz para los que de entre los hombres merecerán ser objeto de la benevolencia divina (Fillion, 1, p. 281), nada tiene de extraordinario; es lo nor- mal ; siempre fué así ; mientras que los ángeles anuncian ciertamente algo extraordinario, insólito, que se produce con el nacimiento del Salvador. ¿A qué anunciar con tanta solemnidad como cosa excepcional lo que era de todos los tiempos? El P. Lagrange, sin dificultad, prueba, citando Le. 1, 17. 51 ss., 76 s., e Is. 57, 19 ss., que «la salud para los hombres es una conversión, y supone ciertas disposiciones morales», y que «no hay paz para los impíos». Todo esto es verdad, pero no tiene aquí aplicación. En los referidos pasa- jes se habla de lo normal; en nuestro pasaje se trata de algo extraordinario, efecto del gran acontecimiento que anuncian los ángeles. Parece, por tanto, que ha de darse la preferencia a la lección eudokía en nominativo, caso de no faltarle sóljdo fundamento crítico. Este, en realidad, lo posee, y muy cum- GLORIA EN LOS CIELOS; PAZ EN LA TIERRA o:; plido. Es la lección del textus receptus, como ya dijimos ; la de no pocos manuscritos, así unciales como minúsculos, de todas las versiones siras, como también de la copta, la ar- menia, la etiópica, la de los correctores de los códices y B y la de los Padres griegos en general. Sostienen la refe- rida lección Cremer, Crampón, Zorell y otros que pueden verse en Bibl. Zeitsch. 5 (1907) 382. Con eo&oxta en nomi- nativo y dividiendo el cántico en tres miembros aparece- armonía perfecta. Como hay universalidad en el primer miembro (Gloria a Dios en las alturas), así lo hay también en el segundo (Y en la tierra paz) y en el tercero (En los hombres buena voluntad). Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz; En los hombres complacencia divina. Hay también perfecta correspondencia en los varios miembros : Gloria a Dios, paz, complacencia divina ; En las alturas, en la tierra, en los hombres. Y en cada miembro, dos términos, pues que gloria a D'.os no constituye sino un solo y único término. Una objeción, empero, se hace contra esta división, que, por lo menos a primera vista, parece bien fundada, y es la inutilidad del tercer miembro, que se halla incluido ya en el segundo, puesto que la tierra comprende ciertamente a les hombres. La dificultad, a nuestro juicio, no es sino aparente. El segundo miembro abarca el universo mundo en geno- ral, no excluida la naturaleza inanimada que, como es sabido, en las descripciones de los profetas entra a la parte de la felicidad mesiánica. Esta felicidad, y no sencillamente la tranquilidad de la buena conciencia, es lo que significa la palabra paz en eLcántico de los ángeles. Ahora bien, nada más natural que dentro de ese conjunto de bienes, que afecta a todas las criaturas, se distinga y mencione en particular uno . que toca a sólo los hombres ', y cuya excelencia está 1 A este propósito se observa oportunamente en Verbum Domi- ni 12 (1932) 362: «Si vero legitur sjoox;'ct in nominativo, habentur tria membra quae ita coordinantur : Gloria in exc. Deo ; pax in térra; benevolentia hominibus. Simile quid habetur in cántico trium puerorum (Dan. 3. 52-90), ubi post elogium genérale (v. 52-56) primo 54 INFANCIA muy por encima de los demás : la benevolencia divina. ¿Quién se atreverá a tildar de vulgar superfluidad una tal mención? Y nótese bien que esta benevolencia de Dios no se restringe a los hombres justos, a los que están en camino de salvación; antes se extiende a todos universalmente, judíos y gentiles, justos y pecadores; para con todos, sin excepción alguna, se manifiesta la buena voluntad del Pa- dre en la aparición al mundo de su unigénito Hijo. ¡Cómo de esta suerte se ensanchan los horizontes de ese magnífico cántico, sin limitaciones, sin particularismos, todo impreg- nado de un noble y verdaderamente divino universalismo! * Nos hemos quizá extendido más allá de las debidas pro- porciones, a fin de facilitar al lector los elementos para for- marse una idea suficientemente clara del interesante y no fácil problema, de antiguo discutido, y que sigue discutién- dose en nuestros días. Circuncisión EL DULCE NOMBRE DE JESUS (Le. 2, 21) Ordenó Dios a Abrahán la circuncisión, que debía ser el signo distintivo de los miembros varones del pueblo escogido y como sello de la alianza concluida entre el mismo Dios y el santo patriarca: «Este es el pacto entre mí y vosotros que habéis de guardar, tú y tu descendencia después de ti: serán circuncidados todos vuestros varones. Os circuncida- réis la carne del prepucio, lo cual será señal del pacto entre mí y vosotros. Cuando cumplan ocho días, haréis circuncidar a todos los varones en cada una de vuestras generaciones» (Gén. 17, 10-12). Sabido es que varios pueblos practicaron y practican aún ahora, v. gr., los árabes, la circuncisión, cere- monia que da pie a regocijada fiesta familiar. No poco se ha discutido sobre el carácter y motivo de un tal rito, al que invitantur ad Dei laudem creaturae caelestes (57-73), dein térra f74-81), deniaue homines (82-90>; item in psalmo 148; caelum térra (7-10 a), homines (10 b-14)». 6 Puede verse una disertación muy completa sobre la significa- ción de la voz xia , así en el Antiguo como en el Nuevo Testa- mento, en Theologisches Wórterbuch zum Neuen Testament (editado por Gerhard Kittel. Stuttgart) vol. 2 (1935) pp. 740-748. CIRCUNCISIÓN 55 consideran unos como simple medida higiénica, otros como señal de la incorporación del niño a su tribu o pueblo. En Israel tenía, como se ve por las palabras de Dios a Abrahán, y sigue teniendo, carácter netamente religioso. A ella quiso humildemente someterse Nuestro Señor, fiel observante de la Ley, ofreciendo ya entonces al Eterno Padre algunas gotas de aquella preciosa sangre que más tarde en tanta abundancia debía derramar \ Los judíos, como es sabido, siguen practicando la circun- cisión. Durante la ceremonia deben recitarse, según el Tal- mud, ciertas oraciones. El que circuncida dice: «Alabado sea el que nos santificó por sus mandamientos y nos ordenó la circuncisión.» El padre del niño dice: «Alabado sea el que nos santificó por sus mandamientos y nos ordenó introducirlo — al hijo — en la alianza de nuestro padre Abrahán.» Los asistentes dicen : «Como él entró en la alianza, así pueda también entrar en la Ley.» Como se ve. resalta en todas estas frases el carácter cla- ramente religioso y nacional. Cf. Str.-Bill. 4, p. 30. En esta ocasión, como era costumbre, se puso nombre al recién nacido, que no fué otro sino el que había sido re- velado por el ángel : Jesús = Salvador. Nombre sacrosanto, el único por el que pueden los hombres alcanzar la salud (Act. 4, 12) ; nombre que está por encima de todo otro nombre : dulcísimo y al mismo tiempo temeroso nombre, como que en el nombre de Jesús se postran cuantos están en los cielos, en la tierra y en los abismos; y en todas las lenguas se proclama que Nuestro Señor Jesucristo triunfa en la gloria de Dios Padre (Filip. 2, 9-11). Nada se piensa más dulce, nada se canta más suave, nada se escucha más grato que Jcsiís Hijo del Padre (Oficio del Nombre de Jesús.) • 1 ¿Dónde tuvo lugar el misterio de la Circuncisión? Sin duda, en Belén Pero ¿fué en la cueva o bien en una casa adonde se había trasladado la Sagrada Familia? Difícil es decirlo. San Epifanio piensa oue fué en la misma gruta. INFANCIA Purificación y presentación (Le. 2, 22-38) Estaba prescrito en la Ley de Moisés que la mujer que hubiese tenido un hijo se presentase a los cuarenta días en el templo para purificarse, debiendo ofrecer al sacerdote un cordero añal para holocausto, que simbolizaba la unión con Dios, y un pichón o una tórtola en sacrificio por el pecado, para borrar la inmundicia legal; y si la familia era pobre; podía ofrecer dos tórtolas o dos pichones, el uno para holo- causto y el otro en sacrificio por el pecado (Lev. 12, 1-3): Y si el hijo era primogénito, debía consagrarlo al Señor (Ex. 13, 11-16). Dios exigía las primicias de todos los bienes y, por semejante manera, reclamaba también para sí a los primogénitos varones. Pero podían y debían éstos rescatarse dando por ellos sus padres cinco siclos (Núm. 18, 15 s.), que venían a ser como unas quince pesetas oro. Ni la Virgen, que había concebido por obra del Espíritu Santo, cáía bajo la ley de la purificación, ni Jesús, dueño y señor de cielos y tierra, andaba sujeto a la del rescate. Pero así el Hijo como la Madre quisieron cumplir con la Ley, dando alto ejemplo de profunda humildad y perfecta obediencia ; y esto tanto más cuanto que, permaneciendo ig- norado el gran misterio, convenía evitar toda ocasión de posible escándalo. A los cuarenta días, pues, del nacimiento del Salvador, María, acompañada sin duda de José, partió, llevando en brazos a Jesús, para la ciudad santa. Viniendo de Belén, es natural que penetraran en la explanada del templo porcuna de las puertas del lado meridional, quizá la de Huida, que por ventura cabe localizar donde actualmente se ve tapiada la puerta triplex. Tuvo entonces cumplimiento la profecía de Ageo (2, 8 s.). Al reedificarse el templo al fin del destierro, los ancianos, que habían admirado la magnificencia del tem- plo de Salomón, lloraban de pena al ver la pobreza del que estaba levantando Zorobabel (Esd. 3, 12) ; entonces el profe- ta, contemplando al Mesías entrando en este nuevo templo; exclamó: «Vendrá el Deseado de todas las gentes, y henchiré de gloria este templo... Mayor será la gloria de este nuevo que la del primero. En este sitio daré yo paz.» PURIFICACIÓN Y PRESENTACIÓN 57 Bien poco o nada de esa gloria verían entonces los que estaban allí presentes, y en particular las otras madres que. junto con María, habrían también allí acudido para el rito de la purificación. Habiendo penetrado la Virgen en el templo propiamente dicho quizás por la puerta de los primogénitos, que se abría en el lado meridional, subiría del atrio de las mujeres por quince' gradas de forma semicircular — donde, según la Misch- na, en la fiesta de los tabernáculos solían cantar los levitas los quince salmos (120-134) llamados graduales — , y se pos- traría, humilde y recogida, en el borde oriental del atrio de Israel. Cumplióse allí el rito de la purificación, ofreciendo los sacerdotes, en nombre de María, el doble sacrificio mar- cado por la Ley, con los dos palominos entregados por la Virgen. Y luego haría la presentación del Niño al sacerdote, quien, conforme al rito, lo aceptaba, lo bendecía, y lo devol- vía ya redimido mediante la suma de los cinco siclos. En aquel momento repetiría Jesús en el fondo de su alma la oblación que había hecho al entrar en el mundo: «Heme aquí presente... Quiero hacer, ¡oh Dics!. tu voluntad» (Kebr. 10, 7). LUCES Y SOMBRAS Quien se humilla será exaltado. Jesús quiso humillarse ; y el Padre Eterno, allí mismo, por boca de un venerable an- ciano, le exaltó. Simeón, que tal era su nombre, hombre justo y temeroso de Dios, había pedido al Espíritu Santo que no le dejase morir sin haber visto al Ungido de Dios ; y el Es- píritu Santo le cumplió su deseo. Vino al templo impulsado per el mismo Espíritu y, viendo al humilde Niño en los bra- zos de María, reconoce en él al Mesías, que tan vivamente había deseado ver, y, cumplidos ya sus anhelos, tomando a Jesús en sus propios brazos, exclama : /Ahora dejas a tu siervo, Señor, partir en paz, según tu palabra! Porque visto han mis ojos tu salud. que preparaste a la faz de todos los pueblos. Luz que iluminará a las gentes y gloria de tu pueblo Israel. /2f ¿OS GENTILES _ , „¿ 3j T i — p — jbllll'WTMT lEEH piiHjiiiiimi i i ¿1 1 0 DELAS 1^1 \ MUJERES -TI L_ 4/7?/ 0 £f /¿V GENTILES 'pOR'f/CO'fíEAL Templo. K í,: P7/Prta dobte ?/ puerta triplex. PURIFICACIÓN Y PRESENTACIÓN 59 Era como el canto del cisne. Con sus propios ojos había contemplado al Mesías : nada le quedaba por ver. José y María, maravillados por lo insólito del caso, gozá- banse en oír aquellas espléndidas alabanzas de su hijo. Pero el santo anciano no había terminado aún. Había rasgado el velo del porvenir y señalado las luces que allá en el fondo brillaban. Mas no era todo luz de vida: Flotaban también, tétricas y amenazadoras, negras sombras de muerte. Dirigiéndose a la Virgen, le clava en el corazón esta tre- menda profecía : Mira que este Niño está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para señal objeto de contradicción. Y tu propia alma la traspasará una espada. Y saldrán a luz los pensamientos de muchos corazones. Tanto como es suave y magnífico su Nunc dimittis, es ruda y trágica esta profecía de Simeón. El tierno infante es luz y es gloria ; pero será también ocasión de la caída de muchos. Su misión se estrellará contra la dureza de sus hermanos de Israel, muchos de los cuales se escandalizarán en las humil- des apariencias de la persona, de la posición y de la palabra de Jesús. En cambio, otros muchos, del abatimiento y muerte espiritual serán llevados a la vida verdadera y dichosa. De esta contradicción de los espíritus, que lucharán desde campos opuestos, Jesús era como la señal visible. En reali- dad, la narración evangélica es la historia de la contradicción de los judíos ante la persona de Jesús: ella culmina en el Calvario. No ha cesado, ni cesará con los siglos. Jesús, como es fuente perenne de gracia y santificación, de bendición y de amor para los que viven según El quiere, así lo es de reprobación, de despecho y de odio para quienes hallan en su doctrina, en sus ejemplos, en sus discípulos, un obstáculo a su orgullo y a sus concupiscencias. Veinte siglos de histo- ria han confirmado plenamente la predicción del santo anciano. A las alabanzas de éste quiso unir las suyas otra anciana, de no menos de ochenta y cuatro años, Ana la profetisa. Apareciendo precisamente en aquel momento, e ilustrada también ella por la luz de lo alto, empezó a hablar de las maravillas de Dios a cuantos esperaban la redención de Israel. 60 INFANCIA Habiendo cumplido con las prescripciones de la Ley, la Sagrada Familia volvió a Belén. Inmediatamente después del relato de la Purificación añade San Lucas (2, 39) : «Y cumplidas todas las cosas or- denadas en la Ley del Señor, volviéronse a Galilea, a su ciudad de Nazaret.» Diríase que partió la Sagrada Familia para Nazaret, de donde regresaría poco tiempo después, como que en Belén la encontraron los magos, y de allí salió para Egipto. El objeto del fugaz viaje habría sido poner orden en algún ne- gocio, recoger algunos utensilios, y por ventura despedirse de parientes y vecinos, habiendo decidido San José abando- nar la pequeña ciudad de Galilea para establecerse en Belén. Y así interpretan el pasaje varios autores, v. gr., Vilariño. Pero la frase del evangelista es susceptible de otra interpre- tación, que tenemos por mucho más probable, y que prefie- ren numerosos exégetas (Knabenb., Prat Lagr., etc.) : Como Lucas nada había dicho de la adoración de los Magos ni de la huida a Egipto, haciendo caso omiso de estos dos episodios, pasa inmediatamente a la vuelta definitiva a Nazaret al re- gresar la Sagrada Familia del destierro ; vuelta que es, por consiguiente, la misma que la señalada por Mateo en 2, 23. Adoración de los Magos . Evidentemente, hay exageración en el número de las sinagogas; pero de todos modos debía de ser éste considerable. JESÚS EN LL TEMPLO 79 pues no había un maestro solo, como suele acontecer, sino muchos doctores. Sería, pues, una de aquellas reuniones que solían tener los rabinos en alguna de las dependencias del Con ese aire de complacencia miraría el anciano Gamaliel a su discípulo el pequeño Chananya. templo, o por ventura en el patio al aire libre, para discutir puntos de la Ley o, en general, de la Sagrada Escritura, y a las cuales era admitido el público, permitiéndose a los asistentes hacer preguntas, quienes respondían, a su vez. a las que por ventura les dirigían los doctores. Estos solían sentarse en unos banquillos, mientras que los oyentes lo ha- cían en el suelo sebre esteras, como dice San Pablo de sí mis- mo, que se sentaba a los pies de Gamaliel (Act. 22, 3). No estaba Jesús puesto en alto en el centro de la asam- blea en actitud de enseñar — como le pintan algunos artistas, faltos de sentido b.blico — , sino en todo como los demás asistentes, humilde y modesto, haciendo sus preguntas y dando sus respuestas al ser interrogado ; y por su discreción en preguntar y su acierto en responder tenía admirados a aquellos doctores, encanecidos en el estudio de los sagrados Libros. Y pensarían, sin duda, que aquel jovencito vendría a ser con el tiempo un gran maestro ; y tal vez harían con él lo que el rabino Gamaliel con el pequeño Chananya. ben Chananya, a quien, después de una sabia respuesta, tierna- INFANCIA mente besó, prediciendo que a su tiempo sería un oráculo en Israel (Str.-Bill., 2, p. 151). ¡Qué no se nos hayan trans- mitido esas preguntas y esas respuestas del Niño-Dios! ¡Que no podamos admirar también nosotros su discreción y sabi- duría! ¿Serían sobre el advenimiento del Mesías, sobre los portentos que había de obrar? Adoremos en silencio lo que bajo el velo del silencio quiso Dios quedara escondido. ¡Qué vuelco les daría el corazón al encontrarse de pron- to con su Jesús! María no por ser santa dejaba de tener to- dos los sentimientos naturales de madre. Sin esperar a que la grave asamblea terminara sus discusiones, un movimien- to espontáneo la empujaría a abrazarse con su hijo, mien- tras brotaba de su corazón aquella amorosa queja: — Hijo, ¿por qué obraste así con nosotros? Mira que tu padre y yo te andábamos buscando llenos de aflicción. La respuesta de Jesús no deja de sorprender. ¡Era tan natural que fueran en su busca! Y, sin embargo, oyen que se les responde: — Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo estar en las cosas 8 de mi Padre? 8 La frase iv toT; icatpóc. jtoo puede tener, como justamente ob- serva el P. Joüon (L'Evangile de N. S. Jésus-Christ), un doble sentido: 1) En la casa de mi Padre; cerca de mi Padre. Así, v. gr., en Est. 7, 9. iv -oí; 'Ajtav; Job 18, 19, iv toí? autou; y lo propio en los clásicos. 2) En las cosas, en el servicio de mi Padre. Así, p. ej., en Mt. 16, 23, y Me. 8, 33', "A toD 6soü; ta twv avOpcúzcuv; Mt. 20, 15, iv xotq h^olc,; 1 Cor. 7, 32, 34, ta toO Kupt'ou, ta xoü xóajiou. Desde el punto de vista filológico, pues, ambas versiones están perfectamente justificadas. La Peshito, con buen número de Padres, dan la prime- ra ; la Vulgata, con numerosos intérpretes, la segunda. Entre los mo- dernos prefieren la primera Zahn, Lagrange, Prat, Plummer, etc. ; la segunda Joüon, Dalman ( Jesús- Jeschua p. 33 s.), Fillion, etc. Zahn explica largamente el sentido de la respuesta conforme a la primera interpretación: Jesús se maiavilla de que le hayan estado buscando por las casas de la ciudad en vez de ir desde luego al tem- plo, pues debían saber que lo que a él más le importaba era la casa de su Padre. Pero con tal razonamiento Jesús contestaba sólo a la segunda parte de lo que había dicho la Virgen («te buscábamos afligidos»), no a la primera («Hijo, ¿por qué obraste así con nos- otros?»). Ahora bien, esta última era, evidentemente, la principal, y encerraba una cierta amorosa reconvención, y fuera extraño que Jesús, al responder, no la tuviera para nada en cuenta. Por el con- trario, a ella responde plenamente si se admite la segunda interpre- tación. Como si dijera: No había motivo para tanta ansiedad y aflic- ción en el buscarme, pues bien podíais suponer dónde estaba. Cuanto al haberme separado de vosotros, lo hice por motivos superiores, para atender al servicio de mi Padre. Tal respuesta abarcaba los dos extremos y daba satisfacción cumplida a la queja de la madre. — Véase sobre este punto el librito del P. Juan José Gómez, O. F. M., Jesús en el templo (Murcia 1930) pp. 43-59. Asimismo, Patrick J. Temple («House» or «Business)) in Le. 2, 49?, en The Catholic.Bi- CIENCIA Y GRACIA 81 Difícil es dejar de sentir en estas palabras cierta dure- za, que en vano quieren ablandar algunos autores (como Lagrange, Prat) poniendo — más o menos gratuitamente — una sonrisa en los labios de Jesús. El Verbo humanado practi- caba, cierto, la humilde obediencia de hijo ; pero por otra parte mostraba su soberana independencia de Dios. No será ésta la última vez que el Hombre-Dios haga sentir, y preci- samente a su misma Madre, su trascendencia sobre todas las leyes de carne y sangre. José y María no entendieron el sentido de la respuesta de Jesús. Bien sabían que su Hijo debía ocuparse en el servicio de su Padre ; pero no alcanzaban a comprender por qué este servicio le llevaba a separarse de ellos tan sin previo aviso y ponerles en aquel trance de tanta angustia y tanto dolor : ni les era dado prever a qué otros extremos de pena daría ocasión esa dependencia perfecta de Jesús respecto de su Padre celeste 9. Estas palabras de su divino Hijo, como, sin duda, tantas otras que brotarían de sus labios, conservaba la Madre cuidadosamente, religiosamente en su corazón. Ciencia y gracia — ..í. ¿Kltf&.vr-.ft. r > 1 ,r Y el niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él (Le. 2, 40). Y Jesús adelantaba en sabiduría, en estatura y gracia delante de Dios y de los hombres (Le. 2, 52). El Verbo hecho carne fué verdadero hombre, y quiso en todo parecerse a los demás hombres, fuera del pecado. Y así, el Niño Jesús fué siguiendo en su desarrollo los mismos pasos que se notan en los otros niños. Crecía en sabiduría ; es decir, se robustecía su inteligencia, se formaba el juicio, iba discerniendo mejor las cosas, adquiriendo nuevos y más perfectos conocimientos. Y al mismo tiempo que se formaba su espíritu iba creciendo también su cuerpo — que tal es el blical Quarterly, 1 [1939] 342-352'. quien sostiene la interpretación que nosotros preferimos. 9 El P. René Thibaut (Le sens des paroles du Christ [Bruxelles 1940] p. 17 s.), supone que Jesús había advertido a sus padres que se quedaría en el templo. Es lo que ellos no entendieron, o se habían de ello olvidado. No creemos que sea ésta la verdadera interpretación. Algo más profundo y recóndito encierra la frase del evangelista. INFANCIA sentido que encierra aquí la voz íjXtxta1 — , desarrollándose sus miembros y elevándose poco a poco su estatura. Y en este doble crecimiento se complacía Dios2, complacencia que, por decirlo así, corría parejas con el crecimiento, como que con éste iban siendo todos los actos más y más perfec- tos; y también se complacían los hombres, a quienes daba un cierto placer ver cómo el niño se desarrollaba sano y ro- busto y daba de día en día mayores muestras de inteligencia y buen juicio. El desarrollo corporal era, sin disputa, real y verdadero, y se cumplía exactamente como en los demás hombres. No cabe decir lo mismo del crecimiento espiritual ; el problema 1 Este vocablo ciertamente significa lo mismo edad que estatura. Esta segunda significación es evidente en Le. 19, 3. donde se dice que Zaqueo, por ser tfl í'kw.q jujwóc (pequeño de e.tatura). no podía ver a Jesús a causa de la muchedumbre. Este mismo sentido de estatura se halla aquí más ^ a^-^onía cor el contexm. 2 Por x^P1^ n0 na ^e entenderse en este pasaje la gracia santi- ficante, sino más bien el agrado, la complacencia de Dios o de los hombres, como, v. gr., en Act. 2. 47. OBEDIENCIA Y TRABAJO 83 es delicado, y exige varias distinciones. En Jesucristo, como nombre, hay que distinguir tres clases de conocimiento: ciencia beatífica o de visión, ciencia infusa y ciencia experi- mental o adquirida. En la primera y la segunda no pudo haber aumento, como que desde el primer instante de la unión hipostática las poseyó en toda su plenitud ; pero sí en la tercera, que dependía de los objetos sensibles que le rodeaban \ «La ciencia experimental es la que adquiere el hombre por el uso de sus sentidos y por la elaboración de ideas que la facultad intelectiva saca de los elementos que los sentidos le suministran. Y en esta ciencia Jesús creció, como los de- más hombres, como dice el Apóstol (Hebr. 5, 8), a lo menos según una nueva manera de ver las cosas. Aprendió de José su oficio, y de María y José las lecciones de la experiencia de la vida. Aprendió la lengua de su país, y sus costumbres, y la práctica de la Ley. Se plasmó su fisonomía intelectual desde el punto de vista humano y de expresión, recibiendo las influencias del pensamiento ambiente, de raza, de nación, de ciudad» (Gomá). Por lo que hace a la santidad, no pudo crecer ésta en sí misma, sino únicamente cuanto a los efectos, es decir, que Jesús hacía obras más perfectas, pero sin que hubiera en él aumento de gracia4. Obediencia y trabajo Y les estaba sujeto (Le. 2, 51). ¿No es éste el hijo del ar- tesano? (Mt. 13, 55). ¿No es éste el artesano (ó tIxtwv) hijo de María? (Me. 6, 3). Por la desobediencia del primer Adán se perdieron los hombres; por la obediencia del segundo Adán quiso Dios salvarlos. Ya desde su primera entrada en el mundo exclamó * A este propósito escribe hermosamente Santo Tomás (Summa 3. q. 12, a. 2. ad. V : «Tam scieritia infusa animae Christi quam scientia beata fuil effectus agentis infinitae virtutis, qui potest simu] totum operari ; et ita in neutra scientia Christus profecit, sed a principio eam perfectam habuit. Sed scientia acquisita causatur ab intellectu agente, qui non simul totum operatur. sed suscessive; et ideo secundum hanc scientiam Christus non a principio scivit omnia, sed paulatim et post aliquod tempus, scilicet in perfecta aetate.» * «Cum in Christo fuerit omnis gratiae plenitudo. et fuerit simul comprehensor ac viator. impossible fuit aliquo modo in illo gratiam augeri.» Y más explícitamente: «In sapientia et gratia aliquis potest proficere dupliciter. Uno modo secundum ipsos habitus sapientiac ct 84 INFANCIA Jesús: Heme aquí, que vengo — en el volumen del libro está de mí escrito — para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad (Hebr. 10, 7). Empezó su vida con un acto de obediencia, la con- tinuó por la obediencia y la terminó con la obediencia: Hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filip. 2, 8). Verdaderamente era la casita de Nazaret casa de obe- diencia: Dios obedece al hombre, el Criador a la criatura, el Todo a la nada. ¡Qué papeles tan opuestos al juicio del mundo juegan las tres personas que constituyen la familia de Nazaret! Jesús, Señor de cielos y tierra, a cuyas órdenes están las jerarquías angélicas ; que con sólo una palabra hizo surgir de la nada el universo entero, obedece a José y a María, y no manda a nadie. María, llena de gracia, el alma más santa que salió de las manos de Dios, pero, al fin, pura criatura, manda a su Criador y obedece a José. Y José, que, si bien santísimo, es, empero, muy inferior a su esposa, manda a Jesús y a María, y no obedece a ninguno de los dos. {{Estábales sujeto. ¿Quién? ¿A quiénes? Dios a los hombres; Y era también casa de trabajo. José tenía que sustentar la familia con el trabajo de sus manos y el sudor de su ros- tro. María prepararía la comida, molería el trigo con el pe- queño molino a mano y cocería el pan, hilaría, cosería y gratiae augmentatos ; et sic Christus in eis non proficiebat. Alio modo secundum effectus, inquantum scilicet aliquis sapientiora et virtuosiora opera facit; et sic Christus proficiebat sapientia et gra- tia, sicut et aetate; quia secundum processum aetatis perfectiora opera faciebat, ut se verum hominem demonstrare!, et in his quae sunt ad Deum, et in his quae sunt ad nomines (Summa 3, q. 7, a. 12). y no sólo a Ma- ría, sino tam- bién a José. ¡Estupor y co- sa de milagro! Que Dios obe- dezca a una mujer, humil- dad sin ejem- plo; que una mujer mande a Dios, sublimi- midad sin par» (San Bernardo, Sermo I super «Missus est»). Molino a mano. OBEDIENCIA Y TRABAJO 85 lavaría la ropa ; en una palabra, andaría todo el día ocupada en aquellos quehaceres propios de una madre de familia po- bre. Y Jesús, cuando pequeñito, ayudaría a su madre en barrer la casa, encender la lumbre, moler el trigo, llevar recados, acompañar a María, con su cantarito, cuando iba por agua a la fuente; que era, sin duda, la misma de hoy, al extremo oriental de la población — como que es la única, fuera de otra hacia el noroeste, cerca de la iglesia de los ma- Fuente de Nazaret, santificada por Jesús y por María. ronitas, pero que da escasísima agua, y aun no siempre — , sólo que antiguamente brotaba más al norte, y andando el tiempo fué canalizada hasta el sitio actual. Ni faltaría el estudio, pues, como en todo quiso parecerse a nosotros, excepto el pecado, iría a la sinagoga, y escucha- ría al maestro, y aprendería y recitaría la lección como los demás niños de su edad. Y cuando ya mayorcito, se pondría a trabajar para ayudar él también al sustento de la familia. Por aquel tiempo es indudable que existían escuelas públicas para niños, mas no si se extendían a todas las poblaciones. No es improbable que Nazaret poseyera la suya. Generalmente servía de tal una sala adjunta a la sinagoga; pero a las veces era un edifi- cio independiente. La tradición atribuía a Josué b. Gamlá (63-65, p. C. ?) un ordenamiento de las escuelas por el que se hacía obli- 86 INFANCIA gatoria la enseñanza para los niños que habían cumplido los seis años de edad. Cf. Str.-Bill. 3, p. 664. Véase la nota 7, p. 78. Aun hoy día está en uso en Palestina el pequeño molino a mano; raramente entre los labriegos, con frecuencia entre los beduinos, quienes en su vida nómada suelen ir provistos de tan útil y a las veces imprescindible utensilio. Era común entre los hebreos. Lo menciona Jesús en Le 17, 35: «Estarán dos mujeres moliendo jun- tas: la una será tomada y la otra dejada.» Y en el libro de log Jueces (9. 530 se dice que a Abimelec le fracturó el cráneo una rueda de molino lanzada por una mujer. Cuanto a la manera de eccer el pan. son particularmente intere- santes dos: la simple ceniza y el tannur. La primera, la más senci- lla, y muy rudimentaria, la vió practicada quien esto escribe en el valle del Jordán. Se pone la torta de pan en el suelo, se la cubre de ceniza caliente (pañis subeinericius- cocido al rescoldo), y a los po- cos minutos está más o menos cocida, pero que de todos modos se puede comer. Tal vez sea la torta que proporcionó el ángel a Elias (3 Re. 19. 6), aunque la expresión hebrea significa propiamente pan cocido sobre piedras calientes, ardientes. El tannur cabe decir que no se usa hoy día en Palestina. Lo vimos únicamente en la alta Galilea; en Jerusalén y sus contornos pudimos verlo en una sola casa, y era una familia sira. Consiste en un hoyo circular de como un metro de profundidad y unos 60 cen- tímetros de diámetro. Se calienta fuertemente con ramas de árbol, y luego se van -«gando, y por cierto con grande habilidad, las tortas en todo el circuito. Actualmente en Palestina se hace uso, por lo común, del tabún y también del sadj. El primero es como una media naranja de barro, aplicada al suelo boca abajo, y con una abertura en el centro. Por ésta se meten las tortas de pan; y luego se cubre de rescoldo la media naranja. El segundo es como una palangana de hierro con- vexa. Se coloca por la parte cóncava sobre el fuego. Se extiende por encima la torta, muy delgada, y en pocos minutos está cocida. Este utensilio tiene la ventaja de poder fácilmente transportarse. Nosotros hemos visto familias que, yendo de viaje, se paraban unos momentos para cocer su pan en el sadj, y seguían luego su camino. San José ejercía el oficio de artesano (Mt. 13, 55), y Je- sús, como era natural, aprendió de su padre putativo el mismo oficio (Me. 6, 3). El Verbo humanado, que había de ser en todo nuestro perfecto modelo, quiso darnos ejemplo de trabajo manual. Este era ocupación, sin duda, modesta, pero en ninguna manera poco honrosa. Personas de buena posición no se desdeñaban de enseñar a sus hijos algún oficio de artesano. El rabino Gamaliel decía: «¿A qué puede com- pararse el que ejercita un oficio manual? A una viña cercada de un muro y a un jardín protegido por un vallado» (Str.- Bill., 2, p. 10) 5. 5 Poco al norte de la basílica de la Anunciación, y tocando el convento de los franciscanos, se levanta una iglesia llamada común- EXTERIOR Dt JESÚS n Sobre cuál era en concreto el referido oficio no andan en un todo de acuerdo los Padres. Ni es maravilla, pues la voz -réxTcov significa artífice en general, el que trabaja una materia, sea ésta hierro, madera o piedra; corresponde al hebreo horesh, al cual, para precisarlo, se añade el nombre de la materia que se trabaja; v. gr., «artífices de madera y de piedra» (2 Sam. 5, 11), que los Setenta vierten por iÉx-:ova; £úXwv /S< téxtovac. XíGtuv; artífice de cobre» (3 Re. 7, 14). Varios Padres, entre los cuales San Hilario, interpreta- ion el vocablo en el sentido de herrero («Sed plañe hic erat fabri filius, ferrum igne vincentis»; PL 9, 996). Pero ya desde muy antiguo se pensó más bien en el oficio de carpintero: San Justino escribía que Jesús era tenido por artesano, como que «hacía trabajos manuales, arados e yugos» (Dialogus cura Tryphone 88 ; PG 6, 687). Esta interpretación, reflejada en la iconografía, prevaleció, y está hoy día generalmente admitida 6. Exterior de Jesús Al pensar en lo que debió ser la fisonomía de Jesús, se nos vienen espontáneamente al pensamiento las palabras del Salmista: Speciosus forma prae filiis hominum (Ps. 44, 3): El más hermoso entre los hijos de los hombres ; y no acer- tamos a representarnos al Hijo de la Virgen sino bello y gracioso, respirando en su rostro y en todo el continente una amable y atrayente dignidad. Mas no siempre fué así. Por extraño que a nosotros parezca, hubo Padres para quienes Jesucristo no sólo no fué particularmente bello, sino que mente Taller de San José, o también iglesia de la Nutrición, bajo la cual hay un conjunto de estancias dignas de visitarse. Y no mucho al oeste de la basílica de la Anunciación, las reli- giosas Damas de Nazaret hallaron en el subsuelo de su iglesia y convento extensas ruinas que han despertado, y con mucha razón, singular interés. Algunos creen que allí habitó la Sagrada Familia, y que allí mismo estuvo la iglesia de la Nutrición, de que hablan los peregrinos, especialmente Arculfo (siglo vn) ; y que otros (por ejem- plo, el Dr. Kopp) colocan en la iglesia de los griegos ortodoxos, llamada de San Gabriel, junto a la fuente. 6 Véase el articulo del P. Hopfl honne hic est fabri filius?, en Bíblica 4 (1923) 41-55; y el del P. Sutcliffe S. loseph Faber Ligna- ñus, en Vero. Domini 5 (1925) 74-79. Emile Lombard en un minucioso y muy erudito artículo: Char- pentier ou macón?, en Revue de Théologie et de Philosophie (1948). p. 161-192, llega a la conclusión en pro del oficio de carpintero. INFANCIA ofreció un aspecto nada agradable y aun positivamente feo. Así, v. gr., San Justino dice que de Jesús estaba profetizado que tendría un aspecto vil y sin belleza (Dial. c. Triph. 14; PG 6, 506) ; y del mismo parecer fueron Clemente de Ale- jandría, Tertuliano, San Basilio y otros. A tan singular opinión dió pie la descripción de Isaías (c. 52-53), por una parte, y por otra, el contraste entre la humildad y bajeza de la primera venida y la gloria y esplendor de la segunda 1 Tal manera de ver, tan poco razonable, no podía ser co- mún ni de larga duración. En todo el Evangelio aparece Jesús tan amable, tan simpático, que no es posible imaginar que tuviera un exterior desagradable y repulsivo. Y es así que ya de antiguo la gran mayoría de los Padres y escri- tores eclesiásticos han atribuido a Cristo una cierta belleza corporal, digna y viril, que era como un reflejo de la her- mosura incomparable de su alma. La gran diferencia que se nota entre las más antiguas imágenes del Salvador 2 da bien a entender que no se había transmitido un tipo auténtico. En la época bizantina se fueron unificando las imágenes, de donde vino a resultar el tipo que hoy día se tiene por clásico, y que responde, si- quiera en sus rasgos principales, a la descripción que nos dejó San Juan Damasceno y a la otra, más detallada aún, de Publio Léntulo, quien se da como predecesor de Poncio Pilatos, pero que en realidad no se remonta a más allá del siglo xn, y que dice así: «Era [Jesús] hombre de alta esta- tura, de aspecto distinguido y venerable; inspiraba a un tiempo amor y reverencia. Sus cabellos, de color negro bri- llante, flotaban sobre las espaldas, partidos por medio a la manera de los nazarenos. Su frente, despejada y serena ; su rostro, sin arruga ni mancha, es gracioso, de color suave- mente encarnado. Su barba, abundante y partida en dos. Sus ojos, entreazules y límpidos. Cuando reprende es terri- ble ; cuando amonesta, dulce y amable ; respirando grave y modesta alegría. No se le vió nunca reír, pero sí muchas 1 «Ex his et aliis eiusmodi prophetarum dictis, o Trypho, aiebam, alia in primum Christi adventum dicta sunt, in quo ingloriam et informem et mortalem speciem habiturus praedicatur; alia in alte- rum eius adventum, cum in gloria ex nubibus aderit.» 2 Pueden verse un buen número de antiguas imágenes de Cristo ■en Dictionnaire d'archéologie chrétienne et de liturgie, Paris, t. VII (1927) pp. 2.399-2.462. EVANGELIO DE LA INFANCIA B9 veces llorar... Habla poco y modestamente. Es el más her- moso entre los hijos de los hombres.» Iesu dulcís memoria dans vera cordis gaudia; sed super mel et omnia cius dulcís praesentia s. Evangelio de la infancia Antes de pasar a la vida pública de Nuestro Señor no estará por demás decir siquiera dos palabras sobre el llama- do Evangelio de la Infancia. San Marcos lo pasa del todo por alto, como que da prin- cipio a su evangelio por el Precursor ; San Juan, en vez del nacimiento temporal del Hijo de Dios, nos pone delante su generación eterna ; sólo San Mateo y San Lucas nos hablan de los misterios de la infancia. Mt. 1,18 — 2,23: Concepción milagrosa y matrimonio de María y José ; visita de los Magos, con indicación del naci- miento de Jesús; huida a Egipto y matanza de los Inocen- tes ; vuelta de Egipto a Nazaret. Le. 1,5 — 2,52 : Anuncio del nacimiento del Precursor ; anunciación del ángel a María ; visita de la Virgen a Isabel y nacimiento del Bautista ; Natividad de Jesús : adoración de los pastores ; Circuncisión ; Presentación y Purificación ; vuelta a Nazaret; crecimiento de Jesús; el Niño, perdido en el templo. La genealogía de Jesús, San Mateo la coloca al principio (1, 1-17) ; San Lucas, al fin, y aun dentro del ministerio del Bautista (3, 23-38). Como se ve, de los dos evangelistas el más completo es Lucas, quien nos ha conservado los tres himnos: Magníficat, Benedictus y Nunc dimittis, de los cuales ni mención se halla en Mateo. Las narraciones son muy distintas ; pero no existe la más mínima contradicción : las dos se armonizan entre sí, y mutuamente se completan. Una cosa aparece clara, y es, que la narración de San Mateo gravita en torno a José ; la de San Lucas, en torno a María, pues en él y sólo en él lee- mos el mensaje del ángel, o sea, la Anunciación, la visita de la Virgen a Isabel, su Purificación en el templo. Con razón Oficio del Santísimo Nombro de Jesús 90 INFANCIA pudieran llamarse los dos primeros capítulos de San Lucas Evangelio mariano. No sin algún fundamento se ha preguntado, y se pre- gunta a las veces, cómo pudo el evangelista venir en conoci- miento de lo que narra, como que hay intimidades de las que ningún testigo había sino la misma Santísima Virgen, y que sólo ella podía conocer, como, por ejemplo, el coloquio con el arcángel. El mismo San Lucas parece insinuar la respuesta cuando dice después de la adoración de los pastores: «María guar- daba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón» (2, 19) ; y después de la pérdida y el encuentro de Jesús en el tem- plo: «María conservaba todas estas cosas en su corazón» (2, 51). De María debió recibir el evangelista, inmediata o mediatamente, esas preciosas confidencias, que luego nos transmitió para nuestra instrucción y consuelo. Si conoció personalmente a la Virgen — lo cual no es probable, pero no imposible — , pudo beber en la misma fuente. Si no, tomaría información segura y fidedigna de aquellos que habían es- tado en contacto con María. Con insistencia y en varias maneras se impugnó y sigue impugnándose la autenticidad y aun la historicidad del evan- gelio de la infancia, muy particularmente con referencia al tercer evangelio. Los dos primeros capítulos de San Lucas, se dice, están matizados por un tinte acentuadamente hebreo, muy distin- tos, en esto, de los demás. No es posible que sean todos obra de. un solo y mismo autor. Además, dichos capítulos son tales por su fondo que forman un todo comoleto, y pudieran muy bien presentarse aparte como constituyendo de por sí un pequeño evangelio. Y lo que más es, nada perdería con la separación el resto de la narrativa, que comprende toda la vida pública de Nuestro Señor; tanto más cuanto que se la hace preceder de la predicación del Bautista, que le sirve como de prólogo. Es claro, pues, que, en un principio, con la predicación del Bautista empezaba el tercer evangelio, y que sólo más tarde se le añadieron los dos capítulos sobre la infancia del Salvador. Reconozcamos que los dos hechos que se toman como base del razonamiento son vsrdaderos. Pero la conclusión es falsa. Es cierto que los dos primeros capítulos de San Lucas se distinguen por un matiz claramente hebreo; mas de esto no es difícil dar una explicación, y en verdad nada rebus- evangelio de la infancia cada. Es muy posible y aun probable que de la infancia de Nuestro Señor corrieran varios relatos en arameo. Que se redactaran tales escritos en una época en que había no escasa actividad literaria, a nadie puede extrañar. El evangelista se serviría de estos documentos traduciéndolos al griego ; de donde el carácter particular de los dos primeros capítulos, y que no afecta a los demás. Es también verdad que el tercer evangelio pudiera muy bien empezar por el tercer capítulo, la predicación del Bau- tista, sin que se echaran de menos los dos precedentes, como acontece precisamente en San Marcos. Pero de ahí nada ab- solutamente es dado concluir contra la autenticidad. La his- toria de la infancia es, por su misma naturaleza, de todo punto diversa de la historia de la vida pública; ¿qué mara- villa, pues, que ambas formen algo así como un todo com- pleto, y que la una pudiera perfectamente entenderse sin ir acompañada de la otra? Con todo, a pesar de tal mutua in- dependencia, es indudable que el relato de la infancia cons- tituye una muy oportuna preparación al de la vida pública, y puede considerarse como su complemento. Contra la historicidad del evangelio de la infancia se aduce con frecuencia un hecho de carácter general. Cuando se trata de los grandes hombres, suele por de pronto fijarse la atención en su vida pública : en las empresas que acome- tieron, en sus gloriosas hazañas, en las importantes obras que llevaron a cabo; y sólo más tarde, y a las veces después de largo tiempo, siéntese la curiosidad de saber cuáles fueron los primeros años de aquel hombre que en su edad madura hizo tan grandes cosas; y entonces se da suelta a la fanta- sía y se inventa una leyenda que esté en armonía con la gloriosa corona que ciñe la frente del héroe. Sea lo que fuere de los varios ejemplos que en confir- mación de lo dicho suelen aducirse, ello es cierto que en nuestro caso no cabe tal género de leyenda. Esta, para for- marse, necesita un notable lapso; ahora bien, el tercer evangelio ya desde un principio lleva los dos primeros ca- pítulos ; ni el más ligero indicio existe de que por de pronto se escribiese la vida pública de Jesús y sólo mucho más tarde se redactase el relato de su infancia. Además, en Jesucristo reuníanse circunstancias ausentes en los héroes de que se nos habla. Ya de siglos estaban esperando los judíos al Me- sías ; entre otras muchas profecías, conocíase la referente al lugar de su nacimiento. Era, pues, natural que ya desde 92 INFANCIA un principio se interesaran los fieles en el sitio donde nació, y consiguientemente en todo cuanto se refería a los primeros años de su vida ; y esto tanto más cuanto que no sólo admi- raban sus obras maravillosas, sino que sentían por él un tierno, un ardiente amor personal; y un tal amor quiere todo saber, aun los más insignificantes pormenores de la per- sona amada. Así que no es justo, no es científico aplicar a la persona de Jesús las normas que rigen, o pueden regir, al tratarse de otros personajes, por importantes que se les su- ponga. Hácese también valer contra la historicidad el carácter maravilloso que ofrece el evangelio de la infancia : milagros, profecías, apariciones de ángeles, etc. Quien rechaza el orden sobrenatural es claro que ha de negar la historicidad de tales maravillas. Para él los hechos sobrenaturales, por el mero hecho de serlo, sin examen alguno ulterior, no son, no pue- den ser históricos. Pero entonces nos hallamos no ya en el terreno de la exégesis y de la historia, sino más bien en el de la apologética, en el cual no es ésta ocasión de entrar. A quien admite el misterio de la encarnación no le extrañan las maravillas de orden sobrenatural ; antes le parecen con- naturales, es decir, muy en armonía y en perfecta consonan- cia con el gran misterio. V I D A PUBLICA DE LOS ULTIMOS MESES DEL AÑO 27 A LA PASCUA DEL 28 El Precursor Junto a la ribera oriental del río Jordán, frente a Jericó y muy cerca del monasterio de San Juan, se ven las ruinas de una antigua iglesia. Es un recuerdo sagrado, que lleva quince siglos de existencia. Cinco siglos antes que se levan- tara ese templo, veíanse afluir, hacia el año 27 de la era cris- tiana, a esas riberas, ahora desiertas, numerosas muchedum- bres, venidas de la Perea, de la Judea y aun de la lejana Galilea ; los habitantes de las vecinas ciudades de Betanna- bris, Abila, Livias, Bezemot ; los que bajaban de Jericó y hasta de la misma Jerusalén. Algo insólito acontecía : un nuevo espíritu sentíase aletear en todo el país. Había aparecido en el valle del Jordán el ángel que qui- nientos años antes anunciara el profeta Malaquías : «He aquí que envío a mi ángel, que prepare el camino delante de mí» (3, 1). Resonaba aquella voz que en éxtasis profético había oído el profeta Isaías: «Voz del que clama : Preparad en el desierto el camino al Señor ; enderezad en la estepa un sendero a nuestro Dios» (40, 3). Tras cuatro siglos de silencio se percibía de nuevo la voz de un profeta. Iba a aparecer el esperado Mesías : Juan era su Precursor. Iba a llegar el gran Rey : Juan era su Heraldo. VIDA PÚBLICA VOCACION (Le 3, 1-2) Con fórmula excepcionalmente solemne da principio San Lucas (3, 1 s.) al relato sobre el ministerio público del Bautis- ta: «El año décimoquinto del imperio de Tiberio César, sien- do Poncio Pilatos procurador de Judea y tetrarca de Gali- lea Herodes, y Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de la región Traconítide, y Lisanias, tetrarca de Abilene, en el pontificado de Anás y Caifás, hízose sentir la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.» Es ésta la fórmula con que en el Antiguo Testamento (cf. Jer. 1, 1 ; Is. 38, 4 s.) se anuncia la vocación sobrenatural por la que Dios envía al profeta a cumplir con alguna mi- sión. Que a esta misión se había ido preparando Juan, indí- calo el mismo San Lucas al decir (1, 80) que en su mocedad vivía en las regiones desiertas hasta el día de su manifes- tación en Israel. Obediente a la voz de Dios, el Precursor sale de la oscu- ridad e inicia su ministerio. Dios le envía; nada tiene que temer. Jeremías decía a Dios: ¡Ah, Señor, Yahvé! Mirad que yo no sé hablar, porque soy niño. Y el Señor le respon- de : No digas: Soy niño; porque a cuanto yo te enviare, irás; y cuanto te ordenare hablar, hablarás. No hay por qué te- merles. Y la razón suprema es: Quia ego tecum sum: «Por- que yo contigo estoy» (Jer. 1, 6-8). ESCENARIO (Mt. 3, 1; Me. 1,4; Le. 3, 3.— Cf. mapa IV) Por aquellos días, dice San Mateo (3, 1), vino Juan Bau- tista predicando en el desierto de la Judea; y San Marcos (1, 4): Estuvo Juan el Bautista en el desierto, predicando un bautismo de penitencia \ Que el Bautista buscara el desierto para hacer vida soli- 1 Esta lección, adoptada por Knab., Lagr.. etc., es preferible a la representada por la versión latina : o-.;) e indica sencillamente Región sudeste y sudoeste del valle del Jordán. La sudeste era parte de la Perea. Se ve cómo estaba habitada en tiempos de Nuestro Señor. las regiones aisladas y poco cultivadas en las cercanías de Cafarnaúm y de Gerasa. Por tanto, en Le. 1, 80, pudiera la frase entenderse de sitios apartados que. por no ser en ellos el cultivo intenso, eran poco frecuentados5. Sin embargo, 3 Como es sabido, conócese hóy día con el nombre de Desierto de San Juan un sitio delicioso, unos seis kilómetros al sudoeste de Ain Karim. con abundante fuente — ' Ain el-Habis — y una cueva pa- ra guarecerse, muv a nropósito para vivienda de un solitario. Tal vez estas circunstancias dieron origen a la tradición, aue se remonta, a lo más, al siglo xn, y más probablemente sólo al siglo xm. (Cf. Baldi. pp. 56. 76.) Fs muy digno de leerse el artículo del Dr. Clemens Kopp (Le désert de Saint Jean prés d'Hebron, en Rev. Bibl. [1946] pp. 547- 558). quien con gran riqueza de datos aboga en favor de un sitio junto al actual pueblo de Taffuh. ocho kilómetros al oeste de Hebrón YlDV J.f A 96 VIDA PUBLICA también nosotros tenemos por más probable que se trata del desierto de Judá. Allí se preparó Juan en el silencio, en el retiro y la penitencia, para la grande misión que le estaba reservada. La vida solitaria por aquel entonces no era, ciertamente, € El llamado desierto de San Juan. cosa frecuente, pero tampoco del todo insólita. Sabemos por Josefo (Vida 2) que los esenios vivían en el desierto, y él mismo, con el fin de conocer bien dicha secta, fué a morar con uno de ellos por nombre Banus, que no usaba otro ves- tido que hojas de árboles 'ni otra comida que hierbas, en compañía del cual parece haberse quedado de la edad de dieciséis a diecinueve años0. Es natural que se haya pen- sado en si tuvo el Bautista alguna relación con los esenios. En dicho sitio existe una fuente llamada ' Ain Ma ' mudiyeh, nombre que recuerda el bautismo, y se conservan restos de una iglesia y al- gunos otros monumentos que, según el P. Esteve (1. c, pp. 559-575)., se remontan al último período de la época bizantina. 6 Más largamente habla Josefo de los esenios en Bell. Jud. II, 8, 2-13, donde describe sus ideas y su manera de vida. Sobre los mismos, cf. Schürer, Geschichte 2, pp. 651-680; Buzy, Saint Jean Baptiste (1922) pp. 182-185. Véase también lp dicho más arriba en la Introducción, d 26* EL PRECURSOR 09 Que una cierta semejanza existe, es evidente ; que Juan conoció la secta, es muy probable ; pero que de la misma recibiera algún influjo, ningún dato positivo nos autoriza a añrmarlo ; el relato bíblico parece más bien indicar lo con- trario. Con razón, pues, niegan la gran mayoría de los auto- res que el Precursor fuese un esenio 7. La soledad, el ayuno, la penitencia, son la mejor prepa- ración para cumplir la obra de Dios. El silencio es la fuerza de las almas grandes, que concentran sus energías y no las dispersan, y por esto son fuertes y magnánimas; en el si- lencio se comunica Dios: «La llevaré a la soledad y le ha- blaré al corazón» (Os. 2, 14). Dominando los apetitos de la carne se robustece el espíritu ; el señor manda y el siervo obedece. De esta suerte se preparó más tarde Jesús, y antes lo habían hecho Moisés y Elias. PORTE EXTERIOR (Mt. 3, 4; Me. 1,6) El Bautista venía a predicar penitencia ; y a la índole de la predicación correspondía la austeridad de su vida : Y el mismo Juan tenía su vestido de pelos de camello, y una faja de cuero en torno a su cintura; y su comida era langostas y miel silvestre (Mt. 3, 4). Y estaba Juan vestido de pelos de camello, y de una faja de cuero en torno a su cintura; y comía langostas y miel silvestre (Me. 1, 6). Aspera y ruda vestidura, que recordaba a los antiguos profetas (4 Re. 1, 8), 7 Lo niega hasta el mismo Goguel. Jean-Baptiste (París 1928) p 109 ss.; Vie de Jésus (Paris 1952) p. 250 s. Véase Marchal, Essé- niens, en Dict. de la Bible, Suppl. II. 1128. Con todo, los recientes documentos de Qumran (cf. Introd. p. 28'- 31*) nos imponen una cierta reserva. Ellos demuestran con toda evi- dencia que la vida solitaria, y en cierta manera monástica, en aquella época era más intensa y estaba más extendida de lo que, juzgando por las escasas noticias que poseíamos, habíamos creído. Ningún argumento positivo existe de que el Bautista hubiese formado parte de aquellas comunidades; pero el mero hecho de su existencia — y precisamente en el desierto de Judá — que los nuevos manuscritos nos.han revelado, exige de nosotros suma cautela en formular nues- tros juicios. También quiso ponerse al Bautista en relación con el Mandeís- mo: punto en que no vale la pena detenernos. Puede verse la nu- trida monografía de L. Tondelli, 11 Mandeismo e le origini chris- tiane (OrientaUa, 33; 1928) especialmente p. 70 ss. ; Bíblica (1928' pp 206-228 100 VIDA PÚBLICA y muy a propósito para impresionar a la multitud; y en consonancia con la manera de vestir estaba su alimento, que nada tenía de exquisito y delicado. También Jesús vino a predicar penitencia: Poenitentiam ugite... (Mt. 4, 17), y, con todo, ¡cuán distinto el porte exterior que adoptó! Mas no por esto reprobó el que había escogido su Precursor, antes lo alabó cuando, poniéndolo en contraste con su manera áspera de vestir, decía que los que se cubren de telas finas son la gente delicada que vive en los palacios (Le. 7, 25). Danse variedad de espíritus, y todos buenos y laudables, y a ninguno de ellos se ha de condenar. Hay gentes a quienes por su mala disposición interna todo se les vuelve ponzoña. Es lo que decía el mismo Jesús : Vino Juan el Bautista, que no oome pan ni bebe vino, y decís: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Cata ahí un hombre comedor y bebedor de vino, amigo de publícanos y de pecadores (Le. 7, 33 s.). A esos murmuradores a que alude Jesús nada les contentaba; en todo hallaban qué censurar. Tanto la voz latina vestimentum como la griega svSujxa son de índole general, y pueden significar lo mismo túnica (^txtóv) que manto ( í^áxcov ), dos piezas de vestir que se dis- tinguen perfectamente, y que constituían la vestidura ordi- naria de los antiguos hebreos (cf. Mt. 5, 40; Act. 9, 39). En nuestro caso parece que el evangelista, como quiere ponde- rar la pobreza y austeridad del Precursor, significaría más bien la túnica, puesto que ésta la visten aún los más mise- rables y es absolutamente necesaria ; mientras que del manto se puede en rigor prescindir, y en realidad se lo quitan de ordinario para trabajar. La swvtq era la cintura o faja de cuero con que se ceñía la túnica, como justamente la define Zorell en Lex. graec. N. T.: «cingulum, zona, quam veteres [y también los ac- tuales habitantes de Palestina] vestibus circumdabant, ne difluerent», y cita Act. 21, 11 ; Apoc. 1, 13 ; 15, 6, donde se usa el vocablo en idéntico sentido; y pudieran aducirse en favor del mismo no pocos pasajes del Antiguo Testa- mento, en particular Lev. 16, 4, donde no cabe la menor duda que la ícóv^ sirve para ceñir la túnica del sacerdote. En vista de esto, no deja de extrañar un tanto la interpreta- ción que da el P. Lagrange en su comentario de San Mar- cos (1929), donde dice que la cintura [la C^v^] hacía las LL PHECUKSOK LO] veces de túnica; que no era una correa, sino una suerte de taparrabos («une sorte de pagne») de cuero, que se ceñía en torno a los lomos. Tal sentido no parece admisible: en su apoyo no cabe invocar sino un solo texto en todo el Antiguo y Nuevo Testamento, y es Gén. 3, 7. Y nótese aún que en este pasaje no se usa en la versión griega la voz Cwvrj, sino iceptgc¿|AaTa; y en el v. 21 se dice que Dios les hizo túnicas de cuero, y éstas, según el contexto, les cubrían no solamente los lomos, sino todo el cuerpo. Según la referida interpreta- ción del P. Lagrange, el vestido del Bautista habría sido un manto de pelos de camello y un taparrabos de cuero. Puede verse Recherches de science religieuse 23 (1933) 589-598, donde el P. Buzy, en una nota, Pagne oa ceinture?, refuta tal manera de explicar el texto. Las langostas las comían, ciertamente, los antiguos he- breos, como que las menciona el autor sagrado en Lev. 11, 22, declarándolas animal no inmundo y que, por consiguien- te, se podía comer. Otro indicio de que también en tiempos posteriores servían de alimento nos lo ofrece la Mishna, donde se hace distinción entre langostas inmundas y no in- mundas \ y donde se dice que «ninguna clase de carne puede cocerse en leche, excepto la carne de pescado y de langos- tas» (Hullin 8, 1), y que se ponían en conserva dentro de salmuera, o sea agua salada (Terumoth 10, 9). En nuestros mismos días, «los árabes la comen después de haberle qui- tado la cabeza, las alas y la parte posterior ; la mezclan con dátiles..., o la tuestan al fuego y la comen como un pedazo de carne» 2. Cuanto a la miel, menciónase más de una vez en la Sa- grada Escritura (cf. Deut. 32, 13; Jud. 14, 8 ; 1 Sam. 14, 25 ss.) la hecha por abejas que andan libremente por los campos, y que la depositan en las cavidades de las piedras o en los troncos de los árboles, y que por ser de tales abejas, no domesticada's, se llama miel agreste o salvaje. También el licor que fluye de ciertas plantas se llama miel ; así, v. gr., 1 «De las langostas son no inmundas las que tienen cuatro pies, y cuatro alas, y dos pies para saltar, y cuyas alas cubren la mayor parte de su cuerpo» (Hullin 3, 7X Véase Str.-Bill., 1, pp. 98-100, quien cita muchos textos. 2 Jaussen, Coutumes des árabes au pays de Moab (Paris 1903) p. 250. Cf. asimismo Musil. Arabia Petraea vol. III (Wien 1908) p. 151. Y quien esto escribe puede atestiguar que en dos plagas de langostas, que en tiempos recientes hubo en Palestina, no faltaron quienes hicieran buen acopio de las mismas para comida 102 VIDA PÚBLICA Josefo (Bell. Jud. IV, 8, 3) dice que cierto género de pal- meras en Jericó, cuando se las comprime, «dan una exce- lente clase de miel, no muy inferior en dulzura a la otra miel». Algunos creen que esta miel vegetal, sacada tal vez de los tamarindos del Jordán, era el alimento del Bautista (Lagr.). Más probable es que se trata de la otra miel pro- piamente dicha, como piensan Durand, Pirot y la genera- lidad de los intérpretes. OFICIO En el monasterio griego ortodoxo de San Juan (Qasr el-Yehud), junto al Jordán, llamóle a cierto visitante la aten- ción una imagen que parecía ser del Bautista ; pero suscita- Qasr el-Yehud — Castillo de los judíos (en memoria del paso mi- lagroso de Israel por el Jordán); actualmente, monasterio de San Juan, en la orilla occidental del río, casi frente a Betabara. ba alguna duda la circunstancia de tener dos alas, a manera de los ángeles. Preguntó al monje, y confirmó que era, en efecto, San Juan. Se le hicieron notar las alas como interro- gando, y dijo: «Malek; es ángel» Y, en efecto, San Marcos (1, 2) aplica al Bautista las palabras de Malaquías (3, 1): «Ecce ego mitto anqelum meum ante faciem tuam, qui prae- EL PRECURSOR 103 parabit viam ante te» \ Y la misma aplicación hace Jesús en Mt. 11, 10. Es, por tanto, el Bautista ángel, esto es, men- sajero, enviado por Dios para una misión especial. La misión de este mensajero era ser precursor, ir delante del Mesías para prepararle el camino : «qui praeparabit viam tuam» (Me. 1, 2; Mt. 3, 3; Le. 3, 4-6). Los tres sinópticos citan el mismo pasaje de Isaías (40, 3) ; y Le. añade los vv. 4-5. Isaías se refiere, es verdad, a la vuelta de Israel del des- tierro, para la cual tenía que atravesarse el desierto entre Babilonia y Palestina; pero ha de tenerse en cuenta que toda la segunda parte de Isaías es al mismo tiempo mesiá- nica. La imagen se toma de los mensajeros que los príncipes orientales solían mandar por delante para que les preparasen el camino por donde tenían que pasar. San Lucas entendió, sin duda, estas palabras en sentido moral. Los valles que se elevan, representan a los pobres y humildes que son exalta- dos ; los montes que se rebajan, son los potentes y orgullosos que se humillarán; los caminos tortuosos que serán ende- rezados, significan los injustos y fraudulentos que se tor- narán justos. El cuarto evangelista habla también del Bau- tista ; le atribuye el mismo oficio, pero con palabras diversas e imagen diversa. Juan es el enviado de Dios para señalar a los hombres la luz. El mismo no es la luz; pero él será el camino por donde los hombres llegarán a la luz (Jn. 1, 6-8). Esta manera de hablar cuadra perfectamente al evan- gelista de la luz. El mismo Bautista habló de sí (Jn. 1, 19-23): No es ni el Mesías, ni Elias, ni profeta, o más bien el profeta (ó -zo®r-.r¿), es decir, el gran profeta de Deut. 18, 15, pro- metido por Moisés y esperado por los judíos. Es la voz del que clama en el desierto. Se aplica las palabras de Isaías 40, 3. 1 Malaquías habla en el mismo versículo del ángel del testa- mento. Sobre su naturaleza corren muy diversas interpretaciones (cf. Nowack, Die Kleinen Propheten). Lo más probable parece ser (así Knab.) que es idéntico al Señor (ha'adon) y distinto del án^ol nombrado al principio del versículo. La cita de Me. 1, 2, crea una dificultad. Las palabras se atribuyen a Isaías, mientras que en realidad se leen en Malaquías 3. 1. Va- rios mss., en vez de Isaías, llevan en los profetas. Pero se trata aquí probablemente de un cambio intencionado: la lección auténtica es Isaías (Knab., Lagr.). Algunos intérpretes tienen por glosa posterior la cita de Malaquías. No hay motivo suficiente para admitir tal glosa. La solución obvia y más probable es que San Marcos englobó dos profecías: una de Malaquías y otra (v. 3) de Isaías (40. 3), y pone el nombre de este último porque sus palabras hacían más al caso. Así. con razón. Knabenbauer 104 VIDA PÚBLICA Muy justamente los Santos Padres ponderan aquí la pro- funda humildad de Juan, que dice de sí mismo ser no más que cosa tan ligera, tan pasajera como es la voz. Pero el testimonio más espléndido es el del mismo Jesús. Juan es una columna firme e inconmovible; es más que profeta ; es el ángel enviado por Dios para preparar los ca- minos del Mesías ; es Elias ; es el mayor entre los hijos de mujer (Mt. 11, 7-19) ; era la lámpara que ardía y alumbraba ( Jn. 5, 35). Varias de estas expresiones parecen estar en oposición con otras del mismo evangelio, y además andan tan preña- das de sentido, que necesitan alguna explicación. Jesús dice que Juan es Elias (Mt. 11, 14; 17, 12 s.) ; pero el mismo Bautista lo hab'a resueltamente negado : Non sum (Jn. 1, 21). La solución nos la dan las palabras del ángel a Zacarías (Le. 1, 17): «Ipse [Juan] praecedet ante illum (Dominum = el Mesías) in spiritu et virtute Eliae.» El Pre- cursor no es personalmente Elias, pero estará animado de su espíritu, de su fortaleza, de su celo ardiente; y en su apariencia externa, su austeridad, su vestido, su vida en el desierto, ofrecerá singular parecido con el gran profeta de las divinas venganzas. Dice además Jesús de Juan (Mt. 11, 11) : Non surrexit ínter natos mulierum maior Iohanne Baptista: No surgió entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista. ¿Es, pues, el Bautista más santo que todos los demás hom- bres? No es éste el sentido: el maior no se refiere a la san- tidad personal, sino al oficio, como claramente se indica en lo que inmediatamente sigue: qui autem minor est in regno caelorum maior est illo: Mas el menor en el reino de los cielos es mayor que él. Y, en efecto, el menor en dignidad en el reino de los cielos, es decir, en la nueva alian- za, es mayor que el más grande en la antigua, puesto que ésta se halla muy por debajo de aquélla. Dentro de la antigua alianza, el Bautista es el mayor, porque no sólo anunció el Mesías, sino que fué su inmediato precursor ; lo vió con sus propios ojos, y con sus propias manos lo bautizó. Nótese, ade- más, que en Le. 7, 28, se dice: «Maior inter natos mulie- rum propheta Iohanne Baptista nemo est» ; donde clara- mente se da a entender bajo cuál aspecto posee el Bautista esa supremacía. Con razón, pues, dice Toledo que se trata aquí del oficio de profeta (Comment, in Luc. cap. 7, annota- EL PRECURSOR 105 tio 48). Es claro que no se habla de mayor o menor santidad, sino de la dignidad y excelencia del oficio (cf. Knab., In loe). Finalmente, de referir las dichas palabras a la santidad per- sonal seguiríase el absurdo de que cualquier miembro de la nueva alianza sería más santo que el Precursor. Todo esto parece suponer que éste pertenecía al Antiguo Testamento y no al Nuevo. Santo Tomás (2-2, q. 174, a. 4, ad 3) sostiene que pertenecía al Nuevo Testamento ; pero lo ex- . plica en p. III, q. 38, a. 1, ad 2, en el sentido de que era término de la Ley y principio del Evangelio («terminus legis et initium evangelii»). Cabe decir que el Bautista era prin- cipio extrínseco de la nueva Ley, como la aurora se dice ser principio del día y fin de la noche ; que no fué propiamente miembro de la Iglesia como instituida por Cristo, pues mu- rió antes que Jesucristo hubiese del todo fundado la Iglesia ; puede, sin embargo, con razón decirse que en alguna manera pertenece al Nuevo Testamento, porque anunciaba a Cristo ya presente, no por venir, como hacían los antiguos profetas. Jesucristo añadía (Mt. 11, 12): «A diebus autem Iohannis Baptistae usque nunc regnum caelorum vim patitur, et vio- lenti rapiunt illud.» Estas palabras son de difícil interpreta- ción, y nadie puede gloriarse de haber dado con una solu- ción de todo punto satisfactoria. Dos maneras de traducir son posibles: 1) El reino de los cielos es violentado (sufre violencia: vim patitur), y los violentos lo arrebatan. Pero esta versión, donde PiáCerat se considera como pasivo, puede entenderse en dos sentidos totalmente diversos: a) El rei- no... es violentado, es decir, es tomado a viva ruerza, se abalanzan con ímpetu para entrar en él (se trata, pues, de una actitud favorable, no hostil) ; y los violentos, esto es, los que trabajan con esfuerzo, los que no se arredran ante la dificultad, lo arrebatan (para sí), es decir, lo alcanzan, lo- gran entrar en él. Tal es la interpretación de muchos Padres y la más común en la exégesis católica2, b) El reino... es violentado, es decir, oprimido, contrariado ; se le pone re- sistencia, se le combate (la actitud es, pues, hostil); y los violentos, esto es, los que le hacen la guerra, lo arrebatan (de los otros), o sea, estorban la entrada de los demás 3. 2) El reino de los cielos se presenta con ímpetu, hace su apa- 2 Entre los intérpretes recientes, Lagrange, Buzy, Valensin- Huby, Bover, etc. 3 Así Knab., Merx (Die vier Kanoiischcn Evangelien) y otros. 106 VIDA PÚBLICA rición con fuerza* ($rZezy.i tomado como medio en sentido intransitivo) ; y los violentos lo arrebatan. Este segundo miembro puede entenderse en sentido : a) favorable; b) hostil. Para la solución del problema conviene tener presente el pasaje paralelo de Le. 16, 16: Lex et prophetae usque ad Iohannem: ex eo regnum Dei evangelizatur, et omnis in illud vim facit. La Ley y los Profetas terminan en Juan: desde entonces se anuncia la buena nueva del reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él. El primer miembro no ofrece dificultad : la Ley y los Profetas llegaron hasta Juan ; pero desde entonces ( ¿no -zóxz ), decir, con Juan comienza una era nueva; empieza a anunciarse — como ya presente — el reino de Dios, que en los tiempos anteriores sólo había sido profetizado. El piáCerai del segundo miembro se toma, ciertamente, como medio: hace fuerza, se esfuerza animosa- mente; pero no es tan clara la otra expresión: autrív, que puede interpretarse hacia él, o sea se esfuerza para entrar en el reino, para tomarlo a viva fuerza; o bien, contra él, es decir, se esfuerza para resistir al reino, y se mantiene, por tanto, actitud hostil. Comparando los dos pasajes, parécenos que el ¡MaCerai de Mt. ha de tomarse como forma media en sentido intran- sitivo y como paralelo del et5a]fjfeXtt¡eTai 5 de Le. Y, en rea- lidad, el anuncio del evangelio es la aparición del mismo; sólo que ¡JíáCerat expresa la manera en cierto modo impe- tuosa con que apareció. Con esto se ve bien el alcance de la expresión a diebus autem Iohannis Baptistae (Mt. 11, 12), que se refiere, sin duda, al v. 13: Omnes enim prophetae et lex usque ad Iohannem prophetaverunt. La relación entre am- bos miembros aparece más clara en Le. Pero ¿qué sentido dar al segundo miembro de Mt. 11, 12: violenti rapiunt illud (Le. : omnis in illud vim facit)? Como las frases de suyo son susceptibles de un doble sentido, la respuesta ha de buscarse en el contexto y en las circunstan- cias históricas. En Mt., a raíz de aquellas palabras, reprocha * Dausch Die drei alteren Evangelien* (Bonn) p. 187 s. Esta versión la refutan Knab., Merx, Cremer, Bibl-theol. Wórterbuch der Neut. Gracitat» p. 231 s. Todo el punto está en si pkaQojiai en sen- tido intransitivo se usa de una manera absoluta, sin complemento alguno. Los ejemplos que se aducen (cf. Zorell, Lexicón) lo llevan; sin embargo, esto no parece ser suficiente prueba de que no pueda Lissrso sin él * El paralelismo parece verlo Lagr (St. Matthieu3, p. 221) entre el P'.aCeTat de Mt. y el de Le. EL PKECUKSOK 107 (v. 16 ss.) Jesús a los contemporáneos de Juan el ningún caso que hicieron de su predicación, y les recuerda la graví- sima injuria que le infirieron diciendo de él que estaba po- seído del demonio (v. 18), y la que infieren a él mismo (a Jesús) tachándole de hombre voraz, bebedor, amigo de pu- blícanos y pecadores; y luego inmediatamente (vv. 20-24) levanta su voz indignada contra Corozaín, Cafarnaúm y Bet- saida porque no quisieron hacer penitencia, es decir, pusie- ron resistencia al reino de los cielos. Y en Le. 16, 14 s., re- prende a los fariseos, cuyas conciencias dice ser abominación a los ojos de Dios. Ahora bien, no es verosímil que en tales condiciones afirmara Jesús que todo el mundo se daba prisa a entrar en el nuevo reino, y eso con tal celo que se lanzaban a tomarlo por viva fuerza. Y que en realidad poníanse im- pedimentos para que no se entrara en el reino de Dios, lo dice repetidamente el mismo Jesús: «¡Ay de vosotros!, es- cribas y fariseos, hipócritas, que cerráis con llave delante de los hombres el reino de los cielos : vosotros no entráis, ni a los que entran dejáis entrar)) (Mt. 23, 13); «¡Ay de vos- otros!, legistas, que os alzasteis con la llave de la ciencia: vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban impedis- teis)) (Le. 11, 52). Esta interpretación, por consiguiente, tene- mos nosotros por más probable 6. Con todo, a pesar de lo dicho, creemos que de la otra interpretación, más común entre los intérpretes católicos, pueden libremente servirse los predicadores, pues ella, con- siderada en sí misma, no deja de ser probable ; y debiera decirse aun más que la otra, si se quiere juzgar por el nú- mero de los que la sostienen. De las palabras de Nuestro Señor, entendidas en este sentido, son como un eco las de la Imitación de Jesucristo: «Tantum proficies quantum tibi ipsi vim intuleris»: «Tanto más aprovecharás cuanta más violencia te hagas» (1. I, c. 25). OPINION DEL PUEBLO SOBRE EL BAUTISTA Los tres sinópticos nos muestran a las turbas agrupándo- se en torno al hombre de Dios para escuchar sus palabras y recibir el bautismo de penitencia (Mt. 3, 5 s. ; Me. 1, 5). • Cf Simón-Dorado (p. 565 s), quien expone lúcidamen',- las varias interpretaciones. 108 VIDA PÚBLICA San Lucas (3, 10-14) enumera varias clases de personas, en- tre las cuales publícanos y soldados, que acudían a Juan pre- guntando qué debían hacer, y él a todos daba clara respuesta. Ni era sólo de un modo pasajero como las gentes le se- guían, sino que se formó un grupo de discípulos, que, al parecer, vivían en su compañía (cf. Jn. 1, 35). A tal punto llegó la estima, que el pueblo empezó a preguntarse si no sería él el Mesías (Le. 3, 15; Mt. 11, 2; 14, 12). Y el mis- mo Herodes Antipas tenía de él muy alta opinión, pues oyendo hablar de los portentos de Jesús, pensaba que el tau- maturgo no era otro que el Bautista resucitado (Mt. 14, 1 s.) : y se nota (Me. 6, 20) que durante el tiempo de su prisión el monarca seguía en muchas ocasiones sus consejos. Con todo, en este coro de alabanzas no faltaban voces discordantes. Es el mismo Jesús quien nos lo dice (Mt. 11, 18) : Había quienes, viendo la penitencia del Bautista, que no comía ni. bebía, y no sintiéndose con ánimo para imi- tarle, decían que estaba poseído del demonio. Pero tales detractores eran, sin duda, escribas y fariseos, de quienes sabemos que no creyeron en el bautismo de Juan (Mt. 21, 26 ; Me. 11, 31 ; Le. 20, 5). El pueblo, sí, lo tenía como del cielo, pues veneraba en el Bautista un verdadero profeta (Mt. 21, 26; Me. 11, 32; Le. 20, 6). De esta veneración hallamos todavía un eco en Josefo Flavio (Ant. XVIII, 5, 2): «De los judíos — dice — hubo quien pensó que la derrota de Herodes fué castigo de lo que había hecho contra Juan lla- mado el Bautista... Este era hombre bueno, que enseñaba a los judíos la práctica de la virtud» ; y sigue hablando con grande loa del Precursor. PREDICACION DEL BAUTISTA (Mt. 3. 1-12; Me. 1, 4-8; Le. 3. 3-18) La predicación del Bautista la compendia San Mateo (3, 2) en dos frases : Poenitentiam agite; appropinquavit enim reg- num caelorum (Haced penitencia, pues que vecino está el reino de los cielos); donde la segunda sentencia, aunque parezca secundaria, es, en realidad, la principal. El sentido es : El reino de los cielos está próximo : hay que prepararse, pues, con la penitencia para recibirlo. Casi con idénticas frases iniciaba Jesús su propia predicación: Appropinquavit EL PRECURSOR 109 regnum Dei: poenitemini et credite Evangelio (Me. 1. 15). Juan es el heraldo de Cristo, el apóstol de la penitencia. La entonación del Bautista es dura y aun violenta : ¡Raza de víboras!, ¿quién os mostró a huir de la ira que va a venir? (Mt. 1. 7), es decir, del castigo que el Mesías, en su cualidad de supremo juez, traerá consigo para los injustos y pecado- res (cf. Rom. 2, 5 ; 1 Tes. 1, 10). Pero adviértase que este apostrofe, bien que en Le. 3, 7, parece dirigido al pueblo en general \ en realidad lo lanzaba el Precursor contra fa- riseos y saduceos, como explícitamente lo declara San Ma- teo (v. 7) : «Como viese a muchos de los fariseos y saduceos que venían a su bautismo, les dijo...» Ni fué, sin duda, ésta la primera ocasión que trataba con ellos. Bien conocidos los tenía. Más de una vez se habrían sonreído desdeñosos al fo- goso celo del improvisado predicador. Ellos, los justos, los maestros en Israel, ¿qué necesidad tenían de penitencia? Además, ¿no eran ellos hijos de Abrahán, origen que por si solo les aseguraba la salvación? Ellos serían de fijo los que de ese singular penitente propalaban que estaba poseído del demonio (Mt. 11, 18). Con tales antecedentes, nada tiene de extraño el violento exabrupto del Bautista. Había que desen- mascararlos ante el pueblo, ponerlos en evidencia ; y esto podía hacer Juan con libertad, pues sabía tener en su favor a la muchedumbre, con la que fariseos y saduceos no se atrevían (cf. Le. 20, 6). Y luego con grande fuerza ataca el estado de ánimo de esos hipócritas orgullosos : Haced, pues, fruto digno2 de penitencia (Le. 3, 8). No os contentéis con vuestras prácticas meramente externas. Es preciso un cam- bio interno (jiErávota) del corazón, y este cambio ha de ma- nifestarse en las obras, como la índole del árbol se muestra en el fruto ; en una palabra, vuestras obras han de corres- ponder a la penitencia interna y han de ser indicio de la misma (cf. Act. 26, 20). Scindite corda vestra et non ves- timenta vestra (Joel 2. 13) ; Por su fruto los conoceréis (Mt. 7, 20) ; No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos (Mt. 7, 21). El ser descendiente de Abrahán era, sin duda, un pri- 1 La manera de hablar de Le. está justificada: pues, confun- didos los fariseos j saduceos con la muchedumbre, a todos hablaba aparentemente Juan; pero su invectiva, contra aquéllos iba di- rigida. 3 Ha de mantenerse el sing. contra el plur. del textus receptus, influido probablemente por Le. 3, 8. 110 VIDA PÚBLICA vilegio, como francamente lo reconoce San Pablo 3 ; pero los judíos lo exageraban, y llegaban al punto de imaginarse que el mero hecho de proceder de Abrahán según la carne era garantía segura de salvación. Refléjase bien en la res- puesta que en cierta ocasión dieron a Cristo el orgullo que tal descendencia les inspiraba: Prosapia somos de Abrahán; a nadie hemos servido jamás (Jn. 8, 33). Por esto el Bautis- ta, respondiendo a sus íntimos sentimientos, les dice : «No os venga al pensamiento decir : Por padre tenemos a Abrahán)) (Le. 3, 8). Y penetrando todo el alcance que en boca de ellos tenía esta expresión, a saber, que a los hijos de Abra- hán y no a otros estaba hecha la promesa, y que ésta, por tanto, en ellos y no en otros se había de cumplir, añade: Sábeos que poderoso es Dios para suscitar de esas piedras hijos a Abrahán (v. 9). Por consiguiente, no tiene el Señor necesidad de vosotros para dar cumplimiento a su promesa. Los verdaderos hijos de Abrahán son los que obran como él obró, conforme decía Jesús a los que se gloriaban diciendo: Nuestro padre es Abrahán: «Si filii Abrahae estis, opera Abrahae facite)) (Jn. 8, 39). Si sois hijos de Abrahán, haced las obras de Abrahán. Y ante la proximidad del reino de los cielos, insistía el Bautista en que no hay que diferir la penitencia, pues la segur está ya puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no lleva buen fruto será cortado y echado al fuego (Le. 3, 9; cf. Le. 13, 6 ss.). Es lo que más tarde predicará el Apóstol: Ecce nunc tempus acceptabile, ecce nunc dies sa- ltáis (2 Cor. 6, 2) ; Dum tempus habemus, operemur bonum (Gál. 6, 10). Ahora es tiempo favorable, ahora es día de sa- lud. Mientras estamos a tiempo obremos el bien. La impresión producida en el pueblo y su consiguiente deseo de cambiar de vida se revela en las preguntas que di- rigían al Bautista sobre la conducta que debían seguir. San Lucas (3, 10-14) nos ha conservado este interesante detalle de su predicación. A cada uno da el Bautista respuesta apro- piada: a la muchedumbre en general recomienda la prácti- ca de la misericordia, la limosna (v. 10 s.) ; a los publícanos, encargados de cobrar los tributos, que no exijan más de lo debido (v. 12 s.) ; a los soldados, que a nadie maltraten, a nadie delaten falsamente, y que no quieran sacar dinero frau- 3 «... qui sunt Israelitae, quorum adoptio est filiorum, et gloria, eí testamenturn. et legislatio, et obsequium, et promissa» (Rom. 9, 4). EL PRECURSOR 111 dulentamente o a viva fuerza, antes se contenten con su esti- pendio. Tales soldados bien podían ser una especie de es- birros de raza judía, como los publícanos, a quienes apoya- ban en la exacción de tributos. Pero nada tampoco se opone a que fuesen gentiles asoldados por Herodes Antipas 4, o quizá — menos probablemente — por el procurador romano. De todos modos, no hay propiamente necesidad de considerar- los como judíos5. Es de notar cómo ni a publícanos ni a soldados prohibe el Bautista seguir ejerciendo su oficio. Conténtase con re- comendarles que observen en todo la justicia. i BAUTISMO DE PENITENCIA San Marcos (1, 4) y San Lucas (3, 3) dicen que el Bau- tista predicaba baptismum poenitentiae in remissionem pee- catorum: bautismo de penitencia para remisión de los peca- dos; es decir, un bautismo que se recibía en testimonio de penitencia interna, de un cambio del corazón, que se aparta del pecado para abrazar la virtud ; penitencia que traía con- sigo el perdón de los pecados. Cierto que la manera como hablan los evangelistas pu- diera dar a entender, según nota Santo Tomás \ que el bau- tismo de Juan confería gracia de suyo y por virtud propia, tanto más cuanto que se añade (Me. 1, 5) que a su adminis- tración iba unida la confesión de los pecados. Pero el mismo Bautista se encarga de desvanecer esa falsa impresión. «Yo os bautizo en agua, decía; pero el que en pos de mí viene... os bautizará en espíritu santo y juego)) (Mt. 3, 11 ; Le. 3, 16) ; sobre cuyas palabras advierte Suárez (In III parí., disp. 25, sect. 2, n. 2) que entre los dos bautismos se establece evi- dentemente una diferencia ; y como ambos son en agua, por necesidad se ha de entender que el de Juan es tantum in * En Josefo (Ant. XVII, 8, 3; Bell Jud. I, 33, 9) se habla de tracios, gálatas, germanos, que estaban a sueldo de Herodes el Grande. 3 Dausch cree descubrir en el texto mismo algún indicio de que eran más bien paganos; y lo mismo Zahn, quien, con los me- jores codd., lee: Ti icoi^oo>u.tv xoi ijiieí?; y en esta postposición de tttl i)ilec, mientras que el suyo no es más que «in aqua» (v. 16). Y para dar a entender el inmenso grado de superioridad de Cristo, añadía con profunda humildad: «cuius non sum dignus cal- ceamenta portare» (Mt. 3, 11). En Me. (v. 7) y Le. (v. 16) se lee: «solvere corrigiam calceamentorum eius»2. No ser digno de llevarle a uno los zapatos o de desatárselos, es no ser digno de tenerse ni siquiera por su criado, su esclavo. Entre los actos propios del esclavo cuéntase en el Talmud el desatar a su amo los zapatos o ponérselos ; y este servicio era tenido por tan bajo, que, diciendo un rabino que cuanto hace un esclavo por su amo debe hacerlo un discípulo por su maestro, exceptúa el desatarle el calzado3. También en- tre griegos y romanos era este oficio propio de los esclavos 4. Y para hacer resaltar más aún la fuerza y grandeza del Mesías, le presenta como Juez supremo, sirviéndose de la imagen, bien familiar a sus oyentes, del aventar el grano en la era (Mt. 3, 12). Cristo es quien con su sentencia inapela- ble separará a los buenos de los malos, como el labrador con el bieldo separa la paja del trigo, recogiendo a los unos en sus trojes del cielo y entregando a los otros al fuego que nunca se apaga. 2 Conocida es la discusión de San Agustín (De consensu evang. 2, 12; PL 34, 1090 s.) a propósito de esta aparente contradicción. Cf. Institutiones Biblicae; ed. 4.a (1933) pp 440-442. 3 «Rabí Josué, hijo de Leví. decía: Todos los oficios que un es- clavo debe hacer con respecto a su señor, tiene que hacerlos también un discípulo por su maestro, excepto el desatarle los zapatos» (Str.- Bill., 1, p. 121). 4 Plautus (Trinummus 252) menciona las sandaligerae, esclavas que seguían a sus señoras llevándoles las sandalias (Paulys, Reah Encyclopadie vol. IA 2 [Sandalia] col. 2.261). Merx Matthaeus, In loe. p. 43, dice que es proverbio usado entre los árabes: «¿Debo, por ventura, llevarte los zapatos?», para significar: «No soy tu es- clavo.» A varios árabes hemos preguntado, y ninguno ha podido confirmarnos tal manera de hablar. Es muy posible que sea usado en una región y no en otra. BAUTISMO DE JESÚS 117 Bautismo de Jesús (Mt. 3\ 13-17; Me. 1, 9-11; Le 3, 21-23. Cf. mapa IV) La gloria del Heraldo culmina en el bautismo del gran Rey, que había venido a anunciar. Estando aún en el seno de su madre, el Hijo de María había santificado al hijo de Isabel ; y ahora este mismo Jesús, como trocándose los pa- peles, viene a recibir de su Precursor el bautismo de peni- tencia. La fama del austero profeta, que llamaba las gentes a penitencia, alcanzó a la oscura y aislada Nazaret, dando ma- teria de conversación a los vecinos de la pequeña aldea. Algunos de los que sentían en sí anhelos de renovación es- piritual se decidirían a bajar también ellos al Jordán. Otros ya, de Galilea y de sitios más distantes que Nazaret, lo habían hecho: dos pescadores de Betsaida, Juan y Andrés, no sólo habían ido a ver al gran penitente, sino que se ha- bían hecho sus discípulos. Apercibióse, pues, el pequeño grupo de nazaretanos a la partida ; y a ellos se juntaría el joven artesano, hijo de María, la viuda del carpintero José, que por aquel tiempo habría ya muerto. Era aquélla una hora solemne. Era la que el Eterno Pa- dre, desde toda la eternidad, había fijado para que su Hijo, después de casi treinta años de vida oculta, se mostrase por fin al mundo para predicar la buena nueva, aquella Buena Nueva que los profetas, en el decurso de los siglos, habían venido anunciando. La despedida del Hijo y de la Madre no se haría sin do- lor. María no ignoraba que aquella partida no era como las otras : era definitiva ; era para no volver. Y la Madre sabía también a qué iba su Hijo. Viniéronle entonces a la memoria y al corazón, más distintas, más lúgubres, las palabras pro- féticas del anciano Simeón : Una espada traspasará tu alma. Pero la voluntad del Padre debía cumplirse; y María, ge- nerosamente, humildemente, amorosamente, ofreció el sa- crificio. La modesta caravana tomó, sin duda, no el camino de la región montañosa, que' pasaba por Samaría, sino más 118 VIDA PÚBLICA bien el camino oriental. Bajando a la llanura de Esdrelón, pasaría junto al Tabor, dejándolo a la izquierda; subiría la pequeña altura no lejos de Endor, para entrar en el valle de Beisán, y, torciendo hacia el sur, cruzaría la región, abundante en fuentes, llamada Enón en el cuarto evange- lio (3, 23), y, adelantándose siempre hacia el mediodía, lle- garía al Jordán, frente, poco más o menos, a Jericó. Por San Lucas (3, 21) sabemos que al tiempo que llegó junto al río, había allí multitud de pueblo que deseaban ser bautizados. Podemos bien suponer que Nuestro Señor se juntó a los demás, esperando su turno. Grande ejemplo de humildad, notan los Santos Padres, mezclarse el Inocente con los pecadores, el Justo con los injustos, como si tuviera necesidad de ser purificado como ellos. Juan no conocía de vista a Jesús, como él mismo lo dijo más tarde: Yo no le conocía; mas el que me envió a bau- tizar en agua me dijo: Aquel sobre quien vieres bajar el Espíritu y posarse sobre él, éste es el que bautiza en el Es- píritu Santo (Jn. 1, 33). Ni es maravilla. El Bautista, joven aún, habíase retirado al desierto; Nazaret se hallaba a una distancia de más de ciento cuarenta kilómetros; nada ex- traño, pues, que nunca hubieran tenido ocasión de encon- trarse. Pero Juan sabía que el Mesías iba un día a venir al sitio donde él bautizaba. Y ¡con qué ansias le estaría es- perando! Al presentarse, pues, Jesús para ser bautizado, su porte exterior, su humilde recogimiento, su angélica modestia, y sobre todo una primera, íntima ilustración de lo alto, le dieron a conocer quién era aquél que venía a pedirle el bautismo \ Y entonces se entabló aquella amoro- sa contienda de humildad: — Yo tengo necesidad de ser bautizado por ti; y tú, ¿vie- nes a mí? (Mt. 3, 14). Exclamación muy natural en el heraldo en presencia de su Rey ; en el siervo en presencia de su Señor. Mas Jesús, complacido sin duda de la humildad de su Precursor, le responde: 1 «El signo del descenso de la paloma no fué dado al Bautista para su noticia personal, sino para que diese público testimonio de Jesús al pueblo; y así no hay contradicción entre las expresiones de San Juan y la noticia privada que pudo tener y tuvo de Jesús antes del descenso de la paloma, Es la explicación que da el P. Mu- rillo, San Juan p. 168. BAUTISMO DE JESUS 119 — Déjame hacer ahora; que así nos conviene cumplir toda justicia. Esta no era justicia legal, es decir, que hubiera de ser limpiado Jesús de inmundicia contraída ; ni tampoco era el cumplimiento de una obligación que tuviese de recibir el bautismo de Juan, puesto que tal bautismo era perfecta- mente libre. Se trataba sencillamente de someterse a la dis- posición de Dios, a su beneplácito: era voluntad divina que el Mesías recibiera el bautismo de Juan, y ambos debían inclinarse ante esa ordenación : el uno, siendo bautizado ; el otro, bautizando. El bautismo era por inmersión. El bautizando penetraba dentro del río ; permanecería allí unos momentos, durante los cuales confesaría sus pecados; el Bautista pronunciaba probablemente alguna fórmula, que ni los evangelistas ni la tradición nos han conservado, y luego volvía a la orilla. La ceremonia ordinaria fué sin duda la que se usó en el bautis- mo de Jesús. En los designios de Dios, al bautismo de Jesús debía ir unida la solemne declaración del Padre; a su profunda hu- millación había de seguir su excelsa glorificación: Se abrieron los cielos, apareció el Espíritu Santo en for- ma de paloma, se dejó sentir la voz del Padre en favor del Hijo. «En subiendo del agua se le abrieron los cielos, y vió al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él ; y se oyó una voz desde los cielos que decía : Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias» (Mt. 3, 16 s.). ¡Misterio de grandeza y de humillación! El Hijo se hu- milla, y el Padre le glorifica. Que era verdaderamente el Espíritu Santo (Le), el Espí- ritu de Dios (Mt.), el Espíritu (Me), que bajaba, y precisa- mente en forma de paloma 2, lo afirman de un modo explíci- to los tres evangelistas. Y su manera de hablar (xaxafJatvov ei; ctuxóv; e^óytevov i¿ oüt¿v) indica que la paloma o se puso so- 3 La paloma, unos creen que fué paloma verdadera, y no falta quien diga que fué creada expresamente por Dios. Suárez (disp. 27, sect. 2; ed. Vives, vol. XIX, d. 406) tiene por más probable que^ no era sino figura de paloma, y esto parece más puesto en razón. For- mar, en efecto, en el aire tal figura era suficiente para el fin que Dios se proponía. .120 Vida pública bre su misma cabeza o, por lo menos, bajó tanto, que se veía claramente para quién venía. ¿Por qué precisamente en forma de paloma? Los Padres dan varias razones : 1) La paloma es símbolo de la paz : en el diluvio trajo el ramo de olivo, que es señal de paz ; y pre- cisamente en el nacimiento del Mesías habían cantado los ángeles: «Et in térra pax...» 2) Símbolo de la sencillez: «Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas» (Mt. 10, 16). 3) En el Cantar de los Cantares (2, 10; 5, 2), la esposa es llamada por el Espíritu Santo paloma: «columba mea». 4) Santo Tomás (3, q. 39, a. 6, ad 4) añade otra razón: Para significar los siete dones del Espíritu Santo, los cuales ofrecen alguna semejanza con las propiedades de la paloma. El mismo Doctor cita unas pa- labras de San Agustín (In loan. tr. 6, 3; PL 35, 142), quien observa que el Espíritu Santo se mostró visiblemente en dos maneras: por la paloma y por el fuego. Por la pa- loma quiso Dios dar a entender que los que son santificados por el Espíritu no deben abrigar doblez alguna, antes deben estar animados de la sencillez; pero que esta sencillez no debe quedarse fría o inactiva, quiso manifestarlo el Señor por el fuego. En la literatura rabínica, la paloma es considerada como el símbolo del pueblo de Israel. Tal vez era tenida asimismo por símbolo del Espíritu de Dios, bien que esto no aparece con claridad. (Cf. Str.-Bill., 1, pp. 123-125.) Las palabras que se oyeron como venidas del cielo son idénticas en los tres evangelistas, sólo que Mt. lleva la ter- cera persona («Este es mi hijo...»), mientras que en los otros dos se lee la segunda («Tú eres mi hijo...»)3: ó u-.óc lDE /, hubo allí alguna habitación; pero ninguna tradición hay que lo identifique con el lu- gar del bautismo. Por el contrario, un tanto más al sur, dentro de Wadi el-Kharrar, unos ocho kiló- metros del mar Muerto y a muy poca distancia del Jor- dán, se ven aún hoy los res- tos de una antigua iglesia, casi frente al convento grie- go de San Juan o Qasr el- Yehud, edificada, sin duda, allí en fuerza de una tradi- ción existente en la época bi- zantina. Estas varias circuns- tancias dan, a nuestro juicio, no certeza, pero sí una muy mayor probabilidad a este si- tio como lugar del bautismo 7. La fecha del bautismo de Jesús podemos conjeturarla con mayor o menor probabili- dad, no fijarla con precisión. La liturgia eclesiástica señala el 6 d2 enero. Como en este mismo día se celebra la Epi- fanía y el milagro del cambio del agua en vino, es claro que no puede ofrecer esto un pun- to de apoyo sólido para esta blecer la cronología. Con to- do, ha de reconocerse que di- cha fecha, tomada en general, 7 Cf. Buzy (Béthanie au delá du Jourdain, en Rech Se. Reí. 21 [1931] 444-462) y Dalman (Orte und Wege [1924] p. 96 ss.), quie- nes se declaran, con muy buenos argumentos en favor de Wadi el-Kharrar. Por lo que hace a la tradición, véase Baldi. p. 211 ss. AYUNO Y T LITACIONES l2f> responde muy bien a la impresión que da el relato evangé- lico. Según Jn. 1, 29. 33; 2, 1. 13, la primera Pascua dentro del ministerio público de Jesús siguió no de muy lejos los testimonios de Juan, y, por tanto, el bautismo (cf. Jn. 1, 32) ; y como los cuarenta días de ayuno han de colocarse entre el bautismo y la Pascua, sigúese que aquel debió de veri- ficarse por el mes de enero o a fines del año precedente. ¿Cuál fué la causa que movió a Jesús a recibir el bau- tismo de Juan? Nos lo dice éste explícitamente, cuyas pa- labras leemos en Jn. 1, 31 : «Para que sea manifestado a Israel, por eso vine yo bautizando en agua.» El Precursor se puso a bautizar precisamente para dar ocasión a que el Mesías se manifestase en Israel. Es, pues, evidente que, si Jesús vino a recibir el bautismo de Juan, fué para que se cumplieran los designios del Padre, que había decretado presentarlo allí al mundo como Mesías. Esto no excluye, naturalmente, otras razones señaladas por los Padres: dar ejemplo de humildad ; autorizar el bautismo de su Precur- sor ; proponerse como modelo de penitencia ; infundir al agua la virtud santificadora, como dice Santo Tomás (3, q. 39, a. 1) 8. Ayuno y tentaciones (Mt. 4, 1-11; Me. 1, 12-13; Le. 4, 1-13) El mismo Espíritu, que bajó en el bautismo sobre Jesús, le movió a retirarse al desierto : Entonces fué movido Jesús por el Espíritu a subir al desierto (Mt. 4, 1). En la soledad, con la oración y el ayuno, iba a prepararse para la grande obra de la evangelización. No tenía Jesús necesidad de tal preparación ; pero quiso darnos ejemplo. La unión con Dios, el retiro del bullicio mundanal, el despego de las criaturas disponen al alma para desarrollar su actividad en el mundo sobrenatural de la gracia. 8 Sobre estas múltiples causas, cf. Knab., In Matth. 3. 15. Una exposición bastante completa del relato del Bautismo de Jesús, interpretado del punto de vista racionalista, se halla en Go- guel, Jean-Baptiste pp. 139-231. 126 VIDA PÚBLICA Los tres evangelistas dicen que Jesús fué impulsado por el Espíritu, sin añadir algún calificativo; pero es claro que debe entenderse el Espíritu Santo; tanto más cuanto que San Lucas (v. 1) advierte que Jesús estaba lleno del Espíritu de Dios, que acababa de bajar sobre él en el bautismo. Así lo han entendido los Padres y los intérpretes. Por más que no se particulariza el desierto, es natural que pensemos en el desierto de Judá, pues era éste el más conocido, y limita, por otra parte, el valle del Jordán. Que era lugar del todo solitario aparece no sólo del vocablo mis- mo desierto — que, al fin y al cabo, pudiera interpretarse en sentido más o menos lato — , sino también, y principalmente, de la frase de Me. (v. 13), que Jesús «estaba entre las fieras)), manera de indicar un sitio completamente deshabitado. En aquellos tiempos no faltarían, sin duda, en aquella región osos y leones, pues estos últimos se ven representados como infestando el valle del Jordán en el conocido mosaico de Madaba, que data del siglo vi. Lo que aun al presente no falta son chacales y hienas. La tradición — que se remonta al menos al siglo vil 1 — ha localizado el episodio en el monte llamado de la Cuaren- tena, frente o la antigua Jericó, hoy Tell es-Sultán, donde los monjes griegos del convento de San Juan se complacen en mostrar a los peregrinos la cueva donde habría habitado Jesús, y aun las huellas mismas de sus pies. En sus hórridas grutas se recogieron desde la época bizantina numerosos anacoretas, ávidos de imitar la penitencia de que allí había dado ejemplo el divino Salvador. Jesucristo dijo más tarde : «Esa raza de demonios no se va si no es con oración y ayuno)) (Mt. 17, 20) ; y en el libro de Tobías se lee : «Bueno es oración con ayuno)) (Tob. 12, 8). Cuarenta días y cuarenta noches permaneció Moisés en la cumbre del monte Sinaí, sin comer pan y sin beber agua (Ex. 34, 28) ; por cuarenta días y cuarenta noches caminó el profeta Elias, robustecido con el pan que le había ofre- cido el ángel, hasta llegar al monte Horeb (3 Re. 19, 8); y por «cuarenta días y cuarenta noches» estuvo ayunando Jesús (Mt. 4, 2). Quiso aprobar de un modo práctico la con- ducta de estos santos y darnos a nosotros ejemplo de mor- tificación y penitencia. Quiso, además, indicarnos, como dice Suárez (vol. XIX, p. 441) citando al Crisóstomo, que el ayuno 1 Cf. Baldi. p. 238 ss AYUNO Y TENTACIONES 127 sirve como de alas a la oración y la contemplación, con las cuales el alma se levanta de las cosas terrestres a las ce- lestiales. Pero no sólo para penitencia y oración, y para habitar entre las fieras iba Jesús al de- sierto. Para otro fin le movía tam- bién el Espíritu. Los tres sinóp- ticos hablan de las tentaciones de Jesús, y en la ma- nera misma de hacerlo diríase que les dan una importancia espe- cial : «Entonces Jesús fué condu- cido por el Espíri- tu al desierto ca- ra ser tentado por el diablo» (Mt. 4. 1) ; «Permaneció en el desierto cua- renta días y cua- renta noches, y fué tentado por Satanás» (Me. 1, 13) ; «Fué condu- cido por el Espí- ritu al desierto, donde estuvo cua- renta días, y fué tentado por el diablo» (Le. 4, 1-2). Nunca pudiera entendimiento humano imaginar tal con- descendencia, humillación tan profunda. ¡El Hijo de Dios dejarse tentar de Satanás! San Pablo nos da la clave del misterio: En los designios del Padre Eterno, Jesús «debió en todo asemejarse a sus hermanos» (Hebr. 2, 17), a fin de que supiera «compadecerse de nuestras flaquezas, habiendo sido probado en todas las cosas a semejanza nuestra, fuera del pecado» Clbid. 4, 15) Monasterio griego de San Juan, en el mon- te de la Cuarentena. Detrás de los edificios hay numerosas y espaciosas cuevas natu- rales. En la cima del monte hubo una gran- de iglesia, cuya reconstrucción quedó pa ralizada por la guerra de 1914. 128 VIDA PÚBLICA Santo Tomás, por su parte, señala varias razones de por qué Nuestro Señor quiso ser tentado: 1) Para darnos auxi- lio y ayuda contra las tentaciones. 2) Para que estemos sobre aviso, no lisonjeándose nadie, por santo que sea, de estar libre de tentaciones. 3) Para poner ante nuestros ojos un ejemplo vivo de cómo hemos de resistir. 4) Para inspi- rarnos confianza en su misericordia. La vida del cristiano es combate, guerra sin cuartel. Viendo a su Capitán tan gloriosamente triunfar del ene- migo, cobra aliento y confía obtener también él completo triunfo. En el monte de la tentación dice con la obra Jesús a cuantos le siguen lo que más tarde dirá de palabra a sus apóstoles : Confiad; yo vencí al mundo ( Jn. 16, 33). ¿Cuál fué el intento del diablo al tentar a Jesús? Las tres tentaciones eran, al parecer, de gula ; de presunción, vani- dad o jactancia ; de ambición o avaricia. Pero Suárez ad- vierte (vol. XIX, pág. 432) que el demonio no tentó a Cristo solamente ni principalmente para inducirle a pecado, sino sobre todo para ver si era verdaderamente Hijo de Dios. Y éste parece haber sido, en realidad, su intento último y principal. Tales cosas había visto el diablo, que entró en sospecha si aquel hombre sería el Mesías, Hijo de Dios; y a salir de su duda se encaminaban las tentaciones. Claro está que el demonio podía tentar a Jesús puramente en lo externo, no internamente 2. Nosotros conocemos tres tentaciones bien concretas y determinadas, y éstas tuvieron lugar sólo al fin de los cua- renta días de ayuno (Mt. 4, 2 s. ; Le. 4, 2 s.). Pero cabe pre- guntar: ¿Fué tentado también durante esos cuarenta días? Si no tuviésemos más que San Mateo, responderíamos ne- gativamente. Pero San Lucas, diríase que por la manera de estructurar la frase parece hacer coincidir en cierto mo- do las tentaciones con los cuarenta días. Y así lo entienden Lagrange, Weiss, Plummer. Por el contrario, Knabenbauer piensa que Le. hizo como una anticipación general, de suerte que el participio presente se refiere a las tres tentaciones que luego refiere. Esta interpretación tiene Suárez (vol. XIX, p. 445) por más probable. Nosotros creemos que del texto evangélico ninguna conclusión es dado sacar en favor de 2 «Cum ipse non potuerit Christum tentare interna tentatione sed tantum externa per suggestionem» (Suárez. vol. XTX. p. 445\ AYUNO Y TENTACIONES 129 una u otra sentencia; pero, si tuviera que emitirse un jui- cio, nosotros nos inclinaríamos al de Suárez : «Nullum video sufficiens fundamentum. ut asseramus illis diebus Christum esse tentatum a daemone» (ibid.). Del mismo parecer es Ketter (Die Versuchung Jesu [Neutestam. Abhandlungen, VI, 3 ; 1918] pp. 63-67). No poco se ha disputado, y se disputa aún, sobre la ver- dadera índole de estas tentaciones. Algunos han querido darles un valor meramente simbólico : el evangelista habría querido proponer como un tipo o modelo de las varias tenta- ciones que suelen padecer los hombres. Es claro que en este caso no habría en el relato nada propiamente histórico. Con- tra tal interpretación protesta el texto mismo, donde se tras- luce de un modo inequívoco la intención del autor de dar algo verdaderamente objetivo y no puramente ideal y sim- bólico. Otros conceden que hubo de cierto una realidad objetiva, pero que la tentación se hizo por mera sugestión interna. Hipótesis no del todo inadmisible, como la anterior, pues en ella se mantiene suficientemente la índole histórica del relato. Con todo, el sentido obvio y natural, como justa- mente nota Suárez (vol. XIX, p. 449), es que el demonio se presentó en forma visible, probablemente humana, y que la tentación se hizo con palabras sensibles y actos externos. Tal es la impresión que da la lectura del texto, y así lo entienden generalmente los autores católicos. Esto no ex- cluye, sin embargo, que algunos pormenores puedan consi- derarse como meramente internos. Cuanto al orden de las tentaciones hay diferencia entre Mt. y Le. Aquél pone en segundo lugar la del pináculo del templo, mientras que en Le. es la última. ¿A cuál hay quo dar la preferencia? No cabe dar en este punto respuesta decisiva ; pero parece preferible el orden de Mt. En éste se observa más perfectamente una cierta gradación. Otras ra- zones da en su favor el P. Lagrange (Mt. 4, 5). Así piensan la mayoría de los autores. (Cf. Ketter, 1. c, p. 67 ss.) En la primera de las tres tentaciones toma pie Satanás del hambre que naturalmente sentía el Salvador al fin de los cuarenta días de ayuno. Le propone que se procure alimento por un milagro : y cuanto a la manera concreta, se inspira Vidv r.c. 130 VIDA PÚBLICA en las circunstancias que rodeaban a Jesús. Había allí nume- rosas piedras, y es muy probable, como es caso frecuente, que no pocas se parecerían más o menos a un pan. De ahí es que le sugiere: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en otros tantos panes.» Lo que el diablo propone no es de suyo cosa mala. Satis- facer el hambre no es pecado ; tampoco lo es obrar un mi- lagro. Pero sí había en este caso cierto desorden en dar tanta importancia a una necesidad corporal, que se llegase a hacer un prodigio para satisfacerla. Jesús le responde con palabras del Deut. 8, 3: «No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» Moisés dice al pueblo que Dios no necesitó de pan para sustentarlo en el desierto ; El mismo creó el maná, que le sirvió de sustento 3. Las palabras del Deut. en boca de Cristo pueden tener un doble sentido: 1) No sólo con pan puedo yo sustentar la vida: para ello tiene Dios mil medios, sean materiales o sea también su sola voluntad, pues con sólo quererlo puede impedir que yo desfallezca. Según esta in- terpretación, que es la de Knabenbauer, Weiss, etc., Jesu- cristo habla de la vida corporal, como de ella hablaba el tentador. 2) Pero es posible otra interpretación. El demonio inducía a Cristo a preocuparse mucho de conservar la vida corporal, llegando al extremo de acudir para ello al milagro. Jesús, respondiendo a esta invitación, que incluía un des- orden, le recuerda que hay en el hombre otra vida mucho más noble que la corporal, y que ésta no se conserva con pan, sino con cuanto sale de la boca de Dios. Lo que sale de la boca de Dios era en el Deut. todo cuanto podía crear Dios, por un simple mandato, para sustentar al pueblo ; una de estas cosas fué el maná. En la intención de Cristo es todo lo que procede de Dios, lo espiritual, y particularmente sus palabras, sus órdenes, que reflejan su voluntad. Y en este sentido recuerda la respuesta de Jesús las palabras que más tarde dijo a los apóstoles junto al pozo de Jacob: Mi ali- mento es hacer la voluntad de aquel que me envió (Jn. 4, 34). 3 Driver (Deuteronomy) cree que las expresiones del Deut. tie- nen un alcance, más general, de suerte que se refieren a la vida espi- ritual. Nosotros pensamos que no van más allá del sustento corporal ; y éste es, si no nos engañamos, el parecer de la gran mayoría de Iop intérpretes. AYUNO Y TENTACIONES 131 Esta interpretación es la preferida por Lagrange, Plummer. v nosotros la tenemos por más probable. El teatro de la segunda tentación no fué ya el desierto, sino la ciudad de Jerusalén. Lo primero que se ofrece pre- guntar es cómo se trasladó allá Nuestro Señor. Las palabras de San Mateo, 4, 5, y de San Lucas, 4, 9, no parecen dejar Angulo sudeste de la explanada del templo, en el extremo oriental del pórtico real, que domina de grande altura el torrente Cedrón. en este punto lugar a duda: el diablo tomó a Jesús y Lo colocó en el pináculo del templo. Mas esto, como nota San Gregorio, causa, naturalmente, un cierto horror \ Por esto, a fin de orillar esta dificultad se han ideado varios modos : Nuestro Señor habría ido por su propia cuenta a la ciudad santa y allí se le habría hecho encontradizo el demonio ; o bien, como algunos piensan, habrían marchado juntos desde el monte de la Cuarentena hasta Jerusalén ; o, final- mente, sin cambiar de sitio, en el desierto mismo, el diablo habría representado a Jesús un lugar determinado de Je- 4 «Cum dicitur Deus homo vel in excelsum montem vel in sanc- tam civitatem a diabolo assumptus, mens refugit. humanae hoc au- dire aures expavescunt» (Hom. 16 in Ev.; PL 76. 1.135). 132 VIDA PÚBLICA rusalén y, como si allí realmente estuviese, le habría pro- puesto la tentación. Es cosa que nos causa natural repugnancia imaginar a Cristo siguiendo paso a paso al demonio, haciendo junta- mente con él un camino de veinticinco kilómetros. Cuanto a las otras maneras, tropiezan todas con el texto explícito así de San Mateo ( 7rap«Xafji¡3ávsi auióv; ear^asv auxóv ) como de San Lucas (ífta-fev Ss aú-cóv; IW^asv), el cual indica una activi- dad positiva del demonio en Jesús. Por lo demás, el mismo San Gregorio, respondiendo a su propia objeción, dice: «Quid ergo mirum si se ab illo permisit in montem duci, qui se pertulit etiam a membris illius crucifigi?» (1. c). Pero ¿en cuál modo fué trasladado? Lo ignoramos. Cierto es que el ángel caído tenía poder, permitiéndolo Dios, para trans- portarlo no sólo a Jerusalén, sino a distancia inmensamente mayor. Jesucristo, pues, tuvo la infinita condescendencia de dejarse llevar por su mismo adversario, el enemigo de todo bien. Tanto Mt. como Le. precisan el lugar donde se verificó la tentación: le puso sobre el pináculo del templo: lr\ xb -irxepúYtov xou íepou. La voz griega significa ala, reborde, al- mena, pináculo, cúspide. 'Ispóv puede indicar no ya el tem- plo propiamente dicho — para designar el cual se usa ordi- nariamente el vocablo vaos—, sino todo el recinto sagrado; cabe, por tanto, entenderlo de un sitio en cualquiera de los pórticos que circundaban la vasta explanada. Ahora bien, Josefo (Ant. XV, 11, 5), describiendo el pórtico real, situado al mediodía, dice que si alguien desde lo alto de dicho pór- tico miraba al fondo del valle que se abría a sus pies, sen- tíase tomado del vértigo; tan profundo era. De allí, según la tradición, fué precipitado Santiago el Menor, obispo de Jerusalén. Es natural, pues, que también en este sitio se coloque la escena de la segunda tentación, la cual supone que Jesús se hallaba al borde de una profunda sima. Esta vez* le provoca el demonio a dar una prueba de que es Hijo de Dios arrojándose al fondo del barranco y quedán- dose sin lesión. Y para animarle cita también aquí unas palabras de la Sagrada Escritura: Escrito está: Orden dio a sus ángeles acerca de ti, y ellos te tomarán en las manos, no sea que tropieces con tu pie en alguna piedra (Ps. 90 [hebr. 91], 11 s.). Dos cosas hay que advertir: por de pron- to, que el texto no es propiamente mesiánico, sino que se refiere a todo hombre justo, y, además, que se le da un AYUNO Y TENTACIONES í 33 sentido que en realidad no tiene, ya que Dios, con estas palabras, no promete su divina asistencia a quien se lanza temerariamente al peligro, sino a los justos que sin culpa propia se ven expuestos a él. Lo contrario es vana presun- ción ; es tentar a Dios. Por esto Jesús le responde con otro texto tomado de Deut. 4, 6, donde se dice precisamente : No tentarás al Señor tu Dios. El mostrarse el Mesías al Angulo sud oriental del templo desde el sepulcro dicho de Santiago. mundo con un tal portento no entraba en los planes de Dios ; hacerlo habría sido ir contra la divina voluntad. En la tercera tentación cambia la escena : es aquí una alta montaña (in montera excelsum valde: s:; Bpo$ &<|/r/ov Xí*v4 Mt. 4. 8). Sobre el traslado a est3 nuevo sitio cabe re- petir lo que dijimos a propósito de la segunda tentación. ¿A qué montaña se alude? Como el Evangelio no la espe- 134 VIDA PÚBLICA cifica, se pensó, naturalmente, en varias: el Nebo, de donde Moisés contempló la tierra prometida; el monte de la Cua- rentena, el Tabor, el Hermón. Este último, por su altura, de más de 2.000 metros, corresponde bien a las palabras del evangelista; pero ofrécese, desde luego, el reparo de hallarse harto lejos, fuera del ámbito en que se desenvuel- ve este episodio de las tentaciones. De todas maneras, por alto que supongamos el monte, imposible que desde su cima se vieran todos los reinos del mundo (omnia regna mundi). Preciso es decir, pues, que se trata de una visión imagina- ria, que el demonio pudo producir en la fantasía de Jesús. Y estos reinos se los mostró en toda su esplendidez, pues se añade et gloriam eorum. Y observa San Lucas (v. 5) que todo esto se hizo in momento temporis, en un abrir y cerrar de ojos. Las palabras del tentador fueron aquí más atrevi- das: Todas estas cosas te daré si, postrándote, me adoráis (Mt). La fórmula de Le. es más expresiva: Yo te daré todo ese dominio y la magnificencia de estos reinos, porque todo esto me ha sido dado a mí, y yo lo doy a quien me place. Si, pues, tú te prosternas delante de mí, tuyo será todo ello. Cómo se atrevió el diablo a proponer cosa tan descabellada, difícil es decirlo. Tal vez despechado por las precedentes derrotas, más que tentar, quiso dar como un desahogo a su inmenso orgullo; o ¿debe tal vez decirse que, tomando ahora a Jesús por un simple mortal, creyó poder deslum- hrarle con la vista de tales magnificencias? De todos modos, ello es cierto que, si sus palabras eran exageradas, hay, con todo, en ellas un fondo de verdad. Como Jesucristo dijo que él era rey, pero no de este mundo, así cabe decir que, en alguna manera, el diablo es príncipe de este mundo; y así le llama el mismo Jesús en Jn. 12, 31 ; 14, 30 : princeps huius mundi; y aun le apellida San Pablo (2 Cor. 4, 4) deus huius saeculi; y a los que le adoran puede dar poder y riquezas, pero para su eterna perdición. La respuesta de Jesús es concisa y categórica, y tomada, como las precedentes, de la Sagrada Escritura (Deut. 6, 13). Por de pronto lo arroja de sí: Vade, Satana; y luego añade: Dominum Deum tuum adorabis et Mi soli servies. ¡Vete de ahí, Satanás! Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás. El diablo, no atreviéndose a insistir, se retiró ; pero San Lucas nos advierte que esta renuncia a continuar la tenta- ción no fué sino usque ad tempus, es decir, no absoluta- LA VOZ EN EL DESIERTO 135 mente, sino por un tiempo ; o mejor, hasta el tiempo opor- tuno, hasta que se ofreciese buena ocasión. ¿Cuándo se pre- sentó ésta? Jesús, al principio de su pasión, dijo: Haec est hora vestra et potestas tenebrarum (Le. 22, 53). No sabemos que Satanás atacara otra vez a Cristo de una manera visible ; pero lo hizo, y no pocas veces, de un modo invisible, ya por sí mismo, ya también por sus ministros los judíos. Una vez partido el diablo, vinieron los ángeles y le servían. La voz en el desierto (Jn, 1, 19-28) En vista de la poderosa corriente religiosa, que seguía arrastrando las masas hacia el Bautista, no podían perma- necer indiferentes las autoridades religiosas de Jerusalén. Es natural que se preocuparan por saber a punto fijo qué- dase de hombre era ese penitente que sin autorización legal estaba predicando ; que se presentaba vestido a la manera del antiguo profeta Elias ; y que poseía la virtud de remover tan profundamente la conciencia del pueblo. Por otra parte, en sus palabras nada podían aun los más suspicaces descubrir que no estuviera en perfecta armonía con las doctrinas judías y con la esperanza de la venida próxima del Mesías ; y, por lo tanto, no había motivo para poner un veto a su actividad, ni fuera justo condenarle sin haberle antes oído. En tales condiciones, se decidieron por el único partido razonable : que él mismo diera cuenta de sí. Envía, pues, el Sanedrín — Consejo Supremo de los ju- díos— una solemne embajada integrada por sacerdotes y le- vitas, acompañados de algunos fariseos, escogidos de entre los más respetables. La aparición de tan altos personajes en el sitio del bau- tismo excitaría viva curiosidad entre la multitud que estaba allí congregada. En medio de la expectación general, con aires de auto- ridad le preguntan al Bautista : — Tú, ¿quién eres? Como si dijeran: Da razón de ti mismo. El Bautista, adivinando sus íntimos pensamientos les responde categóricamente, sin ambages : 136 VIDA PÚBLICA — Yo no soy el Mesías. Insisten los mensajeros: — ¿Eres, pues, tú Elias? Según una tradición popular, fundada en el profeta Ma- laquías (3, 23 s.), Elias debía venir como precursor del Mesías; tradición que se refleja en la pregunta de los apóstoles a Jesús: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que primero ha de venir Elias?» (Mt. 17, 10). San Juan contesta secamente: — No lo soy. — ¿Eres, pues, por ventura el profeta? Es decir, el profeta anunciado por Moisés en Deutero- nomio 18, 15. —No. Las respuestas de Juan eran todas negativas. Los em- bajadores querían poder referir al Sanedrín algo de positivo respecto de aquel misterioso personaje. Y así le urgen: — Decláranos, pues, quién eres tú, a fin de que podamos dar respuesta a los que nos enviaron. Entonces el Bautista da razón de sí con humilde aseve- ración : — Yo soy voz de quien clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor. Sorprendidos, sin duda, por esta inesperada respuesta, le dicen en tono de reconvención : — Pues si tú no eres el Mesías, ni Elias, ni el profeta, ¿por qué bautizas? Yo, dice Juan, bautizo en agua; para lo cual no era pre- ciso, ser profeta, pues las abluciones, que podían conside- rarse en cierto modo como una especie de bautismo, eran comunes entre los judíos. Con tal respuesta satisfacía sufi- cientemente al reproche que se le hacía. Pero no se contenta con esto. Añade luego el testimonio sobre el Mesías: En medio de vosotros está — es decir, aquí en la tierra de Israel, o bien, en esta misma región, o tal vez en este mismo audi- torio que me escucha — , y vosotros no le conocéis. Y cierra su respuesta con esta humilde confesión: El que viene des pués de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa del calzado. En medio de nosotros está Cristo, y ¡cuántos más culpa- bles que los sinedritas no le conocen! Y entre los que le conocen, ¿cuántos hay que penetren en su interior? Dios, la Santísima Trinidad, en nosotros está : el alma es su fem- FF CORDERO DF. DIOS 137 pío; y i para cuántos este altísimo misterio es poco menos que desconocido! Al Dios desconocido, rezaba la inscripción leída por San Pablo ; y con todo en este Dios, en la Santí- sima Trinidad, «vivimos, nos movemos y existimos» (Act. 17, 23, 28). ¡Respiramos continuamente a Dios, y no conoce- mos a Dios! El Cordero de Dios Habíanse vuelto a Jerusalén los embajadores del Sane- drín, poco satisfechos sin duda del misterioso penitente, pero sin haber hallado ni en su proceder ni en sus palabras cosa alguna que el judaismo oficial pudiera reprocharle. Al día siguiente, hallándose el Bautista en el mismo sitio de Betania junto al Jordán, distinguió a cierta distan- cia a Jesús que se adelantaba dirigiéndose hacia él. Viva- mente emocionado exclamó, señalando al Salvador : He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y siguió diciendo : En pos de mí viene un hombre, que fué antepuesto a mí, porque era primero que yo. Y yo no le conocía: mas el que me envió a bautizar en agua me dijo: Aquel sobre quien vieres descender el Espí- ritu y posarse sobre él. ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo vi, y di testimonio de que éste es el Hijo de Dios (Jn. 1, 29-34). ¡Magnífico testimonio, espléndida confesión! Verdadera- mente se mostró el Bautista' heraldo del gran Rey, el que había preparado y seguía aún preparando el camino al Me- sías ya presente ; con celo ardiente, con amor generoso, con profunda humildad. ¡Con qué sentimientos de amorosa mo- destia se dará a sí mismo el título de simple amigo del Es- poso, a quien humildemente asiste, y se goza en oír su voz ; y declara que el Esposo ha de crecer e ir adelante y él mis- mo menguar y desaparecer! (Jn. 3, 29 s.). 138 VIDA PÚBLICA 1) ó ajjivo; xou ftzoo. El cordero es símbolo de limpieza e inocencia, y también de mansedumbre y paciencia en el su- frir: ¿cuál de estas dos cualidades tiene presente el Bau- tista?— 2) ó aipojv -yjv ájtapxíav. El participio atptuv puede signifi- car «qui tollit» y también «qui portat» ; de estos dos senti- dos, ¿cuál es aquí el genuino? Discordes andan los intér- pretes en uno y otro punto. Según unos, el sentido es: He aquí el cordero de Dios, inmaculado, que, exento de todo pecado, hará desaparecer el pecado del mundo. Ni la más leve indicación de sufrimiento; nada de sacrificio, nada de- expiación. A juicio de otros: He aquí el cordero de Dios, manso y sufrido, que tomándolo sobre sí, quita el pecado del mundo. Sufrimiento y expiación. Como los juicios, según aparece, son muy diversos, y, por otra parte, se trata de un punto importante, no será fuera de propósito extendernos un tanto en su discusión. Por de pronto, contra el segundo sentido se hace valer un argumento de índole general. Dícese que no corresponde al ideal mesiánico que en el tiempo de su primera predicación se había formado el Bautista, quien habla del Mesías como de un juez que viene a limpiar su era (cf. Mt. 3, 12; Le. 3, 17). Además, hácese notar que el tal sentido cae fuera del horizonte del Precursor; y precisamente por esto, la crítica independiente considera como cosa demostrada que el evan- gelista atribuye al Bautista la propia concepción que él mis- mo se formaba del Mesías, considerándolo figurado por el cordero pascual. Y no falta quien piensa que no hay modo de sustraernos a esa conclusión de los críticos racionalistas si no es acudiendo al primer sentido, al que, por lo demás, se dice, llegamos por vía del método histórico (cf. Lagran- ge, In loe). Sin formular juicio por ahora sobre estas razones, vea- mos, siguiendo el método histórico, cuál de los dos sentidos corresponde mejor al carácter con que el cordero, en rela- ción con el Mesías, se presenta, así en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Is. 53, 7: «quasi agnus coram ton- dente se obmutescet» (citado en Act. 8, 32) ; Jer. 11,19 : «ego quasi agnus mansuetus qui portatur ad victimam» (como un cordero doméstico que es llevado al matadero) ; 1 Ped. 1, 19: «sed pretioso sanguine quasi agni immaculati Christi et incontaminati» (con la preciosa sangre de Cristo como cor- dero puro e inmaculado) ; Apoc. 5, 12 : «Dignus est Agnus qui occisus est...»; 7, 14: «et dealbaverunt eas (stolas) in El TORDEHO DE DIOS 139 sanguine Agni» ; 12, 11 : «propter sanguinem Agni» ¡ 13, 8 : «in libro vitae Agni, qui occisus est» ; cf. 1, 5 : «et a Icsu Christo... qui... lavit nos a peccatis nostris in sanguine suo». En todos estos pasajes — los únicos, si no nos engañamos en que se habla del cordero en relación con Cristo — resalta, como se ve, la mansedumbre sufrida, el carácter de víctima. En sólo 1 Ped. 1, 19, se habla de la pureza e inocencia del cordero ; y aun nótese bien que esta inocencia no es mencio- nada por razón de sí misma, sino por su relación al carácter de víctima, pues sabido es que el cordero u otro animal destinado al sacrificio debía ser perfecto, sin defecto alguno (cf. Lev. 22, 21, donde se usa el mismo vocablo rm58 VIDA PÚBLICA con mucho a las otras, por cierto bien numerosas, que se han propuesto. Mencionaremos algunas. A primera vista parece muy sencilla y en perfecta armonía con el contexto la que expone Cayetano con estas palabras: «Quid mea et tua interest defectus vini?... non est meae ñeque tuae curae pro- videre; quid ad nos pertinet? 1S, o, como dice Fouard 1C, que acepta dicha explicación: Que nous importe, á vous et á moi? En una palabra: No toca a nosotros cuidar de eso. Tal solución es muy antigua; dábase ya en una de las obras falsamente atribuidas a San Justino : Quaestiones et responsiones ad orthodoxos. En la res- puesta a la cuestión 136 (PG 6, 1.390) se dice: «Illud, Quid mihi et Ubi est mulier, non ad obiurgationem dictum est matri a Salva- tore, sed ut ostenderet nequáquam nos esse, inquit, qui vini in nup- tiis consumendi curam suscepimus.» Y se ve que era muy común al tiempo de Maldonado, quien dice de la misma: «quam inter- pretationem apud recentiores multos invenio» ; y añade: «commoda quidem et pia interpretatio, si loquendi consuetudo pateretur». Es, en efecto, cómoda y piadosa, puesto que, por una parte, excluye toda reprensión del Hijo a la Madre, y por otra corresponde perfec- tamente a las circunstancias del caso. Pero «loquendi consuetudo non patitur». Verdad es que la frase, tomada en sí misma, pudiera tener tal sentido ; pero no, si tenemos en cuenta el uso, «quem penes arbi- trium est et ius et norma loquendi», en expresión del poeta 17 . En ninguno de los pasajes arriba citados lo tiene; en todos ellos, sin excepción, el contraste, o de todas maneras la relación expresada, es entre el que habla y su interlocutor, nunca entre ambos y un tercero. Reuss, Knabenbauer, Fillion, Calmes y otros interpretan la ex- presión en el sentido de una perfecta conformidad entre los dos interlocutores, como si Jesús dijese: Yo estoy perfectamente de acuerdo contigo; déjalo a mi cuidado: «id meae relinque curae» ; «laissez moi faire». Pero entonces, ¿a qué viene el nondum venit hora mea? Mas bien debiera decirse lo contrario: Voy a compla- certe haciendo el milagro, pues llegó ya mi hora. Para orillar esta dificultad, que es muy real, se dice que la frase de Nuestro Señor es interrogativa: ¿Por ventura no llegó ya mi hora?, que equivale, naturalmente, a una afirmación. Por de pronto, tal interrogación era perfectamente inútil; si Jesús dijo a su Madre: Voy a hacer el milagro, ¿qué necesidad había de añadir: Ya llegó mi hora? Al contrario, estaba muy en su punto si no se concedía la petición, pues se daba el motivo de la negativa 18. El P. Leal en el interesante artículo aludido: La hora de Jesús, la hora de su Madre (Est. Ecle. [1952] pp. 147-168) escribe. «La hora de Jesús mira al momento cumbre de su vuelta al Padre» (p. 155). «Las dos escenas de Caná y el Calvario, conservadas por un mismo y único evangelista, guardan entre sí íntima relación. En Caná la 15 Véase Knabenbauer, In loe. 16 La vie de N.-S. Jésus Christ (1905) vol. 1, p. 169. 17 Horacio, De arte poética 72. 18 Pueden verse P. Gáchter, Maria in Kana, en Zeitsch. für Ka- tholische Theologie (1931) pp. 351-402; P. Schildenberger, Das Ratsel der Hochzeit von Kana, en Benediktinische Monatschrift <193S') pp. 123-130, 224-234. LAS BODAS DE CANÁ 159 Virgen empieza a actuar como madre de los fieles. Jesús le dice que esa actuación suya no ha llegado todavía; que llegará al final de su vida. Y de hecho al final le confiere ese cargo maternal» (p. 167). Y el P. T. Gallus en Verb. Dom. 22 (1942) 41-50: «Quae- nam est illa hora de qua Christus loquitur? Hora ista rectius dicitur t-xhiberi tamquam post sat diuturnum tempus adventura» (p. 48). «Ergo hora eius est hora mortis redemptoriae in cruce, quando consummandum erat missionis odus» (p. 49\ El P. F.-M. Braun, en Revue Thomiste 50 (1950) 429-479 (especialmente p. 446-453): «lis [Jesús y el evangelista] ont toujours en vue l'heure de la Passion. qui est aussi celle de la glorification ou du retour de Jésus a son Pére» (p. 451). Es ésta la interpretación de la que escribe Knab. (In loan. p. 131) : «Celebris est Aug. opinio horam illam esse horam mortis: «ne putes quod te negem matrem ; nondum venit hora mea ; ibi enim te agnoscam, cum penderé in cruce coeperit infirmitas, cuius mater es» ; quae explicatio ob auctoritatem Aug. multis placuit.» Nosotros, después de leídos atentamente los autores menciona- dos, como también el P. Gáchter, no creemos deber modificar la interpretación propuesta. Tenemos por justa la observación del P. La- grange (RB [1932] p. 122): «Entendre dans ce contexte si simple «mon heure» comme l'heure de la Passión, c'est sacrifier le fil de la pensée á un rapprochement érudit purement verbal.» Esta úl- tima expresión, que hemos subrayado, es demasiado fuerte; y sin duda protestaría contra ella el autor aludido (P. Gáchter). Jesús, en atención a su Madre, dice a los sirvientes: — Llenad las hidrias de agua. Eran éstas seis tinajas puestas allí para las abluciones rituales, frecuentes entre los judíos. Y nota San Juan con sorprendente escrupulosidad la cantidad de agua que podían contener : cada una tenía una capacidad de dos a tres metre- tas. Y como la metreta equivalía a unos cuarenta litros, sigúese que cada una podía contener de ochenta a ciento veinte litros. Obedecieron los sirvientes, y por orden de Jesús llevaron del contenido al maestresala, quien, sorprendido del exqui- sito sabor del vino, llama al esposo y le reconviene, en cierto modo, de que, contra la común usanza, no hubiera servido al principio el mejor vino, sino que lo hubiese reservado para el fin del banquete. No menos sorprendido y admirado debió de quedar el esposo al oír tal reconvención. Nota el evangelista que fué éste el primer milagro obrado por Nuestro Señor, y que con él se confirmó más y más la fe de los discípulos. El sitio donde los peregrinos veneran el misterio de las boda 5 de Caná es Kujr Kenna, población situada a ocho kilómetros al norte de Nazaret, junto a la carretera que corre de esta ciudad a Ti- beríades. 160 VIDA PÚBLICA Esta identificación ha sido y sigue siendo duramente combatida por algunos, que dan la preferencia a una pequeña ruina situada más hacia el norte, en el extremo septentrional de Sahel el-Battof. conocida por el nombre de Khirbet Qana. El profesor Alt escribe : «Que esta expresión [Caná de Galilea] no se refiere al actual Kufr Kenna, en la carretera de Nazaret a Tiberíades, sino a Khirbet Qana. en el borde septentrional de la llanura Battof, después de las dis- cusiones de los últimos decenios, puede darse como demostrado» 19 ; y el sacerdote Dr. Clemens Kopp cierra su muy erudita monografía Das Kana des Evangeliums (Kóln 1940) diciendo que la identifica- ción de la Caná del Nuevo Testamento con Khirbet Qana es de todo punto cierta (vóllig sicher). Estas categóricas afirmaciones, que hacen eco a la de Robin- son en 1838, el primero que señaló Khirbet Qana, no están justi- ficadas : la arqueología y la tradición militan en pro de Kufr Kenna. Los peregrinos hablan con frecuencia de una iglesia y de una fuente de donde se llenarían las ánforas; ahora bien, en Khirbet Qana no se halla fuente alguna, ni se descubre el más leve vesti- gio de antigua iglesia ; explícitamente lo reconocen cuantos visi- taron aquella ruina; y de lo mismo puede dar testimonio quien esto escribe. Por el contrario, en Kufr Kenna existe aún hoy día una muy abundante fuente; y las excavaciones pusieron al des- cubierto restos considerables de una o varias iglesias. Y es de notar un pormenor en extremo interesante. Debajo de la actual iglesia de los Franciscanos se descubrió un edificio antiguo, en cuyo pavi- mento de mosaico se lee en arameo esta inscripción: «A la buena memoria de Joseh, hijo de Tanhum, hijo de Butah, y sus hijos; los cuales han hecho esta tblh [voz de difícil interpretación]. Que la bendición venga sobre ellos.» El nombre José trae naturalmen- te a la memoria al judío convertido, conde José de Tiberíades. quien, como es sabido, recibió del emperador Constantino permiso para edificar varias iglesias, y en realidad las edificó en Tiberíades. Cafarnaúm, Séforis, etc.; y es muy verosímil que levantara una también en el sitio del primer milagro de Nuestro Señor. Este dato arqueológico crea ciertamente una fuerte presunción en pro de Kufr Kenna ; nos abstenemos con todo de aducirlo como argu- mento por discutirse si se trata de una iglesia o más bien de una sinagoga. Cuanto a la tradición, ningún texto (sin exceptuar los de San Jerónimo) aparece claro y explícito hasta la segunda mitad del siglo vi. En 570 se presenta claramente en favor de Kufr Kenna. el Anónimo de Placencia, quien escribe: «De Ptolemaida misimus ma- ritimam. Venimus in finibus Galilaeae in civitatem, quae vocatur Diocaesarea (Séforis)... Deinde milia tna venimus in Cana, ubi ad nuntias fuit Dominus... ex quibus hvdriis duae ibi sunt... et in ipsa fonte pro benedictione lavavimus. Deinde venimus in civitatem Nazareth» (Geyer, Itinera p. 161). Si hablase de Khirbet Qana. aquí se habría ciertamente detenido antes de llegar a Diocesarea. pues se le cruzaba al paso viniendo como venía de Tolemaida (Acco). Además, en Khirbet Qana no hay fuente alguna, mientras que se halla una y muy abundante, como ya dijimos, en Kufr Kenna. Beitrage zur biblischen Landes und Altertumskunde (1949) página 62. LAS BODAS DE CANA 161 Finalmente, la distancia de tres millas (cuatro kilómetros y medio) es prácticamente exacta, pues en realidad es de sólo poco más de cinco kilómetros, al naso qu? la de Khirbet Osna e^ de ocho kilómetros El texto, por consiguiente, se refiere a Kufr Kenna. Así lo reconoce explícitamente Buhl (Geographie p. 219). quien escribe: «Sin gé- nero alguno de duda sitúa el Caná evangélico en esta población [Kufr Kenna] Antonino Mártir [el anónimo de Placencia], quien da tres millas romanas como distancia de Diocesarea y habla de una fuente allí existente.» Y en el mismo sentido, poco más o menos, se expresa Clermont-Ganneau en Eecveü (vol. IV. p. 345\ D° los testimonios que siguieron hasta fines del siglo xiii ninguno puede calificarse de absolutamente decisivo, aunque cabe decir que favo- recen más bien a Kufr Kenna. En 1283 Burchardus de Monte Sion escribe en tales términos que muestra referirse a Khirbet Qana 20. ¿Cómo se produjo en la tradición literaria este que bien podemos llamar repentino viraje? Lo ignoramos. De los que le siguieron, unos parecen referirse a Khirbet Qana. otros a Kufr Kenna; ninguno se expresa con toda claridad. Quaresmius, en 1626, es el primero que menciona explícitamente una doble tradición. El se inclina, bien que con cierta reserva, a favor de Kufr Kenna: «Pos- terior haec sententia mihi valde probabilis videtur, licet alteram rejicere non audeam» 21. Entre las razones de su preferencia una es que en Khirbet Qana no hay fuente ni se descubre vestigio alguno de iglesia, mientras que lo uno y lo otro existe en Kufr Kenna. Contra la identificación propuesta se objeta que la expresión usada por San Juan (2. 1. 11; 4, 46; 21, 2) «Caná de Galilea», para distinguirla de otra Caná. 12 kilómetros al sur de Tiro . 373> sostiene la ge- nuinidad de los pasajes referentes al Hijo del hombre, contra el P. Lagrange. que los tiene por interpolaciones cristianas (Judals- me avant J C p 372 ? ) Vida .j.c 7 194 VIDA PÚBLICA significa simplemente hombre; ni es un substituto de la pri- mera persona yo; ni tampoco está inspirado sólo y ex- clusivamente por un sentimiento de humildad. Encierra un sentido mucho más alto, íntimamente relacionado con la dignidad de Jesús y con la economía mesiánica. Los dos mis- terios capitales que de sí mismo quería Jesucristo revelar a los hombres eran su carácter de Mesías y el de Hijo de Dios. Pero esta doble revelación iba a tropezar con gravísimas di- ficultades. El nombre de Mesías evocaba en el ambiente ju- dío la idea de un héroe nacional, que rompería el yugo de la dominación romana y devolvería al pueblo su antigua libertad. Proclamarse Mesías era inflamar el sentimiento patriótico, enarbolar el estandarte de la independencia. Por otra parte, el título de Hijo de Dios había de chocar forzo- samente contra el estricto monoteísmo de Israel: era cosa inconcebible un hombre-Dios. La expresión Hijo del hom- bre encerraba estos dos conceptos, pero velados; envueltos en cierta misteriosa semioscuridad. Resultaba, por tanto, muy a propósito para servir de cauce a una revelación dis- creta y reservada sin temor de violentas reacciones. Y que tal era en realidad la intención de Jesús claramente lo dió a entender cuando en su respuesta a Caifás, haciendo re- ferencia al profeta Daniel, dijo: «Veréis al Hijo del hom- bre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt. 26, 64). Así, pues, el título Hijo del hombre, mientras que por una parte expresaba la naturaleza huma- na de Jesús, y bajo este aspecto cabe decir que era como expresión de modestia, encerraba por otro lado su carácter mesiánico y la índole sobrehumana de su ser 14. 14 No vale la pena ni siquiera de mencionar la opinión de al- gunos que rechazan la expresión como no dicha por Jesús, atribu- yéndola a la tradición, de donde la habrían tomado los evangelistas. Existe sobre el título Hijo del hombre una abundantísima litera- tura. Pueden verse Bonsirven, Les Enseignements de Jésus-Christ (Paris 1946) pp. 56-67, donde se citan numerosos autores; Dalman. Die Worte Jesu; Roslaníec, Sensus genuinus et vlenus locutionis aFilius Hominis» (Romae 1920); Simón-Dorado, Praelectiones, pp. 478-480; L. de Grandmaison, Jésus-Christ l, pp. 344-346. TESTIMONIO DEL BAUTISTA 195 MINISTERIO DE JESUS EN JUDEA Espléndido testimonio del Bautista (Jn. 3. 22-36.— Cf. mapa IV) Había echado la semilla el divino Sembrador. Juzgó pru- dente dejar al tiempo que la hiciese germinar y fructificar; y así, una vez cerrado el ciclo de la Pascua marchó de Je- rusalén. / Es muy posible que influyera también en su pronta par- tida el ambiente que dominaba entonces en la capital. No se había extinguido la animosidad de los príncipes de los sacerdotes y jefes del templo, que se esforzarían en despres- tigiar ante el pueblo al nuevo Profeta, en quien no reconocían mandato divino. Verdad es que Jesús había obrado milagros y conquistado adeptos ; mas ese triunfo inicial no hacía sino exasperar más y más a los adversarios. La ciudad se hallaba partida en dos bandos: convenía retirarse y dejar que la tempestad se calmara. Partióse, pues, el Maestro con sus apóstoles ; pero no vol- vió por de pronto a Galilea. Quedóse en Judea. El evangelista no precisa el sitio. No parece que se bajara hacia el sur, en dirección a Hebrón, como piensa Fouard. En Jn. 4, 4, descubrimos una ligera indicación. Dícese que Jesús, para ir a Galilea, debía pasar por Samaría, en cu- yas palabras se alude, sin duda, al camino que, cruzando los montes, recorría de norte a sur toda la Palestina, y que tocaba la ciudad de Siquén. Es por consiguiente probable que demoró en la región montañosa, en un sitio donde había abundancia de agua, que sirviera para el bautismo. El P. Prat sugiere los alrededores de Betel, donde en realidad había una fuente abundante con un vasto estanque, que aún hoy día se ve. Naturalmente, las orillas del Jordán eran sitio muy apropiado para las circunstancias del bau- tismo; y así no es maravilla que varios autores, entre los cuales el P. Lagrange, localicen allí el ministerio de Nuestro Señor. En tal caso, en su regreso hacia el norte habría subido Jesús, probablemente, por Wadi Fasa'il y por Akra- be, siguiendo el camino que más tarde fué carretera romana. Pero entonces difícilmente se explica el sos: de Jn. 4, 4, como que ninguna necesidad había de subir por la región 196 VIDA PÚBLICA montañosa; más fácil y más natural era el mismo valle, siguiendo el cauce del río y entrando en Galilea por Bei- sán, que sin duda había sido la ruta seguida — en dirección inversa — en el viaje de Nazaret al lugar del bautismo. A no ser que la voz iSet se refiera no a la topografía, sino al de- signio que tenía Jesús de encontrarse con la samaritana; interpretación, empero, que alguien juzgue tal vez poco na- tural. De todas maneras el ministerio se ejerció en la región norte de Jerusalén. Dícese (v. 22) que Jesús bautizaba, aunque en 4, 2, es- pecificándolo más el evangelista, nota que no era propia- mente Jesús en persona, sino sus discípulos. No pocos Pa- dres 1 y comentaristas creyeron que tal bautismo era sacra- mento, confería gracia y perdonaba los pecados; en una palabra, que era el bautismo in Spiritu Sancto (1, 33) ; y no faltan quienes piensan que Jesús bautizó a sus apóstoles antes que éstos empezasen a administrar dicho sacramento. Pero la gran mayoría de los autores recientes — por ejemplo, Knabenbauer, Lagrange, Prat — sostienen que tal bautismo no era el verdadero bautismo cristiano. En efecto, los dis- cípulos no conocían aún entonces, sin duda, el misterio de la Santísima Trinidad. Además, si tal bautismo confería gracia ¿cómo se explica que nunca más se haga mención del mismo? Finalmente, la observación explícita de San Juan (4, 2), que no bautizaba Jesús, sino sus discípulos, parece insinuar que no se trataba del bautismo instituido por Je- sucristo. En el fondo no se diferenciaba del de San Juan: movía a penitencia y creaba una más estrecha relación en- tre Cristo y los bautizados. Al mismo tiempo que los discípulos de Jesús, seguía bau- tizando Juan; pero no ya en el Jordán frente a Jericó, sino' mucho más al norte. ¿De dónde ese cambio de sitio por parte del Bautista? Acaso abandonó Betabara o Betania, del otro lado del Jordán, por estar esta región bajo el do- minio de Antipas, quien tal vez pretendía prenderle. O pue- de ser también que quisiera irse más lejos de Jerusalén, para hallarse menos al alcance de escribas y fariseos. Lo cierto es que bautizaba en Enon, que significa fuentes CAyyun), junto, a Salim. Dicho sitio se localiza con suma probabilidad 1 No, empero, el Crisóstomo, quien dice (In loan., hom. 20, 1; PG 59, 167): «Quod si quis percontetur quid plus habuerit discipu- lorum quam Ioannis baptisma, dicemus, nihil. Nam utrumque bap- tisma Spiritus gratia vacuum erat.» KbllMOMü l»LL BAL' USIA 197 unos 10 kilómetros al sur de Beisán. Allí, en un espacio relativamente reducido brotan seis u ocho fuentes, siendo las principales, y por cierto abundantísimas, fAin ed-Deir, donde aún ahora se ven los restos del antiguo monasterio, y ,Ain er-Ridgha. Y es de notar que junto a esta fuente, que salta al pie del Tell homónimo, se halla un Weli, esto es, una especie de santuario musulmán, consistente en un sim- ple árbol, al cual los beduinos de los contornos llaman Sheikh Salim, nombre que evidentemente recuerda el men- cionado en el Evangelio. Mientras que el Precursor y los discípulos de Jesús es- taban unos y otros bautizando, aconteció que algunos de los que seguían al Bautista toparon con cierto judío (el singu- lar se lee en importantes manuscritos), y la conversación vino a recaer sobre la purificación, es decir, sobre el bau- Ain Beda, una de las numerosas juentes de Enón-Salim tismo; y, naturalmente, se establecería comparación .entre el del Precursor y el de Jesús y se hablaría del mayor o menor número de fieles que iban a recibir uno y otro. Es de creer que el judío se mostraría más bien favorable o, cuando menos, dejaría sentir su simpatía por el bautismo VIDA PÚBLICA de Jesús; y no es nada inverosímil que él mismo lo hubie- se recibido. Lleváronlo a mal los discípulos del Bautista. Ni es maravilla. Jesús había sido bautizado por Juan, quien por tanto obraba en este caso como superior, y ahora veían que no pocos abandonaban a su maestro para ir en pos de Jesús. Y fué tal su sentimiento, que fueron a exponérselo en son de queja al Precursor. — Maestro — le dijeron — , aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, ves ahí que éste bautiza, y todos vienen a él (v. 26). Era éste celo por la gloria de su maestro, pero no celo «secundum scientiam». O, más bien, eran celos en que en- traba no poco de amor propio; pues, perdiendo de su esti- ma San Juan, perdían también ellos. ¡Cómo mostró aquí su profunda humildad y su gran- deza de ánimo el Precursor! Es magnífico este su último testimonio de Jesús. Por de pronto les dijo: — Nadie puede recibir cosa alguna si no le fuere dada del cielo. Con esto les cerraba la boca. En efecto, si Jesús daba muestras de virtud extraordinaria y con esto atraía a la gente, de Dios veníale tal don; y si el Señor lo quería así, ¿qué derecho tenían ellos a quejarse? Pero hay más, y esto de- bían saberlo sus discípulos. ¿No había dicho públicamente Juan que él no era el Cristo y que se tenía por muy infe- rior a él? Y tomando luego de las costumbres entonces usa- das en el matrimonio una hermosa imagen, les dice: — El esposo es el que tiene la esposa; mas el amigo del esposo, que está a su lado y oye su voz, se goza con la voz del esposo; pues este mi gozo se ha cumplido. Es de saber que, entre los hebreos, al joven desposado se le señalaba un cierto número de jóvenes de su edad, que constituían como su escolta de honor. Así, por ejemplo, a Sansón, cuando bajó a Timna para desposar la filistea, se le dieron no menos de treinta (Jud. 14, 11). Estos se llamaban comúnmente «amigos del esposo», oí (píKot too vujjioíou (1 Mac. 9, S9), o «hijos del tálamo», m M -oí vüji©(ovo; (Mt. 9, 15 ; Me. 2, 19 ; Le. 5, 34) ; frase que es un hebraísmo. Estos que pudié- ramos llamar pajes no han de buscar su propio honor, sino el honor del esposo, y en este honor han de gozarse. Y luego, con un sentimiento de humildad que debió sonar extraño a los oídos de los discípulos, añadió: Es pre- EL CAMPEÓN DE LA CASTIDAD 199 ciso que él crezca y que yo mengüe. Lo contrario precisa- mente de lo que deseaban y tenían por justo y natural aque- llos buenos discípulos. Las palabras de Juan se referían a la gloria futura de Jesús. San Agustín (PL 35, 1504) las aplica hermosamente al hecho de que realmente sufrió mengua el Bautista con el corte de la cabeza y creció el Mesías al ser levantado en la cruz 2. Sigue luego (vv. 31-36) 3 un espléndido elogio de Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, que está por encima de todos, por- que El vino de lo alto, del cielo, mientras que los demás son de la tierra (v. 31). El da testimonio de lo que vió y oyó — y sólo El puede darlo, como que es el único que estuvo en el cielo — ; y puesto que tal testimonio lo recibió de Dios, quien lo recibe y reconoce por verdadero atestigua con esto mismo que Dios es veraz. Y hay justo motivo para aceptar dicho testimonio, pues el Mesías, que es enviado de Dios, no habla sino las palabras de Dios, quien le comunicó al Mesías el espíritu sin medida (vv. 32-34). El Padre ama al Hijo, y lo puso todo en sus manos. Quien cree en el Hijo tendrá la vida eterna ; quien lo rechaza se perderá (v. 35 s.) : «Qui credit in Filium Dei habet vitam aeternam ; qui autem incredulus est Filio non videbit vitam, sed ira Dei manet super eum.» El campeón de la castidad (Me. 6, 17 ss.) Oscuro y amenazador iba tornándose el horizonte en Ju- dea, donde Jesús ejercía su ministerio y sus discípulos bau- tizaban. Un ambiente saturado de ira y resentimiento envolvía al Penitente del Jordán y al Profeta de Nazaret. No se había - «Haec testimonia et hanc veritatem, etiam passionibus suis. significaverunt Christus et Ioannes. Nam Ioannes capite minutus. Christus in cruce exaltatus.» Y haciendo aplicación a los hombres, oportunamente dice: «Antequam veniret Dominus Iesus, homines gloriabantur de se: venit ille homo ut minueretur hominis gloria, et augeretur gloria Dei.» «Ipse [homo] in se minuatur, ut in Deo • augeatur» (ibíd.). 3 Estos versículos los tienen buen número de autores (Patrizi. Calmes. Belser, Tillmann. Lagrange. Prat) por desenvolvimiento del evangelista San Juan, cuyas ideas teológicas creen reconocer. Al contrario los atribuyen al Bautista Schanz Knabenbauer. Zahn Fillion 200 VIDA PÚBLICA cicatrizado en el corazón de escribas y fariseos la herida abierta por los dardos de fuego del Bautista: «Raza de ví- boras...»; ni habían olvidado los orgullosos sacerdotes su humillante bochorno ante la noble y franca conducta de Petra, capital de la Arabia Pétrea, de la cual no se conser- van- sino los monumentales sepulcros, esculpidos y exca- vados en la misma roca. St CAaIPKON Dt LA CASIIDAÜ 201 Jesús con los profanadores del templo. Aguardaban impa- cientes la hora del desquite. Y esta hora no se hizo mucho esperar. Herodes el Grande había dejado a su hijo Antipas la Galilea y la Perea, donde reinaba con el título de tetrarca, y había contraído matrimonio con una hija de Aretas, rey de los nabateos, que tenían por capital la célebre ciudad de Petra. Un hermano de Antipas, por nombre Herodes, como su padre, y que San Marcos (6, 17) llama Filipo, distinto del otro Filipo que fundó la Cesárea llamada de Filipo, se había casado con una sobrina, Herodias — hija de Aristóbulo y nieta de Herodes el Grande y su esposa Mariamme, la noble as- monea — , de la que tuvo una hija, Salomé, y a diferencia de sus hermanos vivía en Roma como un simple particular, situación modesta que no satisfacía las ambiciones de su al- tiva mujer. De viaje a la capital del imperio vino a hospe- darse Antipas en casa de su hermano, a quien pagó el hos- pedaje seduciendo a su esposa. Se convino en que ésta, una vez regresado Antipas a su tetrarquía, escaparía de casa e iría a juntarse con él. Quedaba una diñcuitad: la legitima esposa. Antipas estaba resuelto a darle libelo de repudio; mas no hizo falta, pues ella, habiéndose enterado de los propósitos de su marido, le ganó por la mano. Pidióle per- miso para ir a pasar una temporada en el castillo de Maque- ronte, situado como nido de águila en las laderas del mar Muerto, y desde allí íuéle fácil escaparse al vecino territorio de su padre Aretas. Tal huida no desagradó a Antipas y complació a Herodías, quien — a la edad, poco más o menos, de cuarenta años — , con su hija Salomé, que contaría a la sazón unos quince, se vino luego a vivir con el adúltero, de quien era sobrina y cuñada (cf. Ant. XVIII, 5, 1). El escándalo del pueblo fue grande, y el Bautista se hizo su portavoz (Mt. 14, 1-5 ; Me. 6, 17-20 ; Le. 3, 19 s.). El Precursor, en efecto, con apostólica libertad, echó en cara al monarca su conducta escandalosa: — No te es lícito tener la mujer de tu hermano (Me. (j, 18). Ignoramos en qué sitio y en cuáles circunstancias fueron pronunciadas estas palabras. Bien pudo ser que el gran pe- nitente se presentase en persona ante el mismo tetrarca, como en otro tiempo un Natán ante David (2 Sam. 12, 1-15) y un Elias ante Acab (3 Re. 21, 17 ss.), e hiciera resonar en los 202 VIDA PÚBLICA salones de Tiberíades o en el palacio de Livias 1 el non licet; pero es posible también que tal condenación la lanzase ante la multitud junto a las riberas del Jordán, de donde muy pronto llegaría a oídos de Herodes. ¿Cómo recibió éste la valerosa reprensión del Bautista? Sea por cálculo, sea por miedo, no parece que por de pronto pusiera las manos en el austero predicador 2. Tal vez quería evitar que su encarcelamiento pareciera obedecer a un re- sentimiento personal y por un motivo a todas luces injusto. Esperaría, pues, o solicitaría una ocasión que pudiese dar a su conducta alguna apariencia siquiera de justicia. Y a este propósito leemos en Josefo (Ant. XVIII, 5, 2) una no- ticia interesante. «Era — dice — [el Bautista] hombre de bien, que exhortaba a los judíos a practicar la virtud, a mostrarse justos para con sus semejantes y piadosos para con Dios... Multitud de gente se reunía en torno a él, pues se llenaban de entusiasmo oyéndolo hablar. Herodes temía que una tal fuerza en persuadir viniera a suscitar una rebelión, como que la gente se mostraba pronta a seguir en todo los consejos de ese hombre. Decidió, pues, apoderarse de él para prevenir todo movimiento sedicioso y no tener que arrepentirse más tarde de haberse expuesto al peligro. A causa de tales sos- pechas de Herodes, Juan fué confinado a Maqueronte 3, don- de fué asesinado.» En estas frases del historiador judío aparece como causa del encarcelamiento del Bautista una medida de orden po- lítico; y no han faltado autores que calificaran de parciales y aun de falsarios a los evangelistas (Me. 6, 17; Le. 3, 19 s.), que lo atribuyen a un motivo religioso. La verdad es que, como cuerdamente observa Schürer (1, p. 438), lo uno no excluye lo otro. La destacada personalidad del Precursor había creado un poderoso movimiento religioso, 1 Esta ciudad — hoy Tell er-Rame — al pie del monte Nebo, se hallaba unos 10 kilómetros al norte del mar Muerto. En ella piensa Buzy (1. c, p. 272) que fué San Juan a enfrentarse con Antipas. 3 Así piensa Prat (1, p. 200). Buzy (p. 273) y Huby (p. 140) tienen por más probable que el tirano le detuvo en el instante mismo de la reprensión. 3 Es la fortaleza-palacio descrita por Josefo (BJ VII, 6, 1-2): Herodes el Grande «construyó una muralla» y «levantó un palacio magnífico por su grandeza y la belleza de sus habitaciones». Ya Alejandro Janneo (103-76 a. C.) había erigido allí un castillo. Cf. RB (1909) 386 ss . donde se da una descripcr'ón de las ruinas; G. Ricciotti, II cantiere di Hiram (Torino 1936) pp. 99-113. con mu- chas fotografías. Véase también más adelante, p. 330 s. EL CAMPEÓN DE LA CASTIDAD 203 y sus enérgicas protestas contra el escandaloso concubinato debieron de excitar en el pueblo sentimientos de aversión hacia el adúltero tetrarca. Ambos elementos, el político y el religioso, en fuerza de la naturaleza misma de las cosas, an- daban íntimamente enlazados; y ambos pudieron influir en la decisión del receloso y culpable soberano \ En qué forma se hizo el prendimiento no lo dice Josef o ; pero la frase arriba ya citada de Mt. 4, 12 («Habiendo oído Jesús que Juan había sido entregado...))) parece insinuar que el encarcelamiento se hizo por traición de alguien y ese alguien serían, sin duda, los fariseos. Esta conducta de Herodes está en perfecta armonía con el retrato que del mismo hace San Marcos (6, 19 s.), obra maestra de fina psicología. Es de creer que los sentimientos del tetrarca para el Bautista han de entenderse así del pe- ríodo antes del encarcelamiento como del que siguió. Herodías, mujer vengativa y herida en su amor propio, mantenía en su corazón una implacable hostilidad 6 y hacía cuanto podía para hacerle matar. ¡Con qué fuerza y con qué insistencia su soberbia y su lujuria habrán empujado al adúl- tero a cometer ese crimen! Pero sus esfuerzos resultaban vanos: Herodes se resistía. Y el evangelista da la razón: sentía por el Bautista, quizá mal de su grado, reverencia que rayaba en temor; y este sentimiento se lo inspiraba la san- tidad del austero penitente, que bien conocida le era. Y por esto le defendía, le protegía (Vulgata custodiebat, que puede entenderse en dicho sentido) contra los ataques y maquina- ciones de la perversa mujer. Y cuando Juan le hablaba — sin duda en conversaciones particulares — , se quedaba angustia- do, desazonado 7, como torturado por el remordimiento ; y. sin embargo, no dejaba por esto de tratar con él, antes le oía con gusto, como nota expresamente el evangelista: et libenter eum audiebat. No tenía del todo embotado Herodes el sentido moral, ni del todo apagaban las pasiones la voz 4 Que este doble motivo pudo intervenir lo reconoce el mismo Goguel (J.-B.. p. 293\ 5 Cf. Prat 1, p. 201 nota. 6 Este es el sentido exacto de ivsryev, aUe la Vulgata traduce por insidiabatur, aunque este último viene fácilmente a reducirse al primero. 7 Es el ser.tido ae la lección wXXá^tópei, que. si bien menos atestiguada por los códices, es admitida por muchos autores (Kna- benbauer. Lagrange, Weiss. etc.), que la prefieren a la más común nkka EKoat , a la que corresponde el multa faciebat de la Vulgata. 204 VIDA PÚBLICA de su conciencia, como apagaban la de su cómplice ; recono- cía lo justo de los reproches que le dirigía el Bautista, pero su voluntad flaqueaba; no se decidía a romper las cadenas que le esclavizaban. San Mateo parece a primera vista presentar bajo un as- pecto notablemente diverso la disposición íntima del tetrarca. Dice, en efecto (14, 5), que, queriendo matarlo [a Juan], temió al pueblo, porque le tenían por profeta. Aquí se mues- tra a Herodes como deseando él mismo dar muerte al Bau- tista ; y si no lo hacía, era únicamente por temor al pueblo, que podía revolucionarse contra tamaño crimen. Con todo, si bien se mira, veráse que no es difícil armonizar los dos sentimientos. Es claro que los abiertos e insistentes repro- ches del austero profeta no podían dejar de irritar en ciertos momentos al culpable, y no es maravilla que en tales crisis de excitación se propusiera verdaderamente acabar de una vez con tales reprensiones, y que sólo el miedo a las conse- cuencias que podían resultar le contuviese. Pero luego se amortiguaba aquella llamarada de ira, volvía la reflexión, renacían los sentimientos de reverencia para con el Precur- sor, y éste seguía con vida. Más que perverso, era débil; más que cruel, voluptuoso. Con esto se explica perfectamente esa apariencia de contradicción en sus sentimientos. Poco después que Juan hubo sido encarcelado, que sería hacia principios de mayo, Jesús abandonó la Judea y regresó a Galilea. ¿Cuál fué la causa de esta partida? Los Evangelios se- ñalan dos. Según Jn. 4, 1, fué la envidia y la ira de los fariseos. No podían ver con buenos ojos la popularidad que iba adquiriendo Jesús, y tal vez estaban tramando su captu- ra. Como no había aún llegado su hora, el Señor juzgó pru- dente substraerse a la esfera de su influencia, retirándose a Galilea. San Mateo (4, 12) indica un segundo motivo: la encarcelación del Bautista. Es probable que estas dos cau- sas estuvieran relacionadas entre sí, pues no es temerario creer que Juan fué encarcelado a instigación de los fariseos (traditus est, Mt. 4, 12) 8, y Jesús tenía razón de temer que lo mismo hicieran con El. El retirarse, pues, a Galilea fué para huir no de Herodes Antipas, como que a este tetrarca 8 Cf. Prat 1, p. 201. Buzy, p. 272. piensa que la expresión equi- vale sencillamente a ser prendido. LA SAMARITANA 209 estaba precisamente sujeta aquella provincia, sino más bien de los fariseos. Quizá pueda añadirse un tercer motivo: el deseo de evitar celos y litigios entre sus propios discípulos y los del Precursor. La samaritana . Escrito el artículo cm ocasión del volumen de F. R. Hoare The Oriqinal Order and Chapters of St. John's Gosnel (London 1944\ se cierra con estas palabras: «La Storta della oues^one l'inconsistenza delle prove. sopratutto quel procederé acrobático di suonosizíone in sur>posizione pur di giungere ad erieere un edific;o di apparanze suggestive ma affat+o salde, ci han condn+to a concludere che nella teori? delle inversioni. nel suo sta+o at+uale. v'é molto di soggettivo e ben poco di oggett;vnM (r> 1 63>. En la pág. 139 s. se da un largo catálogo de autores católicos y no católicos aue han propugnado alguna de las sobredichas transpo- siciones. Se halla en Razón v Fe 13"4 (1946) 344 s. una breve reseña de la mencionada obra de Hoare por el P Puzo. cuyo es este me- surado v justo juicio: «La historia de é^as Ttransposic'onpsl en lo que llevamos de siglo, muestra palmariamente el subjetivismo a que están expuestos tales transpositores.)) Vmv J.C. 8 226 VIDA PÚBLICA que en todo ese tiempo no se había esfumado en Jerusalén el re- cuerdo de Jesús: el milagro de Betesda había tenido gran publici- dad; había provocado una viva dismita con los fariseos y, lo que más es. constituía, a juicio de los maestros de la Lev, una grave infracción del sábado, de lo cual podían hacer, y hacían en efecto, arma contra el joven Rabí de Galilea. Y de que realmente, tanto antes del episodio de Betesda como después, seguían preocupándose de Jesús en Jerusalén tenemos varios indicios oue no dejan lugar a duda: en Le. 5. 17, vemos oue entre los escribas y fariseos que asistían a la predicación de Jesús los había venidos de Jerusalén, enviados sin duda para espiarle; y en la fiesta de los tabernáculos, antes ya de que Jesús se hiciera ver en el templo, todo el mundo se interesaba por El, unos en favor y otros en contra (Jn. 7, 12). En tales condiciones. ;es ma^a villa que. en apareciendo durante la fiesta, se le arremolinase el pueblo v los escribas v fariseos se apresuraran a reprocharle de nuevo su infracción de la Lev. curan- do a un hombre en día de sábado v haciendo aue él mismo la vio- lara, episodio aue todo el mundo conocía? Y es muy verosímil que también ahora renovaran el intento de dar muerte al taumaturgo, a cuvas secretas intenciones alude Jesús en 7, 20. Y dominando un tal ambiente en la capital, a nadie pueden parecer extrañas las palabras sobre Jesús en Jn. 7. 1: «Non em^ vole>>at ín Tudaeam ambulare. ouia auarebant eum ludaei interficere.» Ad 4V La frase de Jesús relativa al Bautista: «lile erat lucerna arden s et lucens, supone ciertamente que había cesado su ministerio público: pero el comentario de Lagrange («L'imparfait 9üv indique que Jean était déja mort») y de Sutcliffe («That is to sav, he was dead») no está justificado. Más acertados andan quizá Durand. «Sa lumiére est eteinte: ou. tout au moins. cachée derriére les murs d'une prisión»: y Knabenbauer: «Ita indicat eum iam non in publica praedicatione versari ; ergo ante alterum in vita Iesu publica pascha Iohannes in carcerem missus est»; y Bernard Weiss (en su comentario a San Juan) : El imperfecto «muestra que la actividad del Bautista había terminado, sea que hubiese sido puesto en prisión, sea que hubiese ya muerto». Cierto es que, una vez hundido en las mazmorras de Maqueronte. aunque le fuera permitido comunicar con sus discí- pulos, no era ya el Bautista lámpara luciente sobre el candelero. que despedía esplendorosos rayos en derredor. A todo lo dicho añádase un inconveniente positivo, que nace de la transposición del cap. 5 después del 6. Sigúese, en efecto, aue el episodio de Betesda tuvo lugar inmediatamente después del discurso sobre el Pan de vida; y así disponen los hechos Lagrange, Prat, Lebreton y otros. Ahora bien, parécenos por extremo invero- símil que a raíz de la gran crisis, cuando sus mismos discípulos le abandonaban, Jesús se dirigiera a Jerusalén. donde iba a en- contrarse con sus peores enemigos. Mucho más natural era que se substrajese por algún tiempo al público, como en realidad lo hizo, según nuestra manera de ordenar los hechos, retirándose a la región de Tiro y Sidón. Finalmente hay que contar con la dificultad, que no es cosa fácil dar razón cumplida de la disposición actual de los dos caps. 5 y 6. Cierto es que, si el evangelio estaba escrito no en un rollo, sino en hojas separadas, el trastrueque era posible, y podrá admitirse caso que se den poderosas razones exegéticas en pro del orden que EL EVANGELIO DEL REINO 227 se pretende haber sido el primitivo 5. De todas maneras, no deja de ser extraño que de dicho orden no aparezca el mínimo vestigio ni en códices ni versiones. Por lo que hace a la disposición del Diatesaron, poco, o más bien, ningún valor cabe atribuirle. Por de pronto encierra otras muchas inversiones reconocidas como injustificadas y que ningún crítico admite. Además sus transposiciones no corresponden a un orden que hallara el autor en sus códices; obedecen más bien a preocupaciones de cronología evangélica. Véase el juicio del P. Sut- cliffe: «Taciano... invierte el orden de los dos capítulos; pero esto no prueba que tal fuese la disposición de los mismos en los códices que tuvo a mano. Sus inversiones y manipulaciones son tan nume- rosas, que no es posible basar en el orden que él siguió argumento alguno para probar la disposición primitiva de ninguno de los evangelios» (A Two Year Public Ministry, p. 92 s.). En suma, sin pretender atenuar en lo más mínimo el alcance de los argumentos en pro de la transposición de los caps. 5 y 6, en vista de la absoluta unanimidad con que códices y versiones ofre- cen el orden actual, y teniendo presente el ambiente histórico y psicológico, dentro del cual los varios elementos aparecen, a nues- tro juicio, en perfecta armonía, debemos decir con el P. Levie (Nou- velle Revue Théologique [1939] 603) que «no podemos decidirnos a aceptar la solución que trastrueca los caps. 5 y 6 de San Juan»; y con el P. Alio, que las razones aducidas en apoyo de la tesis «no parecen convincentes». «¿Ayudaría dicha transposición a seguir más fácilmente el desarrollo de las ideas o de la historia? No lo creemos así» (Dict. Bibl. Suppl. Fase. XXI, p. 824). En contra de la transpo- sición puede verse un artículo del P. J. Bover, en Estudios Bíblicos 2 (1931) 81-88. Hoy por hoy — más tarde podrán hallarse quizá nuevos argumen- tos—resulta más crítico y científico mantener el orden actual. MINISTERIO EN GALILEA El Evangelio del reino (Me. 1,14—2,27) Dos veces había Jesús visitado Jerusalén — en Pascua y en Pentecostés — , y ambas veces habíase producido un cho- que con los elementos oficiales, con los jefes religiosos de la 5 A propósito de la posibilidad de esa dislocación de los dos capítulos y las varias maneras como pudo verificarse, tienen intere- santes observaciones el P. Sutcliffe (Two Year Public Ministry [The Bellarmine Series, London 1938] pp. 92-105); el P. Brinkmann, Zur Fraqe der ursprünglichen Ordnung im Johannesevangelium, en Gregorianum 20 (1939) 55-82. 363-369; 22 (1941) 503-505; y en Verb. .Dom. 21 (1941) 155 s. Cf. Zerwick, Verb. Dom. 19 (1939) 219-224. Sobre este mismo punto véase Uricchio, 1. c, pp. 146-154. Confesamos que ante tan complicados cálculos e ingeniosas combinaciones di- fícilmente podemos sustraernos a un sentimiento de escepticismo. 228 VIDA PÚBLICA capital. Quince meses cumplidos pasarán antes que vuelva a poner pie en la ciudad santa. Su actividad apostólica, y muy intensa, la ejercerá en Galilea, y también en Perea. La Pascua siguiente — del año 29 — no subirá a Jerusalén. Sólo allí le encontraremos de nuevo, asistiendo a la fiesta de los Tabernáculos, en los primeros días de octubre del tercer año de su vida pública, casi a fines del año 29. Un tal aislamiento, que pudiera parecer extraño, debíase a la manifiesta hostilidad de los primates judíos. Orgullo herido, envidia, celos, sed de venganza...; sentimientos, to- dos, que hervían en sus corazones. Pero aun fuera de esto, algo había todavía más profundo. Sentían que el joven Pro- feta de Nazaret estaba animado de un espíritu que no era el suyo; intuían como por instinto que, si aquel hombre era de raza judía, no era empero judío como ellos. Ya en- tonces debieron de presentir que, si aquel nuevo Rabí llegase un día a triunfar, correría peligro su judaismo, el judaismo de los escribas y de los fariseos, de los representantes de la religión oficial. Y no se engañaban. Para salvar ese judais- mo, que se había vaciado de la médula y no conservaba sino la corteza de la verdadera religión de Israel, darán un día muerte al nuevo Profeta; pero la muerte del Profeta será también la muerte de su judaismo; del judaismo que pre- tendían salvar. Desde Caná, donde había curado al hijo del oficial, des- cendió Jesús a Cafarnaúm, ciudad en que se estableció e inició su ministerio propiamente galilaico. De los tres si- nópticos, San Marcos parece ser quien presenta con mayor exactitud cronológica los principios de este ministerio. Las escenas que describe el evangelista, muy interesan- tes y variadas, tienen por teatro las inmediaciones de Ca- farnaúm. Su descripción va precedida, en 1, 14 s., de una nota en extremo importante, el tema de la predicación de Jesús : «Predicaba el Evangelio de Dios.» Este era el argumento en general, y luego se concreta más: — Se cumplió el tiempo; vecino está el reino de Dios. Haced penitencia y creed al Evangelio. Y puesto que se trata de la predicación del mismo Hijo de Dios, nos interesa en sumo grado desentrañar el sentido de cada una de estas expresiones. Evangelio indica siempre en todos los pasajes la buena él Evangelio del reino 229 nueva, cuyo objeto lo constituía la era mesiánica anunciada por los profetas, la nueva alianza con todas las riquezas espirituales que consigo llevaba. Pero esta voz con frecuen- cia no va sola, sino acompañada de alguna calificación. Así. v. gr., «Evangelium regnh (Mt. 4, 23; 9, 35; 24, 14), Dei (Me. 1, 14; Rom. 15, 16; 1 Tes. 2, 2. 8), Iesu Christi Filii Dei (Me. 1, 1), Christi (2 Cor. 2, 12 ; 9, 13 ; Gál. 1, 7), prae- putii, circumeisionis (Gál. 2, 7), pacis (Eph. 6, 15). Aunque la construcción gramatical es siempre la misma, la relación real entre Evangelium y su calificativo varía. Así, «Evangelium Dei» no es el Evangelio que tiene por objeto a Dios, en el cual se anuncia a Dios, sino el Evangelio que viene, que procede de Dios ; mientras que, por el con- trario, Evangelio del reino, de Jesucristo, es la buena nueva por la que se anuncia el reino, Jesucristo. Evangelio del pre- pucio, de la circuncisión, tiene un sentido particular; es el Evangelio predicado, respectivamente, a los que tienen el prepucio, esto es, a los gentiles, y a los circuncidados, o sea, a los judíos. El primero de los tres elementos que constituyen la pre- dicación del Evangelio es: Se cumplió el tiempo; vecino está el reino de Dios. Aunque en estas palabras se contienen verbalmente dos distintos conceptos, en realidad, y tomados en concreto, se reducen a uno sólo. Los profetas habían anunciado que a su debido tiempo, o sea, en la plenitud de los tiempos, vendría el reino de Dios; por tanto, cumplirse el tiempo y aparecer el reino de Dios era, en cierto modo, todo uno. Es la «plenitudo temporis» de que habla San Pablo en Gál. 4, 4. Con el bautismo de Jesús se había sin duda inaugu- rado ya, cabe decir pública y solemnemente, el nuevo reino ; pero con fina propiedad no dijo Jesús: está presente. Por de pronto, porque no era entonces sino como el alborear del día, y el nuevo reino no había aún sido predicado ni se había establecido en los corazones; y además, porque la expre- sión está ya vecino parece corresponder a la impresión del movimiento progresivo con que se contemplaba al reino ade- lantándose a través de los siglos y aproximándose de cada día más a la plenitud de los tiempos. Pero ¿en qué consistía precisamente ese reino? De la misma manera que Evangelium, la voz regnum se presenta unas veces sola, v. gr., en el Pater: «adveniat reg- 230 VlM PUBLICA num tuum» (Mt. 6, 10 ; Le. 11, 2) ; «regnum meum» (Jn. 18, 36); otras veces acompañada de un calificativo, p. ej., «reg- num caelorum» (Mt. 3, 2; 4, 17; 5, 3. 10; 11, 12; 13, 24. 31. 33. 44. 45. 47, etc. — esta denominación es muy frecuen- te—); «regnum Dei» (Mt. 12, 28; Le. 11, 20; Me. 1, 15), denominación también muy común ; «regnum Christi et Dei» (Ef. 5, 5) ; «regnum Filii dilectionis suae» (Col. 1, 13). Estas varias denominaciones encierran todas el mismo sentido, es decir, son equivalentes. Pero este sentido se ha interpretado en diversas maneras, de las cuales han de re- chazarse algunas falsas o incompletas, que pueden reducirse a tres: 1) reino puramente espiritual, interior, y por tanto invisible; 2) reino temporal, el que esperaban los judíos: éstos sacudirían el yugo romano y dominarían sobre las gentes; 3) reino escatológico, que se inauguraría con la se- gunda venida de Jesucristo : es lo que se llamó milenarismo. La primera interpretación diéronla los protestantes, que ne- gaban el carácter visible de la Iglesia. La segunda y tercera son preferidas por los modernos racionalistas. Ninguna de las tres interpretaciones es aceptable. Jesucristo explicó en diversas ocasiones la naturaleza de este reino, y de un modo particular en el cap. 13 de San Mateo, donde se repite la frase «semejante es el reino de los cielos a...» y se propone la doctrina en siete parábolas. El reino que predica Jesucristo es de los cielos, porque del cielo vino y al cielo conduce ; y en este sentido no es de este mundo, como dijo Jesús (Jn. 18, 36). Es espiritual, por- que los medios con que se funda, se conserva y consolida ese reino son espirituales. Es interno, porque es el reino de las almas; pero, como debía ser conocido de los hombres, apa- rece también al exterior. Tal es el reino anunciado por Jesucristo 6. Pero para formar parte de este reino era necesaria la penitencia, es decir, la transformación del hombre, el naci- miento a nueva vida ; y éste es el segundo elemento de la predicación. Finalmente, credite Evangelio, es decir, que debían creer la buena nueva ; debían tener la fe. Diríase que los judíos habían de acoger pronta y gozo- 6 Puede verse un amplio estudio sobre «El Reino de Dios en la Sagrada Escritura» por J. A. Oñate, en Est. Bibl. 3 (1944) 343-382; J. Bonsirven, Les enseignements de Jésus-Christ 2 (París 1946) p. 43-56; donde se hallará abundante bibliografía. VOCACIÓN DE LOS CUATRO GRANDES APÓSTOLES 231 sámente esa buena nueva, que la voz de sus profetas con tanta insistencia había hecho resonar a través de los siglos. Los prejuicios, la errada interpretación de las profecías, el orgullo nacional cegaron sus ojos y les endurecieron el cora- zón. Fantaseaban un reino espléndido, glorioso, mundanal ; nunca pudieron reconocer en la humilde y espiritual pre- dicación de Jesús la realización de sus esperanzas. Vocación de los cuatro grandes apóstoles (Pedro, Andrés, Juan y Santiago el Mayor) Mt. 4, 18-22; Me. 1, 16-20; Le. 5. 1-11.— Cf. mapa II) Aunque no hacía mucho tiempo que Jesús se había esta- blecido en Cafarnaúm, era, con todo, muy conocido, así por lo que los galileos le habían visto hacer en Jerusalén como por el milagro de Caná, y quizá más que todo por la cura- ción del hijo del oficial ; no es por consiguiente extraño que la gente le siguiera y deseara oír su palabra. No cabe precisar si la escena pasó al lado nordeste o sudoeste de Cafarnaúm ; pero sin duda a corta distancia de la ciudad. La predicación de Jesús desde la barca ha sido inmor- talizada en el bien conocido lienzo de Rafael. ¡Cuadro de- licioso! Estaba el Maestro junto al lago y vino hacia El en tropel gran muchedumbre del pueblo, que se apretujaba en torno a su persona para oír la palabra de Dios («cum turbae irruerent in eum, ut audirent verbum Dei» ; Le. 5, 1). No lejos de allí había dos barcas, metidas en agua baja y ama- rradas a la playa. Jesús quiere hablar a las turbas; pero es incómodo hacerlo en el mismo plano y casi oprimido por ellas. Sube, pues, a una de las barcas, propiedad de Simón Pedro, y bondadosamente le pide la empuje un poco hacia el mar. Desde esta original e improvisada tribuna, Jesús, el orador divino, sentado, como correspondía a su carácter de Maestro del mundo, adoctrinaba a las muchedumbres que. compactas, le oían desde la playa: «Et sedens docebat de navícula turbas.» En la elección de la barca de Pedro con preferencia a la otra descubren los Padres la amorosa intención que tenía Jesús de conceder al mismo la preeminencia. Su barca ern 232 VIDA PÚBLICA símbolo de la futura Iglesia, y desde la misma predica Je- sucristo por boca de su Vicario. Era probablemente de mañana. La pesca en el lago se hace ordinariamente de noche. Hoy día las barcas suelen salir de Tiberíades poco después de puesto el sol y están de vuelta a la aurora del día siguiente. En el evangelio se mencionan varias maneras de pescar, que corresponden a las que se practican actualmente en el lago. i . Región poco al sudoeste de Cafarnaúm. El gracioso valle u hondo- nada, que se abre hacia el lago, toma su nombre, en último térmi- no, del griego «rccnce-fov (heptapegon) , al cual corresponde el ára- be et-Tabgha, y que designa las siete fuentes que brotan al pie de la colina. Difícilmente se hallará un sitio donde en tan breve es- pacio se junten tantos santuarios evangélicos. — 2. Monte de las Bienaventuranzas, que se eleva a 150 m. sobre el nivel del lago. — 2. Ruinas de una pequeña iglesia, en la pendiente del monte, des- cubierta en 1935, con mosaico de los siglos IV y VI. Aquí, según el testimonio de Eteria, pronunció Jesús las Bienaventuranzas. — 3. Basílica de la multiplicación, con bellísimos mosaicos, pertene- cientes unos a la segunda mitad del siglo IV, otros a fines del si- glo V o principios del VI. De estos últimos es el mosaico detrás del altar, que representa un canasto con vanes y un pez a, cada lado. Recientemente se encontraron los fundamentos de una iglesia algo más antigua y más pequeña. — 4. Depósito octogonal construido so- bre las ruinas de otro muy antiguo, dentro del cual nace la más abundante de las siete fuentes, cuya agua tiene una temperatura de 32 grados y es un tanto sulfúrea. — 5. Camino que lleva a Cafar- naúm, distante poco más de dos kilómetros y medio de Tabgha. — 6. Santuario de Mensa Christi, o del Primado de San Pedro, al borde mismo del lago. — 7. Wadi es-Samak, región de loa gerasenos. 8. El lago. VOCACIÓN DE LOS CUATRO GRANDES APOSTOLES 233 1) fpus^afc anzuelo. «Mitte hamum» (Mt. 17. 26). Asi co- gió Pedro el pez con la moneda. — 2) ffjuptffcrptpov: shabakeh (Mt. 4, 18; cf. Me. 1, Ib). Es una red en forma de abanico con una cuerda en el centro. — 3) Mrpjvij: djarf; jarcias (Mt. 13, 47). Es una red larga, a veces de cuatrocientos metros, que se echa al mar. y luego desde la orilla se tira de ambos ex- tremos.— 4) íóctoovj mbatten (Le. 5, 4: «Duc in altum et lá- xate retia» , -* Bárua. Suelen ser tres redes de mallas diferen- tes, ligadas a la misma cuerda y puestas formando línea recta. Los pescadores, corriendo a lo largo en la barca, impelen los peces hacia las redes ; los cuales pasan por una. pero luego se quedan cogidos en la otra. Esta última parece haber sido la manera de pescar que en esta ocasión usaron los apóstoles. Estos habían estado pescando aquella noche y nada ha- bían cogido. Jesús, en acabando de hablar, le dice a Pedro : — Guía mar adentro, y largad vuestras redes para pescar. Pedro objeta que estuvieron bregando toda la noche y nada habían pescado, insinuando que era inútil echar de nuevo las redes. — Pero, sin embargo — añadió — , en tu nombre las echa- remos. La fe y docilidad de Pedro tuvieron su recompensa. Tal fué la pesca, que, no pudiendo con ella y estando casi para romperse las redes, hicieron señas a los de la otra barca, que eran sus aparceros, para que fueran en su ayuda ; y eran éstos, como se ve luego (v. 10), Santiago y Juan. Sabido es que, como las redes nuevas suelen ser de subido coste, se juntan a las veces varios pescadores para comprarlas y luego entran todos a la parte de la ganancia. Todos quedaron sobrecogidos de religioso temor a vista del prodigio ; y Pedro, dando ya entonces muestra de su ca- rácter impetuoso, le dijo a Jesús: — ¡Apártate de mí, que soy hombre pecador. Señor! Considerábase indigno de estar en compañía de un tal taumaturgo. Pero Jesús no sólo no se apartó, sino que le anunció el sublime destino que le tenía reservado: Hasta ahora fuiste pescador de peces, en adelante seguirás, sí, siendr pescador, pero lo serás de hombres: Ex hoc iam homines eris capiens. Estas palabras inspiraron a los artistas cristianos de los 234 Vida pública primeros siglos. En las catacumbas se ve a Cristo representa- do como un pescador, y los fieles, como pececitos nacidos en las aguas del bautismo. Además, el pez vino a ser considerado como símbolo no ya de los fieles, sino del mismo Cristo. Y la razón es porque el nombre griego 7.^; está formado por las primeras letras de 'lyjaoüc; Xptsrfc 0sou Yíó; Xtu-cY^: Iesus Christus, Dei Filius, Salvator; y por esto precisamente se en- Tirando de las redes. cuentra con tanta frecuencia el pez en los antiguos monu- mentos cristianos. El diálogo se había cruzado entre Jesús y Pedro; pero a renglón seguido dice el evangelista (Le. 5, 11) que, una vez llevadas las naves a tierra, le siguieron; por consiguien- te, no sólo Pedro sino también los demás. San Lucas habla sólo de Pedro y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan; pero San Mateo y San Marcos añaden a Andrés, hermano de Simón; y notan ambos evangelistas que los dos primeros estaban con su padre. De unos y otros se dice que, así que fueron llamados, pusiéronse luego en seguimiento de Jesús, abandonando redes y familia: «Re- lictis retibus secuti sunt eum» (Mt. 4, 19. 22 ; Me. 1, 18. 20). Hermosamente dice el Crisóstomo: «Considera su fe y obe- diencia ; pues, oyendo en medio de sus ocupaciones de pesca VOCACIÓN DE LOS CUATRO GRANOSE APOSTOLES 235 el mandato de Jesús, no pusieron ninguna dilación ni se mostraron remisos y perezosos. No dijeron : Volvamos antes a casa y avisemos a los parientes; sino que, abandonadas todas las cosas, le siguieron... Tal obediencia exige de nos- otros Jesucristo, no difiriendo ni por un instante el obede- cer, aunque se interpongan cosas que nos parezcan necesa- rias» (In Matth. hom. 14, 2; PG 57, 219). Esta vocación de los apóstoles junto al lago de Tibería- des, que por el tenor del relato diríase haber sido la primera, ofrece alguna dificultad. Sabemos, en efecto, por San Juan (1, 33-42) que Andrés, Juan y Pedro habíanse ya asociado al Maestro junto al Jordán, y luego le habían seguido hasta Galilea y habían asistido con El a las bodas de Caná. ¿Cómo, pues, ahora se habla de vocación? ¿Se les llama como si nunca, al pa- recer, le hubieran seguido? La solución a este reparo no es en realidad difícil. En- tonces aquellos discípulos se adhirieron a Jesús por propia iniciativa y le acompañaron a Galilea, pues allá debían ellos ir, que era su tierra ; pero nada había de definitivo ; ningún compromiso habían contraído: una vez en su casa, no se creyeron obligados a seguir a Jesús, y así cada cual se en- tregó a sus ocupaciones de antes. Aquello fué como un prin- cipio de vocación ; ahora se trataba de un llamamiento formal. De más difícil solución es otro punto, a saber, si, además de la mencionada en San Juan, hubo una o más bien dos vocaciones. Los relatos de Mateo y Marcos son idénticos en- tre sí. pero el de Lucas difiere no poco en las circunstancias. Si en este último se narra un hecho distinto, han de admi- tirse tres vocaciones ; y ésta es la interpretación que se refleja en los Ejercicios de San Ignacio: primero, a cierta noticia; segundo, a seguir en alguna manera a Cristo con propósito de tornar a poseer lo que habían dejado; tercero, a seguir para siempre a Cristo Nuestro Señor. Esta manera de interpretar el texto no es improbable : no faltan autores que la sostengan, por ejemplo. Fouard (1, pp. 246. 255) ; sólo que éste coloca en primer lugar el relato de Mateo y Marcos. Es, empero, más probable la otra inter- pretación, seguida por Prat. Knabenbauer y otros. Las dos narraciones pueden armonizarse de esta manera: Jesús vie- 236 VIDA PÚBLICA fie a la ribera donde los futuros apóstoles Pedro y Andrés estaban echando las redes ; sube a la nave de Simón y pre- dica a la muchedumbre ; se interna en el mar y se hace la pesca milagrosa ; llama a los dos apóstoles ; y luego llama también a Juan y a Santiago, que estaban aderezando las redes. Ninguno de los dos textos da todas las circunstancias ; se completan mutuamente. Predicación y milagros La actividad apostólica de Jesús se fué intensificando más y más de día en día: Frecuente era su predicación en la sinagoga; y en sus palabras sentíase una tal pondera- ción, un tal acento de seguridad que los oyentes, fuerte- mente impresionados, exclamaban: «Este sí que habla con autoridad; no como los escribas y fariseos» (Mt. 7, 29). Es- tas palabras no significan, como quiere Strack-Bill. (1, p. 470), que Jesús enseñaba por autoridad recibida de Dios, no por la suya propia; es decir, que, como hacían los profetas, co- municaba a los hombres lo que El había recibido de la boca de Dios. El sentido es más bien que en su manera de decir se notaba una seguridad que no tenían los escribas; que El mismo, cuando se ofrecía ocasión, solucionaba las cuestiones con autoridad propia. Esta manera particular suya culminó en aquella frase muchas veces repetida : Ego autem dico vo- bis. Y por esto y por los prodigios que obraba, la gente le se- guía, e iban en su busca cuando ausente (Me. 1, 37), y se agolpaban a la puerta de la casa donde se hospedaba, y en tan gran número, que bien podía decir el evangelista que «toda la ciudad estaba allí congregada» (Me. 1, 33). Un día de sábado — sería entre nueve y diez de la ma- ñana— , hallábase Jesús predicando en la sinagoga de Ca- farnaúm, cuando de pronto se levanta un hombre poseído del demonio, y empieza a gritar: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¡A perdernos viniste!' Bien te conozco: eres el Santo de Dios. Reconoce el demonio la santidad de Cristo; y no como quiera, sino una santidad que es propia y exclusiva de El. Mas Jesús le ordena, y con gran imperio : — Cállate y sal de él. PREDICACIÓN Y MILAGROS 237 No necesitaba Jesús testimonios de Satanás, ni quería que se manifestara antes de tiempo su cualidad de Mesías. Entonces, dando alaridos, salió del pobre poseso el espí- ritu inmundo. Fácilmente se comprende cómo se quedarían de admira- dos todos los circunstantes. En saliendo de la sinagoga, acompañado de los cuatro apóstoles que no mucho antes había llamado, Simón y An- drés. Santiago y Juan, se encaminó Jesús a casa de los dos primeros, que probablemente sería también la casa donde El mismo se hospedaba. Encontráronse con un accidente penoso y por demás desagradable : Ja suegra de Simón se hallaba postrada en cama con un fuerte acceso de calentura. Ata- ques de fiebre no son infrecuentes en Cafarnaúm y en las riberas del lago. Como era natural, hablan del caso a Jesús, y el Maestro no se hace de rogar : entra en la cámara donde yacía la enferma, la toma de la mano, y al punto desapareció la fiebre. Y tan rápida fué la desaparición, y tan completa- mente sana quedó la buena mujer, que se sintió en disposi- ción de servirles ella misma personalmente la comida. La noticia del endemoniado de la mañana había corrido ya por toda la ciudad : ahora en las horas de la tarde pasaba de boca en boca el prodigio obrado en la casa de Simón. Toda la población se puso en movimiento. A la puesta del sol las inmediaciones de la casa eran un hormigueo de gente, que habían llevado allí sus enfermos para que el gran tauma- turgo los curase ; y Jesús, queriendo premiar su fe, «curó a numerosos enfermos de varias dolencias, y lanzó muchos demonios» (Me. 1, 34). Era bien de prever que a la mañana siguiente se reno- varía la escena de la tarde. Jesús, pues, madrugó, salió in- advertido de casa, cuando estaban los demás aún durmien- do, y se retiró a un lugar solitario para orar. El silencio y la soledad son propicios a la oración. Como se había previsto, así aconteció. Apenas amane- cido, se agolpaba ya la muchedumbre a las puertas de la casa. Simón, echando de menos al Maestro, corre con los compañeros en su busca. Como debían de tener bien cono- cido el lugar, pronto dan con El, y le dicen inquietos y pre- ocupados : — ¡Mira que todos te andan buscando! Y bien lo vió Jesús; pues los que habían acudido a la 238 VIDA PÚBLICA casa de Simón, en viendo salir a los apóstoles, echaron a andar en su seguimiento ; y también ellos rogaban al Maestro que se quedara, y con insistencia «le retenían para que no se marchase» (Le. 4, 42). No condescendió esta vez Jesús con los deseos del pueblo. — Preciso es — les decía — que vaya a predicar también en las vecinas poblaciones el reino de Dios; que para esto vine al mundo. Ni sería quizás ésta la única razón. Juzgaría tal vez pru- dente ausentarse por algún tiempo, dejando que se fuera calmando aquella efervescencia de entusiasmo que traía agi- tada toda la ciudad. Partióse, pues, el Maestro en compañía de los apóstoles para ir a anunciar la buena nueva por las tierras de Israel. Mientras iba Jesús recorriendo ciudades y aldeas, se le presenta de pronto un leproso y, postrándose de hinojos, sin preámbulos le dice: — Si quieres, puedes limpiarme. Agradaríale sin duda al divino Maestro la actitud resuelta y confiada del infeliz ; y así, alargando la mano y tocándole, contestó al punto: — Quiero: sé limpio. Y en aquel mismo instante quedó libre de la lepra. La fe provocó la bondad ; y la bondad hizo eco a la fe. Dícele Jesús: — Mira que no digas nada a nadie. Anda, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que ordenó Moisés. Estaba mandado (Lev. 14, 1 ss.) que el pobre ofreciese un cordero y dos pichones. Lo de presentarse al sacerdote sí que lo haría, para que oficialmente le declarasen sano, y que ya podía alternar con los demás. Pero lo de callarse el pro- digio, ¿quién iba a contener los acentos de gozo, de admira- ción y de agradecimiento? Expresamente nota el evangelista (Me. 1, 45) que «en partiendo comenzó a pregonar a voces y a divulgar el suceso». Por más que de esta primera jira de Nuestro Señor no conocemos sino la curación del leproso, es indudable que re- sultó fecunda en extremo y rica en episodios que llamaron poderosamente la atención. Las turbas, atraídas por su bon- dad, cautivadas por su doctrina y manera de exponerla, en- tusiasmadas por los prodigios que obraba, se agolpaban en PREDICACIÓN Y MILAGROS 230 las sinagogas, donde en frase de San Lucas (4, 15) le honra- ban y glorificaban; seguíanle por las calles, y su llegada a las poblaciones resultaba una entrada triunfal. Tal vez no sea exagerado afirmar que ésta fué la excursión apostólica en que más cálido se mostró el recibimiento, más férvido se desbordó el entusiasmo popular. A tal punto éste llegó, que ya Jesús vino a darse traza para entrar en las poblacio- nes de incógnito y como a escondidas, sustrayéndose así a las aclamaciones del pueblo. Y hasta con frecuencia se que- daba de propósito en lugares despoblados ; circunstancia que aprovecharía, gustoso, para la oración ; bien que ni aun así le era dado gozar por mucho tiempo de la soledad ; pues apenas se habían dado cuenta del sitio donde se hallaba, de todas partes corrían las turbas a su encuentro (Me. 1, 45). Y es que en Galilea la acción de Jesús se desenvolvía más libre y desembarazada, no cohibida por la continua, hostil vigilancia de los primates judíos, que dominaban en Jerusalén y generalmente en Judea ; sin contar que los ga- lileos, por su misma índole, hallábanse mejor dispuestos para oír las enseñanzas del nuevo Profeta : gente ruda, pero sencilla y espontánea; de corazón recto, y por consiguiente terreno mejor abonado para recibir la buena semilla. Y el fervor religioso podía propagarse allí con tanta mayor faci- lidad cuanto que la población era muy densa, como que, al decir de Josefo (Bell. Jud. III, 3, 2), toda la Galilea estaba cubierta de ciudades y aldeas, que, aun las menores, conta- ban con no menos de cinco mil habitantes \ El secreto mesiánico. — No deja de sorprender que pro- hibiese Jesús al leproso la divulgación del milagro que aca- baba de obrar ; prohibición que se repitió no una sino muchas veces y en variedad de circunstancias en el decurso de su ministerio apostólico. Ordena el silencio a los demonios, a los espíritus inmundos (Me. 1, 34; 3, 12), a Jairo y su mujer (5, 43), a los que presenciaron la curación del sordomu- do (7, 36); a los apóstoles, que a nadie dijesen que El era el Cristo (8, 30) ; a Pedro, Santiago y Juan, que a nadie co- municasen lo que habían visto en la Transfiguración (9, 9). E idéntica orden se lee, si bien no con tanta frecuencia, en 1 Véase empero lo dicho arriba, p. 175. £40 VIDA PÚBLICA los otros dos sinópticos ; cf . v. gr., Mt. 16, 20 ; Le. 9, 21 ; Mt. 17, 9 ; 9, 36. Si Jesucristo quería ser reconocido como enviado de Dios, como el Mesías prometido; y si duramente repren- día a los judíos que rehusaban tenerle por tal, y para con- vencerles de ello apelaba a sus propias obras, a los mila- gros que hacía, ¿por qué prohibe la divulgación de estos milagros, y nunca se da públicamente a sí mismo el titulo de Mesías? La concordancia de estos dos extremos al parecer tan opuestos se hallará en el ambiente intelectual-religioso en que se desenvolvía el ministerio de Jesús. Los judíos se habían formado la idea de un Mesías glo- rioso, que sacudiría el yugo extranjero, devolvería a Israel su independencia y haría revivir los días espléndidos de David y Salomón. Declararse abiertamente el Mesías ha- bría sido exponerse a inflamar los sentimientos que bullían en el alma del pueblo y despertar recelos en la autoridad romana. Ya en el último año y casi últimos meses de su vida pública, durante la fiesta de las Encenias, rodeáronle los judíos en el pórtico de Salomón, y le decían (Jn. 10, 24 s.) : — ¿Hasta cuándo vas a tener nuestro espíritu suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente. Jesús pudiera haber respondido sencillamente : Sí; yo soy el Mesías. Pero no lo hace: su respuesta es muy sig- nificativa : — Os lo dije, y no me creéis. Las obras que hago en el nom- bre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. En esta respuesta claramente aparece de qué manera dis- creta y en algún modo cautelosa iba Jesús dando a conocer su propio carácter de Mesías. Se lo había manifestado ya; pero no pronunciando la palabra Mesías, sino por las obras que hacía en el nombre de su Padre. Y aun estas mismas obras, estos milagros, como en determinadas circunstancias podían provocar un entusiasmo prematuro, quería Jesús que no se divulgasen. Una vez se proclamó explícitamente el Mesías ; pero fué algo así como en privado, en presencia de sólo una mujer, la samaritana (Jn. 4, 25 s.). También en Mt. 16, 13-20, aprobando la confesión de Pedro; pero luego ordenó a los discípulos que «a nadie dijesen que era el Cris- to» (v. 20). Mirada, pues, la conducta de Jesús dentro del ambiente EL PARALÍTICO 241 a la sazón dominante, no solamente no sorprende, sino que aparece en perfecta consonancia con la realidad objeti- va, y dictada por la más alta y prudente sabiduría l. Los que, como los racionalistas, niegan la divinidad de Jesucristo claro está que dan otra explicación. No es del caso entretenernos aquí en refutarles. Nosotros damos por supuesto que Jesucristo es Dios, y que por tanto desde el pri- mer instante de su vida tuvo pleno conocimiento de su condición de Mesías. Huelga aquí la cuestión tan manosea- da sobre cuándo, en qué momento adquirió Jesús la con- ciencia mesiánica. El paralítico Terminado que hubo su excursión apostólica, entró de nuevo Jesús en Cafarnaúm. En su paso por ciudades y aldeas había recogido frutos de bendición. Un tal éxito excitó, o más bien agudizó los celos de escribas y fariseos. Su hostilidad se dejará sentir en cuantas ocasiones se ofrezcan. Pronto corrió por la ciudad la noticia de que el gran Taumaturgo había regresado ; y fué un continuo correr de gente a la casa donde se hospedaba, que sería la de Simón Pedro. Y era tal la concurrencia, que ya no cabían dentro de la casa, y muchos habían de quedarse a la puerta, que daba quizás a un pequeño patio y no directamente a la misma calle. Jesús aprovechó la excelente oportunidad para adoctri- narles y hablarles del reino de Dios. Y mientras estaba pla- ticando le fué presentado un paralítico para que lo sanase. La curación de este paralítico (Mt. 9, 1-8; Me. 2, 1-12; Le. 5, 17-26) reviste particular interés, tanto desde el punto de vista meramente arqueológico como del dogmático. Para entenderlo bien conviene tener presente el modo como se construían ordinariamente las casas en aquel en- tonces. Con frecuencia se ven representados los pueblecitos 1 Puede verse L. de Grandmaison, Jésus-Christ 1 p. 305-325; Bonsirven, Les enseignements... p. 377-389. En estos dos autores, y sobre todo en el segundo, se hallarán citados numerosos autores protestantes, como Wrede, Holtzmann, Mundle, Sanday, etc., que representan diversos matices en lo referente al secreto mesiánico y a la conciencia mesiánica de Jesús. 242 VIDA PÚBLICA de aquella época a la manera de los modernos árabes : cada casa con su bóveda de piedra, que al exterior aparece como una pequeña cúpula. Los pintores creen con esto reproducir fielmente la realidad de aquellos tiempos. En hecho de ver- dad es un puro anacronismo. El techo se formaba más bien con gruesas vigas \ cuyos extremos se empotraban en dos muros paralelos ; entre viga y viga se colocaban pequeñas trabes transversales; y por encima de este maderaje se extendía una espesa capa hecha de cañas o ramajes con arcilla, que se apisonaba convenien- temente. A las veces cubríase este pavimento con lastras de piedra, especie de grandes ladrillos o tejas planas, no con- vexas. San Lucas (5, 19) habla, en efecto, de tejas, por las cuales fué descolgada la camilla. En Josefo (Ant. XIV, 15, 12) se refiere un caso de abrir el techo parecido al del relato evangélico. En el pueblo de Isa- na (=rAin Sinia, cerca de Djifna) «como las casas se hallasen repletas de hombres armados, y muchos se subiesen a las azoteas, de éstas se apoderó Herodes, y luego, abriendo el techo de las casas, vió cómo estaban realmente llenas de soldados, y arrojándoles piedras desde arriba los mató». La subida a esa azotea, como actualmente en no pocas casas de los pueblos y aun en algunas de la ciudad, se hacía por el exterior. La asamblea en esta ocasión era especialmente solemne. No sólo asistía gente de Cafarnaúm, sino que había fariseos y doctores de la Ley, venidos de diversos sitios de Galilea y aun de Judea y, lo que más sorprende, hasta de la misma Jerusalén. Indicio claro de que el profeta de Nazaret era ya muy conocido, y esto no solamente por haber visitado varias veces la santa ciudad, sino también porque, según nos dice San Lucas (4, 44), Jesús había ido predicando en las sinagogas de Judea, si se admite esta lección, preferida por gran número de intérpretes, en vez de Galilea. La pre- sencia de esos doctores era sintomática. No los atraía a Cafarnaúm el deseo de instruirse; otras eran sus intencio- nes. No se había entablado aún la lucha franca y abierta; 1 En los sitios donde faltaba la madera se levantaban varios arcos paralelos, a corta distancia unos de otros, sobre los cuales se apoyaban las grandes lastras de piedra. En Sbeita, antigua ciudad del Negueb, o sea, la región meridional de Palestina, vimos una de esas construcciones, que se remontan a la época bizantina. Cf. Rev. Bibl. (1926) p. 588. EL PARALÍTICO 243 su actitud era de reservada, recelosa hostilidad: se mante- nían en acecho. Después de lo que pudiéramos llamar composición de lugar, Lucas adelanta muy intencionadamente una breve observación: Y la virtud del Señor estaba en El para sanar (5, 17) 3, que responde a la disposición psicológica de aquellos escribas y fariseos. Estos estaban allí para sorprender, acu- sar y confundir al odiado Rabí ; mas Dios, por la curación que Jesús va a obrar, mostrará que en El está su virtud divina y con esto dejará confundidos a sus enemigos. Estando, pues, Jesús hablando a la asamblea se notó de pronto un cierto movimiento junto a la puerta : súplicas, reconvenciones, protestas ; y luego renace la calma. Pero muy pronto se advierte algo insólito e inquietante, que obli- ga al Maestro a interrumpir su plática. Unos hombres, lle- vando en parihuelas a un paralítico, habían querido entrar en la casa por la puerta; mas, protestando la multitud y resistiéndose a abrirles paso, subiéronse, por la escalera exterior, a la azotea, retiraron la capa de arcilla, que cubría el suelo, o quizá levantaron algunas lastras, abrieron el cañizo que se extendía sobre las vigas de madera, y por el ancho boquerón empezaron a descolgar la camilla con el en- fermo dentro. Sobrecogidos de estupor todos los asistentes. Gritan unos, hacen aspavientos otros, pugnan por retirarse los del cen- tro viendo caer sobre sí la camilla ; todo es movimiento y confusión. Sólo Jesús permanece tranquilo e inmóvil. Ya está la camilla en el suelo, y el enfermo tendido; con los ojos suplicantes fijos en Jesús. Grande expectación ; silencio profundo; ya nadie respira: ¿qué hará el Taumaturgo? Hizo lo que nadie esperaba. Como si no se diera cuenta del deseo del paralítico, que era de recobrar la salud, le dice sencillamente : — Confia, hijo: perdonados te son tus pecados. Un sentimiento de decepción, no sin un matiz de extra- ñeza, debió dibujarse en el rostro de muchos de los asisten- 3 La Vulgata vierte: «et virtus Domini erat ad sanandum eos». De los códices griegos, unos llevan al-^í ; = eos; otros, oóxóv = eum. En el primer caso se trata de sanar — evidentemente en sentido mo- ral—a los fariseos y los doctores de la Ley; en el segundo, el sujeto de iáibai es Jesús, y quiere decir el evangelista que Dios ( <üjpto; no es aquí Jesús, como lo es en los otros muchos pasajes, sino Yahvé> mostraría su divina virtud por la curación que Jesús iba a obrar. Nosotros, con otros muchos autores, preferimos esta segunda lección. 244 VIDA PÚBLICA tes, que ni siquiera comprendían bien el sentido de aquellas palabras, pronunciadas en tales circunstancias. Pudiera decirse, y no sin razón, que el enfermo pedía lo menos, y Jesucristo le dió lo más. Pero es muy probable que había un íntimo nexo entre dichas palabras y la en- fermedad corporal. Era persuación común que ésta era cas- tigo de pecados cometidos, como se ve por la pregunta de los apóstoles (Jn. 9, 1 s.) ; y aunque esto a las veces no era verdad (cf. ibid.), en otras ocasiones se verificaba, v. gr., en Jn. 5, 14, donde Jesús dice al paralítico que había curado: «Mira que estás ya sano: no vuelvas a pecar, no sea que te sobrevenga algo peor.» Decir, pues, que le perdonaba los pecados era, en cierto modo, anunciarle que iba a quedar libre de su parálisis. Era natural que las palabras de Jesús escandalizasen a los escribas y fariseos, que no veían en El más que un puro hombre; pero no se atrevían a exteriorizar su disgusto. En el fondo de su corazón calificaban de blasfemo a Jesús, que osaba usurpar lo que estaba reservado exclusivamente a Dios, y murmuraban en sus adentros: «¿Cómo habla éste así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» Penetraba Jesús sus pensamientos ; y no sólo no modifica la frase que les escandalizaba, sino que, encarándose con ellos, les dice: — ¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir al paralítico: Perdonados te son tus pecados; o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que tiene potestad el Hijo del hombre de perdonar pecados sobre la tierra [dice al paralítico] : Yo te lo digo: levántate, toma a cuestas tu camilla, y marcha a tu casa. El efecto fué instantáneo. El paralítico se levanta, toma a cuestas su camilla y marcha a su casa abriéndose paso por en medio de los asistentes que, de pronto, mudos de es- panto, como paralizados por un religioso temor, rompen luego en entusiastas aclamaciones : «¡Nunca vimos tal! ¡Visto he- mos hoy cosas nunca pensadas!» (Me. 2, 12; Le. 5, 26), «glo- rificando a Dios, que tal potestad había dado a los hombres» (Mt. 9, 8). Ante la entusiasmada muchedumbre se eclipsan escribas y fariseos. Confusos y humillados, se escurrirían queriendo pasar inadvertidos. Ante el argumento aplastante de Jesús VOCACIÓN DE LEVÍ 245 en favor de su carácter sobrenatural, de su divinidad, se habían sentido vencidos, mas no convertidos. Aparecerán de nuevo hostilizando, con perseverancia digna de mejor cau- sa, al Salvador. Este episodio constituye una prueba de la divinidad de Jesús. Los escribas y fariseos entendieron que Nuestro Se- ñor perdonaba los pecados por propia autoridad ; y esto mismo confirma Jesús al decir: Para que veáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra potestad para perdonar los pecados. Por otra parte, conceder tal perdón es propio y exclusivo de Dios. De ahí se sigue que Jesús quiere apare- cer aquí como Dios. Vocación de Leví. Banquete (Mt. 9, 9-17; Me. 2, 13-22; Le. 5, 27-39) Poco después de la curación del paralítico, caminando Jesús a orillas del mar, vino a pasar por el puesto de adua- nas. Hallábase éste no en la via maris, que corría un tanto al noroeste de Cafarnaúm, sino más bien en el camino que unía la tetrarquía de Antipas con el territorio de Filipo, ca- mino que venía de Betsaida Julias e iba bordeando el lago. Entre los publícanos que allí estaban, uno había por nombre Leví, hijo de Alfeo. Parándosele Jesús delante, le dijo : — Sigúeme. Y él al punto se levantó y, dejándolo todo, le siguió. Conocida es la observación burlona de Porfirio y Juliano el Apóstata a propósito de la prontitud con que el futuro apóstol correspondió al llamamiento ; y también la respues- ta que les da San Jerónimo: Es claro que Leví habría visto o siquiera oído más de uno de los milagros obrados en Ca- farnaúm ; Jesús no era para él un desconocido. Por otra parte, había la gracia interior, que le iluminaba y le movía la voluntad. Y, finalmente, hay que contar, como dice el mismo San Jerónimo, con aquella majestad, aquel esplendor espiritual que irradiaba toda su persona y atraía y subyu- gaba suavemente a las almas de buena voluntad. Para mostrar su gratitud y también su satisfacción de haber sido llamado, quiso Mateo (= don de Dios) — que éste era el otro nombre de Leví — dar un banquete en honor del 246 VIDA PÚBLICA Maestro. Además de los apóstoles, que acompañaban a Je- sús, invitó a muchos de sus amigos, que, naturalmente, eran los de su mismo oficio, publicanos como él, y por tanto mi- rados con malos ojos por el pueblo, y otros que el mismo Mateo llama pecadores ; que lo serían delante de Dios, o que de todas maneras eran tenidos por tales. Con toda esa gente sentóse a comer el Salvador. De fijo que no se verían a la mesa escribas ni fariseos: no se contaban entre los amigos de Leví. Y aunque se les hubiese invitado, no habrían de seguro acudido al con- vite: era éste abominación para ellos. Pero, como iban al acecho de cuanto hacía Jesús para ver de cogerle en falta, estuvieron como merodeando en torno a la casa, murmuran- do, sin duda, entre sí y ante el pueblo, escandalizados de que Jesús alternara en un banquete con publicanos y pe- cadores. Y esperaron pacientemente a que terminara la co- mida para echárselo en cara al Maestro. Mas, no atrevién- dose a hacerlo directamente, se encararon con los discípu- los, diciéndoles: — ¿Por qué come con publicanos y pecadores vuestro Maestro? Oyólo a distancia Jesús, y sin dar tiempo a los discípulos para responder, que tal vez sentíanse embarazados, volvién- dose a los acusadores, les dijo en tono resuelto: — No tienen los sanos necesidad de médico, sino los en- fermos; no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Misericordia quiero, que no sacrificio. Rebatidos los fariseos por la resuelta contestación de Jesús, no quisieron darse, con todo, por vencidos, y allí mis- mo, como parece indicar. San Lucas (v. 33), llevaron la dispu- ta a otro terreno: el ayuno. Y en este punto no andaban solos, antes vinieron a reforzarles, dándoles mayor autoridad, los discípulos de Juan \ quienes, al par de los fariseos, por espíritu de penitencia observaban ciertos ayunos de supere- rogación, no impuestos por la Ley. Y lo que da mayor ac- tualidad y más acentuado relieve a la escena es que, a juzgar por la manera de expresarse de San Marcos (v. 18), diríase que precisamente aquel día mismo del banquete guardaban 1 Estos son en Mateo los que hablan a Jesús; en Lucas son los fariseos, y en Marcos son otros que no se nombran. Pero, como se ve, las diversas maneras de hablar de los evangelistas pueden fácil- mente armonizarse. VOCACIÓN DE LEví 247 fariseos y discípulos del Bautista el ayuno *. Unos y otros, pues, concertados sin duda entre sí, se dirigen no ya, como antes, a los apóstoles, sino al Maestro mismo y le dicen: — ¿Por qué nosotros — los discípulos de Juan — ayunamos con frecuencia y tus discípulos no ayunan? Respondióles Jesús: — ¿Por ventura pueden estar tristes los amigos del esposo mientras está con ellos el esposo? Tiempo vendrá en que les será quitado el esposo, y entonces ayunarán. Y para aclarar su pensamiento y generalizarlo propuso una alegoría: — Nadie echa remiendo de paño sin tundir en vestido roto, porque rasga parte del vestido y se hace peor la rotura; ni echan vino nuevo en odres viejos, pues de otra suerte róm- pense los odres y se derrama el vino; antes bien echan el vino nuevo en odres nuevos, y así uno y otro se conservan. Difícilmente pudiera darse con otras palabras mayor resalte al afilado contraste entre el espíritu de la antigua y el de la nueva Ley. El vestido viejo no tiene consistencia para un remiendo con paño recio, nuevo; la flojedad del uno no sufre la reciedumbre del otro; en vez de juntura útil resultará una mayor rasgadura ; o, como dice con más precisión San Lucas, si se toma un remiendo cortándolo de un vestido nuevo, no aprovecha al viejo por no decir bien con él, y se queda mutilado el nuevo. Así no hay manera de conciliar la antigua Ley mosaica, tal como la entendían escri- bas y fariseos, con la nueva Ley que venía a predicar Jesús. Esta era vida, vida íntima y exuberante, ímpetu, iuerza; no podía ajustarse a los moldes estrechos y gastados de una Ley caduca, como no puede el hirviente vino nuevo conte- nerse dentro de odres viejos. Mas para saborear el vino nuevo era preciso renunciar al viejo. Es lo que expresó Jesús con la frase un tanto enig- mática que nos ha conservado San Lucas (5, 39) : Nadie que beba del vino añejo quiere el nuevo, porque dice: «£i añejo, bueno 3 es.» Los fariseos estaban encariñados con sus prác- ticas externas rutinarias ; y este apego, esta disposición de 2 La fraje «erant discipuli Ioannis et pharisaei ieiunantes», puede ciertamente entenderse en sentido general; pero la inter- pretación que nosotros preferimos es muy probable. 3 Así ha de leerse; no, con la Vulgata: «melius, mejor». Quien bebe no compara el vino viejo con el nuevo: prueba aquél: y como le gusta, no se preocupa de éste. 248 VIDA PÚBLICA ánimo les tenía estragado el paladar, incapaz de gustar la sua- vidad recia y estimulante del vino nuevo. Profunda enseñanza encierra este último, breve logion de Jesucristo ; su alcance va más allá del horizonte farisaico. El complacerse en cosas bajas cierra el camino para las altas ; el gustar de bagatelas y niñerías incapacita para aspirar a empresas varoniles y grandes. Antes de las dos, o si se quiere, tres minúsculas parábo- las, había pronunciado Jesús una frase que los apóstoles no comprendieron sin duda entonces, pero cuyo alcance debía estar muy en la intención del divino Maestro : Tiempo vendrá en que les será arrebatado el esposo. No dijo: «en que les dejará, en que se retirará el esposo.» Se trata de una separación violenta : es una alusión a su muerte. Esta muer- te, cruel, ignominiosa, a manos de sus compatriotas, los ju- díos, la llevaba muy puesta en su corazón: nada extraño que ya desde los principios mismos de su ministerio público la prenunciase. Este prenuncio, por tanto, no hay razón para rechazarlo por no auténtico o tenerlo como desplazado de su propio lugar. Elección de los apóstoles (Mt. 10, 1-4; Me. 3, 13-19; Le. 6, 12-16; cf. Act. 1. 13) No mucho después de la vuelta de Jerusalén, sin que, empero, sea posible precisar la fecha, Jesús hizo la formal y en cierto modo solemne elección de sus apóstoles. Varios de éstos habían sido ya llamados y seguían al Maestro ; pero ahora se les confirmó la vocación, y ésta además se exten- dió a otros. Nos dice San Lucas que antes de elegir a sus apóstoles estuvo Jesús orando, y orando toda la noche : «Erat pernoc- tans in oratione Dei.» Con ello quiso indicarnos el divino Maestro que al manejo y resolución de casos de alguna im- portancia conviene que nos preparemos con la oración, y esto en particular por dos motivos: para alcanzar de Dios espe- cial ayuda, y porque en la oración se esclarece nuestra inte- ligencia y se pacifica y aquieta nuestra voluntad, con lo cual podemos mejor conocer y más fácilmente escoger lo que conviene. Y para orar se retira Jesús a un monte, evidentemente ELECCIÓN DE LOS APÓSTOLES 249 con el objeto de huir el bullicio y buscar la soledad, como que el silencio externo ayuda no poco al silencio interno, de todo punto necesario para tratar con Dios. Aunque así Lucas como Marcos hablan de un monte, nin- guno de los dos nos da indicación alguna que nos permita identificarlo. Un cierto número de peregrinos señala Qarn Hattin, colina con dos picos a manera de cuernos, que se deja a izquierda del camino poco antes de llegar a Tibería- des ; pero hoy día se prefiere, y con razón, otra colina muy cerca de Cafarnaúm, que domina el sitio llamado Heptape- gon, y en cuyo lado oriental se encontró una pequeña iglesia bizantina, bien orientada, erigida sin duda en memoria de algún hecho evangélico; la elección de los apóstoles o las bienaventuranzas. Es de notar la expresión de San Marcos: «Llamó a los que El quiso», palabras que indican el carácter gratuito de la vocación ; ésta se da no por méritos del llamado, sino por gracia del que llama: No sois vosotros los que me elegis- teis a mí, sino yo quien os elegí a vosotros (Jn. 15, 16). Y los Padres notan aquí cómo Jesús no escogió a hombres sabios y ricos, sino más bien pobres e ignorantes, a fin de que no pudiera sospecharse que la conversión del mundo se debía a la ciencia humana o a las riquezas. Y añade el mismo evan- gelista que los escogió «para que estuvieran con El y para 250 VIDA PÚBT TCA enviarlos luego a predicar»; es decir, que hizo de ellos sus compañeros y sus apóstoles. Por de pronto, estar con Jesús, y con el continuo contacto conocer y penetrarse de su espí- ritu ; y luego, dispuestos ya de esta manera, salir a predicar. Esto se aplica en primer término a los predicadores de la divina palabra; pero se extiende asimismo a todos los de- más hombres, pues cada uno ha de procurar el bien de su hermano ; y más en particular toca a las personas que profe- san vida religiosa: han de ponerse en contacto íntimo con Jesús, impregnarse bien de su espíritu para comunicarlo luego a los demás. Los tres evangelistas concuerdan en el número de doce. Los Padres y escritores eclesiásticos se preguntan por qué precisamente este número y no otro. La respuesta más obvia es que tal número corresponde al de los doce hijos de Jacob, que fueron los padres de Israel, como los apóstoles debían ser en cierta manera los padres del pueblo cristiano. Otras razones, o más bien ilustraciones, se indican. Como las doce fuentes de Elim (Ex. 15, 27; Núm. 33, 9) daban abundancia de agua, como las doce piedras preciosas del sumo sacerdote despedían vivo fulgor, como los doce panes de la proposición sustentaban el cuerpo, como las doce piedras puestas en el Jordán permanecían firmes en su puesto, así los apóstoles iban a derramar copiosa doctrina, a brillar por la ciencia y la virtud, a sustentar espiritualmente las almas, a ser los fundamentos del nuevo edificio que Jesús iba a levantar, la santa Iglesia (cf. Knabenbauer, In Matth. 1, 429). Los nombres de los apóstoles se leen no sólo en los tres sinópticos, sino también en Act. 1, 13 ; y se descubren en su disposición algunas circunstancias dignas de nota. Distribúyense en tres secciones de cuatro nombres cada una. A la cabeza de todo el conjunto va siempre el nombre de Pedro, pormenor que ya por sí sólo indica que se le reconoce una cierta superioridad; mientras que al principio del se- gundo y tercer grupo se hallan, respectivamente, Felipe y Santiago, hijo de Alfeo, o sea Santiago el Menor; los otros nombres se conservan siempre en el mismo grupo, pero varía el orden. Así, v. gr., en el primero : Mt. Me. Le. Act. Andrés. Santiago Andrés. Juan. Santiago Juan. Santiago. Santiago Juan. Andrés Juan. Andrés. tLECCION DÉ LOS APOSTOLtS 251 El último lugar lo ocupa constantemente Judas Iscario- tes, de quien se hace notar en los tres evangelistas que fué el traidor. A tres de los apóstoles, Jesús les cambió el nombre. A Si- món (= obediente) le llamó Kr^ó; (= piedra, Pedro) ; a los dos hermanos Juan y Santiago, hijos del Zebedeo (Zabdi, abreviación de Zebadyah = don [zebed, don] de Yahvé), les impuso el nombre de Boanerges ( = bené regesh, hijos de tu- multo, tumultuosos), «quod est Filii tonitrui» (Mt. 3, 17), nombre que parece corresponder al ardor de su celo, que mostraron al querer hacer bajar fuego del cielo contra los samaritanos (Le. 9, 54). 'Avopácz;, nombre griego (= varón) ; «Déteos, también grie- go (= amigo de caballos) ; 8 Cf. p. VIDA PÚBLICA si tu mano derecha te escandaliza, córtatela y arrójala de ti.» El buen sentido del pueblo, acostumbrado a tal manera de decir, sabía bien a qué atenerse. Y más tarde los grandes penitentes de la Tebaida o del desierto de Judá, en el ar- diente afán de maceraciones y en su lucha titánica contra las rebeldías de la carne, nunca pensaron en invocar las palabras de Cristo para arrancarse un ojo o cortarse una mano o mutilarse en un miembro cualquiera del aborrecido cuerpo 4. Otros vinieron más tarde que, puestos en diverso ambiente, no acertaron a distinguir el meollo de la corteza ; dejaron el espíritu que vivifica y se quedaron con la letra que mata. Y de esta suerte pudieron hacer de Cristo un comunista o un irreconciliable enemigo de los ricos. Mas no lo entendieron así esa inmensa muchedumbre de ascetas cristianos que en el decurso de los siglos embellecieron con sus virtudes el jardín de la Iglesia. Nada perdía en ellos de su eficaz energía el fondo de la doctrina de Jesucristo ; pero no se lanzaban a excesos inspirados en la forma exter- na en que aquélla iba envuelta. Del punto de vista literario el sermón de la montaña no es propiamente un discurso, con su exordio, división de partes y conclusión 5 ; ni a las bienaventuranzas les con- viene el calificativo de prólogo, preludio, o frontispicio, con que a las veces se las caracteriza. Por más que estén al principio no son exordio. Ellas constituyen más bien el nú- cleo del sermón. Es el centro, diríamos, desplazado. Y está desplazado porque el divino Maestro se lanzaba, sin preám- bulos, in medias res. y ponía por delante, y como formando un todo aparte, esta serie de martillazos que, sucediéndose unos a otros sin interrupción, habían de producir impresión profunda en los oyentes. * Conocido es el caso de todo punto excepcional, y quizá único, de Orígenes. 5 En Verb. Dora. 27 (1949) 257-269, St. Gallo estudia la estruc- tura del sermón de la montaña («Structura sermonis montani»), y distingue en el mismo tres partes: Exordio, que son las bienaven- turanzas (Mt. 5, 1-16); peroración (7, 24-29), y el «corpus sermonis, seu tractatio», que es el texto intermedio, el cual se divide en cuatro secciones; y de tal manera andan trabadas estas partes entre sí, que «est... in eo [sermone] perfectio unitatis» (p. 258); pero unidad «semítica», es decir, por círculos concéntricos («Chris- tus in loquendo saepe adhibebat circuios quos moderni appellant concéntricos», p. 258). La distribución es ingeniosa; pero sospechamos que a más de uno parecerá un tanto artificial. SERMÓN DE LA MONTAÑA 255 Levondo los dos pasajes en San Mateo v en San Lucas, el primor nroblema eme se ofrece es si se trata de dos dis- cursos distintos o bien de un solo y mismo discurso. San Agustín, fíiándose en las diferencias, aue no son pocas, afir- mó lo primero; el Crisóstomo, en vista de las semejanzas aue saltan a la vista, se inclinó a lo segundo, y en esto le signen en goneral los intérpretes modernos; y esta opinión paroce la más probable e. Poro. uti3 vp7 asentada la identidad, se ofroee otra duda: ¿TTav mip admitir o^mo original la forma de Matoo o la de Lucas? "tfn ofrnc; fórmínns ; ¿Pronunció Jesús p1 discurso en una sola ocasión, tal como se presenta en Mateo, y Lucas óVccrnió del rniemo vatios miembros para colocarlos en otro contexto: o má<; bion las partes del sermón fueron pronun- ciadas en distintos tiomnos v lugares, y luego San Mateo Ips rpnnió e hizo do todas ellas un solo cuerno de discurso? Naturalmente, ouoda una tercera hinótesis, y os aue varias de las partes las hava pronunciado Nuestro Soñor más de una vez. lo cual nada tiene de improbable, como aue sin duda renetiría, y quizá en más de una ocasión, algunas de sus doctrinas. Sin dar a la conclusión un grado de certeza de ano no es susceptible, creomos ser más Probable auo San Mat^o iuntó en un solo discurso sentencias pronunciadas en dis- tintos tiemnos v lugares. Y la razón principal de esta nues- tra preferencia es el método oue más de una vp^ s« descu- bre en el primer evangelio. En efecto, en los cam'tulos 8 v Q aparece Jesús como taumaturgo; en el capítulo 10 se com- pendia su doctrina pastoral : en el canítulo 13 se inntan las parábolas; en el capitulo 24. su enseñanza escatológica (cf. Buzv. 1. c, p. 49, a). Esta circunstancia hace más probable la hipótesis de que también aquí juntó San Mateo en un solo discurso lo que Jesús había enseñado en distintas oca- siones. Podemos, pues, decir que el discurso de Mt. 5-7 fué pronunciado, en su mayor parte, en la montaña, en las cir- cunstancias indicadas por el evangelista, pero que varias • En efecto, se ve que el auditorio es el mismo, el mismo prin- cipio con las bienaventuranzas, y se cierra con las mismas parábo- las; y cuanto al fondo, bien cabe decir que es la misma doctrina. Puede verse en Rev. Bibl. (1894) pp. 94-109, un artículo donde se exponen muy por menudo y desde varios puntos de vista Iftfi razones en pro de una y otra opinión. 256 VIDA PÚBLICA sentencias las dijo Jesús en el tiempo y lugar mencionados por San Lucas7. Y fijándonos no ya en el sermón en toda su amplitud, sino más bien en la sección particular de las bienaventuran- zas, llama la atención que San Lucas recuerde no más de cuatro, al revés de San Mateo, que menciona ocho. Piensan algunos (Harnack y otros) que sólo estas cuatro fueron pro- nunciadas por Jesús; que las otras las añadió el primer evangelista por su propia cuenta, bien que inspirándose en la doctrina del Maestro. Difícilmente se admitirá que San Mateo haya puesto en boca de Jesús, y pronunciadas con tanta solemnidad, sentencias del todo ajenas a las circuns- tancias de tiempo y lugar. Por otro camino ha de buscarse la razón de tal diferencia. La catequesis primitiva, por lo que toca al sermón de la montaña, revistió doble forma. En unos círculos se pro- ponían las ocho bienaventuranzas; en otros se creyó más oportuno limitarse a aquellas que en cierto modo tocaban más de cerca al pueblo, o de todas maneras le hacían mayor impresión, que eran las que podemos llamar de índole me- nos espiritual ; y éstas son precisamente las que leemos en San Lucas: los pobres, los que sufren hambre, los que lloran, los perseguidos. El evangelista no eliminó las otras — ninguna razón había para ello — ; lo que hizo fué trans- mitirnos las que él encontró en una de las dos corrientes de la catequesis. Y es de notar que aun en las bienaventuran- zas comunes a ambos evangelistas aparecen varias diferen- cias, y muy características. En Mateo no son ya los pobres sin calificativo alguno, sino los pobres de espíritu; ni los que padecen sencillamente hambre, sino los que tienen hambre y sed de justicia. Con estos calificativos quiere darse a en- tender cuál es la pobreza y cuál el hambre a la que está vin- culada la bienaventuranza. La fórmula de Lucas es a nues- tro juicio la genuina, y así brotaría de los labios de Nuestro Señor: ningún motivo había para despojarla de un elemento que la completaba y en cierto modo explicaba. Este ele- mento, ¿lo introdujo San Mateo, o bien lo encontró ya en la catequesis? A esta pregunta no es posible dar respuesta categórica, bien que nosotros nos inclinamos más bien a la segunda hipótesis. Lo que sí cabe asegurar es que los refe- 7 Prat (1. p. 547) procura discernir más en particular lo que fué realmente pronunciado en el monte; pero, como él mismo reconoce, hay en ello mucho de puramente hipotético. SERMÓN DK LA MONTAÑA 257 ridos calificativos están inspirados en la doctrina misma de Jesús, y que por tanto no sólo no alteran, sino que completan y ponen en más clara luz las palabras del Maestro. Cuanto al sitio, parece haber disonancia y aun contradic- ción entre Mateo, que habla de un monte (5, 1: ascendit in montem), y Lucas, según el cual Jesús pronunció el dis- curso en una llanura (6, 17 : et descendens cura illis stetit in loco campestri; bct tóicoo iceSivoo). Naturalmente, desapare- ce la dificultad si se admiten dos discursos, pronunciados uno en el monte y otro en la llanura, pero nosotros nos in- clinamos, como hemos dicho, en favor de la unicidad. San Agustín da una interpretación que armoniza los dos extre- mos: En la pendiente del monte se formaba una especie de llanura o explanada, de suerte que quien se hallaba en ella podía decirse que estaba sea en el monte, sea en la llanura. Buzy admite esta explicación (p. 50), que no deja de tener su probabilidad. En la colina junto al Heptapegon se nota en su pendiente una especie de rellano, y es muy posible que por esta circunstancia se levantara precisamente en aquel sitio la pequeña iglesia bizantina, cuyas ruinas, con parte del mosaico,aun hoy día se conservan ". Pero, prescindiendo de esta diferencia, es cierto que am- bos evangelistas convienen en hablar de un monte. ¿Cuál era éste? Algunos, que San Jerónimo llama simpliciores, lo iden- tificaban con el Olívete, probablemente porque en el discurso se encuentra el Pater noster, y éste parece hallarse, según Le. 10,38 — 11,4 en relación con dicho monte ; mientras que el mismo santo Doctor prefería el Tabor ; desde el si- glo xn o xm se señalaba Qarn Hattin, poco antes de llegar de Nazaret a Tiberíades; pero el sitio más probable parece ser la colina junto a Tabgha, donde se ven las ruinas de la referida antigua iglesia bizantina, levantada muy proba- blemente en memoria de las bienaventuranzas. Cf. Heidet, Dic. Bibl, suppl. 1, col. 940-950. Gomá prefiere Qarn Hattin. Jesucristo vino a fundar en la tierra el reino de Dios ; 8 En 1935, el R. P. Bagatti, O. F. M.. dirigió allí unas excava- ciones, de las cuales puede verse una interesante relación en La Terra Santa (1936) pp. 65-69. El resultado corresponde perfecta- riiente a las frases de la peregrina española Eteria (Petrus Diaco- nus) : «Inde in montem, qui iuxta est, est specula [gruta o cueva], in qua ascendens beatitudines dixit Salvator.» (Cf. Baldi p. 354.^ 258 VIDA PÚBLICA tanto vale decir el reino celeste (regnum caelorum), el reino del espíritu ; en contraposición al reino de la carne, terres- tre, mundanal. Los ciudadanos de este reino ponían su di- cha en las riquezas, en los placeres, en los honores. En la fastuosa Babilonia, en la culta Atenas, en la poderosa Roma, en todo el mundo civilizado, entre el vaho de las orgías, el estruendo de las armas, los aplausos de la multitud, sumía constante una voz, eco fiel de todos los corazones: ¡Dicho- sos los ricos! ¡Dichosos lo que gozan! ¡Dichosos los que escalan la cumbre de los honores! Contra estas máximas, por todos aceptadas, por nadie hasta entonces discutidas, fulmina Jesús la más rotunda, la más absoluta condenación, oponiéndoles otras máximas en que va compendiada la doctrina de la cruz, escándalo para ios judíos, locura para los gentiles, pero para los ciudadanos del nuevo reino, virtud de Dios, sabiduría divina (1 Cor. 1, 23 s.). Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán con- solados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la jus- ticia, porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcan- zarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos ve- rán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llama- dos hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la jus- ticia, porque de ellos es el reino de los cielos. — Bienaven- turados seréis cuando os baldonaren, y persiguieren, y dije- ren falsamente toda suerte de mal contra vosotros por mi causa. Gózaos y regocijaos, porque grande es vuestra re- compensa en los cielos; que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. Ocho palabras, salidas de la boca y del corazón del Verbo eterno : palabras duras y ásperas para unos ; para otros, dul- ces y suaves más que el panal de miel. SERMON DE LA MONTAÑA 259 Y en contraposición a estas ocho bienaventuranzas lanza Jesús cuatro que pudiéramos llamar malaventuranzas: Mas ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya tenéis vuestra consolación. ¡Ay de vosotros los que estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros los que ahora reís!, porque plañiréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros cuando os aplaudan todos los hombres!, porque eso mismo hacían sus padres con los falsos profetas De la fórmula, diríamos estereotipada, usada por Nuestro Señor, despunta como un esbozo en el Antiguo Testamento. El pasaje más conocido es el Bienaventurado el varón que teme al Señor, del salmo 111, 1 ; pero la misma fórmula se repite con alguna frecuencia no sólo en los salmos, sino también en otros libros didácticos, v. gr., Ps. 1, 1 ; 31, 1, 40, 2, etc. ; Prov. 3, 13 ; 8, 34, etc. ; Eccli. 14, 1 ; 28, 23, etc. También en la literatura rabínica se halla tal manera de decir. El Rabban Yochanan b. Zakkai (muerto hacia el año 80 p. C.) exclamaba: «Bienaventurado, padre nuestro Abrahán, que has tenido por descendiente a Eleazar» ; «Bienaventurados vosotros [dos discípulos suyos], y bien- aventuradas las madres que os parieron ; y bienaventurados mis ojos que os han visto» 9. Y por lo que hace a las ideas, a cada bienaventuranza se le puede señalar un paralelo más o menos destacado en el Antiguo Testamento ; v. gr., primera bienaventuranza : Ps. 11, 6 ; segunda : Ps. 36, 11, etc. Las bienaventuranzas, pues, del Evangelio ahondan sus raíces en el Antiguo Testamento, pero propuestas en con- junto en forma esquemática, forman un cuadro impresionan- te: en él se han recogido los dispersos rayos de luz que, todos juntos, constituyen un foco que ilumina y subyuga 10 Los pobres de espíritu. — Por pobres de espíritu podrían de suyo entenderse aquellos que, sea en medio de la abun- dancia, sea en las estrecheces de la miseria, tienen su cora- zón desprendido de las riquezas u. Pero dentro del presente ^ Str.-Bill. 1, p. 189. 10 Cf. F. Asensio, Las bienaventuranzas en el A. Testamento, en Est. Bibl. 4 (1945) 241-258; L. Pirot, Beatitudes évangéliques, en ■Dict. Bibl. suppl. l, col. 292 s. 11 También es susceptible la frase, considerada en sí misma, de otro sentido ; pobres según su propio espíritu ; es decir, los que sienten su indigencia espiritual. Pero tal interpretación es aquí poco 260 VIDA PÚBLICA contexto ios beatificados por Cristo son los realmente po- bres, los desheredados de la fortuna, y que por su condición modesta, humilde, tienen que soportar no pocas veces in- justas vejaciones. En una palabra, son los que a la pobreza real unen el amor a la misma, o siquiera, humilde y amorosa resignación. Ellos son los imitadores de Jesús, quien por amor nuestro quiso nacer, vivir y morir pobre. No se con- denan las riquezas: los ricos cuyo corazón se mantiene despegado de los bienes de la tierra, poseen el espíritu de pobreza, y en ellos se complace Dios ; pero no van compren- didos precisamente en esta bienaventuranza. De tales pobres no solamente será, sino que ya de presen- te es el reino de los cielos. Este reino alcanzará toda su plenitud en el otro mundo ; pero desde ahora existe incoado en la tierra, y es el que vino a fundar el Hijo de Dios. Los pobres de espíritu, en virtud de las disposiciones de su alma, forman ya parte de este reino, actualmente todavía imper- fecto; y si continúan en estas mismas disposiciones lo po- seerán perfectamente en el cielo. Los mansos. — Son los que saben dominar los ímpetus de ira, llevan en paciencia las contrariedades, y se muestran buenos, indulgentes, complacientes con los demás. Es claro que la mansedumbre va íntimamente unida con la humil- dad; pero no es exacto substituir, como hacen algunos, mansos por humildes, pues las dos virtudes, bien que muy parecidas, poseen cada una su matiz propio y peculiar. De ambas en una misma sentencia se nos ofreció modelo Cris- to Jesús: «Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11, 29). La tierra, cuya posesión Jesús pro- mete, es la Tierra Prometida, la tierra de Canaán ; pero ésta, por revestir un carácter en cierto modo sagrado, puesto que en ella habitaba Dios de una manera especial y estaba destinada a ser el País del Mesías, podía considerarse y era en efecto considerada como símbolo de la felicidad me- siánica, felicidad que se inicia en este mundo y se consuma en el cielo. Es la tierra que repetidamente se promete en el salmo 36 (hebr. 37): «Los que esperan en el Señor, po- seerán la tierra»; «Los mansos poseerán la tierra)), etc., (v. 9. 11. 29. 34). satisfactoria; y mucho menos, o más. bien, de ninguna manera lo es la de los que toman la expresión en el significado de cortedad de ingenio, o de ánimo apocado. SERMÓN I>E LA MONTAÑA 261 Viene a ser esta recompensa ia misma que la prometida a los pobres, diversamente formulada. En sentido acomoda- ticio, poseerán los mansos la tierra de sus propios corazones y de los otros hombres, porque saben mantenerse dueños de si mismos, y por su trato suave y agradable se ganan la simpatía y el amor de los demás. Los que lloran. — Pudiera también decirse, y más en con- formidad con el texto griego, los que están afligidos. El sen- Pobres beduinos, que plantan sus tiendas en las inmediaciones del monte de las Bienaventuranzas. También de ellos será el reino de los cielos si son verdaderamente pobres de espíritu. tido viene a ser el mismo : las lágrimas brotan de un cora- zón que gime bajo el peso de la aflicción. Pero si las lágri- mas son indicio de tristeza, ¿cómo podrá llamarse bienaven- turado quien las derrama? Lo puede, y con harta razón. La desgracia provoca al hombre a la reflexión, le despega de lo terreno, le hace acudir a Dios, y la esperanza misma de ser un día consolado y gozar de los bienes eternos es ya un consuelo. Día vendrá en que Dios «enjugará toda lágrima de sus ojos... y no habrá ya más llanto, ni queja, ni dolor» lApoc. 21, 4). Hambre y sed de justicia. — La fórmula de esta bienaven- turanza tal como brotó de los labios de Jesús en las presen- 262 VIDA PÚBLICA tes circunstancias de tiempo y lugar, parece haber sido, por las razones arriba apuntadas, más bien la que nos ha trans- mitido San Lucas (6, 21): «Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.» Pero, como adverti- mos ya, la nota propia de San Mateo, bien que sensiblemen- te distinta de la de San Lucas, está inspirada en la doctrina de Jesucristo; y no sólo esto, sino que cae perfectamente dentro de los límites de una muy sólida probabilidad que el Maestro la haya pronunciado, y quizá más de una vez, en términos no ya vagos y generales, sino concretos y explíci- tos; y en esta forma la recogería una de las corrientes de la catequesis primitiva. Por justicia no ha de entenderse aquí la justicia que ejerce Dios, ni la justicia a que tenemos derecho en nues- tras relaciones con los otros hombres, es decir, que no se nos niegue lo que es justo ; sino que es más bien orden, per- fección, santidad; en el sentido en que se dice de San José que era «vir justus». A quienes la desean de veras y ponen los medios para alcanzarla, Dios se la concederá : inicial- mente ya en esta vida, y hasta la perfecta hartura en la otra. Los misericordiosos. — Es claro que la virtud de la mi- sericordia no se limita a una categoría particular de obras benéficas, antes abarca en su amplitud las obras todas de misericordia; probablemente en primer término las corpo- rales, pero también las espirituales. Los misericordiosos, pues, son los que no cierran, egoístas, su corazón a la desgracia de sus hermanos ; los que saben compadecerse de sus penas físicas o morales. En cuánta estima tenga Dios esta virtud bien lo dió a entender Jesús en la parábola del siervo que se mostró duro y cruel para con su consiervo (Mt. 18, 23-35), y en la otra parábola del buen samaritano (Le 10, 30-37) Ellos, los misericordiosos, alcanzarán a su vez misericordia en el reino mesiánico el día del juicio : «Venid, benditos de mi Padre... ; porque tuve hambre, y me disteis de co- mer; tuve sed, y me disteis de beber: anduve peregrino, y me acogisteis...» (Mt. 25, 34 ss.). Los limpios de corazón. — Esta limpieza no es evidente- mente la sola pureza legal, exterior, contra la que lanzaba el divino Maestro sus anatemas: «¡Ay de vosotros!, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por defuera la copa y SERMÓN DE LA MONTAÑA 263 el plato, y por dentro están rebosando rapiña y codicia» (Mt. 23, 25), sino la pureza interior, aquella pureza íntima, fuente de donde manan las buenas acciones externas. Cierto que va incluida en esta bienaventuranza la que por anto- nomasia es llamada pureza, o sea, la castidad; tanto más cuanto que esta virtud, como mantiene la limpieza del cuer- po, así limpia también y aguza los ojos del alma para ver a Dios ; pero la pureza de corazón tiene aquí un significado más amplio: es la inocencia, la rectitud; que el alma esté desembarazada de afectos desordenados, que como vaho su- ben a la inteligencia, la obscurecen y le impiden la vista de Dios. Esta visión de Dios, más o menos perfecta, corres- pondiente a la mayor o menor limpieza del alma, ya en este mundo, y la contemplación intuitiva en el otro, es la recom- pensa prometida a los limpios de corazón. Los pacíficos. — En conformidad con el texto griego debie- ra traducirse pacificadores; pero no precisamente en el sen- tido particular de reconciliar . entre sí a los enemigos, sino en la significación más amplia de promover la paz, difun- dirla en torno a sí, ser como un centro de donde se irradia la paz. Son los que, poseyendo en sí mismos la paz, con su actitud suave y conciliante vienen a ser lazo de unión entre sus hermanos; suavidad que en nada mengua la fir- meza y, cuando preciso fuere, una santa intransigencia en el cumplimiento del deber. No es maravilla que se les honre con el título de hijos de Dios, como que Dios es llamado Dios de la paz; «Deus pacis et dilectionis» (2 Cor. 13, 11), y el futuro Mesías es anunciado como Príncipe de la paz (Is. 9, 5), y el saludo de Jesús a sus discípulos era : Sea con vosotros la paz (Le. 24, 36). LOS QUE PADECEN PERSECUCIÓN POR LA JUSTICIA. — Tras las suaves notas de amor al orden, la misericordia, la inocencia, la paz, suena, al parecer, dura y estridente la evocación de persecuciones, baldones, vejaciones, que es lo que más en lo vivo hiere a los hombres, lo que el mundo más siente, huye y aborrece. Y con todo, los que tal sufren son real y verda- deramente bienaventurados. Y no sólo porque de ellos es el reino de los cielos, la recompensa a los mismos prometida, sino porque estas contrariedades, por agudas e hirientes que sean, de fuente de amargura se truecan en rico manan- 264 VIDA PÚBLICA tial de purísimo gozo y riente alegría. «Salían gozosos [los apóstoles] de la presencia del Sanedrín por haber sido ha- llados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús» (Act. 5, 41). Sufrir por Cristo, por la justicia, éste es el su- frir que hace al hombre bienaventurado. Este sufrir por Cristo y con Cristo henchía de gozo el corazón de los már- tires y endulzaba las penitencias de los anacoretas; y unos y otros se tenían por bienaventurados. Y tal énfasis ponía Jesús en esta bienaventuranza que, no contento con haberla simplemente anunciado como las precedentes, quiere añadir El mismo un comentario : «Bien- aventurados seréis cuando os baldonaren, y persiguieren, y dijeren falsamente toda suerte de mal contra vosotros por mi causa. Gózaos y regocijaos, porque grande es vuestra recompensa en los cielos ; que así persiguieron a los pro- fetas que fueron antes de vosotros.» Pronunciadas estas máximas del reino de los cielos, Jesús, dirigiéndose en particular a los discípulos que tenía alrededor, les dice: — Vosotros sois la sal de la tierra: vosotros sois la luz del mundo. Y les advierte que la sal debe conservar toda su fuerza 12 y la luz ha de brillar sobre el candelero ; así, ellos deben alumbrar al mundo con sus buenas obras, para que. vién- dolas los hombres, glorifiquen al Padre que está en los cielos, Y acto continuo, hablando de nuevo a la multitud, pone de relieve la relación entre la Ley de los judíos y la nueva Ley que él traía al mundo. Y como escribas y fariseos le acusaban ya de ser me- nospreciador de la Ley, Jesús empieza por formular pro- testa formal de que El no vino a destruir la Ley ; y lo hace de una manera solemne con estas graves palabras (Mt. 5. 17-19) : No penséis que vine a derogar la Ley o los profetas: no vine a derogar, sino a dar cumplimiento. Porque de verdad 12 A propósito de ia sal, escribe Knabenbauer (In Matth. 5, 13) : «Quaerunt fiatne sal revera fatuus? affirmant pauci, plerique ne- gant.» En realidad, la sal no del todo pura pierde su fuerza por la humedad. En Zeits. des Deutsch, Palastina Vereins 59 (1936) 133 s., se cita el caso curioso de lastras de sal que. después de haber servido como fondo de un horno árabe, se echan a la calle por haber per- dido la fuerza que las hacía útiles. SERMÓN DE LA MONTAN'. 265 os digo: antes pasarán el cielo y lú tierra que pase una sola jota 13 o una tilde de la Ley. sin que todo se verifique. Quien- quiera, pues, que derogare uno de estos mandamientos más pequeños, y enseñare asi a los hombres, será considerado muy pequeño en el reino de los cielos; mas quienquiera que obrare y enseñare, éste será considerado grande en el reino de los cielos. San Lucas en otro contexto (16. 17): Más fá- cil es que pasen el cielo y la tierra que no que caiga una sola tilde de la Ley. Esta ley, de que habla Nuestro Señor, unos 14 la entien- den del elemento moral contenido en la legislación mosaica: • — el cual no ha cesado, ni puede cesar — ; mientras que otros " piensan que se trata de toda la Ley mosaica, pero unida ya con la evangélica, formando ambas un todo in- divisible ie. Hemos de reconocer que las palabras del divino Maestre ofrecen una cierta oscuridad, y así no debe sorprendernos la diversidad de interpretaciones. Por nuestra parte creemos que se trata aquí de toda y sola la Ley mosaica con todos sus preceptos, morales y rituales, aun los más insignifi- cantes. Cuando Nuestro Señor en el v. 17 distingue entre la Ley y les profetas, si por éstos entiende — como entiende cier- tamente— una parte de la Sagrada Escritura tal como se ha- llaba en el canon hebreo, es claro que por Ley quiere expre- sar también aquella sección de los libros sagrados cono- cida con este nombre, sin distinción de ninguna clase. Muy acertadamente observa el P. Lebreton (Vida p. 170) que nada hay ni en el texto ni en el Evangelio, que autorice 13 Es la yod hebrea: la consonante más pequeña en la llamada escritura cuadrada. 14 Lagrange («Comment concilier cela avec Tabrogation de la loi mosa'ique. C'est d'abord que Jésus n'a en vue que la loi morale qui ne passe pas», Mt. p. 94. «C'est done que la loi se perpétue dan? son sens profond. la loi morale étant éternelle». Le. p. 440\ Mar- chai («le contexte permet de la préciser, en l'entendant de la loi rrorale», La Ste. Bible. Le. p. 200). 15 Buzy («Désormais la Loi et l'Evangile ne se séparent plus, lis constituent une seule réalité indivisible et intangible... C'est cette Loi unique qui ne passera pas». Mt. p. 61). 16 Los hay que. por considerar los mencionados versículos de San Mateo como de todo punto opuestos a otras sentencias de Jesús, los eliminan arbitrariamente del texto; o bien dicen que «Jesu- cristo es aquí presentado como hablando según el espíritu del ju- daismo alejandrino y rabínico». W. C Alien. 5. Matthpir (Intern Bibl. Comm.) 1907 p. 45. 266 VIDA PÚBLICA una distinción parecida (entre leyes morales y leyes ritua- les) Menos aún cabe decir que Jesús se refiriese a un todo indivisible, compuesto de la Ley y el Evangelio. Y cuando a renglón seguido se añade que ni un ápice de la Ley pasará sin que se cumpla, ¿podemos nosotros tomar la Ley en un sentido diverso? La Ley que no pasará es ciertamente aque- lla misma Ley que Jesucristo vino no a abrogar, sino a cumplir. Mas ¿cómo es posible decir de la Ley, así entendida, que no será abrogada, que nunca habrá de cesar, cuando está fuera de duda que, al aparecer la Ley nueva, debía desaparecer la antigua? La solución de esta aparente antino- mia ha de buscarse en la índole propia y peculiar de la legislación mosaica. Escribe San Pablo en la epístola a los romanos, 10, 4, que «el fin de la Ley es Cristo» ; y en la carta a los Gálatas, 3, 24 s., dice: «La Ley fué nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo ; para que fuésemos justificados por la fe. Mas venida la fe, ya no estamos bajo pedagogo.» La Ley, toda entera, tendía a Cristo. Estaba, por decirlo así, como in vía; debía ser llevada a su término normal divinamente prefijado. Todas sus partes, aun las más insignificantes, miraban a Cristo, como anhelando y pidiendo ser completadas por El, ser llevadas al grado de perfección a que por disposición divina estaban destinadas. La Ley mosaica era algo incoado: Jesucristo lo completó, lo elevó a la plenitud de su ser. Y esta elevación se extiende a todas sus partes, grandes y pe- queñas; y por esto se dice que ni una tilde de esta Ley pasará, es decir, dejará de ser completada, elevada. Y por ahí se entiende cómo se armoniza perfectamente con las palabras del divino Maestro la doctrina del discí- pulo, Pablo: que, una vez venido Cristo, cesa, deja de te- ner su razón de ser el pedagogo, que era la Ley antigua. Con toda verdad cabe decir — aunque parezca un contrasen- tido— que la Ley de Moisés fué y no fué abrogada. Reci- biendo su complemento, su plenitud, dejó de ser tal como antes era, para ser desde entonces algo mejor 17. De los pre- 17 Haec enim quae veluti figurae ac typi considerentur oportet, implentur cum adest veritas, cum adest id quod illa adumbratione portendebatur ; inde autem clarum est quomodo hac ipsa sua imple- tione abrogentur», dice muy bien Knabenbauer, In Mt. 1, p. 260. «Ce sont deux aspects divergents d'une seule et méme réalité» (Du- rand, S. Matthiew p. 70) SERMÓN DE LA MONI AÑA 267 ceptos mosaicos, sean morales o ceremoniales, no se dice con propiedad que fueron abrogados: ellos fueron comple- mentados, pues toda la Ley, como dijimos, tendía a Cristo. Con Cristo lo imperfecto debía tornarse perfecto, y las sombras convertirse en realidad («quae sunt umbra futu- rorum», Col. 2, 17; «Umbram enim habens lex futurorum», Hebr. 10, 1). Y en este sentido cabe decir que los preceptos de Moisés cesaron, según aquello de San Pablo: «Cum au- tem venerit quod perfectum est, evacuabitur quod ex parte est» (1 Cor. 13, 10). Del árbol en su perfecto desarrollo pue- de decirse con verdad que es la semilla de donde germinó ; pero con no menor verdad es dado afirmar que árbol y se- milla son dos cosas distintas 18. A continuación de la doctrina sobre la relación entre la Ley mosaica y la Ley evangélica enumera Jesús varios de los antiguos mandamientos que El ha venido a perfeccionar. No sólo el homicidio ha de evitarse, sino aun el insulto, palabras de menosprecio, y hasta los sentimientos meramen- te internos de resentimiento, de rencor ; y eso en tal manera, que nunca nos atrevamos a ofrecer un sacrificio sin habernos antes reconciliado con el hermano ofendido. Cuanto a la castidad, no solamente es condenable el adulterio, sino aun el solo deseo del mismo, aunque en nada por defuera se manifieste. Ni será ya permitido dar libele- de repudio, antes el matrimonio se tendrá por indisoluble. Por lo que hace al juramento, lo mejor es abstenerse : contentarse con decir sencillamente sí o no. A la ley del talión, ojo por ojo y diente por diente, hay que substituir la generosidad: No resistir al malo; sino a quien te da una bofetada en la mejilla, preséntale también la otra; y al que quiere pleitear contigo y tomarte la túnica, déjale también el manto. Estas palabras necesitan alguna explicación. Son senten- 18 Cf. Fernández, Est. Ecles. 12 (1933) 444-446. Respecto de Mt. 5, 19 nos contentaremos con observar, que los «preceptos míni- mos» son los que en el v. 18 se comparan a un ápice; y que el verbo Xúafl ha de entenderse en e] sentido de xcrvoXoaai en el v. 17. Así justamente lo interpretan Knab., Durand, Weiss. Schanz. Ni obsta la presencia del verbo. icoojafl ; ambos verbos han de conservar su significación propia. El sentido es: Quien anulare, no recono- ciere el valor de uno...; mas quien obrare (en conformidad con . ellos; en consecuencia de haber reconocido su valor)... El verbo Mofl connota el juicio del entendimiento; el verbo fcoiijofl la prác- tica que se sigue en virtud y como consecuencia de dicho juicio. 268 VIDA PUBLICA cias de alcance general, que deben tomarse en el sentido en que fueron pronunciadas. Jesucristo no entiende procla- mar la absoluta no-resistencia al mal y la completa pasi- vidad ante la injusticia, de suerte que no nos sea lícito re- clamar nuestro derecho. Lo que el Maestro quiere decir es que no debemos exigir siempre el summum ius: que en- tre los hijos del nuevo reino las relaciones deben ser más bien fraternales, y que a su tiempo hemos de saber mostrar desinterés y oponer dulzura y amor a la dureza y al odio, po- niendo en práctica el dicho de San Pablo (Rom. 12, 21) : Noli vinci a malo, sed vince in bono malum. — San Lucas (6, 29) invierte el orden: Al que te quita el manto, no le impidas llevar también la túnica. Esto parece lo más natu- ral, como que el manto se lleva encima de la túnica, y, quitado aquél, queda todavía ésta. La diferencia entre Ma- teo y Lucas se explica por la diversidad de circunstancias que se suponen. En Lucas es un salteador que ataca de im- proviso al pobre viandante y le arranca el manto, cosa que no pudiera hacer con la túnica; mientras que en Mateo se trata de un pleito que se lleva al tribunal, ante el cual se reclama la túnica, proceder que nada ofrece de anormal. Finalmente, el gran precepto del amor. Oísteis que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y persiguen. Palabras admirables que nunca sonaron en los oídos del mundo gentil. Pero ellas crean una dificultad. En ningún pasaje del Antiguo Testamento se lee: odiarás a tu enemigo. ¿En qué sentido, pues, debe entenderse la aserción de Jesús? En Lev. 19, 18, se lee una sentencia que la Vulgata traduce: «Diliges amicum tuum sicut teipsum.» La voz hebrea puede significar amigo o simplemente prójimo; los judíos, tomán- dola en el primer sentido, concluyeron que no tenía que amarse al enemigo, al cual podía odiarse. A esta torcida in- terpretación, corriente entre los rabinos, se refiere Nuestro Señor. El mismo Str.-Bill. (1, p. 353) admite que las pala- bras citadas por Jesús «debían ser en aquella sazón una máxima popular, a la cual conformaban los israelitas en general su actitud con respecto al amigo y al enemigo» l9. 19 Cf. Fernández, Verb. Domini 1 (1921) 2? s., 39-42. SERMÓN DF. LA MONTAÑA Falta muy común, sobre todo entre escribas y fariseos, era la vanidad, la ostentación en la práctica de la virtud. Este vicio de la vanagloria, gusano roedor que carcome toda obra buena, flagela Jesús, poniendo de relieve algunos dt» los casos en que más visible aparecía. Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hom- bres para ser vistos de ellos; de otra suerte no tendréis re- compensa de vuestro Padre, que está en los cielos. Y así, cuando se hace limosna, no ha de distribuirse al son de trompeta y en pública calle, sino modestamente, de mane- ra que ni la mano izquierda sepa lo que da la derecha. Y cuando se hace oración, no hay que ponerse aparatosa- mente de pie en las sinagogas o en las encrucijadas para ser vistos de los hombres, sino retirarse más bien y en presen- cia de solo Dios orar al Padre, de quien se espera el galar- dón. Y al ayunar, no se ha de aparecer melancólico y tris- te, como los hipócritas, que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan ; sino que más bien hay que ungir la cabeza, y lavar la cara, y disimular el ayuno, y «te vea sólo tu Padre, que te dará la debida recompensa». El aviso sobre huir la vanagloria en la oración da pie a Jesús para reprender otro defecto de la manera de orar, la verbosidad: Dios no tiene necesidad de muchas palabras. Y, para concretar más el caso, les propone como fórmula el Padre nuestro. Según Le. 11, 1-4, lo enseñó Nuestro Señor en otras circunstancias de tiempo y lugar. Sobre los varios problemas que nacen del cotejo de los dos pasajes, véase más adelante, pp. 424 ss. Y luego, prosiguiendo en el mismo tono sencillo de con- versación, da varios avisos — independientes unos de otros — sobre : 1) El desprecio de los bienes terrenos y la estima de los celestes. — No atesoréis para vosotros tesoros en la tie- rra, donde la polilla y el orín estragan y donde los ladrones perforan y roban, sino atesoraos tesoros en el cielo, donde ni la polilla estraga ni los ladrones perforan ni roban. Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón 20. 20 Siguen unas sentencias (Mt. 6. 22 s.). cuyo sentido es: El ojo es para el cuerpo lo que el corazón es para la vida moral del hom- bre. Si el ojo es sano, dirige los pasos, y todo el cuerpo se siente envuelto en plena luz; pero, si está enfermo, todo el cuerpo mar- chará en tinieblas. Así, si el corazón no está viciado por malas aficiones, dirigirá rectamente la vida moral, y el hombre se sentirá en plena luz. 270 VIDA PÚBLICA 2) La confianza en la Providencia —No os acongojéis por vuestra vida: qué comeréis ; ni por vuestro cuerpo : qué os vestiréis. ¿No es más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siem- bran, ni siegan, ni allegan en graneros, y vuestro Padre ce- lestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?... Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan ; y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se atavió como uno de éstos... Conque buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura. 3) La caridad en el juzgar. — No juzguéis y no seréis juz- gados... ¿Por qué miras la mota que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en el tuyo pro- pio?... Hipócrita, saca primero de tu ojo la viga, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. 4) La eficacia de la oración. — Pedid, y se os dará; bus- cad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abrirá. 5) El camino de la vida y el de la perdición. — Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por él. ¡Qué estrecha es la puerta y angosto el cami- no que lleva a la vida!, y pocos son los que lo hallan. 6) Los falsos profetas. — Guardaos de los falsos pro- fetas, que os vienen con vestiduras de ovejas, mientras que por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis... Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol dañado da frutos malos... Todo árbol que no da fruto bueno, se le corta de raíz y se le echa al fuego... No todo el que me dice: «¡Señor, Señor!», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «¡Señor, Señor! ¿No pro- fetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?» Y entonces les protestaré: ¡Nunca jamás os conocí! ¡Apartaos de mí, obra- dores de iniquidad! Ante esa nueva doctrina, ante esa nueva manera de ha- blar con autoridad, no como los escribas y fariseos, las tur- bas estaban pasmadas, y daban sin duda muestras de su admiración sincera y entusiasta. El Maestro, sirviéndose de una bella parábola, les previene que EL SIERVO DEL CENTURIÓN 271 No BASTA OÍR LA BUENA DOCTRINA, SINO QUE ES MENESTER practicarla. — Todo el que oye mis palabras y las pone por obra se asemejará a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, y vinieron los ríos, y sopla- ron los vientos, y se precipitaron sobre aquella casa, y ella no cayó porque estaba fundada sobre la roca. Y todo el que oye mis palabras y no las pone por obra, se asemejará a un hombre necio, que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, y vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y rompie- ron contra aquella casa, y cayó, y fué grande su ruina. «La roca, la piedra es Cristo, como dice San Basilio ; y el que se funda sobre ella, con la fe y las buenas obras, es in- conmovible en medio de todas las sacudidas, vengan de los hombres o de Dios. La inconmovilidad de Pablo en medio de las zozobras, peligros y trabajos de su apostolado ; la fir- meza de los mártires; la constancia de los confesores, que pasaron años y más años labrando su alma para hacerla grata a Dios ; todo viene de la piedra angular de la vida humana, que es Jesucristo» (Gomá). Calló el Maestro. El discurso de la montaña abría una nueva era en la historia de la humanidad. Los soberbios picos del Sinaí, el monte de truenos y relámpagos, y la modesta colina de Genesaret, donde se asentaba suave paz y celestial mansedumbre: hitos camineros que marcan el pasar de Dios : primero, de la justicia de Jehová y del duro deber; luego, de la misericordia infinita del Verbo hecho carne y de los suaves y dulcísimos transportes del amor. El siervo del centurión ;Lc. 7, 1-10; Mt. 8, 5-13') En bajando del monte entró Jesús de nuevo en Cafar- naúm. Esta ciudad, relativamente populosa, que tenía un pues- to de aduanas y poseía un pequeño puerto, estaba custodiada por una guarnición de cien hombres mandada por un cen- turión. Dudoso es si era un puesto militar del imperio romano (Lagrange), que con él controlaba a Herodes Antipas y te- nía a raya sus posibles ambiciones, o bien un cuerpo depen- diente del tetrarca y mantenido directamente por él mismo, 272 VIDA PÚBLICA como piensan la mayor parte de los autores ; de todas ma- neras, ello es cierto que el centurión era gentil (Le. v. 5. 9) y probablemente romano. Nada de extraño hay en que An- tipas tomase a sueldo extranjeros para ocupar ciertos pues- tos de responsabilidad. Bien que pagano, se hallaba animado el comandante de la pequeña guarnición, al tiempo de Jesús, de benévolos sentimientos para con los judíos. Sabido es que los que profesaban la religión judía se dividían en dos categorías: los judíos propiamente dichos, descendientes de Abrahán, y los prosélitos, es decir, gentiles que por el intenso proselitismo de los hijos de Israel habían abrazado su religión: tales, v. gr., el eunuco de la reina de Candaces; Elena, reina de la Adiabene, cuyo es el sepulcro llamado de los reyes, y otros. El centurión no parece que se contase en el número de los prosélitos — aunque Fouard le tiene por tal — ; era lo que diríamos, en frase moderna, un simpatizante, un judiófilo. Y esta, simpatía la mostró de una manera eficaz, construyendo a sus expensas la sina- goga de Cafarnaúm. ¿Es ésta la misma cuyas ruinas se ven hoy en Tell Hum'> No faltan quienes (P. Orfali) 1 así lo piensan ; otros 2 creen que dichas ruinas no van más allá del siglo n. y esto parece más probable. De todas maneras, cabe decir que el sitio debe de ser idéntico. Tenía el centurión un criado o esclavo, que le era pre- cioso (¿vtiulo;), fuese por el buen servicio que le hacía, o por el amor que le profesaba, o más bien por ambas cosas, que andarían juntas. De todos modos revela esa benevolencia para un esclavo el noble corazón del comandante de Cafar- naúm. Cayó enfermo dicho siervo de parálisis, como dice San Mateo 8, 6, bien que dicho vocablo tenía entonces una significación más amplia, pudiendo indicar entorpecimiento de los miembros, enfermedad de los huesos o de la espina dorsal, etc. Y la dolencia llegó a tal punto, que hacía sufrir mucho al enfermo y le puso en trance de muerte. El centurión conocía, naturalmente, los prodigios obra- dos por Jesús, y sin duda había oído hablar de la curación del hijo del oficial, que por ventura formaba parte de su 1 Capharnaüm et ses ruines, París 1922. 2 Véase Kohl und Watzinger. Antike Synagogen in Galilaea, Leipzig 1916. EL SIERVO DEL CENTURION 273 guarnición. Decidióse, pues, a acudir ai poder del taumatur- go. Por un sentimiento de humildad, reconociéndose pagano. uizá también para mejor asegurar la obtención de la gra- cia poniendo poderosos intercesores, suplicó a los ancianos de la ciudad, que tanto vale decir a los personajes más respetables, que fueran ellos a pedir al Maestro el favor deseado. Le daba derecho a ello no solamente la considera- ión de su dignidad, sino también, y más aún. la deuda de gratitud que para con él tenía toda la ciudad. Los notables se prestaron de buena gana para la comi- sión. Se presentan, pues, a Jesús y le suplican que vaya a casa del centurión. Y nota el evangelista que se lo piden cor fuerza, con insistencia, con interés ( rcouWax; \ y apoyan su petición con un argumento que debía impresionar a Jesús : el centurión favorecía el culto divino y era bienhechor de la ciudad, puesto que les había construido la sinagoga ; era. pues, digno de que se le otorgara la gracia pedida. Jesús no se hace de rogar. Apenas oída la demanda, se dirige a casa del centurión. Los Padres, comparando la con- ducta de Jesús en esta ocasión con la que tuvo cuando el oficial de la misma ciudad de Cafarnaúm fué a pedirle la curación de su hijo, observan que el Maestro no quiso pre- sentarse en persona cuando se trataba del hijo, mientras que lo hizo tratándose de un pobre esclavo, queriendo con elle dar a entender que no hacía acepción de personas y que a sus ojos lo que vale no es la condición social, sino la virtud. El Crisóstomo da otra razón : «Esto [de querer ir a su casa] lo hizo para que conociéramos la virtud del centurión ; pues. m se hubiese contentado con decir: «Ve, tu criado está sano», aquéllas no se nos habrían manifestado» (In Matth. hom. XXVII, 1 : PG 57, 333), Es natural que alguien se diera prisa a anunciar al cen- turión que Jesús se dirigía a su casa y que estaba ya cerca. Apenas oído esto, movido por un sentimiento de profunda humildad, suplica a algunos de sus amigos que estaban cor él que se adelanten hacia Jesús y le digan en su nombre que él no se considera digno de que el Maestro entre en su casa. ¿Movíale el pensamiento de que, siendo él pagano, obli- garía a Jesús a contraer una inmundicia legal, o más bier. el solo sentimiento de su propia indignidad0 Lo segunde pa- rece lo más probable. 274 VIDA PÚBLICA Y no se contentó con esto, sino que añadió una razón que puso de manifiesto su grande fe. Para curar a su siervo, dice, no hace falta la presencia de Jesús; el Maestro puede sanar a distancia. Palabras que expresan profunda humildad y firmísima fe, y que la Iglesia ha consagrado poniéndolas todos los días en boca del sacerdote en el momento de co- mulgar y de distribuir a los demás la sagrada Eucaristía: «Domine, non sum dignus...» Con esto ha quedado inmor- talizado el piadoso centurión. Este quiere, además, ilustrar por una consideración per- sonal el motivo de su fe. Si yo, dice, que no soy la suprema autoridad, sino un simple subalterno (sub potestate consti- tutus), tengo poder para mandar a mis súbditos, y éstos me obedecen, de fijo que Jesús podrá mandar, desde donde quiera que esté, a la enfermedad, y ésta le obedecerá. Jesús se admiró de su fe; es decir, que el conocimiento experimental de esa fe produjo en su ánimo ese sentimiento que llamamos admiración, y manifestó que en este pagano había encontrado una fe más viva que en los hijos de Israel. Y, según San Mateo (8, 11), añadió que muchos gentiles serían recibidos en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serian echados a las tinieblas exteriores. Del cotejo de Lucas con Mateo surge una, al parecer, grave dificultad. Según Lucas, el centurión no se presenta personalmente a Jesús ni para pedir el favor ni para disua- dir al Maestro de ir a su casa; para lo primero envía los ancianos, y para lo segundo, algunos de sus amigos. Por el rentrari o, Mateo dice que el mismo centurión en persona fué a Jesi> y él mismo lo pide la gracia y le disuade de penetrar bajo su techo. Tres soluciones son posibles: que Mateo atribuye al cen- turión en persona lo que hizo por medio de otros «'San Agus- tín)s ; c que Lucas introduce los ancianos y amigos para hacer resaltar más la humildad del centurión (Lagrange) ; o, finalmente, que éste, una vez mandados sus amigos, se decidió a ir él mismo personalmente (Vilariño). Poco pro- bable es la primera. Las consideraciones, relativamente lar- gas, del centurión no cuadran bien en boca de los amigos. La segunda es difícilmente admisible: no se concibe que Lucas introdujera de propósito los ancianos y amigos, sien- 3 Con razón puede decirse que el rey hace lo que, en realidad, hace en nombre suyo su embajador. EL HIJO DE LA VIUDA 275 do más sencillo que se presentara el mismo centurión. Lo más verosímil es que mandó por de pronto a los ancianos para pedir la gracia; que envió luego a los amigos, y que él mismo se decidió a seguir a éstos y hablar personalmente con el Maestro4. Pero aun dentro del relato mismo de Lucas se nota cierta incoherencia. Por los principales de la . ciudad ruega a Jesús que venga (¿Xftúv) para sanar al criado (v. 3), y luego (v. 6) protesta que no es digno de que Jesús entre en su casa. Lo más sencillo, y también lo más natural, es decir que el cen- turión cambió un tanto de disposición de ánimo, en lo cual nada hay de inverosímil. Algunos (Knabenbauer) dicen que U&w exprime la ma- nera cómo entendieron la súplica los ancianos ; éstos son los que lo añadieron de su propia cosecha; otros (Shegg) pien- san que la frase «Ven y sana» era una expresión como es- tereotipada que equivalía a simplemente «Sana». De todas maneras, lo que más importa son las virtudes de que dió ejemplo el centurión, que le merecieron tan glo- rioso panegírico de labios del mismo Jesucristo. Ni hay que olvidar tampoco a los notables, que tan de buena gana apro- vecharon esta ocasión para mostrar su agradecimiento a su bienhechor. El hijo de la viuda (Le. 7, 11-17— Cf. mapa II) Por este tiempo, sin que sea posible fijar de un modo preciso la fecha, emprendió Jesús una de sus acostumbradas excursiones apostólicas. Iba acompañado no sólo de sus dis- cípulos, sino de gran multitud de gente, como lo nota ex- presamente el evangelista: et turba copiosa. Y es que resonaban todavía en aquellos contornos los acentos del sermón de la montaña, que había pronunciado pocos días antes (cf . Le. 7. 1 s.) : Bienaventurados los po- bres... Bienaventurados los que sufren... ¡Y eran tantos los pobres, y tantos los que sufrían! Y esos pobres y afligidos 4 El Crisóstomo trata de propósito este punto (PG 57, 335 s.) : El centurión tuvo intención de presentarse personalmente a Jesús, pero le disuadieron los judíos. Esta buena voluntad se toma como si realmente hubiera ido. VIDA PÚBLICA Lubiye Ca\arnaM)j£ sentían que Jesús los amaba. Era aquél un lenguaje nuevo, que nunca habían oído de boca de los rabinos. Y por eso, como atraídos por un imán, seguían los pasos del joven Profeta venido de Na- zaret. Decíales el corazón que era su amigo ; y dulce, sincero amigo de los pobres. Pasando, pues, Jesús por el Hepta- pegon, cruzó la llanura de Genesaret, subió por Wadi el-Haman, y por Lubiye siguió el camino donde más tarde se construyó Khan Tuddjar, cuyas ruinas todavía subsisten, y, tocando la falda del Tabor, fué a desembocar en la llanura \ dominada por el sagrado monte, la que ^ viene a ser una extensión de la gran 11a- . nura de Esdrelón. En aquel punto, de- r jando la via maris y torciendo un tanto a la izquierda, se dirigió con sus após- toles a la pequeña ciudad de Naím, la bella, nombre tomado quizá de su her- mosa situación. Se halla, en efecto, un poco en alto, a la falda de Nebi Dahi o Pequeño Hermón, teniendo a sus pies el fértil valle y enfrente el airoso y majes- tuoso Tabor. Hoy día la antigua ciudad está reducida a un grupo insignificante Q KhanTuddiai de pobres casitas, y junto a ellas se ven numerosos sepulcros, uno de los cuales sea tal vez el mismo al que se llevaba a enterrar al hijo de la viuda. Y fué así que, al acercarse Jesús, se encontró con un cortejo fúnebre, en que cuatro hombres llevaban a hombros, no en ataúd, sino en unas parihuelas, al des- cubierto, envuelto el cuerpo en blanca sábana, un mancebo difunto. Iba adelantando la triste comitiva. Precederían y seguirían las plañideras que, destrenzados los cabellos, irían gi- A TABOR oum LA EMBAJADA DEL BAUTISTA 277 miendo en triste monotonía quizá el estribillo de Jeremías {22, 18) : ¡Ay hermano mío! ¡Ay hermano mío! ¡Ay su glo- ria! Espectáculo lúgubre; tanto más cuanto que era aquél un luto de unigénito («luctum unigeniti» ; Jer. 6, 26), pues el joven era hijo único, y de madre viuda — «filius unicus matris suae ; et haec vidua erat», v. 12 — . Y allí estaba la madre, transida de dolor, llorando a su hijo único, acaso el único sostén de su vejez. ¡Pobre madre! Bien lejos estaba de sospechar que sus lágrimas iban pronto a trocarse en gozo. A tal triste espectáculo se le conmovieron las entrañas al misericordioso Jesús : «Misericordia motus est super eam.n Y acercándose a la mujer, le dice en tono dulce y confiado : — No llores. Va a poñer su omnipotencia al servicio de su amor. Jesús era verdadero Dios y también verdadero hombre, y, como tal, su corazón era accesible a todos los legítimos sentimien- tos humanos; y uno de los más dignos, de los que más en- noblecen al hombre, es la piedad, la compasión. Acércase, pues, a los que llevaban al difunto, toca el fé- retro, y aquéllos se paran. Entonces Jesús, en tono solemne, dice : — Mancebo, yo te lo mando: ¡levántate! Y al momento se incorporó el difunto y comenzó a hablar. Y Jesús, tomándolo de la mano, lo entregó a su madre. A tal portento se apoderó de la multitud un religioso pavor, y glorificaban todos a Dios, diciendo: — Un gran profeta apareció entre nosotros, y Dios visitó a su pueblo. La embajada del Bautista (Mt. 11. 2-19; Le. T, 18-35) Juan, el heraldo de la castidad, el flagelador del vicio, seguía por este tiempo encerrado en las mazmorras de Ma- queronte, el palacio-fortaleza de Herodes Antipas, bien que se le permitía una cierta comunicación con los que le vi- sitaran. Sus discípulos, aún numerosos, no acababan de conven- cerse de que Je«ús de Nazaret fuese realmente el Mesías. Ya durante el breve ministerio en Judea, poco después de la primera Pascua, no habían recatado sus recelos (Jn. 3. 276 VIDA PÚBLICA 26) • no podían resignarse a que el nuevo profeta fuese ci- ñéndose de tal aureola que viniera a eclipsar la gloria de su maestro. Más tarde, escandalizábanse del proceder de Jesús, que trataba libremente con los pecadores y se senta- ba a su mesa en vez de observar el ayuno, como ellos mis- mos hacían; y aun dieron en cierto modo la impresión de hacer causa común con escribas y fariseos en contra de Je- sús (Mt. 9, 14 ss.). Bien veían los milagros que el joven Rabí obraba ; pero nunca habían oído de su boca una declaración de que El fuese el Mesías. ¿No era un tal silencio significa- tivo? Todo esto iban a referir a su maestro en la fortaleza de Maqueronte. ¿Participaba el Bautista de esta disposición psicológica de sus discípulos? El silencio inexplicable de Jesús sobre su carácter mesiánico, su extraña conducta con publícanos y pecadores, ¿no harían vacilar aquella su primera tan firme fe y confianza? ¿No sentiría por lo menos cierta impaciencia y desazón al ver que aún no aparecía- circundado de brillante aureola aquel cuyo glorioso porvenir él mismo con tanta claridad y resolución había anunciado? Y si tal era su estado de ánimo, fácilmente se comprende que al fin se decidiera a sacudir de una vez aquella duda que le atenaceaba, poniendo a Jesús en trance de declarar abiertamente si El en realidad era o no el Mesías. • - Así piensan algunos autores. Mas no : no eran éstos los íntimos sentimientos del Precursor. El que había presencia- do los prodigios del bautismo; el que, antes que Jesús hu- biese obrado ningún milagro, con tan firme convicción le había señalado como el Mesías; el que luego había hecho del mismo un tan espléndido panegírico, teniéndose por indigno aun de desatar la correa de sus sandalias (Jn. 3, 22 ss.), no es posible que en el espacio de varios meses haya experimentado en su alma cambio tan radical, haya sentido vacilar la firmeza de su fe. Juan no esperaba, como tal vez los apóstoles, espléndidas manifestaciones. Para él Jesús era el cordero que había de sacrificarse por los pecados del mundo. Actuación puramente espiritual. Ni cabe decir que juzgase inoportuna la reserva de Jesús con respecto a su carácter mesiánico: ¿cómo se atrevería el humildísimo sier- vo a erigirse en juez de la conducta de su Señor? Aquél, •a quien el Padre Eterno había presentado al mundo como á su Hijo muy amado, bien sabría el modo y forma cómo LA EMBAJADA DEL BAUTISTA 270 debía cumplir el oficio que el mismo Padre le había enco- mendado. Ni ha de olvidarse que Juan, como Precursor del Mesías, y en tan íntima relación con él, habría sin duda re- cibido luz especial sobre la índole genuina y verdadera naturaleza del plan mesiánico. Verdad es que grandes santos pudieron sufrir, y sufrie- ron a veces dolorosas crisis en la fe, y aun pudieron tener la impresión de que se derrumbaba todo su edificio espiri- tual. Pero de una tal crisis ni el más ligero indicio descu- brimos en todo el relato evangélico. Este se explica perfecta- mente sin necesidad de acudir a aquélla. Ni se diga que la lobreguez de las mazmorras de Maque- ronte 1 y la extenuante inactividad y aislamiento a que se veía reducido ejercían en el alma del Bautista un influjo deprimente y desalentador, que le tornaba fácilmente acce- sible a la desconfianza y a la duda. Por de pronto ni las tinieblas eran tan oscuras, ni la soledad tan completa como parece suponerse. Al prisionero se le concedía libertad para tratar con sus discípulos ; y nos consta además que el mismo tetrarca sostenía frecuen- tes conversaciones con él. Por otra parte, las almas grandes en el crisol de la prueba se fortalecen; y la soledad tiende a hacer más íntima su unión con Dios, en quien encuentran su punto de apoyo y la fuente de su invencible fortaleza. Y el Precursor poseía un alma grande. El mensaje de Juan tenía un solo y único objeto: afian- zar en sus discípulos la fe en Jesús como Mesías. A plantar y arraigar esta fe en sus corazones había orientado sus esfuerzos ; el amigo del Esposo los había cons- tantemente encaminado hacia el Esposo ; pero falsos pre- juicios, la actitud de los judíos más autorizados, el amor al propio maestro detenían sus pasos, y no acababan consigo mismos de decidirse a abrazar lo nuevo abandonando lo viejo. Convencióse el Bautista de que sólo una declaración ex- plícita y terminante del mismo Jesús tendría fuerza para disipar aquellas dudas y triunfar al fin de aquellas vaci- laciones. «Llamando a sí a dos de entre sus discípulos enviólos Juan 1 Recordamos que Maqueronte era el palacio-fortaleza de He- rodes Antipas en los abruptos, salvajes montes que dominan el 'mar Muerto. 280 VIDA PÚBLICA al Señor, diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir, o aguarda- mos a otro?» El que ha de venir era aquel que habían anunciado los profetas para cuando llegase le plenitud de los tiempos. Equivalía a decir: el Mesías prometido. Preséntanse, pues, los mensajeros a Jesús y le dicen: — ¿Eres tú el que ha de venir, o aguardamos a otro? A esta pregunta recia, tajante, que tiene casi visos de reto, esperaban sin duda los enviados que daría Jesús una respuesta también clara, categórica, contundente. No fué así. Más eficaz que las palabras es el argumento de las obras. A éstas apela Jesús. «En aquella hora, nota el evangelista (Le. 7, 21), curó a muchos de enfermedades, achaques corporales y espíritus malos; y a muchos ciegos devolvió la vista.» Refiriéndose a estos milagros, díceles Jesús a los dos mensajeros : — Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evange- lizados. Esta era la respuesta: los milagros obrados en testimo- nio de su carácter mesiánico. Testimonio más fehaciente todavía, porque esos prodigios eran el cumplimiento de una profecía que miraba a los tiempos mesiánicos (Is. 29, 18 s. ; 35, 5 s. ; 61, 1). Jesús cierra su respuesta con una advertencia que aludía a la falta de fe de los discípulos de Juan (no del mismo Bautista), que se habían escandalizado de su porte humil- de y de su modo y forma de proceder: Bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí. A Jesús había complacido la embajada del Bautista, ins- pirada por el deseo de que todos le reconociesen por Mesías. Sabía que su Precursor estaba sufriendo por la verdad y la justicia; y aprovecha la oportunidad para hacer su esplén- dido panegírico. Juan no es caña que se dobla a todo viento. Es el valiente heraldo de la justicia, que no teme enfrentarse con el mo- narca y se mantiene firme e inflexible ante la prepotencia del tirano ; ni es hombre muelle y afeminado que se atavíe con las vestiduras que usan los cortesanos en los palacios de los reyes : antes se cubre con túnica hecha de pelos de EMBAJADA DO. BAUTISTA Mi camello y ceñidor de cuero. El es el mayor de los profetas, el ángel del Nuevo Testamento (cf. Mal. 3, 1) ; él es Elias, el profeta que ha de venir 2. Y a continuación de este magnífico elogio de su Precur- sor vuélvese Jesús a los hombres de la generación actual, y les reprocha su inconsecuente manera de proceder: re- husan el mensaje de Juan porque es austero ; que no come pan ni bebe vino, y dicen de él : «Tiene demonio.» Rechazan el de Cristo, porque come y bebe como los demás, y dicen de El : «Ved un hombre comilón y bebedor de vino.» Y pone de relieve esta conducta caprichosa e insana con una pintoresca imagen tomada muy del natural: «Seme- jantes son [los hombres de esta generación] a los mucha- chos que están sentados en la plaza, y dan voces unos a otros diciendo : Os tocamos la flauta, y no danzasteis; entonamos endechas, y no plañísteis.» Es decir, no querían tomar parte ni en juegos nupciales ni en juegos funerarios : ni en juegos tristes ni en juegos alegres. Sea esto parábola o alegoría : se dividan los muchachos en dos bandos, o se consideren como formando un solo grupo — que ni en lo uno ni en lo otro andan de acuerdo los intérpretes — , ello es cierto, que aquellos que se niegan a intervenir en el juego son los judíos, que no quisieron seguir ni al Bautista ni a Jesús. Este es el punto capital, el centro de la parábola. Y a menos que se pretenda establecer en- tre los términos de la comparación una correspondencia perfecta en todos sus pormenores — lo cual es contra la ín- dole misma del género parabólico — podría decirse que en los muchachos que invitan están en cierto modo represen- tados Jesús y su Precursor, pues ambos, cada uno a su ma- nera, invitaban a una renovación moral ; invitación que los judíos, y más en particular escribas y fariseos, rehusaron. No faltaron, con todo, quienes, más cuerdos y dóciles, la aceptaran : y con esta nota consoladora cierra Jesús el triste cuadro de la obstinada resistencia judía: Y ha sido * Véase más arriba, p. 103 ss., la explicación de algunas frases difíciles que se leen en este pasaje 382 VIDA PÚBLICA la sabiduría justificada por sus hijos 3. Es decir, que hubo, sin embargo, muchos que reconocieron a Juan y a Jesús como enviados de Dios; y en su diversa manera de presen- tarse, en su distinto modo de obrar acataron y tuvieron por justa la providencia de Dios, y por bien concertados los planes de la sabiduría divina. Esos tales reciben el honroso nombre de «hijos de la sabiduría». La pecadora en casa del fariseo (Le. 7, 36-50) Ante los mensajeros del Precursor había apelado Jesús a sus milagros como auténtica ejecutoria de su carácter mesiánico; por aquellos mismos días ofreciósele ocasión oportuna de mostrar la infinita bondad de su corazón para con los pobres pecadores, en contraste con la soberbia ri- gidez y dureza de los fariseos, dejándose ungir los pies por una mujer de mala vida y perdonándole los pecados. Quien va de Tiberíades a Cafarnaúm, hacia mitad de ca- mino, y precisamente al entrar en la llanura de Genesaret, encuentra un villorio por nombre Medjdel, acurrucado al lado derecho de la carretera, junto al lago. Fórmanlo unas pocas casuchas, pequeñas, bajas, hechas con paredes de ba- rro, y en la azotea cuatro palos sosteniendo una especie de cañizo, bajo el cual duermen los pobres habitantes en los meses de calor. Esta mísera aldehuela es la antigua Magdala *, patria de María Magdalena, llamada con más precisión Magdala Nu- naiya = la Magdala de los peces; y tal vez, con nombre griego, Tariquea, la tristemente célebre ciudad, cuyos habi- tantes enrojecieron un día con su sangre las aguas del lago ..i 3 Esta es la lección de Le. 7, 35 (xéxv v ). En Mt. 11, 19, varios códices en vez de xáxvwv llevan ' v . El sentido sería que las obras del Bautista y de Jesús eran tales que en ellas resplandecía la sabiduría, la cual por lo mismo quedaba reconocida y justificada. Una y otra lección parece ha de conservarse cada una en su pro- pio pasaje. Cf. Bover-Lagrange, en Bíblica 6 (1925) pp. 323-325. 4GK465. 1 En esta ciudad creen muchos que tuvo lugar el episodio de la pecadora en casa de Simón; otros piensan que fué más bien Naím o Cafarnaúm. Dada la carencia ; de datos evangélicos, no es posible fjjar con certidumbre sitio. ' t »..:»•■ i * , , LA PECADORA EN GASA DEL FARISEO 283 (Bell. Jud. III, 10, 9). Ciudad opulenta, cuyo rico suelo y cuya industria de peces salados atraía abundante riqueza ; una de las tres ciudades que, al decir de los rabinos, envia- ban inmensos tesoros a Jerusalén (Neubauer, La géographie du Talmud p. 217). Y con la riqueza penetraban el lujo y las livianas costumbres; y por sus calles pasearían las don- cellas como pintaba Isaías (3, 16 ss.) a las hijas de Sión : con la cerviz erguida y mirar altivo, con paso ligero, haciendo resonar los anillos de sus pies ; adornadas de pendientes, bra- zaletes y diademas. En un tal ambiente no es maravilla que pulularan las bajas pasiones y que vivieran a sus anchas públicas pecadoras. A tal punto llegó la relajación de cos- tumbres, que aseguraban los rabinos haber sido destruida la ciudad por su escandalosa corrupción (Neubauer, 1. c). Una de estas públicas pecadoras, de la que el evangelista calló el nombre, dió a la ciudad y al mundo entero ejemplo admirable de contrición y de profunda humildad. ¿Por qué camino vino la oveja descarriada al redil de i Buen Pastor? ¿Conocíale sólo de oídas? ¿Había oído hablar de su bondad, de su misericordia para con los pecadores? ¿Había presenciado alguno de sus milagros? ¿Había estado presente al sermón de la montaña? O ¿había sólo visto a Jesús, y su rostro dulcísimo, modestísimo, se había impreso en su alma, y removía su conciencia, y con fuerza irresistible le atraía hacia sí? Ello es que, movida por la gracia, corre a Jesús, para que, pues El había abierto la herida. El mismo se la cure. Celebrábase un banquete en casa de Simón el fariseo, y entre los invitados se hallaba el Profeta de Nazaret. Las puertas, al modo oriental, estaban abiertas de par en par ; multitud de curiosos se agolpaban allí contemplando el con- vite. De pronto llega la joven, se abre paso y penetra en la casa. Un movimiento de sorpresa se dibuja en los convidados, y luego un relámpago de ira brilla en sus ojos. ¿A qué venía esa mujer? ¿A provocar con su desenvoltura? ¿Cómo: lá pública pecadora de la ciudad se .atrevía a profanar la casa de un austero fariseo? Pero antes que el dueño de la casa tuviera tiempo de echarla fuera, ella, la mujer altiva, que paseaba su insolente hermosura por las calles de la ciudad, se había arrojado, humilde a los. pies de Jesús, los regaba con sus lágrimas y modestamente los enjugaba, con. las tren- 284 VIDA PÚBLICA zas de sus cabellos; los besaba y los ungía con el perfume precioso. Simón se repudría de ira y de vergüenza ; y lo que más exasperaba al orgulloso fariseo era el ver que el joven Pro- feta de Nazaret se dejaba tocar por aquella inmunda mujer. Y no atreviéndose a reprochárselo abiertamente, decía para sí: Bien veo ahora que éste no es profeta; que, si lo fuera, Magdala sabría de fijo quién es y qué clase de mujer es ésta que le toca, que es pecadora (Le. 7, 39). Jesús pudo adivinar en su semblante esos pensamientos ; pero hizo más: los leyó en el fondo de su corazón. Y con aquella delicadeza que imprimía un sello divino en cuanto hacía, di jóle al fariseo, como para pedirle permiso, pues es- taba en su casa: — Simón, tengo algo que decirte. — Maestro, di. — Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía qui- nientos denarios y el otro cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a entrambos la deuda. ¿Cuál de ellos ¡e amaba más? LA PECADORA EN (ASA DEL FARISEO 28f Respondió Simón: Opino yo que aquel a quien perdonó más. Y Jesús repuso: Has juzgado rectamente. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a este mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua con qué lavar mis pies; mas ésta los ha bañado con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no ungiste con óleo mi cabeza, y ésta ha derramado sobre mis pies sus perfumes. Tú no me diste el ósculo de paz, y ella desde que llegó no ha ce- sado de besar mis pies. Por lo cual te digo que le son per- donados muchos pecados, porque ha amado mucho. Que ame menos aquel a quien menos se perdona. Y volviéndose a la mujer le dijo: Perdonados te son tus pecados. Y luego aña- dió: Tu fe te ha salvado; vete en paz. i Qué cuadro conmovedor contemplar a una pobre criatu- ra extraviada, venciendo todo humano respeto, penetrar en pleno convite y arrojarse a los pies de Cristo, regándolos con sus lágrimas, enjugándolos con sus cabellos! ¡Y ver a Jesús posar su mirada dulce y amorosa sobre la ovejuela perdida, vuelta ahora al redil! Ei razonamiento de Jesús creó y sigue creando no poca dificultad a los intérpretes. Y es que, en realidad, parece en- volver una como petición de principio. Por una parte, el perdón de los pecados se da como efecto del amor («Muchos pecados se le han perdonado, porque amó mucho»), mien- tras que por otra se pone como causa del mismo («A quien poco se perdona, poco ama»). Numerosas y muy variadas explicaciones se han propues- to, que pueden verse en los diversos autores. Parécenos que, teniendo en cuenta la íntima disposición del fariseo y el fin que el Maestro se proponía, cabe dar una interpretación sencilla, al par que satisfactoria. Con el perdón de los pecados van siempre unidos, como antecedente y como consecuente, respectivamente, dos amo- res : amor de contrición, que dispone al perdón ; amor de gratitud, que es efecto del mismo. En la pública pecadora existieron estos dos amores : el primero, de contrición, se declara explícitamente en les vv. 44-46 : el otro, de gratitud, se da por supuesto, y se halla implícito en la respuesta de Simón (v. 43) y en las palabras de Jesús : «A quien poco se 286 '.IDA PÚBLICA perdona, poco ama» (v. 47). Con esto queda ya desvanecida toda petición de principio. Pero en el diálogo de Jesús con el fariseo de tal suerte se entrelazan estos dos amores, que a primera vista pare- cen confundirse; mas si se atiende no a la sucesión material de las varias sentencias, sino al pensamiento íntimo del Maes- tro, veráse que no existe ni rastro de confusión. 1 Simón, el escrupuloso observante de la Ley mosaica, se tiene por inmensamente superior a la desgarrada pecadora. Jesús quiere probarle todo lo contrario ; pero no como quie- ra, sino por confesión explícita del mismo fariseo; y a esto se encamina la parábola de los dos deudores. Inmediatamente después de ésta y la respuesta de Simón (w. 41-43), Jesús, sin añadir otra cosa, pudiera haber dicho: «Perdonados te son tus pecados.» La conclusión implícita, que sin necesidad de mencionarla fluía de las premisas, era evidente: a la pecadora se le había perdonado más que a Simón; luego amaba más que éste. Amor de gratitud. Esto era lo que caía dentro del ámbito de la parábola ; lo que ésta daba de sí. Pero Jesús quiere reforzar su razonamiento con una nueva consideración, que le brindaban las circunstancias mismas de la escena: la frialdad del fariseo y las tiernas muestras de afecto de la pecadora (vv. 44-46). Estos ver- sículos, por consiguiente, no son aplicación y como segunda parte de la parábola, sino más bien un elemento nuevo que conspira a idéntico fin y donde se contiene el amor de con- trición y, por lo mismo, da pie al v. 47, donde se establece la relación entre dicho amor y el perdón de los pecados. La última sentencia : «A quien poco se perdona, poco ama», no está en paralelismo antitético a la precedente: «Mu- chos pecados se le han perdonado, porque amó mucho», antes bien le es de todo punto extraña (en la una es amor de contrición, en la otra de gratitud); es sencillamente un retorno oportuno a la parábola y una delicada alusión al fariseo, que, satisfecho de su propia justicia, juzgaba que poco se le tenía que perdonar. Como es sabido, la opinión más común hoy día entre los fieles, reflejada en la, liturgia latina, identifica la anónima pecadora con María Magdalena y con María de Betania. Pero es cierto que la tra- dición griega favorece más bien la distinción; y esta distinción se halla más en armonía con los datos, suministrados por los evangelios. COGIENDO ESPIGAS. LA MANO SECA. 28V Mucho y de muy antiguo se escribió sobre la llamada cuestión de las tres Marías (aunque de sólo dos se conoce el nombre). Nosotros no vamos a repetir aquí los argumentos aducidos en pro y en contra de la distinción. Una cosa es cierta: que en favor de la identidad no se puede invocar la tradición. Es lo que muy justamente afirma el P. Holzmeister al fin de dos largos y muy eruditos artículos *. Del punto de vista exegético ha de tenerse, a nuestro juicio, por mucho más probable la distinción. La manera como hablan los evan- gelistas de la pecadora, de María Magdalena y de María hermana de Lázaro, induce a creer que se trata de tres distintas personas. El texto de San Juan 11, 2: «María autem erat quae unxit Dominum ungüento et extersit pedes eius capillis suis», que suele aducirse para demostrar — por el uso del aoristo — que María de Betania no es otra que la pecadora (cf. Verb. Dom. [1928] p. 71-73) no creemos que pruebe tal identidad. — Véase Prat. 2. pp. 500-506, donde se ha- llará una exposición clara y concisa del problema en pro de la dis- tinción de María Magdalena, María de Betania y la pecadora que ungió los pies del Salvador. En suma, y precisando más, tenemos la distinción entre María Magdalena y la pecadora, por muy probable; entre María Magda- lena y María de Betania, por moralmente cierta. Lo que ha de admitirse en absoluto es que hubo realmente dos unciones: ésta de Lucas, y la otra en Betania (Me. 14, 3' ss. ; Jn. 12, 3 ss.). Sólo el nombre de Simón es idéntico ; todas las demá.s circunstancias son de todo punto diversas. Es tanto lo que se ha escrito sobre este punto que renunciamos a dar bibliografía. Véase Simón-Dorado. Nov. Test. 1 (1947) pp. 573-575. Cogiendo espigas. La mano seca. El endemoniado ciego y mudo. Belcebú. Pecado contra el Espíritu Santo (Mt. 12, 1-37; Me. 2, 23-28; 3. 1-6. 20-30: Le. 6. 1-11; 11, 14-26) Profunda herida dejó abierta en los soberbios fariseos la franca y bondadosa conducta de Jesús ; herida que iba a ahondarse todavía más en los días que siguieron a la escena en casa de Simón. Entablada estaba la lucha ; el fariseísmo le- galista contra el Evangelio, de amplia comprensión; la hi- pocresía contra la sinceridad ; la letra que mata contra el 2 Die Magdalenenfrage in der kirchlichea überlieferung, en Zeitschrift für Katolische Theologie 46 (1922) 402-422. 556-584. «Aus der ganzen Untersuchung ergibt sich ganz klar das eine Ergebnis; die Frage nach einer einheitlichen Tradition ist gewiss nicht im affirmativen Sinne zu beantworten», p. 584. A idéntica conclusión había llegado el P. Lagrange: «La premiére conclusión qu'on peut tirer de ce rapide examen des écrivains eclésiastiques c'est qu'il ji'existe pas sur l'unité ou la pluralité de la ou des mvrophores ce qu'on pourrait nommer une tradition exégétique des Péres. lis ne sont pas d'accord. et presque aucun n'est tres affirmatif» (Rev. Bibl [1912] p. 529 s.). 288 VIDA PÚBLICA espíritu que vivifica. Y en este que bien podemos llamar pugilato, el buen sentido del pueblo, su certero instinto le coloca de parte de Cristo, a quien reconoce por Maestre, a quien sigue fielmente, ávido de recoger sus divinas en- señanzas. Un día, dentro del mes de junio, iba cruzando Jesús con sus discípulos un campo no lejos de Cafarnaúm. El trigo estaba ya maduro y a punto de segar. Los apóstoles, que por ventura no habrían aquel día desayunado, cogían de las espigas, que desgranaban frotándolas con las manos. Era día de sábado. Acertaban a pasar por allí algunos fariseos, quienes, con aire de escandalizados, les dijeron: — ¿Por qué hacéis lo que no está permitido en día de sá- bado? El reproche lo dirigían a los discípulos ; pero iba en reali- dad contra el Maestro. Jesús, que a cierta distancia lo oyó. tomó la defensa de los apóstoles: — ¿No leísteis por ventura lo que hizo David cuando tuvo hambre...? ¿Cómo entró en la casa de Dios y tomó los panes de la proposición y los comió..., los cuales no es permitido comer sino a sólo los sacerdotes? (1 Sam. 21, 4 ss.). Era recordarles que hay circunstancias que dispensan de la observancia de la Ley. Y añadía luego otra razón más ra- dical y profunda : — Señor es el Hijo del hombre también del sábado. El, por consiguiente, tenía potestad de dispensar de la Ley. Poco después ofrecióse otra ocasión, que dió pie a una escena de impresionante dramatismo. Un día de sábado entra Jesús en la sinagoga para predi- car. Entre los presentes había un hombre que tenía la mano paralizada ; y es de creer que con algún gesto mostraría el deseo de ser curado. Formaban parte de la asamblea unos es- cribas y fariseos, quienes, a fuer de personajes importantes, ocuparían los puestos de primera fila. Estaban atentos a ver si curaría Jesús al enfermo ; lo que les ofrecería excelente coyuntura para acusarle. Penetraba el Salvador sus íntimos pensamientos ; y to- mando ahora El la ofensiva le dice al enfermo : — Levántate y ponte de pie en medio. Grande expectación. Todos los ojos vueltos al taumaturgo. COGIENDO ESPIGAS. LA MANO SECA 289 Entonces, encarándose Jesús con sus eternos enemigos, les lanza esta pregunta, que sonaba a reto: — ¿Es permitido en sábado hacer bien o hacer mal; salvar la vida o quitarla? Todos se callaban. Entonces les dice Jesús: — ¿Qué hombre habrá de entre vosotros que tenga una oveja, y si ésta en día de sábado cayere en una hoya, por ventura no la cogerá y la sacará? Pues ¡cuánta diferencia no va de un hombre a una oveja! Así que lícito es hacer bien en día de sábado. Y luego, fijando en ellos su mirada indignada, no sin ur matiz de melancolía por el endurecimiento de su corazón, le dice al enfermo: — Extiende tu mano. La extendió, y quedó completamente sano. Milagro tan patente, obrado con tal solemnidad, debió ha- ber iluminado aquellas inteligencias y ablandado aquellos corazones. Lo contrario aconteció. Furibundos, escribas y fa- riseos, por la humillante derrota, se confabularon con los herodianos — partidarios de la dinastía idumea de los Hero- des — , y juraron acabar con Jesús dándole muerte. ¡Dar muerte a Jesús! Nunca se había llegado a tal extre- mo. Era este propósito expresión de su odio y de su impo- tencia. Espiaban a Cristo, le acusaban ante el pueblo, le hostilizaban ; aun de la misma Jerusalén bajaron escribas (Me. 3, 22) para reforzar a los de Galilea en su lucha contra el odiado Rabí ; pero la serena majestad del joven Profeta, sus incontrastables réplicas, la evidencia de su poder tauma- túrgico le hacían invulnerable a todos los tiros, que antes bien se volvían contra sus mismos adversarios. Vencidos en la lucha apelaban al crimen : hacerle desaparecer. Y su derrota se les hacía tanto más sensible y su despecho tanto más amargo cuanto que el pueblo, lejos de decaer en su entusiasmo por Jesús, antes iba creciendo de día en día. Era un continuo afluir de gente a la casa donde moraba, de suerte que ni tiempo le dejaban para comer (Me. 3, 20). Tan intenso se hizo este movimiento que, prolongado por varios días, vino a degenerar en verdadera agitación, obli- gando en cierto modo a Jesús, bueno y condescendiente, a una extraordinaria actividad. La noticia de esta efervescencia en Cafarnaúm, abul- VWM J.C. 10 290 VIDA PÚBLICA tada, al pasar de boca en boca, y aun quizá desfigurada, no tardó en llegar hasta el mismo Nazaret. Alarmáronse, como era natural, los parientes ; tanto más cuanto que no veían sino con cierto recelo y desconfianza aquellas correrías apostólicas de Jesús. Este hasta poco an- tes no era sino el «hijo del carpintero» ; había vivido en su compañía manejando el escoplo y la sierra; y de pronto abandona el taller, se sale de la pequeña aldea, y sin estu- dios ni formación alguna literaria se lanza a predicar, corre sin descanso de pueblo en pueblo, excita las muchedumbres, y aun osa enfrentarse con los respetados maestros de Israel : evidentemente su pariente se ha convertido en un agitador ; es un exaltado; está fuera de sí. Y en consejo de familia deciden que urge ir en su busca, apoderarse de El, y ver de reducirlo a mejor partido. Lo mejor será, se dicen, que vuel- va a sus yugos y arados, y siga trabajando tranquilamente en Nazaret. Duras suenan a nuestros oídos estas palabras, y extraña nos parece tal conducta de parte de los deudos, y descom- puestos sus propósitos. Y es que el resplandor de veinte siglos de cristianismo difícilmente permite a nuestros ojos apreciar el turbio ambiente psicológico en que se movían unos hombres que por treinta años habían convivido con su joven pariente, tratándole como su igual, sin descubrir en El ni el más leve indicio de especial misión divina. Sin pérdida de tiempo, se dispusieron para ir al encuentro de Jesús. Otras interpretaciones se han propuesto, a las que sin gran dificultad se presta al pasaje un tanto enigmático de Marcos. Habrían sido no los deudos sino los amigos y par- tidarios 1 de Jesús, que vivían en Cafarnaúm, quienes acu- dieron a tomarlo consigo, porque decían (o porque se de- cía 3) : «Está fuera de sí» 8. O bien serían los que se hallaban en la misma casa con Jesús, quienes salieron a la calle para contener a la multitud, de la que decían: «Está [la multi- 1 Este puede en absoluto ser el sentido de la expresión ot ~ap'' avTou (cf. 1 Mach. 9, 44; 11, 73; 12, 27, etc.). 2 IX-fov puede tener significación impersonal : decíase. 3 I£¿axr] considerado en sí mismo no ha de entenderse forzosa- mente en el sentido de estar furioso, loco : en numerosos pasajes, v. gr., Me. 2, 12; 5, 42, etc., significa simplemente estar fuera de sí por la admiración, estupor u otro sentimiento. Mas en este caso concreto, en boca de los parientes, creemos que revestía un carácter más bien peyorativo. COGIENDO ESPIGAS. LA MANO SECA. 291 tud] fuera de sí» ; por el entusiasmo. Esta segunda interpre- tación, citada ya por Knabenbauer (In. Me, p. 107), y soste- nida con gran erudición por G. Hartmann 4, simplifica nota- blemente la escena: El que se dice estar fuera de sí no es Jesús, sino la gente, loca de entusiasmo ; y son los comensa- les del Maestro quienes salen afuera para apaciguarla y contenerla. Para nada entran, pues, los parientes, ni se trata en manera alguna del estado psicológico de Jesús. A pesar de estas ventajas, juzgamos poco aceptable tal exégesis; tenemos por más probable la interpretación que hemos dado. Entre tanto la efervescencia no menguaba en Cafarnaúm, antes iba en ritmo siempre creciente. La adhesión entusias- ta del pueblo que le aclamaba y el odio de escribas y fariseos que le amenazaban de muerte habían creado un ambiente, al que Jesús, amante siempre de la paz, juzgó prudente sustraerse. Alejóse, pues, de la ciudad; mas no pudo impe- dir que muchos le siguieran (Mt. 12, 15). Pero también en su retiro vino a encontrarse con los eternos adversarios. Entre otros enfermos presentáronle a Jesús un endemo- niado ciego y mudo. Tres males pesaban sobre el infeliz. El divino taumaturgo, sin la menor dificultad, con suma sencillez, echa al demonio, y el poseso recobra súbitamente la vista y se pone a hablar. La muchedumbre, ante tal pro- digio, queda como fuera de sí, y una exclamación brota es- pontánea de sus pechos: — ¿No es tal vez éste el Hijo de David?, es decir, el Mesías. Hirió en lo más vivo a escribas y fariseos esta entusiás- tica manifestación de los sentimientos del pueblo ; y no pu- diendo negar la realidad del milagro, a todos patente, unos escribas venidos de Jerusalén lanzan ante los circunstantes esta monstruosa calumnia : — Está poseído de Belcebú, y por virtud del principe de los demonios echa a los demonios (Me. 3, 22). Fácil le fué a Nuestro Señor deshacer tan ridicula patraña: — ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, no puede durar... Si, pues, Satanás se alzó contra sí mismo, se dividió y no puede man- teneise en pie, sino que toca a su jin. Bibl. Zeit. (1913) pp. 249-279, cf. p. 253. 292 VIDA PÚBLICA Si yo lanzo los demonios en virtud de Belcebú, ¿en virtud de quién los lanzan vuestros hijos? Por eso serán ellos vues- tros jueces. Pero si en virtud del Espíritu Santo lanzo yo los demonios, en verdad que ha llegado a vosotros el reino de Dios. La lucha estaba entablada, franca y abierta. Dos bandos, el de Cristo y el de Satanás: opuestos, irreconciliables. Con tajante frase lo declara Jesús: — Quien no está conmigo, contra mí está 5, y quien con- migo no allega, desparrama. Todos combatientes : no hay lugar a la neutralidad. O con Cristo, o contra Cristo. Como aquellos escribas y fariseos pecaban contra la luz, contra la verdad conocida, y maliciosamente atribuían al espíritu malo las obras de Dios, que es pecado contra el Es- píritu Santo, advirtióles Jesús que tal pecado no se per- donará : — Quien dijere palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; mas quien la dijere contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero. Esto es, que difícilmente será perdonado ; no por falta de la mise- ricordia divina, sino porque el pecador, cerrando los ojos a la luz, se obstruye a sí mismo el camino de la conversión y se hace hasta cierto punto moralmente incapaz de arrepen- timiento. Y cierra el vivo altercado con este áspero apostrofe: — Engendros de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas bue- nas, siendo vosotros malos? De lo que rebosa el corazón ha- bla la boca. Extrema debió de ser la malicia de escribas y fariseos que arrancase tan indignada invectiva de los labios del man- sísimo Jesús. Ante las respuestas triunfantes de Jesús y la majestuosa dignidad de su continente, una mujer del pueblo dió suelta a su entusiasmo prorrumpiendo en esta exclamación : — Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que mamaste. A lo cual Jesús responde modestamente : 3 Esta sentencia parece contradecir a la que se lee en Mar- cos 9, 40: Quien no está contra nosotros, por nosotros está. Véase más adelante, p. 381 s., el modo de armonizarlas. COGIENDO ESPIGAS. LA MANO SECA. — Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan. De singular consuelo para nosotros, comentan los Padres, son estas palabras. En nuestra mano está ser bienaventu- rados ; pues todos podemos oír y guardar la palabra de Dios. Y la más bienaventurada fué la Madre misma de Jesús, que con tan amorosa atención la escuchó y tan cumplida- mente la guardó. El grupo de gente había ido engrosando y se apiñaban al- rededor de Jesús, atentos al caluroso debate. De pronto algunos de entre los escribas y fariseos, sin tener ya nada que replicar a las contundentes respuestas del Salvador, formulan un deseo, que en el fondo equivalía a un reto: — Maestro, queremos ver de ti una señal. Muchos prodigios habian visto, pero a todos habían ce- rrado los ojos. Ahora se les antoja exigir un portento os- tentoso ; algo así como fuego bajado del cielo, cual sucedió en tiempo de Elias (3 Re. 18, 38) ; o una tempestad repen- tina con truenos y relámpagos, como en los días de Samuel (1 Sam. 12, 18). Jesucristo, que penetraba sus aviesas intenciones, indig- nado ante tanta obstinación e hipocresía, exclama: — Esta generación es generación perversa: demanda una señal; y otra señal no se le dará sino la señal de Jonás, el profeta. Como Jonás fué señal para los ninivitas, así lo será también el Hijo del hombre para esta generación (Le. 11, 30) ; y como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vien- tre del monstruo marino, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra (Mt. 12, 40). Cierto que Jesús siguió obrando prodigios, pero no el que ellos pretendían ; y esto es lo que con su negativa quiso significar. La persona de Jonás, con su predicación y aureo- lado con el prodigio de su maravillosa liberación, fué argu- mento y motivo de conversión para los ninivitas ; por se- mejante manera Jesús, por su predicación y por los mila- gros ya obrados, debiera ser motivo suficiente para ser re- conocido por el Mesías; pero a estos prodigios se añadirá otro que será como el complemento de todos, y éste es el que muy especialmente presentará como prueba fehaciente de su misión divina: su resurrección. No hay incongruencia en que se hable de tres días y tres noches. Entre los judíos el día comenzado se computaba co- ¿94 VIDA PUBLICA mo completo; y en realidad Nuestro Señor permaneció en el sepulcro parte del viernes y del domingo, y el sábado en- tero. Verdad es que no hubo sino dos noches ; pero se trata de una manera común de decir para designar la duración de tres días aun incompletos. La Madre y los hermanos de Jesús (Mt. 12, 46-50; Me. 3, 31-35; Le 8, 19-21) La resolución que tomaron los deudos en Nazaret no tar- daron en ponerla por obra. Bajarían por ventura a Cafar- naúm, y no encontrado allí Jesús, se dirigían al sitio adon- de poco antes se había trasladado. Con ellos iba también la Virgen. No es que María participase de las ideas y senti- mientos de sus allegados. Ella tenía perfecto conocimiento de la divina misión de Jesús ; sabía que en sus correrías apostólicas no hacía sino cumplir la voluntad del Padre ; pero en aquellas críticas circunstancias, ¿cómo no había de preocuparse la amorosísima Madre por la suerte de su Hijo, y un tal Hijo? Y a más de esto, bien pudo ser que fuese re- querida su presencia por los que componían la comitiva ; ni ha de excluirse que la misma Virgen deseara hallarse pre- sente, con el fin de prevenir cualquier desmán que tal vez pudiera cometerse con su divino Hijo. Estaba Jesús hablando a la muchedumbre cuando se pre- senta la visita inesperada. Los recién venidos quieren ver a Jesús , pero la casa rebosa de gente ; imposible abrirse paso. Le mandan recado: — Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que desean verte. Jesucristo bien conocía y apreciaba los piadosos sentimien- tos que animaban el corazón de su Santísima Madre ; pero quiso dar también aquí una muestra de su soberana indepen- dencia, de su absoluto desasimiento de cuanto pudiera saber a carne y sangre; y así contestó a quien le transmitía el recado : — ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y mirando en derredor y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: — He aquí mi madre y mis hermanos. Porque quienquiera LAS PARÁBOLAS 295 que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, él es mi hermano, y hermana, y madre. Conocido es el bello comentario de San Gregorio Papa a propósito del nombre madre. A los fieles discípulos se dignó [Jesús] llamarlos hermanos... Falta ahora ver cómo el que, abrazando la fe, se hizo hermano de Jesús, puede ve- nir a ser también madre. Para lo cual es de saber que el que se hizo hermana y hermano de Cristo por la fe, el mismo viene a ser madre por la predicación ; pues verdaderamente cabe decir que engendra al Señor quien lo hace como nacer en el corazón de sus oyentes (Homilía 3 in Evanqelia). A ORILLAS DEL LAGO Las parábolas De vuelta de la excursión apostólica, entró de nuevo Jesús en Cafarnaúm. No para descansar: el celo por la gloria de A orillas del lago. su Padre y la salvación de los hombres le consumía ; no le dejaba punto de reposo. No mucho después salió de la ciudad, acompañado de los apóstoles y siguiéndole multitud de gente. A poco de andar detúvose a orillas del lago, en donde había, amarradas a tierra, una o más barcas, lo cual parece indicar que en aquel sitio formaba el mar una especie de pe- 296 VIDA PÚBLICA queña ensenada — como las hay, no pocas, en aquella costa — , de suerte oue la orilla se abría a manera de semicírculo. Viendo Jesús aauella numerosa muchedumbre, ávida de es- cucharle, y estando El no menos ávido de instruirla, con el fin de hacerse oír mejor de todos y, al mismo tiempo, tener- los a todos frente a sí, subióse a la barca; y desde aquella cátedra, puesto en el centro de aquel singular anfiteatro, comenzó a hablar a la multitud. Poco antes había proel amado en el monte la Carta Magna del reino, las bienaventuranzas ; ahora, desde el mar, va a explicar más por menudo la naturaleza de este reino, su verdadera índole. Y lo hará sirviéndose de un método en cierto modo nuevo, el parabólico. No ciertamente aue la oa- rábola fuese desconocida de los autores del Antiguo Tes- tamento \ ni de los judíos al tiempo de Jesucristo, ni tam- poco de los autores profanos, sino que ahora por primera vez2 parece haberla usado Jesucristo en su predicación al pueblo. De todas maneras, ello es que — sin duda por lo in- sólito— produjo en los discípulos una cierta sorpresa, oue se revela en esta pregunta: ¿Por qué les hablas en parábo- las? (Mt. 13, 10). Pregunta que no se explica fácilmente si no hafr'a en realidad algo nuevo en esta manera de predicar 3. Parábola es una narración, más o menos breve, en la que 1 Es una verdadera narábola la que propuso Natán a David (2 Sam. 12. 1-4). — La de Joatán a los habitantes de Siauén (Jud. 9. 8-15) es^ más bien fábula. — En el Antiguo Testamento, la voz griega zapa$o\~/¡ corresponde ordinariamente a la hebrea mashal, la cual, empero, tiene un significado más amplio, pues no pocas veces se aplica a un simóle oroverbio, v. gr. : «Num et Saúl inter prophe- tas?» (1 Sam. 10. 12). 2 Jesucristo había hablado antes va con imágenes y semejanzas, ñor ejemplo: «Vosotros sois la sal de la tierra...; vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5. 13 ss.)t; «no déis lo santo a los perros, ni echéis vues+ras margaritas ante los puercos» (Mt. 7. 6), etc.: pero no en oarábolas Droniamente dichas. Antes de la parábola del sembrador pp. 529-533; Scuola Catt. (1937) pp. 301-304. 10 loaría absolutamente decirse que la partícula iva no expresa necesariamente finalidad; que puede interpretarse en sentido con- secutivo (cf. Zorell, Lexicón) de suerte que equivalga a San ; la ceguera, por tanto, se daría como efecto, como simple consecuencia 304 VIDA PÚBLICA el sentido de sus expresiones para hacerlo entrar en el cauce de nuestra propia manera de concebir. Pudiera Dios ciertamente haber dado mayor luz interna que iluminara la inteligencia y moviera la voluntad; pero no lo hizo. Y ¿quién osará pedirle cuentas de su proceder? San Marcos 4, 33, nos ofrece un dato interesante, que no leemos en los otros sinópticos: «Y con muchas parábolas les hablaba según que eran capaces de entender.)) Estas palabras encierran la idea de una adaptación del divino Maestro a la disposición de su auditorio, y parecen señalar como único motivo del uso de la parábola su reconocida aptitud pedagógica. Si leyéramos el pasaje independientemente de todo contexto diríamos, en efecto, que la disposición a la que se acomodaba Jesús era la capacidad, o más bien incapacidad intelectual de los oyentes. El pueblo era rudo y el bonda- doso Maestro, adaptándose a su escasa inteligencia, le ha- blaba en el lenguaje sencillo y fácilmente asequible de la parábola. Pero la observación de Marcos puede también re- ferirse, sobre todo teniendo en cuenta el contexto prece- dente (v. 11-12), a una disposición no intelectual, sino más bien de la voluntad, poco favorable para recibir la doctrina propuesta; disposición que a su vez podía ser culpable, o bien exenta de toda responsabilidad. Cualquiera de estas hipótesis responde igualmente a la declaración del evange- lista. Lo único, por tanto, que cabe afirmar es que Nuestro Señor se atemperó, con el uso del género parabólico, a las condiciones particulares de sus oyentes; si bien los concor- des pasajes precedentes de los tres sinópticos parecen apun- tar con preferencia a una disposición culpable. x r • Hemos de reconocer que, aun después de estas explica- ciones, nos quedamos con la impresión de que no acaba de disiparse del todo esa, diríamos, semioscuridad que envuel- ve el problema de las parábolas. Y es que, como ya insi- nuamos, las declaraciones tan categóricas de los tres sinóp- ticos parecen realmente disonar de lo que pudiéramos lla- mar ambiente parabólico ; es decir, la índole misma de las parábolas, que de suyo tienden a facilitar la inteligencia de de hablar en parábolas, sin referencia alguna a la intención del que habla. Nosotros, con todo, creemos que puede y debe conservarse a la partícula ?v« su valor intencional en el sentido indicado. LAS PARÁBOLAS 305 una verdad, presentándola no de una manera abstracta, sino en concreto; y además el marco histórico en que apa- recen encuaaradas, pues no se ve cómo el pueblo, que tan de cerca y con tanto entusiasmo siguió a Jesús, diera motivo suficiente para un castigo ciertamente grave como era la substracción de la luz u. Nosotros no entendemos soslayar ni minimizar la dificul- tad. Ella es real ; pero se la exagera. Por de pronto, los textos evangélicos son tan explícitos que, de no hacerles manifiesta violencia, constituyen por sí solos una prueba más que suficiente para fundamentar una cierta razón de justicia y de castigo en el plan divino, dentro de cuyo ámbito se encuadra el uso del género para- bólico. Y adviértase que no en uno, sino en los tres sinópti- cos se hace referencia más o menos clara al mencionado pasaje de Isaías. Pero además es indudable que el pueblo en numerosas ocasiones se mostró reacio a las enseñanzas del Maestro, y mereció más de una vez sus amargas quejas y aun sus duras reprensiones. Recuérdese en particular el «¡Ay de ti, Corozaín ; ay de ti, Betsaida!», las terribles fra- ses lanzadas contra Cafarnaúm (Mt. 11, 20-24; Le. 10, 13-15) y la sentida apostrofe contra Jerusalén (Mt. 23, 37 ; Le. 13, 34) 12. Ni ha de olvidarse que los evangelios no nos presen- tan una historia completa de la vida de Jesús, y es por consiguiente aventurado, en tal deficiencia de datos, lanzar- se a sentenciar si el pueblo se hizo o no merecedor de tal o cual castigo. Por otra parte, queda completamente a salvo la bondad y benignidad del corazón de Cristo. El divino Maestro no 11 Un camino fácil y expedito se nos abriría para llegar a una solución radical de este contraste; y es el que, entre otros (siguien- do a Jülicher, Die Gleichnisreden Jesu [Tübingen 1910] I, pp. 118- 140), tomó Loisy (Evang. Synop. 1, p. 740 ssj : Los mencionados textos evangélicos no salieron de la boca de Nuestro Señor ; son el reflejo de una tradición que se fué formando y que tendía a señalar la causa de la obstinación de los judíos. Claro que esto no es re- solver la dificultad; es cortarla de por medio. Tal manera de pro- ceder, a vueltas de arbitraria, es incompatible con la inspiración. No hay por qué detenernos en refutarla. Esta doctrina es la 13.* de las proposiciones condenadas en el decreto Lainentabili (1907): «Pa- rábolas evangélicas ipsimet Evangelistae ac christiani becundae et fertiae generationis artificióse digesserunt atque ita rationem dede- runt exigui fructus praedicationis Christi apud Judaeos.» 12 Todas las consideraciones, un tanto forzadas, de Hermaniuk. pp. 304-309 (véase más abajo, p 307. la cita), en contra de la culpabi- lidad del pueblo son bien poco convincentes. 306 VIDA PÚBLICA se prepone cegar11, endurecer; emigre iluminar, convertir. £1 uso ae la parábola oirece un aooie aspecto: de justicia y de misericordia: De justicia, no porque la parábola sea en si misma castigo, sino porque Jesús la usó como en con- secuencia de un castigo; se negó a los judíos un grado ma- yor de luz en pena de su falta de correspondencia a la que habían recibido , pero para que no se quedaran en completa oscuridad se les habló en parábolas. De misericordia, por- que es una condescendencia con la flaca vista y mala volun- tad del pueblo; y esta adaptación constituía por su misma naturaleza un oportuno método pedagógico. Pero si el as- pecto era doble, el fin que Jesús se proponía era único; todo y exclusivamente de misericordia: iluminar y con- vertir. No es por consiguiente exacto decir que Jesús hablaba en parábolas para cegar y endurecer; como tampoco lo es afirmar que de lo que podemos llamar economía del género parabólico ha de excluirse toda idea de justicia, de suerte que aparezca sólo y exclusivamente la misericordia. Ambas concepciones son, a nuestro juicio, unilaterales. Quizá sea difícil y por ventura imposible fijar con precisión los res- pectivos lindes de la justicia y la misericordia; pero que los dos atributos divinos intervienen y juegan cada une su propio papel lo tenemos por indiscutible. Compendiando lo que hasta aquí hemos largamente des- arrollado : 1) El pueblo no correspondió a la enseñanza clara y abierta. En pena de esta falta Dios no le concedió un mayor grado de luz y de gracia. Y en esto se ejercitó la justicia. 2) Mas no le abandonó. Jesús siguió instruyéndolo; pe- ro en parábolas, o sea, de una manera velada y semioscura, en consonancia con sus disposiciones interiores. No para cegarle y endurecerle, antes para iluminarle y convertirle. Obra de bondad y misericordia. 3) A este nuevo género de enseñanza resiste de nuevo el pueblo , a quien también ahora se niega un mayor grado de gracia. Con esto se le ciega la inteligencia y endurece el corazón. Este efecto, que Dios permite, se expresa a la ma- d 13 Nosotros nos abstendríamos de decir que Jesús tuvo una cierta intención de obcecar; bien que los que usan tal expresión (Skrinjar, Bíblica [1931] p. 27: «l'intention d'instruir á cóté d'une certaine intention d'aveugler») la entienden ciertamente en sentido legítimo y verdadero. LAS PARÁBOLAS 307 ñera semítica como si Dios lo quisiera positivamente y aun se lo propusiera como fin. Cabe decir que se dieron aquí amigablemente la mano la justicia y la misericordia. El P. Máxime Hermaniuk 14 ha dado recientemente al problema que estamos discutiendo una nueva solución (p. 303- 350). El uso del género parabólico forma parte de lo que po- demos llamar economía de la revelación evangélica. Jesús se sirve de la parábola a fin de que {ha con fuerza intencional positiva) el pueblo no llegue a comprender claramente el se- creto mesiánico; y con el fin de no comunicarle una luz capaz de sacarlo de su endurecimiento y se convierta, y entonces se abra y se ponga al descubierto el secreto mesiánico (el verbo ¿